EL HOMBRE ECUÁNIME
Era un hombre viudo querido por todos que vivía en un pueblo en compañía de su único hijo. Poseía un caballo y cierto
día, al despertar por la mañana y acudir al establo para dar de comer al
animal, comprobó que éste se había escapado. La noticia corrió por el pueblo y
vinieron a verlo los vecinos para decirle:
-¡Qué mala suerte has tenido! Sólo tenías un caballo y se ha
marchado.
-Sí, sí, así es; se ha marchado –repuso el hombre.
Transcurrieron unos días y una soleada y hermosa mañana,
cuando el hombre salía de la casa para dar un paseo, se encontró con que en la
puerta no sólo estaba su caballo, sino que había traído a otro con él. Vinieron
a verlo los vecinos y dijeron:
-¡Qué buena suerte la tuya! No sólo has recuperado tu caballo,
sino que ahora posees dos.
-Sí, sí, así es –dijo el hombre.
Al contar con dos caballos, podían padre e hijo salir a
montar. A menudo galopaba uno junto al otro. Pero he aquí que un día el hijo se
cayó del caballo y se fracturó una pierna. Cuando los vecinos vinieron a ver al
hombre, comentaron:
-¡qué mala suerte, una verdadera mala suerte! Si no hubiera
venido ese otro caballo, tu hijo estaría bien.
-Sí, sí, así es –dijo el hombre sin inmutarse.
Pasaron un par de semanas. Estalló la guerra. Todos los
jóvenes del pueblo fueron movilizados, menos el muchacho que tenía la pierna fracturada. Los vecinos acudieron a
visitar al hombre y exclamaron:
-¡Lo tuyo sí que es buena suerte! Tu hijo es el único que se
ha librado de la guerra.
-Sí, sí, así es –repuso serenamente el hombre ecuánime.
La persona que sabe
ver, se torna ecuánime; la persona que es ecuánime, ve y comprende con más
claridad. Nadie, en el momento en que sucede algo, dispone de la perspectiva
necesaria para saber que lo que acontece de agradable será siempre agradable o
lo que sucede de desagradable será siempre desagradable, y que una cosa no
lleva a otra bien diferente. ¿Quién puede penetrar el insondable terreno de lo
incognoscible? A veces lo que creemos una catástrofe para nosotros, se puede
volver una bendición y viceversa. La persona ecuánime sabe esperar, con ánimo
estable y mente firme, y sobre todo sabe fluir con la naturaleza transitoria de
todo lo fenoménico.
Ramiro Calle " Los Mejores Cuentos Espirituales de Oriente"
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