LA MENTE Y LA NATURALEZA DE LA MENTE, SEGÚN
EL BUDISMO TIBETANO
El
descubrimiento revolucionario del budismo es que “la vida y la muerte están en
la mente, y en ningún otro lugar”.
La mente se
revela como base universal de la experiencia; creadora de la felicidad y del
sufrimiento, creadora de lo que llamamos vida y de la muerte.
La mente tiene numerosos aspectos, pero hay
dos que destacan:
1. La mente ordinaria: la que los
tibetanos llaman “sem”.
Un maestro
la define así: “Aquello que posee conciencia diferenciadora, aquello que posee
un sentido de la dualidad, es decir, que aferra o rechaza algo externo, eso es
la mente. Fundamentalmente, es aquello que podemos asociar con un “otro”, con
cualquier “algo” que se percibe como distinto del perceptor”.
“Sem” es la
mente dualista, discursiva y pensante, que sólo puede funcionar en relación con
un punto de referencia exterior proyectado y falsamente percibido.
Así pues,
“sem” es la mente que piensa, hace planes, desea y manipula, que monta en
cólera, que crea oleadas de emociones y pensamientos negativos por los que se
deja llevar, que debe seguir siempre proclamando, corroborando y confirmando su
“existencia” mediante la fragmentación, conceptuación y solidificación de la
experiencia. (“Sem” es el ego).
La mente
ordinaria es la presa incesantemente cambiante e incambiable de las influencias
exteriores, las tendencias habituales y el condicionamiento.
Los maestros
comparan a “sem” con la llama de una vela en un portal abierto, vulnerable a
todos los vientos de la circunstancia.
Desde cierto
punto de vista, “sem” es parpadeante, inestable y ávida, siempre entrometida en
asuntos ajenos; su energía se consume en la proyección hacia fuera.
A veces me
la imagino como un fríjol saltador mexicano o como un mono encaramado a un
árbol, que brinca incansable de rama en rama. Sin embargo, vista desde otro
ángulo, la mente ordinaria posee una estabilidad falsa y desanimada, una
inercia auto-protectora y pagada de sí, una calma pétrea hecha de hábitos
arraigados.
“Sem” es tan
taimada como un político corrompido, escéptica y desconfiada, ducha en astucias
y trapacerías, ingeniosa en los juegos del engaño. Es dentro de la experiencia
de esta “sem” caótica, confusa, indisciplinada y repetitiva, esta mente
ordinaria, donde una y otra vez sufrimos el cambio y la muerte.
2. La naturaleza misma de la mente, su
esencia más íntima, que es siempre y absolutamente inmune al cambio y a la
muerte.
Ahora se halla
oculta dentro de nuestra propia mente, nuestra “sem”, envuelta y velada por el
rápido discurrir de nuestros pensamientos y emociones. Pero, del mismo modo en
que un fuerte golpe de viento puede dispersar las nubes y revelar el sol
resplandeciente y el cielo anchuroso, también alguna inspiración puede
descubrirnos visiones relámpagos de esta naturaleza de la mente.
Estos
vislumbres pueden ser de diversos grados e intensidades, pero todos
proporcionan alguna luz de comprensión, significado y libertad. Ello es así
porque la naturaleza de la mente es de por sí la propia raíz de la comprensión.
En tibetano
la llamamos “Rigpa”, una conciencia primordial, pura y prístina que es al mismo
tiempo inteligente, cognoscitiva, radiante y siempre despierta.
Se podría
decir que es el conocimiento del propio conocimiento.
No hay que
caer en el error de suponer que la naturaleza de la mente es exclusiva de
nuestra mente sólo. De hecho, es la naturaleza de todo.
Conocer la naturaleza de la mente, es
conocer la naturaleza de todas las cosas.
A lo largo
de la historia, los santos y los místicos han adornado sus percepciones con
distintos nombres y le han conferido distintos rostros e interpretaciones, pero
lo que experimentan fundamentalmente todos ellos es la naturaleza esencial de
la mente.
Los
cristianos y los judíos la llaman “Dios”; los hindúes la llaman “Shiva”,
“Brahman”, “el Yo” y “Vishnú”; los místicos sufíes la llaman “la Esencia
Oculta”, y los budistas la llaman “la naturaleza de buda”.
En el
corazón de todas las religiones se halla la certidumbre de que existe una
verdad fundamental, y que esta vida constituye una oportunidad sagrada para
evolucionar y conocerla.
Buda
significa una persona que ha despertado completamente de la ignorancia y se ha
abierto a su vasto potencial de sabiduría.
Un buda es
una persona que ha puesto en definitivo final el sufrimiento y la frustración y
ha descubierto una paz y una felicidad duraderas e inmortales.
La
naturaleza de buda la tenemos todos. La iluminación está al alcance de todos.
Por medio de
la práctica podemos llegar a ser iluminados.
Aunque todos
tenemos la misma naturaleza interior que Buda, no nos damos cuenta de ello
porque está encerrada y envuelta en nuestra mente individual ordinaria (“sem”).
Imaginemos un
jarro vacío. El espacio interior es exactamente el mismo que el espacio
exterior. Sólo sus frágiles paredes separan el uno del otro.
Nuestra
mente de buda está encerrada entre las paredes de nuestra mente ordinaria. Pero
cuando nos volvemos iluminados, es como si el jarro se rompiera en mil pedazos.
El espacio de dentro se funde instantáneamente con el espacio de fuera. Se
convierten en uno, y en ese mismo instante nos damos cuenta de que nunca fueron
distintos ni independientes el uno del otro, siempre fueron lo mismo.
Sogyal
Rimpoché
“El libro
tibetano de la vida y de la muerte”
Fuente: http://rincondeltibet.com/blog/p-la-mente-y-la-naturaleza-de-la-mente-segun-el-budismo-tibetano-9366
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