EL RENCOR: UNA ESPINA EN EL CORAZÓN
Tener rencor
implica sentir un enojo significativo y constante, que no logra disiparse. La
gran mayoría de nosotros lo hemos vivido. En algunos casos, este sentimiento
puede transformase en un deseo de venganza y hacerse obsesivo. En este punto,
debemos parar y, si es preciso, acudir a ayuda profesional.
El rencor,
ciertamente, resulta paradójico, ya que para algunos la situación que es motivo
de conflicto puede ser algo sin relevancia. Para otros tantos, en cambio, una
mínima afrenta representa una agresión de las peores dimensiones. Teniendo en
cuenta que en los dos casos el suceso desencadenante ha sido el mismo, aquel
que alimente más su emoción será el más perjudicado.
“Cuando odiamos a
alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros.”
-Hermann Hesse-
Más aún, si
la persona que siente rencor fue objeto de una agresión importante, puede
llegar a sufrir muchísimo más que el propio agresor, ya que mientras la primera
guarda un sentimiento de dolor muy arraigado, la segunda puede sentirse muy
tranquila y libre de toda culpa.
Ante el rencor y el resentimiento, cabeza
fría y voluntad
Una de las
mayores dificultades del rencor tiene que ver con su ocasional falta de
expresividad. La persona que nos ha dañado ni siquiera puede haberse dado
cuenta de que nos ha herido y sin embargo aumentamos las dimensiones de esta
herida con un rencor, a todas luces, inútil.
Para
erradicar el rencor, lo mejor es saber perdonar y como complemento o agregado a
ello, dialogar. Un perdón que sea producto del entendimiento y la comprensión
de los defectos o las deficiencias del otro, podría ser un verdadero triunfo,
siempre y cuando no justifiquemos ni consintamos nuevas agresiones, que no
merecen justificación. Sí perdón, pero no consentimiento.
Dejar de
pensar en lo sucedido y seguir adelante sobre esta base, verdaderamente nos
ayudará a sanar nuestro corazón. Esta será una cura que es resultado de la
razón, del buen corazón y de la sabiduría que hayamos almacenado en el caminar
de la experiencia.
Se debe
analizar con cierto detenimiento por qué ocurrió, mirar hasta qué punto pude
participar o no en que surgiera un problema y hasta qué punto lo hizo la otra
persona. Pensar si hay alguna solución, aunque sea parcial para mejorar la
situación y tomar las decisiones oportunas con sensatez, objetividad y
justicia. Ser razonables, objetivos y justos, en estas condiciones, no es nada
fácil, pero vale la pena.
También
cuando sentimos rencor resulta importante desahogarse, según sea nuestro
carácter y según sea la dimensión de la agresión. No debemos guardar silencio
simplemente. Esta es la mejor semilla para una depresión o agresividad
profundas, que a la postre serán otro conflicto sin resolver y un obstáculo
más,
No tomar decisiones en “caliente”
Cuando los
hechos son recientes y nosotros todavía estamos muy afectados por la situación,
es imposible ser objetivos, sensatos y justos. Esto sería como apagar un
incendio con gasolina. En situaciones de rencor es fundamental alcanzar un
punto de calma del que partir con la razón. Saber que la vida continúa, que
“mañana de nuevo saldrá el Sol” y que más problemas habrán de venir. La vida es
un caerse y levantarse.
Tampoco
conviene hacerse preguntas que nunca alcanzaran una respuesta definitiva ni
quedarse en el pasado. Lo que pasó, pasó y tenemos que mirar hacia adelante.
Detenernos demasiado en los porqués y asumir la posición de víctima no será de
mucha ayuda en la solución del problema. Partir de “lo rescatable” y a partir
de ahí, o incluso de cero, rehacer lo que se pueda, sería genial: algo así como
“borrón y cuenta nueva”.
La voluntad
y el querer salir de ese rencor serán clave. Del modo en el que resolvamos este
tipo de situaciones, creceremos como personas, nos estancaremos o, incluso,
retrocederemos. Total, el aprender o no es una decisión propia y siempre será
mejor formarse por voluntad personal que por una obligación que nos impongan
las propias circunstancias.
No evadir la situación, sino entenderla y
asumirla
Es
importante aprender de lo sucedido. Si se hace en forma apropiada, una ofensa
recibida, en vez de representar una gran desgracia, con el tiempo se convertirá
en un cimiento más sólido para enfrentar la vida: el trabajo para superar el
rencor es una gran inversión en nosotros mismos.
Ahora bien,
si después de haber actuado o al menos haber intentado varios caminos, el
agresor persiste en su actitud lo mejor es facilitarle el camino para que salga
de nuestras vidas. Quizás no seamos nosotros las personas idóneas para hacerle
ver que de esa manera no va a llegar a ningún sitio.
De nada
sirve estar discutiendo con otra persona, porque la herida cada vez se va a
hacer más grande y porque donde hay demasiado odio y rencor, el ambiente puede
tornarse muy problemático y hasta peligroso. Puede desencadenarse una escalada
de agresividad, con consecuencias tan impredecibles como negativas.
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