sábado, 7 de noviembre de 2015

EL FANTÁSTICO CEREBRO DE LA MUJER MADURA

Llega una edad en la que nuestro reloj biológico nos alerta para que cuidemos de nosotras mismas, nos autocomplazcamos y llevemos a cabo ese crecimiento personal que hemos estado posponiendo

Sylvia es una mujer de 48 años que se levantó una mañana y, muy decidida, se dijo a sí misma: “Se acabó, hasta aquí hemos llegado. Quiero el divorcio”. Estaba convencida de que su marido pensaba demasiado en sí mismo y que la relación no iba a ningún lado.

Se dio cuenta de que había pasado gran parte de su vida cuidando de los demás y rodeándose de personas que solo se preocupaban de sí mismas. O sea, que de repente en la mente de Sylvia se disipó aquella niebla que le impedía ver y pudo comprender aquello que antes no alcanzaba.

De alguna manera algo había cambiado, alguna de las cuerdas de su corazón se tensaron y, paradójicamente, Sylvia se dio cuenta de que tenía que cuidarse a sí misma de una vez.

Quería sacarle partido a la vida, quería deshacerse de aquello que no funcionaba, hacer una limpieza en su día a día…

El cerebro de la mujer después de los 40

El cerebro de la mujer tras los 40 es una bomba de relojería que está emprendiendo su última vuelta hormonal. Cada año de la vida de la mujer riega y abona sus conexiones neuronales; como consecuencia de esto, tiene cada vez nuevos y mayores pensamientos, emociones e intereses.

Como sabemos, dado que en el cerebro de la mujer se suceden cambios de manera constante durante toda su vida. Su realidad no es tan estable como la de un hombre. De hecho, se dice que la realidad neurológica de un hombre es como una montaña, pues los cambios que acontecen en su estructura son casi imperceptibles.

Sin embargo, la realidad femenina es como el clima, cambiante y difícil de predecir. Así que, si esto puede cambiar semanalmente tanto, ¿qué puede suponer una vida repleta de montañas rusas hormonales?

El maravilloso don de ser mujer después de los 40

Tal y como le sucedió a Sylvia, miles de mujeres comienzan a cuestionarse su vida en cierto período de su vida. Se plantean qué les ha llevado hasta el lugar en el que están, qué anhelan y qué pueden cambiar.

Esto sucede porque, de alguna forma, quieren conciliar sus responsabilidades sin seguir sacrificándose a sí mismas, a sus deseos y a sus inquietudes. Por eso comienzan a asumir riesgos que les permitan redescubrir aquella senda de la que un día se apartaron.

Por eso es probable que la mujer en estas edades comience a deshacerse de la suciedad de sus lentes, se sienta mucho más despierta y activa y quiera limpiar su vida de situaciones y exigencias a las que se ha sometido emocionalmente.

En definitiva, lo que ocurre es que a cierta edad nuestra realidad comienza a cambiar y todo parece mucho más nítido y mucho más fácil de llevar a cabo. El poder que una mujer se otorga a sí misma con el paso de los años es algo que refleja muy bien Oprah Winfrey con estas palabras:

“Me maravillo de que a esta edad esté todavía desarrollándome, buscando cosas y saliendo de las fronteras personales para adquirir más ilustración. Cuando tenía veinte años pensaba que habría alguna edad adulta mágica a la que llegaría, acaso los treinta y cinco, y mi “situación de adulta” sería completa.

Es gracioso cómo esta cifra fue cambiando en el curso de los años y cómo incluso a los cuarenta, calificados por la sociedad como edad mediana, sigo sintiendo que no era la adulta que tenía la certeza de llegar a ser.

Ahora mis expectativas vitales han sobrepasado cualquier ensueño o esperanza que imaginara nunca y tengo la seguridad de que hemos de continuar transformándonos para convertirnos en lo que tenemos que ser”.

¿Qué le ocurre al cerebro femenino?

Nuestras hormonas constituyen una parte importante en la construcción de nuestra realidad, pues influyen en la percepción de nuestras experiencias, nuestros valores y nuestros deseos.

A partir de cierta edad el pulso de estas sobre el cerebro femenino es mucho más estable, lo que contribuye a que la mujer pueda destacar sin interferencias sus prioridades.

La variable concentración de estrógenos en nuestro cerebro a lo largo de nuestra vida nos hace centrarnos en el amplio campo de las emociones, la comunicación y la empatía. Por eso solemos tomar decisiones que nos empujan a comprender y a sentir.

O sea, que los estrógenos estimulan tanto nuestro humor como nuestros pensamientos, nuestros impulsos, nuestra sexualidad, nuestros comportamientos y nuestro bienestar.

Así se conforman, según la neuropsiquiatra Louann Brizendine, “muchas aptitudes únicas: sobresaliente agilidad mental, habilidad para involucrarse profundamente en la amistad, capacidad casi mágica para leer las caras y el tono de voz en cuanto a emociones y estados de ánimo y una gran destreza para desactivar conflictos”.

Las hormonas femeninas

Digamos que, a partir de la mitad de la década de los 40, la mujer comienza a entrar en el recorrido final de su montaña rusa emocional. Gracias a estos cambios cerebrales una mujer siente la necesidad de hacerse justicia a sí misma.

Es decir, que el reloj biológico dispara la alarma cerebral necesaria para que la mujer cuide de sí misma y se autocomplazca. Así, hace casi obligado el autoconocimiento y el crecimiento personal que por una mezcla de cuestiones sociales y biológicas la mujer ha estado posponiendo.

En el cerebro de mujeres como Sylvia veríamos que la máquina creadora de impulsos hormonales dejaría de ser tan variable en el envío de estrógenos y progesterona. Como consecuencia, comienza a cesar el ciclo menstrual.

Así, la máquina se vuelve mucho más precisa y estable. A raíz de esto, la amígdala (nuestra centinela emocional) dejará de crear aquella bruma que nos impedía ver la realidad de manera objetiva o que nos hacía interpretar como amenazante aquellos que no lo era.

Del mismo modo, aquellos circuitos que unen las áreas de procesamiento emocional (amígdala y sistema límbico) y las áreas cuya función es analizar y enjuiciar nuestra toma de decisiones (corteza prefrontal) estarán mucho más sincronizadas.

Por lo tanto, actuarán de manera coherente y, si cabe, predecible para sí misma.

Dado que ya no hay una activación desproporcionada de estas zonas la mujer se vuelve mucho más equilibrada, logra pensar con mayor claridad y no se desborda con tanta facilidad.

Por otro lado, la cascada de dopamina y oxitocina se autorregula de la misma forma, por lo que la fémina comienza a priorizar el contacto consigo misma.

En otras palabras, la mujer comienza a maravillarse con su potencial y conectar con su realidad de otra manera. Es en este momento que se entona el cántico de la libertad emocional, de un nuevo equilibrio y de una redefinición vital que hará que se sienta mucho más plena.




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