LA TRISTEZA DEL AMARGADO ES LA MISMA
DESDICHA QUE SIEMBRA EN LOS DEMÁS
La amargura
suele ser en muchos casos una forma de depresión encubierta donde la persona se
focaliza casi en exclusiva en el mundo exterior. El mundo del amargado está
lleno de ventanas a través de las que ve solo injusticia, desde donde gusta
asomarse para volcar su rencor, su melodía amarga y sus sentimientos pesimistas. El amargado
quiere cautivos, pero también clama ayuda.
Seguro que,
ahora mismo, muchos de nosotros tenemos en mente a más de una persona cercana
que, por momentos, nos puede dar la sensación de tener una inclinación
placentera por amargarnos la vida con sus razonamientos, consejos y
comportamientos. Sin embargo, la realidad suele ser muy lejana a este supuesto
placer -inferido de la frecuencia con la que lo repiten-, lo cierto es que no
dejan de ser personas infelices.
La amargura y el rencor
son anclas que siempre quieren cautivos, porque sus barcos quedaron varados y
perdidos en una deriva donde antes hubo felicidad y ahora, solo quedan
tristezas no afrontadas.
El amargado
siente, por encima de todo, que ha perdido el control de su vida. Estamos ante
un estado tan derrotista que la persona, sencillamente, deja de ser responsable
de sí misma. Asume el papel de víctima y se deja llevar. Es, pues, necesario
saber intuir y aportar estrategias para ayudar, porque a pesar de que nos
incomoden estas conductas, estamos ante alguien que necesita ser ayudado.
El amargado y las raíces de la amargura
Nadie viene
al mundo con el corazón habitado por la amargura. Aunque en ocasiones, la
infancia es un escenario idóneo donde más de uno empieza ya a descubrir cómo se
gesta y a qué sabe esta sensación. Una comunicación poco afectiva o una crianza
sin cariño pueden abrir ya a una edad temprana la tierra, permitiendo que en el
corazón arraiguen esas raíces que tendrán como fruto esas sombras que moran en
el alma del amargado.
La amargura
es una semilla que se siembra y que no suele germinar al instante. Su
presencia, al principio, es silenciosa. Una decepción duele, pero no nos
cambia, dos nos hacen pensar, pero cuando alguien acumula demasiadas piedras en
el camino y hace una atribución claramente negativa de su existencia, deja de
sentir que tiene control sobre su vida. Entonces las semillas germinan… y nos
enferman.
Un dato que
también deberíamos tener en cuenta es el relativo a la clásica imagen del
“anciano amargado”. Todos hemos conocido a ese abuelo o abuela que reacciona
con apatía, que anticipa cosas negativas, y que tanto rencor parece tener sobre
el mundo y la propia vida. Tal y como nos explican en la revista “Health
Psychology“, todo ello son, en la mayoría de los casos, indicadores de una
depresión subyacente. Es importante tenerlo en cuenta.
La amargura
y el entumecimiento emocional
A menudo se
describe a la amargura como el clásico comportamiento “tóxico“. Estamos
acostumbrados a utilizar la etiqueta de “toxicidad” muy a la ligera, casi con
la necesidad de ponernos una máscara y alejarnos rápidamente sin tener en
cuenta a la persona y su realidad personal; su cárcel emocional. No es lo
adecuado. No al menos en lo que se refiere a la amargura.
La persona que no está
en paz consigo misma estará en guerra con todo el mundo.
Como ya
hemos indicado anteriormente la persona amargada no nace, se hace con el tiempo
y a raíz de diversas situaciones que no han sido gestionadas, y que en un
momento dado, han superado a la propia persona. No hay que abandonarlas, no hay
que dejarlas a la deriva en este entumecimiento emocional. Sabemos que un
cerebro amargado -deprimido- no pasa de la noche a la mañana a ser un cerebro
feliz, pero nunca está de más conocer unos consejos básicos.
Cómo cambiar
la actitud de un amargado
Tal y como
hemos señalado a lo largo del artículo, en ocasiones, la amargura es un
indicador de una depresión. Por ello, es importante animar a la persona a que
acuda a un profesional de la salud para que valore su estado. Es un primer paso
necesario y esencial. Más tarde, podemos poner en práctica lo siguiente.
Haz uso de
la compasión y el optimismo. Sabemos que el amargado desea atraparnos con su
cinismo, con su rencor y fatalismo. Sin embargo, lejos de claudicar es preciso
no variar nunca nuestra actitud siendo capaces de responder a su negatividad
con optimismo.
No
personalices sus ataques, sé paciente. Quien habla no es el corazón de la
persona, es la raíz de su amargura y sus decepciones no gestionadas, sus
traumas no asimilados, sus vacíos no comprendidos. Guarda la calma y responde
siempre con la voz de la cercanía, de la amabilidad más serena.
Invita al
amargado a adquirir nuevos hábitos. La amargura es pasiva, corrosiva y se
alimenta de los pensamientos de la persona. Una forma de “romper” ese ciclo de
negatividad es intentando que la persona cambie de costumbres, que adopte
nuevos hábitos, que transite por otros escenarios. Así pues, sin presionar,
basta con sugerirles que salgan a caminar, a hacer deporte, que se apunten a
algún curso, que conozcan a otras personas…
La persona
que no está en paz con su corazón, con su pasado y con sus pensamientos, estará
en guerra con todos aquellos que le rodeen. Permite que hallen ese equilibrio,
esa llave para sanar sus heridas y encontrar la calma a sus batallas internas.
Es necesario prestarles ayuda, pero cuidando a la vez de nuestros propios
límites y sin descuidar nuestra autoestima.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/la-tristeza-del-amargado-es-la-misma-tristeza-que-siembra-en-los-demas/
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