UNA VIDA SIN SOSIEGO, UNA VIDA PERDIDA
Ramiro Calle
La antigua instrucción mística reza: “En verdad que no hay
nada que pague un instante de paz”. Una vida sin sosiego puede llegar a ser
miserable, como una vida sin amor. A veces no logramos amar, precisamente,
porque nuestra alma no está esmaltada por la serenidad, sino que es víctima de
la angustia y la inquietud. ¿Qué es una vida desde el desasosiego, la ansiedad,
el conflicto, la tensión, la angustia y la incertidumbre, la agitación y la
continuada intranquilidad? Y hay personas, muchas, que viven a menudo en ese
estado de ánimo, en esa vivencia desgarradora de la inquietud, la incertidumbre
y la desazón. Son muchas más aún las personas que nunca han tenido, o sólo muy
raramente, un verdadero destello de lo que es la auténtica serenidad y que,
también muy raramente, han podido captar la energía maravillosa y confortadora
de la mente quieta. ¿Puede así haber disfrute, puede así darle uno a los demás
lo mejor de sí mismo?
La serenidad es la vivencia más rica y más plena. En sí
misma es muy deleitosa, pero también tiene un gran poder transformador, porque
de ella deviene la visión clara, la sabiduría y la compasión, además de una
contagiosa alegría interna. Como siempre han dicho los sabios de la India,
puedes tenerlo todo, pero si no tienes sosiego, no tienes nada; eres el mendigo
más pobre de la tierra. Y es en la India, donde desde tiempos inmemoriales, se
concibieron y ensayaron métodos para otorgarle la calma a la mente y el sosiego
al espíritu. Hoy en día se necesitan más que nunca y, como están generosamente
a nuestra disposición, podemos servirnos de ellos para transformarnos y lograr
cambiar la mente inquieta por una mente quieta. Como le dijo un maestro a su
discípulo: “¿quién te ata sino tu propia mente?”. O aquel otro que, a otro
discípulo, le dijo: “Si tu mente no te gusta y te causa problemas, ¡cámbiala!”.
Y es que con mucha frecuencia lo que urge es cambiar la mente y modificar las
actitudes, para poder así liberarla de disgustos, preocupaciones, insanas y
conflictos que la turban y perturban, que la convierten, al decir de los sabios
orientales, en la mayor fábrica existente de sufrimiento
Nadie puede ocultarse ya que en la vida diaria surgen
inconvenientes y adversidades, contratiempos e incluso situaciones muy
aflictivas, pero incuso todo ello se vivenciará de una manera u otra según se
enfoque con calma y ecuanimidad o con angustia y desequilibrio. Por un lado
está el sufrimiento que viene de afuera, pero por otro el sufrimiento que
nuestra mente añade al sufrimiento. Por una parte, nadie está libre de recibir
el impacto que viene del exterior, pero por otra, la reacción depende de uno
mismo. Una mente quieta no reacciona desmesuradamente y no añade dolor al dolor;
las reacciones de una mente intranquila son desmesuradas y agregan malestar al
malestar.
Todos los métodos de autorrealización, del yoga al zen, del
budismo theravada al budismo tibetano, se han empeñado en ofrecernos técnicas y
enseñanzas para ir conquistando una mente serena, pues en ella comienza a
manifestarse la visión clara y la sabiduría, y así surge también el proceder
correcto y noble. La meditación va eliminando la agitación y dispersión de la
mente para que pueda abrirse una vía de lucidez en la misma y pueda ver más
allá de las apariencias. Incluso todas las técnicas del verdadero hatha-yoga
(que no de los yogas atléticos o que son un simple y obsesivo culto al cuerpo)
tienen por objeto irle proporcionando sosiego a la mente. Del sosiego nace la
ecuanimidad, de la ecuanimidad la visión esclarecida y de la visión esclarecida
la acción recta. Así que, como una y otra vez recordará Buda, “vivamos con
sosiego entre los desasosegados y sin ansiedad entre los que ansían”.
La vida, desde el sosiego, adquiere otro sentido, e incluso
las adversidades se convierten en aliados. En el sosiego uno puede sentir lo
mejor de sí mismo, cuando somos capaces de ir a la raíz del pensamiento y
ensimismarnos en la propia fuente que es la Fuente.
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