domingo, 16 de marzo de 2014


EL INSTINTO DE EXPLORAR

La historia de la evolución de la vida es una larga historia ininterrumpida de seres vivos en  movimiento: aventurándose en medios nuevos, explorándolos, adaptándose a ellos, abandonándolos de nuevo. El oso sube a la montaña a ver lo que puede ver; la semilla recorre quinientos kilómetros antes de caer en la tierra y echar raíces. Colón zarpó hacia el Nuevo Mundo, pese a que muchos pensaban que se despeñaría cuando llegase al límite de la Tierra.

Si le dice usted a un niño que le gustaría llevarlo a la selva para que viera lo que hay allí seguro que se sentiría entusiasmado de inmediato. Fíjese en que los niños cuando van de acampada, antes de que la tienda esté instalada ya están deseando lanzarse a recorrer el lugar, examinarlo, seguir ese sendero y bajar por la orilla del río y subir las laderas, llenos de entusiasmo y de ansias de  moverse y de ver.

No he conocido a nadie que no se sintiese, al menos en secreto, emocionado ante la perspectiva de vagar, vagar y explorar. Pero, por desgracia, he conocido a muchos que ahogan sus instintos de vagabundo, aferrándose a la rutina de su vida, casa y trabajo o veraneando en el mismo lugar año tras año.

Si descubre que ha estado reprimiendo sus instintos nómadas, quizá porque tenga miedos irracionales a lo desconocido, o porque equipare cualquier entrega a esos instintos a irresponsabilidad, quizá está usted eliminando esa serie de instintos para los que puede que se hayan forjado todos los demás: su posibilidad de salir al mundo y de moverse en él y de descubrirlo en toda su gloria.

Puede usted viajar y explorar de diversos modos. Puede hacerlo a pie o con un equipo de bucear, con un microscopio o con un telescopio, con un libro de historia o una revista de ciencias naturales. Puede hacerlo en su propio pueblo o ciudad, en las selvas de África o en la superficie de la Luna. Pero, sea como sea, ¡hágalo! Y recuerde que explorar no significa sólo viajar: significa abrirse a todo tipo de variedades en el conjunto de la vida.

Dr. Wayne W. Dyer
 
 

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