EL FANTÁSTICO CEREBRO
DE LA MUJER MADURA
Llega una edad en la que nuestro reloj biológico nos alerta para que
cuidemos de nosotras mismas, nos autocomplazcamos y llevemos a cabo ese
crecimiento personal que hemos estado posponiendo
Sylvia es una mujer de 48 años que se levantó una mañana y,
muy decidida, se dijo a sí misma: “Se acabó, hasta aquí hemos llegado. Quiero
el divorcio”. Estaba convencida de que su marido pensaba demasiado en sí mismo
y que la relación no iba a ningún lado.
Se dio cuenta de que había pasado gran parte de su vida
cuidando de los demás y rodeándose de personas que solo se preocupaban de sí
mismas. O sea, que de repente en la mente de Sylvia se disipó aquella niebla
que le impedía ver y pudo comprender aquello que antes no alcanzaba.
De alguna manera algo había cambiado, alguna de las cuerdas
de su corazón se tensaron y, paradójicamente, Sylvia se dio cuenta de que tenía
que cuidarse a sí misma de una vez.
Quería sacarle partido a la vida, quería deshacerse de
aquello que no funcionaba, hacer una limpieza en su día a día…
El cerebro de la
mujer después de los 40
El cerebro de la mujer tras los 40 es una bomba de relojería
que está emprendiendo su última vuelta hormonal. Cada año de la vida de la
mujer riega y abona sus conexiones neuronales; como consecuencia de esto, tiene
cada vez nuevos y mayores pensamientos, emociones e intereses.
Como sabemos, dado que en el cerebro de la mujer se suceden
cambios de manera constante durante toda su vida. Su realidad no es tan estable
como la de un hombre. De hecho, se dice que la realidad neurológica de un hombre
es como una montaña, pues los cambios que acontecen en su estructura son casi
imperceptibles.
Sin embargo, la realidad femenina es como el clima, cambiante y difícil
de predecir. Así que, si esto puede cambiar semanalmente tanto, ¿qué puede
suponer una vida repleta de montañas rusas hormonales?
El maravilloso don de
ser mujer después de los 40
Tal y como le sucedió a Sylvia, miles de mujeres comienzan a
cuestionarse su vida en cierto período de su vida. Se plantean qué les ha
llevado hasta el lugar en el que están, qué anhelan y qué pueden cambiar.
Esto sucede porque, de alguna forma, quieren conciliar sus
responsabilidades sin seguir sacrificándose a sí mismas, a sus deseos y a sus
inquietudes. Por eso comienzan a asumir riesgos que les permitan redescubrir
aquella senda de la que un día se apartaron.
Por eso es probable que la mujer en estas edades comience a
deshacerse de la suciedad de sus lentes, se sienta mucho más despierta y activa
y quiera limpiar su vida de situaciones y exigencias a las que se ha sometido
emocionalmente.
En definitiva, lo que ocurre es que a cierta edad nuestra
realidad comienza a cambiar y todo parece mucho más nítido y mucho más fácil de
llevar a cabo. El poder que una mujer se otorga a sí misma con el paso de los
años es algo que refleja muy bien Oprah Winfrey con estas palabras:
“Me maravillo de que a esta edad esté todavía desarrollándome, buscando
cosas y saliendo de las fronteras personales para adquirir más ilustración.
Cuando tenía veinte años pensaba que habría alguna edad adulta mágica a la que
llegaría, acaso los treinta y cinco, y mi “situación de adulta” sería completa.
Es gracioso cómo esta cifra fue cambiando en el curso de los años y
cómo incluso a los cuarenta, calificados por la sociedad como edad mediana, sigo
sintiendo que no era la adulta que tenía la certeza de llegar a ser.
Ahora mis expectativas vitales han sobrepasado cualquier ensueño o
esperanza que imaginara nunca y tengo la seguridad de que hemos de continuar
transformándonos para convertirnos en lo que tenemos que ser”.
¿Qué le ocurre al
cerebro femenino?
Nuestras hormonas constituyen una parte importante en la
construcción de nuestra realidad, pues influyen en la percepción de nuestras
experiencias, nuestros valores y nuestros deseos.
A partir de cierta edad el pulso de estas sobre el cerebro
femenino es mucho más estable, lo que contribuye a que la mujer pueda destacar
sin interferencias sus prioridades.
La variable concentración de estrógenos en nuestro cerebro a
lo largo de nuestra vida nos hace centrarnos en el amplio campo de las
emociones, la comunicación y la empatía. Por eso solemos tomar decisiones que
nos empujan a comprender y a sentir.
O sea, que los estrógenos estimulan tanto nuestro humor como nuestros
pensamientos, nuestros impulsos, nuestra sexualidad, nuestros comportamientos y
nuestro bienestar.
Así se conforman, según la neuropsiquiatra Louann
Brizendine, “muchas aptitudes únicas: sobresaliente agilidad mental, habilidad
para involucrarse profundamente en la amistad, capacidad casi mágica para leer
las caras y el tono de voz en cuanto a emociones y estados de ánimo y una gran
destreza para desactivar conflictos”.
Las hormonas
femeninas
Digamos que, a partir de la mitad de la década de los 40, la
mujer comienza a entrar en el recorrido final de su montaña rusa emocional.
Gracias a estos cambios cerebrales una mujer siente la necesidad de hacerse
justicia a sí misma.
Es decir, que el reloj biológico dispara la alarma cerebral
necesaria para que la mujer cuide de sí misma y se autocomplazca. Así, hace
casi obligado el autoconocimiento y el crecimiento personal que por una mezcla
de cuestiones sociales y biológicas la mujer ha estado posponiendo.
En el cerebro de mujeres como Sylvia veríamos que la máquina
creadora de impulsos hormonales dejaría de ser tan variable en el envío de
estrógenos y progesterona. Como consecuencia, comienza a cesar el ciclo
menstrual.
Así, la máquina se vuelve mucho más precisa y estable. A
raíz de esto, la amígdala (nuestra centinela emocional) dejará de crear
aquella bruma que nos impedía ver la realidad de manera objetiva o que nos
hacía interpretar como amenazante aquellos que no lo era.
Del mismo modo, aquellos circuitos que unen las áreas de
procesamiento emocional (amígdala y sistema límbico) y las áreas cuya función
es analizar y enjuiciar nuestra toma de decisiones (corteza prefrontal) estarán
mucho más sincronizadas.
Por lo tanto, actuarán de manera coherente y, si cabe,
predecible para sí misma.
Dado que ya no hay una activación desproporcionada de estas
zonas la mujer se vuelve mucho más equilibrada, logra pensar con mayor claridad
y no se desborda con tanta facilidad.
Por otro lado, la cascada de dopamina y oxitocina se
autorregula de la misma forma, por lo que la fémina comienza a priorizar el contacto
consigo misma.
En otras palabras, la mujer comienza a maravillarse con su potencial y
conectar con su realidad de otra manera. Es en este momento que se entona el
cántico de la libertad emocional, de un nuevo equilibrio y de una redefinición
vital que hará que se sienta mucho más plena.
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