martes, 11 de marzo de 2014


EL DESENCANTO

Era un hombre que nunca había tenido ocasión de contemplar el mar. Vivía en un pueblo del interior de la India. Una idea se había instalado con firmeza en su mente: no podía morir sin ver el mar. Para ahorrar algún dinero y poder viajar hasta la costa, empezó a realizar otro trabajo además de su trabajo habitual. Ahorraba todo aquello que podía y suspiraba para que llegase el día en que pudiera estar ante el océano. Fueron años difíciles. Por fin ahorró lo suficiente para llevar a cabo el viaje. Cogió el tren que lo llevó hasta las proximidades del mar. Se sentía entusiasmado y pleno. Llegó hasta la playa y observó el maravilloso espectáculo. ¡Qué olas tan bonitas! ¡Qué espuma tan blanca y hermosa! ¡Qué agua tan azulada y bella! Se acercó hasta el agua, cogió un poco en el hueco de la mano y se la llevó a los labios para degustarla. Entonces, muy desencantado y abatido, se dijo: “¡Qué pena que sepa tan mal con lo hermosa que es!”

Cuando las ideas usurpan el lugar de la experiencia, la persona no sabe acoplarse sabiamente a lo que es y crea conflicto y tensión, además de desencantarse e incluso deprimirse cuando sus expectativas se ven frustradas. Hay que aprender a asumir las cosas tal como son y tenemos que tomar los dos lados de la existencia y tratar de conciliarlos, pues la vida no es como una esfera que pueda partirse para quedarnos solo con una parte de la misma.


 

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