EL BUEN AMOR
Sergio Sinay
Toda corriente, sensación, energía, sentimiento, emoción,
vivencia, experiencia o impulso que recibe el nombre de amor, necesita de la
existencia de por lo menos dos seres para manifestarse.
Ninguna corriente, sensación, energía, sentimiento,
emoción, vivencia, experiencia o impulso que hiera, desmerezca, descalifique,
discrimine, elimine o destruya a quien lo recibe puede nombrarse como amor.
Todos hemos visto y experimentado varias formas
tóxicas, dañinas, limitadoras de algo que suele llamarse amor. Si eso puede
denominarse así, creo que tenemos el derecho a otra cosa, a una energía que
puede identificarse como buen amor. Pienso que nos lo merecemos, que podemos
aspirar a ser sus protagonistas, sus dadores y receptores.
Nadie está más autorizado que yo mismo a hablar de mí.
Cuando abandono el protagonismo de mi propia vida, no soy yo quien la cuenta.
Pasa a ser relato de los otros. Cuando empiezo a hacerme preguntas sobre mí,
comienzo a conocerme, crece mi autoridad acerca de esta persona que soy y
aparezco ante los demás con mayor certeza.
El tiempo en el amor tóxico, en el amor que equivoca su
nombre y su destino, es una jaula que aprisiona.
Cuando me obligo a una búsqueda afectiva – impulsada por
creencias, por presiones externas, por expectativas ajenas, por temores propios – estoy “condenado” a
encontrar. Desde el punto de vista pragmático, mi experiencia habrá sido
exitosa, aunque probablemente haya olvidado mirar al otro y mi búsqueda se
convierta en un círculo perfecto y riesgoso. Como el sediento en el desierto,
puede ser que haya encontrado un espejismo, apenas el reflejo distorsionado de
mis ansias.
Las búsquedas no condicionadas, abiertas, son las que nos
permiten exponer nuestra creatividad, nuestra más depurada intuición, nuestra
sensibilidad más fina. Si busco un amante o amado preconcebido, sólo podré ver
lo previsto. Estaré ciego ante la diversidad, ante lo diferente, ante lo
imprevisible, ante lo insospechado. Me encontraré prisionero de mi urgencia, de
mis esquemas, de las exigencias que proyectaré sobre la otra persona. Veré lo
que quiero ver.
“Buscaron sin libertad para no encontrar”
Hay búsqueda sin encuentro y encuentro sin búsqueda.
Aquéllas se repiten cuando insisto en creer que hay alguien destinado a hacerme
feliz cubriendo mis expectativas amorosas y mis necesidades emocionales.
Como condición del buen amor, el amor es un punto de
coincidencia único y no predeterminado en la trayectoria que sus protagonistas
transitan en la vida. El encuentro en el que se plasma un amor sanador no nace
de una obsesión, no es hijo de la ansiedad, no proviene de la impaciencia, no
es un disfraz del miedo a caminar solo. Se trata del fruto maduro del tiempo,
de la aceptación del compromiso con el propio ser en el aquí y en el ahora. Los
que se encuentran en un único tiempo y lugar posible, no por fruto del azar ni
de la estrategia, sino de sus propias trasformaciones y aceptaciones.
No puedo hacerme responsable de la satisfacción de la otra
persona ni de hacerle sentir completa. No puedo hacerme responsable del otro,
pero el otro está incluido en mi noción de responsabilidad, porque ésta
significa no dañar a sabiendas, no prometer lo incumplible, no manipular.
Si pienso que mi felicidad empieza cuando encuentro a otra persona, mi única búsqueda tendrá como fin ese encuentro. Ese alguien pasará a ser lo más importante, ya sea para capturarlo o para conservarlo. Mientras tanto, mis demás necesidades quedarán en el fondo del escenario. Lo que yo haga por mi felicidad – a partir de mis recursos y posibilidades y con respeto y atención hacia los otros – puede contagiar a alguien. Pero lo que yo haga para lo que imagino que es la supuesta felicidad de otro, no se transformará necesariamente en un estado que me incluya.
Si pienso que mi felicidad empieza cuando encuentro a otra persona, mi única búsqueda tendrá como fin ese encuentro. Ese alguien pasará a ser lo más importante, ya sea para capturarlo o para conservarlo. Mientras tanto, mis demás necesidades quedarán en el fondo del escenario. Lo que yo haga por mi felicidad – a partir de mis recursos y posibilidades y con respeto y atención hacia los otros – puede contagiar a alguien. Pero lo que yo haga para lo que imagino que es la supuesta felicidad de otro, no se transformará necesariamente en un estado que me incluya.
Cuando me ocupo por encontrar quien me acompaña antes de saber hacia dónde voy corro el riesgo de que quien “debería” ser mi acompañante se convierta en mi carcelero, en mi obstáculo, en mi lastre, en mi juez. Y es posible que nada de eso se deba a su voluntad ni a su mala intención, sino a mi propia actitud de no haber visto el camino ni haber registrado la dirección antes de dar prioridad a la compañía.
Antes de elegir un bastón para caminar debo prestar atención al camino y a mis propias piernas; sin estos elementos no habrá marcha posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario