Ni contigo ni sin ti
Walter Riso
Las relaciones de pareja, a veces, nos hacen vivir
sentimientos contradictorios: amamos a la otra persona, pero no estamos bien
juntos. Si el amor no fluye, quizá lo mejor sea alejarse.
A veces el amor se desdobla y nos envuelve en un
juego desesperante y contradictorio. El sentimiento hacia la persona que
creemos amar comienza a fluctuar entre dos extremos de un continuo
aparentemente inexplicable: “Te quiero cuando no estás, y cuando estás, me
fastidias”.
Amor de lejanía, que se crece en la distancia y se
deshace en el cuerpo a cuerpo. Amar la ausencia, el vacío incierto que deja la
partida y decepcionarse en el reencuentro… La trampa mortal de un Eros
ambivalente y conflictivo: “Te necesito y me asfixias”-ya sea consecutivamente
o a la vez-, “sufro porque no estás, sufro porque estás. Y lo más preocupante:
no hay término medio”.
No se puede fragmentar el deseo y pegarlo a un trozo
de aburrimiento sin caer en el peor de los contrasentidos: deseo/taciturno o
aburrimiento/deseo. Malformaciones del afecto, reformas enfermizas, injertos.
Miles de parejas se debaten entre el rompimiento
forzoso que determina la lógica y la necesidad impostergable del enamorado: “Quiero que te marches y
quiero que regreses”, o “vete, pero no me dejes del todo”. La elección es
imposible: la frustración de tenerte lejos o el hastío de tenerte cerca.
Es un conflicto llevado al extremo, en el que no
vemos salida, pues se trata de elegir entre dos males cuando ninguno es menor,
cuando el dolor se equipara palmo a palmo. En este laberinto circular, el amor
se corrompe, se deprime.
¿La solución? No soy optimista cuando el amor debe
elegir entre dos males. Mejor alejarse, quemar los barcos, aprender a perder:
“No le viene bien a mi vida quererte y viceversa”. Y, para dejar la relación,
podemos aplicar tres estrategias de forma simultánea. Por un lado, soportar el
deseo que se siente hacia la otra persona; es decir, esforzarse en un
autocontrol de línea dura. Por otro, reforzar la autoestima, rebelándose a la
entrega irracional o al sufrimiento inútil. Y, por último, realizando auto
verbalizaciones gratificantes, con frases del tipo “merezco ser feliz”.
Lo mejor es
acabar la relación como un suspiro, sin anestesia. Salir de la maraña con
humildad: “Me equivoqué; no es mi batalla”. No se trata de una deserción
cobarde sino de una renuncia digna.
El amor saludable fluye a pesar de los obstáculos,
ocurre para nuestra dicha y no para hundirnos en un mar de dudas y problemas.
El amor que quita potencia no es amor.
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