LOS CUENTOS
DE HADAS DE ESTA SOCIEDAD
Hay cuentos de hadas que son hermosos, edificantes e inspiradores,
pero los cuentos de hadas de esta sociedad son para engañarnos y narcotizarnos
y resultan sumamente perversos y disparatados. Una sociedad empeñada en
hacernos creer que necesitamos lo que no necesitamos, afanada por hacernos
adictos a todo tipo de bagatelas y fruslerías, que valora y afirma el
envanecimiento, la prepotencia y la codicia desmesurada en lugar de los más
noble que pueda haber en el ser humano. En los perversos cuentos de hadas de
esta sociedad, se pone todo el énfasis en lo superfluo y lo banal y no en lo
esencial; se potencia la mezquindad, el egoísmo, la hipocresía e incluso la
ruindad. Una sociedad en la que no se justiprecia al ser humano como tal, sino
donde unos pocos encuentran el camino fácil para esquilmar a la mayoría, en la
que los políticos son verdaderos enfermos de ego y de voracidad, en la que
proliferan alegremente los embaucadores y donde los mentecatos y catacaldos
obtienen puestos de poder donde manipular impunemente a los demás. Incluso en
el ámbito del espíritu, surgen todo tipo de mercenarios, de desaprensivos
mistagogos, de falsarios que pontifican impúdicamente y prometen la salvación a
cambio, eso sí, de que los “acólitos” afirmen su ego-rascacielos y llenen sus
arcas. Una sociedad donde impera lo fatuo, lo gris, lo mediocre, y donde los
que muchas veces menos se lo merecen se convierten en “celebridades” en el
mundo del arte, la economía, la política u otros campos. Una sociedad, en suma,
que, en palabras de Emerson, y hoy más que nunca, “confabula contra el
individuo”.
El pensamiento positivo del que tanto se habla en la Nueva Era no quiere
decir no ver lo que es o evadirse u ocultarse de la contundente realidad. El
pensamiento positivo verdadero y dinámico, y no el estático, consiste en poder
mantener nuestros persistentes intentos de mejoramiento humano y autodesarrollo
a pesar del panorama oscuro que se nos presenta. Hay que aceptar lo que es para
poder empezar a cambiarlo. Para ello se requiere lucidez, por desgarradora que
resulte, pero desde la misma podremos empezar a cambiar la mente, pues, como
decía Buda, y muchos siglos después Krisnnamurti, la mente es el mundo y el
mundo es la mente. Si en la mente siguen anidando las tendencias latentes
insanas, impregnarán con su espantoso influjo a toda la sociedad.
Buda era intrépido y sabía que algo no deja de existir porque no
neguemos a verlo. Por eso en uno de sus sermones dijo: “Ven y mira”. Ver lo que
realmente es. Y si uno ve qué tipo de sociedad ha construido el ser humano
desde su mente ofuscada y codiciosa, puede haber por lo menos, y aunque sea a
nivel individual, una conmoción profunda que abra un hueco de luz
transformativa en la consciencia.
Los hindúes han denominado a esta era Kali-yuga. Se trata de una
era oscura en la que hay una total subversión de valores genuinos y muchas
personas sólo aspiran a conseguir poder para explotar, manipular, denigrar y
engañar. Muchas de estar personas se cuelan en la política, o en los poderes
fácticos o, en grupos de presión para oprimir a los demás. El poder es por su
propia naturaleza putrescible, del mismo modo que donde reina una competencia
salvaje no puede florecer la generosidad, la compasión y el amor.
Un mentor dijo: “Hay que ver la espina para poder arrancarla”. Y
el pensamiento positivo no es negarse a ver la espina con toda suerte de
autoengaños y falacias y decir que todo está mejorando, que las conciencias
están despertando, que hay un nuevo amanecer para la humanidad o que el regente
divino o seres de otros planos superiores ya velan por nosotros. El pensamiento
positivo es trabajar sobre nosotros mismos para humanizarnos y que los
potenciales positivos internos se actualicen. Ya lo enseñaban los sabios más
antiguos: “¡Enciende tus propia lámpara!”. Lo que sucede lamentablemente es que
todo está dicho paro nada está hecho.
Urge abandonar nuestro espíritu de borreguismo y comprender que
nadie puede liberarse por otro. Urge discernir por nosotros mismos y dirigirnos
hacia nuestro propio centro esencial. Urge el ocaso de los líderes y de los
ídolos de barro. Urge ver las cosas como son, sin los velos del pesimismo ni
del optimismo. Urge no dejarnos seducir y embotar por los perversos y
alienantes cuentos de hadas de esta sociedad sin escrúpulos. En ese cuento, los
rostros aparentemente atractivos de las hadas no son más que máscaras que
ocultan caras feas y deformadas. La tarta guarda dentro la daga. Nos propone la
bisutería como si fuera alta joyería. Quieren que nos perdamos a nosotros
mismos y nos durmamos más y más, para estar más en las manos siniestras de los
que nos roban el cuerpo y el alma.
Quizá hoy más que nunca haya que buscar el refugio en uno mismo.
Quizá la revolución más eficiente sea la del espíritu. Buda, Lao Tse, Jesús,
fueron grandes revolucionarios del espíritu y se opusieron con firmeza
inigualable a la ortodoxia, el poder establecido y la manipulación de los más
poderosos.
¿Cuántos Buda, Lao-Tse o Jesús tiene que haber para que algo
realmente cambie? ¿Cuántos Mahavira, Sócrates, Pitágoras o Ramana Maharshi?
Como tantas otras veces, al despertar esta mañana, he leído
algunos versículos del Dhammapada. En esta ocasión han sido dos que vienen muy
al caso. Quiero compartirlos con el lector y sobre todo con aquellos que
meditan porque saben que de la meditación surge la Sabiduría y de la Sabiduría
la Compasión:
“Verdaderamente
felices vivimos sin odio entre los que odian. Entre seres que odian, vivamos
sin odio”.
“La victoria
engendra enemistad. Los vencidos viven en la infelicidad. Renunciando tanto a
la victoria como a la derrota, los pacíficos viven felices”.