LA INUTILIDAD DEL SUFRIMIENTO
Lo crucial no es lo que “nos pase”, sino lo que pensemos
en cada momento. El pensamiento es previo
a la emoción y ese pensamiento es el que nos hace sentirnos bien o mal.
Este hecho explica como las personas que han vivido o presenciado un mismo
hecho experimentan emociones muy diferentes ante el mismo: unas pueden sentirse
desgraciadas, otras afortunadas, otras indiferentes.
“Cada instante de
tu vida tiene sentido si aprendes de él” y si lo haces, los siguientes
instantes serán más sencillos.
Sufrir inútilmente es uno de los peores ejercicios que
podemos hacer con nosotros mismos. No se trata de que nos permitamos todo, sino
que cultivemos hábitos sanos y saludables. Y no tiene nada de sano ni saludable
que, al cabo de los años, nos estemos machacando con algo que, por muchas
vueltas que le demos, no podemos conseguir que no hubiera pasado.
Tenemos poco control sobre las conductas de los demás, y
menos aún sobre sus pensamientos, lo que nos repetimos sin parar. Este control
nos llevará a dejar de sufrir “inútilmente”.
Tener un pasado complicado no tiene por qué ser igual a
tener un presente sin futuro. Cuando perdemos la confianza en nosotros mismos,
toda nuestra vida se desmorona. En esos momentos resulta extraordinariamente
difícil reaccionar, pero es ahí cuando tenemos que luchar y no dejarnos llevar por apatía, el
desencanto, la tristeza, la falta de esperanza, de ilusión... la ausencia de
horizontes.
Cuando pensamos que no tenemos solución, en realidad le
estamos diciendo a nuestro cerebro que, haga lo que haga, ¡está todo perdido!
El cerebro se lo termina creyendo y actúa de hecho como si de verdad ya no se
pudiera hacer nada. Nuestra “mala” predisposición determina una realidad
negativa.
Sólo hay un sufrimiento positivo: el que te hace
reaccionar pronto y facilita que, sin hundirte, aprendas de la situación vivida
e incorpores un nuevo recurso al repertorio de tus conductas.
Los desengaños, los desencantos, las desilusiones, las
frustraciones... no justifican nuestro sufrimiento, porque lo único que
conseguimos, si optamos por ese camino, es hundirnos cada vez más en esas
vivencias tan negativas.
Esta actitud hace que en lugar de aprender y salir
rápidamente a la superficie nos machaquemos de forma absurda y nos enfanguemos
en terrenos pantanosos; al final, nos sentiremos agotados en medio de una lucha
sin tregua.
No nos compliquemos la vida innecesariamente
preocupándonos y sufriendo de forma inútil y estéril. Para conseguir este
propósito hemos de aprender a no expresar “todo” lo que pensamos.
Un principio fundamental que nos ayudará en este objetivo
será el de que cuando nos encontremos “bien”, perfecto, no tenemos que activar
alarmas especiales; pero cuando empecemos a sentir que ese sentimiento cambia y
vislumbramos los primeros atisbos de contrariedad, tristeza, enfado en nuestro
estado emocional, inmediatamente actuaremos y cortaremos de raíz esa situación
antes de que degenere en emociones más fuertes, intensas y menos controlables. Nos resultará más fácil
racionalizar nuestros pensamientos o cambiar nuestra atención en sus primeras
manifestaciones que desviarlos o cortarlos cuando están inmersos en una
auténtica borrasca emocional. Las irritaciones sólo nos producen desgaste, subjetividad, dificultades de
comunicación y de resolución de problemas.
Cortemos nuestros pensamientos
en las primeras fases y la irritación será un espejismo que no llegará a
producirse.
Induciremos en nosotros una serie de pensamientos
positivos que contribuyen a contrarrestar los negativos que se nos escapan; de
esta forma, a pesar de los pensamientos espontáneos perturbadores,
conseguiremos “llevar la delantera” y pondremos nuestra mente a “nuestro
favor”.
Nos daremos órdenes en el momento justo en que sintamos
los primeros síntomas de ansiedad; estas órdenes obligarán a nuestra mente a
fijarse en cosas o actividades que serán incompatibles con los pensamientos
“preocupantes” que estaba alimentando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario