LA CONSCIENCIA DEL SISTEMA INMUNE
Neurociencia-neurocultura: Reflexiones sobre la Gestión del
estrés
Dr. Tomas Álvaro
Médico patólogo y licenciado en psicología clínica, es
también científico e investigador de la respuesta inmune contra el cáncer, con
más de 100 publicaciones científicas. Tomás Álvaro dedica todo su esfuerzo
profesional a investigar los tumores que hacen los linfocitos desde un punto de
vista distinto de lo habitual y actualmente es director del Centro Médico
Arjuna.
Facebook:
Centro Arjuna Tortosa
Web:
www.arjunatortosa.org
Preguntas atrevidas
El sistema inmune (SI) desarrolla un papel fundamental en
nuestra salud física y espiritual. Constituye un auténtico cerebro periférico
compuesto por linfocitos, esos pequeños vórtices energéticos transmisores de
conciencia que vehiculan nuestros pensamientos hasta hacer diana en cada una de
las células de nuestro cuerpo.
En este escrito, podríamos explicar que nuestro sistema
inmune reside en los órganos linfoides, las amígdalas, los ganglios linfáticos
o la médula ósea, pero solo diremos que es un sistema ubiquitario, vivaz y
dinámico, que transita de forma permanente por el sistema circulatorio y que no
deja un solo milímetro de nuestro ser descuidado desde antes de nacer y hasta
la muerte.
Podríamos explicar que hablar de sistema inmune es una gran
simplificación y que en realidad cuando lo hacemos estamos metiendo en el mismo
saco linfocitos, mastocitos, polinucleares o macrófagos, pero solo diremos que
entre todos ellos constituyen un auténtico ejército de especialistas con
funciones específicas y a veces encontradas, que encarnan literalmente nuestro
sexto sentido.
Podríamos explicar que solo de linfocitos tenemos circulando
por la sangre y entre nuestras células más de 1000 gramos de los mismos, un
auténtico órgano principal, pero solo diremos que tenemos más linfocitos que
neuronas, capaces de recoger y enviar información de forma simultánea a cada
rincón de nuestro cuerpo, y que no hay condición patológica sin participación
inmune o inflamatoria.
También podríamos explicar que cada uno de esos elementos
específicos leen su ambiente, analizan la información y luego seleccionan el
programa de comportamiento adecuado, pero solo diremos que el sistema inmune
está a nuestras órdenes para hacernos vivir y aprovechar las oportunidades que
la vida nos da, ya sean estas dolorosas como cuando se manifiestan en forma de
una infección o un tumor, o cuando son dichosas, como cuando comemos nuestro
plato favorito o hacemos el amor.
Podríamos explicar que las cartas de poder del sistema
inmune están representadas por las linfocinas, los productos de secreción de
los linfocitos, pero solo diremos que ellas son sus mensajeros y portadores de
sus órdenes de trabajo, y que sus mejores amigas y enamoradas son las hormonas
del sistema endocrino, con las que siempre están abrazadas.
Podríamos explicar que no hay dos sin tres, y que sistemas
inmune y endocrino se alían con el nervioso y entre los tres forman un
triángulo de información en donde el sistema nervioso impone su melódico ritmo,
el del día y la noche, el de la luz y la oscuridad, el del bienestar y el
malestar, el del placer y el dolor, el de los períodos de sueño y el ritmo
circadiano. Pero solo diremos que esa conversación nunca cesa, ni tan siquiera
cuando dormimos y mucho menos cuando nos quedamos sin energía. Precisamente es
en esos casos cuando nuestro sistema inmune se la lleva toda; justamente es
cuando más la necesita para desempeñar su trabajo en esos momentos de
enfermedad o depresión, y que es por eso que los problemas de sueño se asocian
a tantas enfermedades y problemas.
Pero quizás no toque aquí y ahora hablar de este tipo de
cosas: basten para esos aspectos las meras notas apuntadas. En cambio la
propuesta de este escrito será una invitación atrevida a hacernos e intentar
contestar otro tipo de preguntas: ¿podrá el pensamiento afectar nuestro sistema
inmune?; ¿podrá la consciencia afectar la materia?, ¿podríamos utilizar
deliberadamente la intención para mejorar nuestro sistema inmune?
Y algunas respuestas
No vamos a entretener las respuestas para el final. Iremos
directamente al grano para decir que toda esta extraordinaria maquinaria
neuro-inmuno-endocrinológica está permanentemente a nuestras órdenes y que cada
uno de nosotros, de forma consciente o no, la estamos movilizando en cada
segundo de nuestra existencia. Y podemos añadir que tenemos buenas noticias
para nuestro hemisferio izquierdo lógico e intelectual, ya que no tendremos que
esperar otros 50 años para disponer del conocimiento que explica paso a paso
todo el proceso. Efectivamente, es nuestro cerebro el que coordina y envía sus
órdenes a través del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal y pone en marcha la
secreción de una serie de hormonas que alcanzan los linfocitos, los cuales en
última instancia transmiten aquellas órdenes, las del cerebro. Y también a
través del sistema nervioso autónomo, simpático y parasimpático, al cual el
sistema inmune presta especial atención y escucha en cada momento.
Si damos un pequeño paso atrás y contemplamos este paisaje
con un poco de distancia, contemplaremos como nuestros pensamientos, actitudes
y creencias crean las condiciones de nuestro cuerpo a través de los sistemas de
control homeostático de nuestro organismo, los sistemas nervioso, endocrino e
inmune. El estado emocional filtra y modula la percepción para que los
estímulos ambientales, los factores psicosociales, los estresores que vivimos y
en general todo aquello que nos importe, produzca determinado tipo de impacto
sobre el cerebro. Este utiliza el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal por un lado,
y el sistema nervioso vegetativo por el otro para comunicarse con el sistema
inmune. Los intermediarios son las moléculas de información que corresponden a
cada uno de esos tres sistemas, esto es, las hormonas del sistema endocrino,
los neurotransmisores del sistema nervioso y las linfocinas del sistema inmune.
Y en sentido inverso el proceso también funciona: el sistema
inmune recoge información periférica de estresores infecciosos o inflamatorios
radicados en cualquier órgano o tejido del cuerpo, y a través de la secreción
de linfocinas informa al cerebro de lo que ocurre, el cual, con la información
adecuada, pone en marcha las correspondientes estrategias de comportamiento.
Es decir, que los efectos del comportamiento están mediados
por las citocinas del sistema inmune, ya sea el estresor
infeccioso-inflamatorio (en el sentido sistema inmune-sistema nervioso) o bien
ambiental-psicológico (en el sentido sistema nervioso-sistema inmune), pero en
ambos casos el sistema de respuesta es común: el sistema nervioso modula el
sistema inmune y viceversa: el sistema inmune informa al sistema nervioso.
El Sistema Inmune,
nuestro sexto sentido
El SI es nuestro cuidador, padre o madre perfecto... siempre
que se le permita disponer de la información adecuada. El sistema inmune
representa nuestro sexto sentido, aquel que informa de lo que no se puede ver,
ni tocar, ni degustar, ni oír, ni oler. Pero sí es capaz de traducir
información ambiental que no es captada por otros sentidos al cerebro,
estímulos no cognitivos o premonición de enfermedad, por poner un ejemplo. Y
entendemos ahora el sustrato orgánico de nuestra intuición ante un apetecido o
rechazado plato de comida o la sensación de pródromos que empezamos a sentir
antes de enfermar. Y vemos como el sistema nervioso, endocrino e inmune
encarnan así en nuestro organismo literalmente el proceso de la consciencia,
que queda impreso en nuestros tejidos a partir de nuestras vivencias. Y nos
explicamos ahora como la persona puede enfermar y hasta morir a consecuencia
del sufrimiento. Y entendemos ahora que no era poesía la afirmación de que
darse cuenta, encontrar sentido, produce tal revolución fisiológica en el
organismo a través de la tormenta del cambio de creencias. Y vislumbramos como
la comprensión psicológica del mensaje que acarrea cada grave enfermedad
ilumina el área cerebral que enviará sus órdenes al SI para que ponga fin al
conflicto, ahora ya resuelto.
A la mayoría de las personas les resulta más natural
entender que nuestro cerebro incida sobre el sistema inmune que lo contrario,
pero ambas cosas ocurren por igual, y el sistema inmune afecta al cerebro y a
la conducta. ¿Cómo? El sistema nervioso tiene receptores para linfocinas que
son la consecuencia de la percepción de este auténtico sexto sentido cuyo
efecto consiste en provocar los cambios en la fisiología y el comportamiento
que acarrea la enfermedad: la fiebre, el adormilamiento, la falta de apetito y
de ingesta de comida y bebida, la disminución de la actividad exploratoria o la
disminución del comportamiento social y sexual, por mencionar unos cuantos
significativos. Estas son las estrategias del organismo en respuesta al
estímulo de las correspondientes linfocinas liberadas por los linfocitos que
desarrollan su batalla en el campo de la infección o el tumor. Y es en
particular la célula glial, la célula inmune del cerebro, ese macrófago
modificado y portador de la energía magnética (eléctrica la neurona), la que se
muestra sensible al impacto del estresor, ya sea este físico o psicológico, y
pone en marcha la cascada neuro-hormonal-inmune que acabará produciendo su
impacto sobre cada célula del organismo.
Así, los linfocitos constituyen auténticos órganos
sensoriales unicelulares, capaces de detectar en una relación individual célula
a célula el reconocimiento, por ejemplo, de una célula tumoral por una célula T
o NK (natural killer, células asesinas naturales). El sistema inmune tiene
capacidad de aprendizaje, memoria y evolución, y más aún, es capaz de aprender
parámetros afectivos y cognitivos ligados a la experiencia y así afectar al
cerebro y al comportamiento, tanto en el presente como en el futuro, al
rememorar la percepción o la vivencia que ha quedado grabada literalmente en
los aspectos somáticos del individuo. Es precisamente el sistema inmune el que
transmite ese aprendizaje a cada célula del cuerpo, constituyéndose así en el
primer embajador y especialista en relaciones públicas de nuestro organismo. Y
naturalmente, como terrestre y humano que es, adquiere automáticamente la
capacidad de equivocarse y de confundir el cuidado con el dominio, como un
padre celoso que en su afán de cuidado se excede y cae en la trampa de la
sobreprotección, que cuando nos referimos al SI conocemos como autoinmunidad.
Una capacidad de aprendizaje y de memoria que demostró
Robert Ader hace ya varias décadas. Primero alimentó a ratas con azúcar junto
con un producto químico inhibidor del sistema inmune. Tras repetir esto durante
un tiempo, la simple ingestión de agua azucarada, ahora ya sin fármaco alguno,
produjo igualmente la supresión de clones linfocíticos. El sistema inmune había
aprendido una inmunosupresión condicionada ligada al comportamiento. Si esto es
capaz de hacer el sistema inmune de la rata, ¿qué no será capaz de hacer el
sistema inmune humano? El sistema inmune es capaz de emular el comportamiento
de nuestros padres, pudiendo confundir el cuidar con el dominar, en el difícil
ejercicio de equilibrio que propicia cualquier situación de comunicación
excepcional y privilegiada como la de padre-hijo o SI-célula orgánica, que con
tanta frecuencia da lugar a graves conflictos. Sirvan las ratas de Ader y las
numerosas replicaciones del experimento de mil formas diferentes como ejemplo
ilustrativo de condicionamiento clásico en donde el psiquismo modula la función
inmune, comunicación que, como ahora ya sabemos, utiliza un lenguaje bioquímico
a través de mediadores como hormonas, neurotransmisores y citoquinas.
Será fácil comprender ahora como diversos factores psicosociales,
el estrés, nuestro tipo de personalidad, la preocupación, nuestro modo de
afrontamiento, el apoyo social, el duelo, el conflicto de pareja, la depresión,
la ansiedad, un desastre natural o un conflicto bélico producen un patrón de
impacto específico sobre el SI que a la postre elabora el patrón de respuesta
inmune propio de cada individuo, una forma de encarnar la experiencia en el
organismo de la que, junto a la suma de otros factores como la edad, la dieta y
otros, dependerá su estado de salud o enfermedad, y en caso de esta última, qué
tipo de enfermedad y qué órgano se afectará, según comandará la glía receptora
del impacto físico y/o emocional.
Las expresiones afecto-cognitivas son específicas respecto a
células o péptidos de comunicación. Sabemos que al disminuir la ansiedad
aumentan de manera específica los linfocitos CD4, que la asertividad produce un
aumento de linfocitos CD8 y NK, que confesar secretos de culpabilidad produce
un aumento del número de linfocitos o que las hormonas del estrés disminuyen
los elementos NK circulantes. Para nosotros estos detalles son irrelevantes en
este momento. Lo que queremos ilustrar es el concepto de bioinformación, la
suma de cognición y biología. Que toda memoria es biocognitiva y que la mente
se encuentra en todo el cuerpo. Y que el hecho de que el SI posea la capacidad
de aprender parámetros afectivos y cognitivos nos explica porqué el recuerdo
reproduce respuestas fisiológicas. Las impresiones que vivimos conforman
nuestra realidad personal y constituyen un campo de bioinformación holográfico
que se expresa a través de portales manifiestos como son el campo biológico y
el campo mental. Y entendemos así la patología como una indefensión crónica en
un tejido de mente, cuerpo e historia personal donde existen tantos tipos de
respuesta inmune como condiciones patológicas.
¿Para qué sirve todo
esto?
De esta interacción neuro-inmunológica nace el uso
terapéutico de la estimulación cortical en la enfermedad, pero también del
estímulo intencional y guiado mediante la percepción y el pensamiento. Se trata
de utilizar el sistema de recompensa cerebral, que produce un refuerzo positivo
del SI dependiendo del estado emocional (capaz, como ya se dijo, de alterar la
percepción), a través del circuito límbico-hipotalámico, es decir, lo mismo que
produce en condiciones normales el agua, la comida o el sexo en su cotidiana
caricia de nuestro SI.
El impacto del estrés psicológico sobre el SI humano ha sido
ampliamente explorado y estudiado. En estos momentos conocemos el efecto
específico de los estresores agudos, los estresores naturales breves o los
estresores crónicos y como sus efectos dependen del tipo y la secuencia de
eventos. Especialmente es el estrés crónico el que disminuye la función inmune,
el número y la función de células NK, las poblaciones linfocitarias, la
proliferación linfocitaria, la producción de Ac y la reactivación de
infecciones virales latentes. Pero para nosotros lo interesante en este momento
es comprender que el SI no es autónomo, sino que responde a gran número de
señales internas y externas y a otros sistemas, el endocrino y el nervioso,
constituyendo así un auténtico eslabón entre la consciencia y la materia o, si
se quiere decir así, donde radica el puente entre la ciencia y el espíritu. Y por
tanto que no es la situación en sí o el hecho vivido, sino la manera en que el
individuo afronta una situación emocional la que es capaz de producir
variaciones significativas en la respuesta inmune. Que no es lo que te pasa,
sino como lo vives lo que se encarna en ti. Y eso va a depender de tu estado
emocional, de tu nivel de recursos defensivos, tanto individuales como del
apoyo del grupo, de si decides compartir el dolor o vivirlo en soledad, buscar
ayuda o reprimir la experiencia, expresar el conflicto emocional o enquistar el
problema. A todo ello irá respondiendo puntualmente el sistema
neuro-hormonal-inmune, guiado por la consciencia del individuo, y encarnado
fielmente en cada célula del organismo.
Y el rompecabezas entero empieza a cuadrar. La respuesta
selectiva ante estímulos agradables o desagradables. Los correlatos entre las
emociones y los estados fisiológicos. Los patrones específicos de respuesta
inmune para cada tipo de enfermedad, de tumor, de órgano o de tipo celular
afecto. La influencia en la salud del estatus socioeconómico o las variables
sociales, capaces naturalmente de elevar el riesgo de enfermedades
inflamatorias, regular la expresión génica de los linfocitos o producir un
aumento estadístico de morbilidad y mortalidad. Y empezamos a vislumbrar los
mecanismos epigenéticos por los que tanto el estrés como la depresión se
asocian a defectos en la reparación del ADN y a alteraciones de la apoptosis. Y
como la manera de afrontar el estrés y también la intervención psicológica
inciden de forma directa sobre la evolución y la supervivencia de enfermos de
SIDA, cáncer de mama o enfermedad cardiovascular.
Y empezamos a entender nuestro secuestro de energía en el
momento en que enfermamos. Las linfocinas del foco inflamatorio o tumoral
informan a nuestro cerebro, el cual afecta el comportamiento dando fatiga,
adormilamiento o disminución del comportamiento social y locomotor. Pero es que
esa es la estrategia de la que el organismo dispone para ahorrar energía, ahora
requerida para activar el sistema nervioso vegetativo, el eje
hipotálamo-hipofisario-adrenal y el sistema inmune. Y no es preciso que estemos
enfermos para que el sistema entre en funcionamiento: hasta el estado civil
lleva parejo determinado estado fisiológico que determina el grado y tipo
específico de funcionamiento de los sistemas cardiovascular, endocrino e
inmune. Y construimos así nuestro patrón individual y específico de respuesta
inmune, auténtico carné identificativo encarnado en cada una de nuestras
células, memoria y recuerdo de nuestras experiencias vividas, contenedor de
futuros momentos de gloria y ásperos escollos de sufrimiento y enfermedad. Todo
eso contiene nuestro SI y algunas cosas más. Y ahora, por primera vez, aún
considerando los microbios o los contaminantes como agentes que las provocan,
se vislumbran las verdaderas causas de la enfermedad como individuales y
sociales. Y con Lewontin, podemos considerar el organismo como constructor
activo de su propio ambiente, en contra del determinismo genético y a favor de
una participación activa en la construcción del estado de salud y enfermedad.
Las edades del
Sistema Inmune
El estrés prenatal disminuye el peso fetal y se asocia a
parto prematuro y bajo peso al nacer. También afecta al sistema inmune a lo
largo de todas las etapas de la vida: en la adolescencia disminuye la respuesta
vacunal, en el adulto aumentan los niveles de cortisol y en el anciano se
asocia a un incremento de alteraciones metabólicas y cardiovasculares. Es
decir, que el estrés prenatal y en la vida temprana produce un importante
impacto sobre la fisiología y función inmunes. Y esto ocurre debido a que las
experiencias estresantes durante el desarrollo fetal y primeras etapas de la
vida alteran la respuesta del sistema nervioso, el sistema endocrino y el SI.
Encontramos así sentido a tantas técnicas transpersonales de inducción de
estados no ordinarios de conciencia y trabajo sobre matrices perinatales. Es
preciso regresar al momento en que el flujo quedó bloqueado, fue en aquel campo
de batalla donde se perdió la llave que abrirá la puerta a sucesivos y más
elevados estados de desarrollo y evolución personal.
En el otro extremo de la vida sabemos que el envejecimiento
se asocia a alteraciones endocrinas, cognitivas y autoinmunes que,
naturalmente, se asocian a cambios inmunológicos y respuestas inflamatorias de
las que dependen el incremento en infecciones, tumores, enfermedades
autoinmunes, cardiovasculares y metabólicas propias de esta etapa de la vida.
Pero también encontramos ancianos sanos, con un buen estado de bienestar y
capacidad cognitiva conservada. Cuando se estudia en ellos el SI es posible
comprobar como su función se encuentra conservada. ¿Cómo es eso posible
sabiendo que a partir de los 50 años el timo ve reducida su habilidad de
producir nuevas células T y a partir de los 60 años es incapaz de hacerlo? Pues
bien, lo que comparten estos ancianos es el disfrute de un buen apoyo social.
Lo que sucede en la sociedad occidental es que normalmente este disminuye
considerablemente con la edad, y se ha comprobado que es la soledad la que se
asocia directamente con la disminución de la función inmune que acarrea todos
los problemas mencionados. Esto es, igual que ya sabíamos que en el recién nacido
su tallo cerebral codifica de igual manera un episodio de hipoxia y la
deprivación afectiva, en el anciano el estrés y el envejecimiento también
desarrollan el mismo papel nocivo sobre la función inmune.
La salud: un sentido
claro del Yo
La salud es integridad en busca de sentido. Y para conocer
la integridad primero es preciso contar con la capacidad de
autorreconocimiento. El timo, ese pequeño y discreto órgano, representa en
nuestro organismo el sistema de autoreconocimiento celular, en diálogo permanente
con otra glándula todavía más pequeña y fundamental, la pineal, el principal y
más importante activador central del SI.
Es en el seno de la glándula tímica donde se produce el
maravilloso proceso del autoreconocimiento. Sus células nodrizas epiteliales
reciben en audiencia a los linfocitos T y a través del Complejo Mayor de
Histocompatibilidad (MHC) se produce un proceso de selección negativa que
conduce nada menos que a un 95 % de obediente autosuicidio celular a través del
mecanismo de apoptosis. En condiciones normales apenas un 5 % de linfocitos T
sobrevivirán a la entrevista y dejarán atrás el timo en su largo viaje para
iniciar su importante función: establecer los límites entre el yo y lo ajeno,
ese papel primordial del SI mediado por los receptores de identidad o
receptores de histocompatibilidad, herramientas que el SI utiliza para
distinguir lo propio de lo ajeno.
De una manera muy sencilla podríamos decir que en
condiciones normales las células del SI en su continua ronda de vigilancia por
el organismo van interactuando con todos y cada uno de sus elementos formes. En
su proceso de reconocimiento de las células normales, a través fundamentalmente
de moléculas MHC, tras un saludo cordial cada cual sigue su camino. También
formando parte del proceso fisiológico de funcionamiento, cuando una célula
somática es portadora de una anomalía, tal vez una mutación que no ha podido
ser reparada o tal vez la lesión por un virus, entonces la célula
correspondiente del SI detecta principalmente la ausencia de moléculas de clase
I de MHC en dicho elemento, y tras un saludo inicial inicia su proceso de
destrucción. Este rito se autoperpetúa en nuestra economía desde antes de
nuestro nacimiento y hasta la muerte, en una noria continua de muerte y renacimiento
celular cuya velocidad va disminuyendo con los procesos de estrés y
envejecimiento, como ya hemos visto.
Pero, ¿cómo, entonces, es posible que se produzcan esas
auténticas fobias del SI a las que llamamos alergias? ¿Y qué sucede cuando
nuestro organismo desarrolla tumores que amenazan su integridad? Pues es aquí
cuando empezamos a confundir amigos con enemigos en nosotros mismos y a esa
pérdida de autorreconocimiento le llamamos autoinmunidad; o cuando nuestra
consciencia se queda dormida y no se entera de que algo se está pudriendo en
nuestro interior, confundiendo ahora a enemigos con amigos, ordenando a nuestro
SI que sea tolerante y permita el crecimiento de la clona tumoral que pondrá a
prueba nuestra integridad si no somos capaces de descifrar su mensaje. El SI
posee la capacidad de erradicar el cáncer, y de hecho en eso consiste buena
parte de su trabajo normal. Pero el SI percibe a la mayoría de tumores como
«self», como sí mismo o como algo propio. Y por tanto, calla. Cuando nos
asomamos al microscopio podemos ver escenificada la batalla de la pérdida del
autorreconocimiento conformando el infiltrado inflamatorio exagerado y
destructor del parénquima tiroideo en la tiroiditis autoinmune, o la inocente
respuesta inmune antitumoral que se muestra ineficaz ante el avance contundente
de un cáncer de mama, ya que el SI recibió la orden de callar en un proceso
equivocado de anergia obligado a interpretar que el tumor le pertenece.
El Sistema Inmune, un
sistema caótico manejado por la Consciencia
Y seguimos añadiendo piezas al rompecabezas. Y entendemos
ahora como los rasgos de la personalidad o el apoyo social afectan a parámetros
biológicos, afectivos, cognitivos y de comportamiento. Y por primera vez nos
encontramos en disposición de predecir de forma eficaz qué pacientes, con qué
tipo de personalidad o forma de afrontamiento, con qué enfermedad o tipo de
tumor u órgano afecto, se beneficiarán de qué tipo de intervención psicosocial,
de apoyo, expresiva o existencial. Porque ahora sabemos que podemos poner en
marcha una respuesta psicológica capaz de modular el eje sistema
nervioso-sistema endocrino-sistema inmune, y dirigir un auténtico tsunami de
citocinas, neurotransmisores y hormonas que utilizarán miles de proteínas y
reguladores tisulares de crecimiento celular que determinarán a nivel corporal
la presencia de enfermedad o no, y la progresión o curación de la misma.
Y vislumbramos ahora la auténtica dimensión de nuestro SI.
Aún a sabiendas de su tremendo poder, es capaz de mostrar su mayor rasgo de
grandeza al mostrarse sumiso a otros mecanismos que le controlan a él: el
comportamiento, la actitud y la intención, herramientas disponibles en manos de
nuestra Consciencia. Y descubrimos maravillados el potencial que reside en
nosotros para afectar una enfermedad física desde la mente. Y encontramos
certeza en el papel de la psicoterapia y el apoyo al paciente oncológico como
pieza fundamental en el proceso de cambio de creencias que lleva desde el
cambio mental hasta el cambio tumoral movilizando todas esas herramientas que
el organismo le brinda.
Y comenzamos a entender el milagro de las regresiones
espontáneas de tumores avanzados, y la continua catarata de casos y más casos
clínicos de curaciones imposibles de tumores avanzados, de enfermedades autoinmunes
curadas cuyos antiguos diagnósticos ahora se cuestionan, de enfermedades
genéticas cuyos genes y su expresión fueron controlados por la fuerza
epigenética de la Consciencia.
Y nuestra inquietud intelectual encuentra consuelo al
conocer la relevancia de las leyes del caos y el efecto mariposa sobre el SI.
Ya sabíamos que los sistemas biológicos manifiestan muchas de las
características y leyes de las Teorías del Caos, así es que recibimos con gozo
la sorpresa de comprobar estructuras fractales y atractores capaces de
determinar el comportamiento clínico o la respuesta inmune en la interacción
con el tumor. Y entendemos el efecto curativo literal de aquella mirada, aquel
abrazo o aquel acto de comprensión amorosa y de perdón que hizo verdad que
dadas unas condiciones iniciales, la más mínima variación en ellas pueda
provocar que el sistema evolucione en formas totalmente diferentes. Fue aquella
pequeña perturbación inicial la que, mediante un proceso de amplificación, pudo
generar un efecto tan grande que estableció la activación de respuesta inmune
que finalmente supuso la curación.
El poder del Sistema
Inmune
Los estímulos agradables, placenteros y felices que la vida
nos brinda se convierten en potentes inmunoestimuladores y mejoran el estado de
ánimo. A nuestro sistema inmune le gusta que le cuiden y hasta que le mimen y,
por supuesto, evitar aquellas cosas que no le sientan bien, y muy especialmente
las más venenosas, como los pensamientos de rabia, ira, pesimismo o desilusión.
Es posible influir en el SI a través de imágenes mentales y
pensamientos positivos. Y esta comprobación ha hecho prestar especial atención
al efecto de la psicoterapia y la intervención psicosocial. El tiempo de poner
en práctica una terapia psico-neuro-inmunológica ha llegado. Los niveles de
cortisol, prolactina, células NK, CD4 o CD8 pueden y deben ser modulados sin
recurrir a drogas ni trasplantes; los efectos psicológicos, el comportamiento
de salud y los efectos biológicos e inmunológicos son abordables desde el
diálogo y la tierna caricia de nuestro triángulo de paz, amor y libertad, esto
es nuestros sistemas nervioso, endocrino e inmune.
He aquí la farmacopea que alimenta y aviva nuestro SI: encontrar
el significado de la vida, una sexualidad plena y sin complejos, el sueño en
apropiada cantidad y calidad, una visión positiva de la vida, una buena
autoestima, cuidar la dieta, hacer ejercicios de relajación, actividad física
moderada, una expresión emotiva donde campen el juego, la risa, el amor y la
felicidad, contar con apoyo social y hacer meditación todos los días.
Todos ellos han sido estudiados y de todos ellos el lector
interesado podrá encontrar abundante bibliografía científica especializada. Un
solo y breve ejemplo, la contrapartida de la respuesta de estrés, esto es, la
respuesta de relajación. Con ella no sólo disminuye el consumo de oxígeno y
aumenta el óxido nítrico exhalado; sino que también disminuye el distress
psicológico y es posible producir cambios genómicos en el metabolismo celular.
Y entendemos ahora el auténtico poder curativo de la meditación, la oración, el
yoga, el tai-chi, los ejercicios respiratorios, la relajación muscular
progresiva, el biofeedback, la visualización guiada, o el qigong... potentes
herramientas del laboratorio molecular que no utiliza sondas ni probetas, solo
la potente herramienta de la respuesta de relajación.
Expresión emotiva
Las personas optimistas viven más que las pesimistas. Por
intuición, ¿verdad que nadie necesita verificar a través de un trabajo
científico que el optimismo fortalece el SI o que el pesimismo se asocia
estadísticamente con mortalidad? Pero ello ha sido probado, y ¿verdad que a
estas alturas ya no nos sorprende saber que el mecanismo es a través de la
modulación del SI?
Ahora bien, añadamos aquí una nota de atención: el optimismo
no siempre ejerce un efecto protector sobre el SI; sí ante estresores
sencillos, pero no ante estresores difíciles. Es decir, que no podemos dejar de
tener los pies en el suelo, que unos gramos de realismo nos van a ayudar a
nosotros y a nuestro SI, y que la disponibilidad de recursos y no esconder la
cabeza bajo el ala será la manera de salir del atolladero.
El rasgo inmune, ese típico estado inmune de un individuo
que varía a lo largo del tiempo y en diferentes contextos, va a perfilar las
experiencias, las enfermedades y su evolución. Y a través de la historia del
individuo, va a personificar, va a hacer tomar forma corporal, va a encarnar
literalmente y servir de filtro entre la vida y nuestro organismo a través de
ese maravilloso eslabón de la Consciencia representado por el SI.
Meditación e
inmunidad
No podíamos acabar este artículo sin hacer siquiera una
breve referencia específica al ejercicio de la meditación. Aunque solo fuera
porque las evidencias experimentales indican que las personas más eficaces son
aquellas que han adiestrado sus mentes, lo cual por cierto resulta de una
lógica aplastante. ¿Qué haría usted si pretende ser un virtuoso del piano? ¿O
un atleta de competición? Pues de la misma manera si lo que desea es trabajar
las zonas del cerebro asociadas a la atención o tener una consciencia plena de
las sensaciones, quizás sea una buena idea empezar a trabajar con la
herramienta que ofrezca esos beneficios: la meditación.
La meditación tiene efectos «dosis dependientes», produce
aumentos en el grosor de la corteza cerebral y deja su huella de forma
permanente en la estructura cerebral, remodelando determinadas partes del
cerebro. Eso sirve para integrar procesos emocionales y cognitivos, lo cual ya
es mucho, pero sobre todo permite el acceso a áreas más allá del intelecto y de
la razón y produce cambios significativos en las personas sanas, en su
fisiología, en sus emociones, en su pensamiento y en su nivel de Consciencia.
Quizás este pudiera ser el tema de un próximo artículo, el de la revisión de
los cientos de estudios disponibles sobre el efecto de la meditación sobre
diferentes enfermedades y patologías. De momento quede aquí constancia del
poderoso efecto de la meditación sobre la función inmune y los cambios físicos
cerebrales sobre corteza parietal y frontal, amígdala e hipotálamo, artífices
de su eficacia.
Conclusiones: ¿cómo
cuidar y mejorar nuestro Sistema Inmune?
El SI es el órgano con el que percibimos el Yo; constituye
un rasgo personal que prolonga nuestra personalidad. En este artículo apenas si
hemos apuntado las notas más elementales sobre anatomía, histología, fisiología
y patología que corresponden a los niveles de materia y energía del SI innato y
adaptativo. Hemos señalado hacia los niveles más sutiles de información del SI
reflejados en sus receptores y Ac, moduladores de sus funciones de memoria,
aprendizaje y relación. Y hemos revisado el nexo de la Consciencia con el SI a
través de la prolongación de nuestra personalidad o en forma de estrés, estado
civil, pensamiento o terapia psicológica, por citar unos cuantos elementos de
la ecuación, capaces de poner en marcha neuropéptidos, hormonas y linfocinas
que, como moléculas de la información, reciben el encargo de poner el dedo de
la Consciencia en cada célula de nuestro organismo.
Bajo condiciones adversas, cada tipo de estrés físico o
psicológico produce un patrón específico de impacto que recibe el órgano más
próximo según el sistema propio de creencias. Los genes son regulados por
señales ambientales y las células leen su ambiente, analizan la información y
luego seleccionan el programa de comportamiento adecuado para mantener su
supervivencia y su función. El sistema nervioso en forma de emociones y
pensamientos, creencias y conductas, envía sus mensajeros a través del sistema endocrino
que informa y alienta al sistema inmune, mientras que este a su vez actúa como
un sexto sentido, traduciendo el campo de bioinformación holográfico y
expresándolo a través de los portales físico, mental y espiritual de la persona
a través de cada linfocito que, como neuronas ambulantes, como pequeños
cerebros periféricos actúan como órganos de los sentidos para informar al
cerebro de lo que está pasando en cada rincón del organismo. Ese es el SI,
auténtico eslabón de enlace entre la Consciencia y la materia.
En este artículo hemos desgranado la idea de salud como una
condición genérica, presente estructuralmente, que se expresa diferencialmente
en una persona y en una sociedad concretas. La salud, así entendida, consiste
en tener un sentido claro del Yo, y es el Sistema Inmune su órgano perceptor,
como un auténtico sexto sentido en acción. El rasgo inmune personal representa
un muy particular carné de identidad, del que depende la respuesta vital, donde
están inscritos puntos flacos y de excelencia que a la larga determinarán el
trayecto vital de la persona.
Y nos hemos atrevido a formular esa gran pregunta, tratando
de mantenernos a la vez con la cabeza y la imaginación en el cielo y con los
pies y la prudencia en la tierra: ¿podrá nuestro pensamiento afectar nuestro
sistema inmune; podrá la consciencia afectar la materia; podríamos utilizar
deliberadamente la intención para mejorar nuestro sistema inmune? Y hemos visto
como el efecto de la Consciencia, el estímulo mediante la percepción, el pensamiento
y la intención disponible en la punta de nuestros dedos y de nuestras neuronas,
es capaz de influir sobre el SI de mil maneras extensamente exploradas: a
través de imágenes mentales, de la expresión emotiva, el amor, la risa, el
juego o la felicidad..., todos ellos y muchos más grandes moduladores del SI,
auténticas fuerzas terapéuticas y elementos esenciales para la estabilidad y el
desarrollo humanos.
Sirva como despedida la invitación a que difundas estos
conocimientos a quien los pudiera aprovechar, pero sobre todo a que los pongas
en práctica de forma personal, para que esa dichosa mezcla de amor, meditación
y consciencia hagan florecer tu alma, te hagan fluir en todo momento como el
agua fresca y pongan una gran sonrisa sobre tu faz.