lunes, 20 de octubre de 2014


EL HOMBRE ECUÁNIME

Era un hombre viudo querido por todos que vivía en un pueblo en compañía de su único hijo. Poseía un caballo y cierto día, al despertar por la mañana y acudir al establo para dar de comer al animal, comprobó que éste se había escapado. La noticia corrió por el pueblo y vinieron a verle los vecinos para decirle:

-¡Qué mala suerte has tenido! Sólo tenías un caballo y se ha marchado.

-Sí, sí, así es; se ha marchado –repuso el hombre.

Transcurrieron unos días y una soleada y hermosa mañana, cuando el hombre salía de su casa para dar un paseo, se encontró con que en la puerta no sólo estaba su caballo, sino que había traído a otro con él. Vinieron a verlo los vecinos y dijeron:

-¡Qué buena suerte la tuya! No sólo has recuperado tu caballo, sino que ahora posees dos.

Sí, sí, así es –dijo el hombre.

Al contar con dos caballos, podían padre e hijo salir a montar. A menudo galopaba el uno junto al otro. Pero he aquí que un día el hijo se cayó del caballo y se fracturó una pierna. Cuando los vecinos vinieron a ver al hombre, comentaron:

-¡Qué mala suerte, una verdadera  mala suerte! Si no hubiera venido ese otro caballo, tu hijo estaría bien.

-sí, sí, así es –dijo el hombre sin inmutarse.

Pasaron un par de semanas. Estalló la guerra. Todos los jóvenes del pueblo fueron movilizados, menos el muchacho que tenía la pierna fracturada. Los vecinos acudieron a visitar al hombre y exclamaron:

-¡Lo tuyo sí que es buena suerte! Tu hijo es el único que se ha librado de la guerra.

-sí, sí, así es –repuso serenamente el hombre ecuánime.

La persona que sabe ver, se torna ecuánime; la persona que es ecuánime, ve  y comprende con más claridad. Nadie, en el momento en que sucede algo, dispone de la perspectiva necesaria para saber que lo que acontece de agradable será siempre agradable o lo que sucede de desagradable será siempre desagradable, y que una cosa no lleva a otra bien diferente. A veces lo que creemos una catástrofe para nosotros, se puede volver una bendición y viceversa. La persona ecuánime sabe esperar, con ánimo estable y mente firme, y sobre todo sabe fluir con la naturaleza transitoria de todo lo fenoménico.
 

 

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