EL APEGO: LA MAYOR
FUENTE DE SUFRIMIENTO
“Los enemigos como el odio y el apego carecen de piernas, brazos y
demás miembros, y no tienen coraje ni habilidad, ¿Cómo, entonces, han
conseguido convertirme en su esclavo?”
-Shantideva-
A decir verdad, la especie humana es una de las más frágiles
de la naturaleza. Cuando un bebé nace, necesita de su madre de forma casi
absoluta para poder sobrevivir. El cachorro de un león, un pez o hasta una
lagartija vienen mejor preparados para independizarse pronto.
Se ha comprobado que esa necesidad de los demás no está
orientada solamente a las necesidades básicas, como nutrición o calor. También
existe una profunda necesidad afectiva desde el comienzo de nuestras vidas: los
bebés que no son acariciados suelen enfermar y morir.
Es indiscutible la necesidad que todos tenemos de los demás.
Como especie, nos necesitamos. Palidecemos o morimos si no hay otro ser humano
a nuestro lado.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre ese vínculo
instintivo que garantiza nuestra supervivencia y las dependencias neuróticas
que a veces desarrollamos en la vida adulta.
Los laberintos del
apego
Por paradójico que parezca, solamente logramos alcanzar la
autonomía, si podemos experimentar la completa dependencia.
El apego a las figuras
de cuidado durante la infancia es el soporte de nuestra seguridad emocional.
El mecanismo es simple: si durante tu infancia cuentas con
alguien a quien puedes acudir siempre en busca de protección, desarrollarás un
sentimiento de confianza frente al mundo y a los seres humanos. Eso te
permitirá alcanzar la independencia en tu vida adulta.
Todos necesitamos de una madre, o de alguien que haga sus
veces, durante la infancia. Pero no siempre esa figura está ahí.
A veces, ella trabaja y tiene que dejar a su pequeño en una
guardería o un jardín de infantes desde muy temprana edad. En otras ocasiones,
ella está tan ocupada de sus propios problemas que no tiene la disposición para
estar ahí plenamente y de corazón, cuando su bebé la necesita. O tiene que
ocuparse de nuestros hermanos, aún si la necesitábamos desesperadamente solo
para nosotros.
También puede ocurrir que se sienta tan ansiosa en su
condición de madre, que vuelca sobre su hijo las inseguridades que la
atormentan; entonces, lo protege de más, como si el mundo fuera una constante
amenaza.
En esos casos, y otros similares, crecemos con una sensación
de vacío afectivo. Nos angustiamos excesivamente cada vez que debemos enfrentar
una situación solos, o cuando tenemos que tomar una decisión libre.
Y también, secretamente, añoramos encontrar una figura que
sustituya a esa madre que no estuvo, o que en un momento dado faltó.
Por eso tratamos de encontrar una pareja que nos dé todo,
sin esperar nada. Le demandamos una entrega incondicional y nos sentimos
profundamente frustrados ante cualquier señal de indiferencia o desapego.
Vivimos para el miedo de perder a esas personas que, suponemos, repararán la
falta que llevamos dentro.
Del apego a la
autonomía
El apego a otras personas es importante y necesario a lo
largo de toda la vida. Desde que nacemos hasta que morimos necesitaremos de
otros para poder garantizar nuestra salud física y emocional. No importa que
seamos un inversionista exitoso de Wall Street o un ama de casa en Bolivia.
Todos necesitamos de los demás.
El problema aparece cuando esa necesidad se transforma en
ansiedad. Cuando sentimos que si nos dejan solos volveremos a ser ese pequeño
indefenso, que se queda paralizado frente a un mundo amenazante.
Para sortear esa ansiedad algunas personas pueden emplear
diferentes estrategias. Una es aquella que ya mencionamos en el apartado
anterior: buscar una figura que sea portadora de esa imposible promesa “siempre
estaré ahí, nunca te dejaré solo”.
Otra posibilidad es optar por lo contrario: evitar a toda
costa crear lazos de dependencia con otros, de modo que jamás volvamos a
sentirnos abandonados.
También podemos volvernos desconfiados, recelosos y
excesivamente exigentes. Les pediremos a las personas mucho más de lo que
pueden dar. Y renegaremos eternamente de sus faltas, sus carencias, sus
limitaciones. Como si fuéramos un pequeño dictador frustrado por no poder
controlar a los demás a nuestro antojo.
En todos esos casos, el sufrimiento va a ser la constante.
Sufriremos para conservar a ese benefactor que nos “adoptó”, bien sea una
pareja, un jefe, un amigo, etc.
Sufriremos por la soledad de no poder establecer vínculos
íntimos con los demás. Sufriremos al no ser capaces de valorar a los demás seres
humanos tal y como son.
Dicen que las frutas son lo único que madura. Los seres
humanos podemos tener 30 ó 50 años y aún así mantener los mismos temores que
teníamos de chicos.
Quizás sea buena idea reflexionar sobre esos vacíos de
infancia que nos llevan a los apegos neuróticos en el presente.
Es posible que en algún punto de nuestra vida adulta seamos
capaces de renunciar a ese deseo imposible de contar, de una vez y para
siempre, con alguien que se comporte como la madre ideal que nunca tuvimos.
http://lamenteesmaravillosa.com/el-apego-la-mayor-fuente-de-sufrimiento/
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