domingo, 15 de febrero de 2015



Ni contigo ni sin ti

Walter Riso

Las relaciones de pareja, a veces, nos hacen vivir sentimientos contradictorios: amamos a la otra persona, pero no estamos bien juntos. Si el amor no fluye, quizá lo mejor sea alejarse.

A veces el amor se desdobla y nos envuelve en un juego desesperante y contradictorio. El sentimiento hacia la persona que creemos amar comienza a fluctuar entre dos extremos de un continuo aparentemente inexplicable: “Te quiero cuando no estás, y cuando estás, me fastidias”.

Amor de lejanía, que se crece en la distancia y se deshace en el cuerpo a cuerpo. Amar la ausencia, el vacío incierto que deja la partida y decepcionarse en el reencuentro… La trampa mortal de un Eros ambivalente y conflictivo: “Te necesito y me asfixias”-ya sea consecutivamente o a la vez-, “sufro porque no estás, sufro porque estás. Y lo más preocupante: no hay término medio”.

No se puede fragmentar el deseo y pegarlo a un trozo de aburrimiento sin caer en el peor de los contrasentidos: deseo/taciturno o aburrimiento/deseo. Malformaciones del afecto, reformas enfermizas, injertos.

Miles de parejas se debaten entre el rompimiento forzoso que determina la lógica y la necesidad impostergable  del enamorado: “Quiero que te marches y quiero que regreses”, o “vete, pero no me dejes del todo”. La elección es imposible: la frustración de tenerte lejos o el hastío de tenerte cerca.

Es un conflicto llevado al extremo, en el que no vemos salida, pues se trata de elegir entre dos males cuando ninguno es menor, cuando el dolor se equipara palmo a palmo. En este laberinto circular, el amor se corrompe, se deprime.

¿La solución? No soy optimista cuando el amor debe elegir entre dos males. Mejor alejarse, quemar los barcos, aprender a perder: “No le viene bien a mi vida quererte y viceversa”. Y, para dejar la relación, podemos aplicar tres estrategias de forma simultánea. Por un lado, soportar el deseo que se siente hacia la otra persona; es decir, esforzarse en un autocontrol de línea dura. Por otro, reforzar la autoestima, rebelándose a la entrega irracional o al sufrimiento inútil. Y, por último, realizando auto verbalizaciones gratificantes, con frases del tipo “merezco ser feliz”.

Lo  mejor es acabar la relación como un suspiro, sin anestesia. Salir de la maraña con humildad: “Me equivoqué; no es mi batalla”. No se trata de una deserción cobarde sino de una renuncia digna.


El amor saludable fluye a pesar de los obstáculos, ocurre para nuestra dicha y no para hundirnos en un mar de dudas y problemas. El amor que quita potencia no es amor.


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