LOS DOS MONJES
Viajaban dos monjes a pie en dirección a su aldea, cuando de
repente oyeron una voz que pedía socorro. Se dirigieron hacia el sitio del que
surgía la voz y vieron a una joven que
se había caído a un río y corría el peligro de ahogarse. El monje de menor
edad, diligentemente, se arrojó al agua, tomó a la mujer en sus brazos y la
llevó a tierra firme. Se despidieron los monjes de la mujer y continuaron su
camino, en silencio. Pasadas unas horas, el monje que no había ayudado a la
mujer, increpó a su compañero:
-Deberías saber a estas alturas de tu vida monástica que
nuestra doctrina no nos permite tocar a mujer alguna.
El monje más joven repuso:
-Yo cogí a esa mujer en los brazos y la dejé en tierra
firme. Tú, sin embargo todavía la llevas encima.
Si la mente pudiera
digerir y evacuar, permanecería más fresca, sana y receptiva y no crearía tanto
conflicto, tensión y desdicha. Pero la mente acumula, acarrea y no es capaz de
liberarse de impresiones y memorias inútiles y así no logra poner fin a la
angustia que sus propios enredos provoca dentro y fuera de la misma. No es
fácil aprender a vivir con una mente más libre de prejuicios, dispuesta a
afrontar las circunstancias y eventos según se vayan produciendo, con la
sabiduría del espejo, que refleja, pero no conserva.
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