EL LABERINTO DE LOS
PROBLEMAS
¿Por qué una misma situación puede ser normal para unos y un conflicto para
otros?
Cualquier dilema requiere abandonar prejuicios y ser
creativos para encontrar soluciones
Raimón Samsó 16 MAR 2014
Una persona se encuentra a un amigo y le confiesa: “Soy muy
desgraciado, tengo muchos problemas”, a lo que su amigo responde: “¡Hombre,
pues no los tengas!”. Cuando una persona atraviesa por un momento así, seguro
que esta contestación no le hace ninguna gracia, pero si se parase a
reflexionar, descubriría que las complicaciones acaban convirtiéndose en una
“posesión”, que, según decía el psicólogo Sigmund Freud, algunos de sus
pacientes se resistían a soltar o mejorar debido a las “ventajas ocultas” que todo
problema conlleva. Veamos cómo se crean, se resuelven y se deja de tener tantos
conflictos cotidianos…
Los humanos parecemos destinados a afrontar toda clase de
contratiempos en una sucesión inacabable de dificultades. Cuando una parece
resolverse, aparece otra y otra más. Incluso, a veces, parece que todas se
presentan de golpe en nuestra vida. Surgen en tantos aspectos de la vida, y en
formas tan variadas, que hacen sentir impotencia a quien los padece.
Cada una de esas dificultades suele tener una apariencia
distinta, en un ámbito de la vida diferente. Muchas parecen estar causadas por
factores externos al margen de lo que uno pueda hacer o dejar de hacer; una
sucesión de golpes de mala suerte. Vistas las cosas así, no es extraño que la
ansiedad sea la patología crónica de nuestros tiempos.
La gente siempre ha tratado de cambiar a los demás para
resolver sus problemas, pero eso nunca ha funcionado” Byron Katie
Todos deseamos una vida libre de obstáculos, llena de paz
interior y serenidad… y, sin embargo, parece que hacemos todo lo posible para
lograr exactamente lo opuesto. Cuántas veces nos descubrimos encaminados, de
manera inconsciente, por supuesto, hacia lo contrario a lo que sabemos
deberíamos elegir para ser más felices.
Pero ¿y si usáramos la palabra “problema” con excesiva
alegría? ¿Y si confundiéramos acontecimientos, realidades, sucesos naturales…
con conflictos? Por ejemplo, ¿el hecho de que llueva es un inconveniente?, ¿lo
es hacerse mayor?, ¿la vida es un dilema a resolver? El uso y abuso del
concepto problema puede confundirnos entre lo que realmente es y valoraciones
subjetivas. Es bien cierto aquel aforismo de que aquello que se cree un problema,
acabará siéndolo; y aquello que no se considera como tal, no lo será.
La creatividad e inventiva humana para elaborar
complicaciones es infinita. La conclusión a la que se puede llegar es que hace
falta antes que nada reconocer cuál es el verdadero dilema antes de que pueda
ser resuelto. Esto es, ¿y si un supuesto “problema” se pudiera resolver con
apenas identificar su grado de realidad? O mejor: ¿de verdad lo es?
“El mundo es un espejo: lo que sientes por dentro te
contempla desde fuera. Y por eso no puedes mejorar tu trabajando sobre los
aspectos exteriores. Si la gente de la calle te parece hostil, el cambiar de
calle no resuelve nada. Si no se te respeta debidamente en tu trabajo, el
cambiar de empleo tampoco es la solución. Muchos lo hemos aprendido al revés:
‘Si no te gusta tu empleo, búscate otro’, nos han dicho. ‘Si no te gusta tu
esposo, cambia de esposo’. A veces, cambiar de empleo o de pareja es oportuno,
pero si no cambias tú también, cuando vuelvas a empezar probablemente será lo
mismo”.
Existen diferentes tamaños de dilemas según su grado de
dificultad. En muchos casos, estas aparentes diferencias provienen de la
persona que los padece en función de su grado de apego al mismo o del vínculo
emocional que establece con él. Pero el tamaño no es una propiedad inherente,
sino una valoración personal de quien lo sufre. Es algo que comprobamos cuando
una misma situación es calificada de complicada o sencilla por personas
diferentes.
Pensar que el problema son los demás es en sí mismo un
conflicto. Aunque otras personas pueden crear una situación o participar en
ella, en realidad quien la percibe como un inconveniente es quien tiene la
llave para resolverla.
Se ha dicho que los conflictos consisten en las “historias”
que nos contamos acerca de cómo suceden las cosas. Y que cuando las personas
cuestionan sus relatos o referencias –lo que se cuentan y sus creencias– pueden
llegar a una percepción de los hechos diferente. ¿Y si la naturaleza de los
dilemas dependiese de lo que nos repetimos una y otra vez?, ¿y si el efecto
repetitivo convierte en “verdad” lo que solo es una interpretación?
Tal vez sea más conveniente abandonar la discusión con la
realidad –acerca de cómo son las cosas o cómo deberían de ser– antes que tratar
de solucionarla.
En las antiguas tradiciones de sabiduría de Oriente se dice
que los sucesos mundanos no tienen más sentido que el que las personas les dan,
porque los acontecimientos son carentes de un significado concreto. Ellos lo
llaman “vacuidad”. Lo cual no significa que todo carezca de significado. Según
ellos, la interpretación establece el significado. O lo que es lo mismo: la
valoración de una situación como problemática es lo que la convierte en tal.
Se podría decir que un problema es como la pantalla en
blanco de un cine. Es neutra, y solo la proyección del significado que se le
asigne lo define como tal. Así, un mismo suceso, por ejemplo, cómo hablar en
público, puede ser un inconveniente para unos, pero no para otros. Hablar en
público puede ser un gozo o una tortura en función de quién vive la situación.
¿Qué es más verdad: tenemos muchos problemas o tenemos las
soluciones, pero que no nos gustan?
Ningún dilema se puede resolver desde dentro del conflicto,
como dijo Einstein. Ya que en esta situación es muy difícil encontrar
respuestas porque la densidad de las emociones impide la claridad de ideas.
Como hacen los científicos, lo innovador es buscar la solución en otro nivel de
pensamiento, donde el problema se resuelve. A veces, incluso, en ese nuevo
nivel el problema ni siquiera existe. O dicho de otro modo: se resuelve para
siempre.
La primera regla para solucionar un problema es cuestionar
todo lo que sabemos acerca del mismo porque toda creencia previa puede ser
“parte del problema”. Se trata de “ser nuevo” ante la situación que denominamos
con este nombre. Como si fuera la primera vez y nadie nos hubiese dicho que es
un inconveniente que nos generará inquietud. Este planteamiento busca la solución
no tanto en lo que ocurre, sino en lo que pensamos que ocurre. Al no asumir que
ya sabemos lo que está pasando, si es bueno o malo, nos abrimos a otras formas
de contemplar la situación. Solo los juicios acerca de un problema hacen que
este sea difícil de resolver.
Preguntarse cuál es su verdadero sentido y no dar nada por
hecho o sabido conduce a un nivel de pensamiento nuevo que puede proporcionar
una solución muy creativa. Dicho de otra forma: si me digo que ya sé lo que
está pasando, me veo obligado aplicar las viejas recetas de siempre. Pero si lo
que busco es una solución definitiva, tal vez debería preguntarme cuál es el
verdadero problema o qué cambio necesito para que esto no lo sea nunca más.
“Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de
conciencia en el que se creó” Albert Einstein
No es posible escapar de los conflictos a menos que se
examinen y se cuestione el sistema de pensamiento que los mantiene activos, ya
que no hacerlo así solo es un modo de protegerlos y mantenerlos sin solución.
Otro camino hacia la salida del laberinto de los problemas
es dejar a un lado lo que Sigmund Freud llamó “resistencia”. Hay una parte
inconsciente en nosotros que se identifica con sus vivencias, aunque estas sean
dolorosas. Es lo que se conoce como ego. Estas historias personales proveen de
identidad al ego, que es un constructo mental de lo que creemos ser: nuestras
experiencias pasadas. Y el gran psicólogo se dio cuenta de que a pesar de su
trabajo, sus pacientes no mejoraban. Llamó al deseo oculto de no mejorar de sus
pacientes: “resistencia”. Y entendió que el ego reacciona con resistencia por
miedo a perder esa identidad forjada, aunque esté marcada por el sufrimiento.
Lo que es seguro es que el mero entendimiento intelectual
del problema y de sus causas no es suficiente para resolverlo. Es además
necesario descubrir dónde está la resistencia a solucionarlo, o, como se suele
decir, a soltar y dejar a un lado lo que nos inquieta.
Para acabar, y saliendo del laberinto de los conflictos,
vale la pena recordar aquel viejo adagio que dice: “No hay problemas, solo hay
soluciones que no gustan”, porque en ocasiones es una gran verdad.
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