martes, 19 de enero de 2016

REFLEXIONES DE JOHN LENNON

“Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja,
y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad.

No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece cargar en las espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta.

Nos hicieron creer en una fórmula llamada “dos en uno”: dos personas pensando igual, actuando igual, y que era eso lo que funcionaba. No nos contaron que eso tiene nombre: anulación. Y que sólo siendo individuos con personalidad propia podremos tener una relación saludable.

Nos hicieron creer que el matrimonio es obligatorio y que los deseos fuera de ese término deben ser reprimidos.

Nos hicieron creer que sólo hay una fórmula para ser feliz, la misma para todos, y los que escapan de ella están condenados a la marginalidad.

No nos contaron que estas fórmulas son equivocadas, frustran a las personas, son alienantes, y que podemos intentar otras alternativas.

Tampoco nos dijeron que nadie nos iba a decir todo esto… cada uno lo va a tener que descubrir solo.

Y entonces, cuando estés muy enamorado de ti mismo, podrás ser muy feliz y amar de verdad a alguien.

Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor… aunque la violencia se practica a plena luz del día.”


John Lennon



lunes, 18 de enero de 2016

ME GUSTA MI FORMA DE SER: NO NECESITO GUSTAR A TODO EL MUNDO

Mi forma de ser es auténtica y no necesito aparentar lo que no soy para gustar a todo el mundo. Hace tiempo que practico el valor de la dignidad personal, no soy esclavo de nadie, y no necesito aprobaciones ajenas para ser feliz.

Es vital que lleguemos a esta conclusión lo antes posible en nuestro ciclo vital. Es un aspecto que todo adolescente debería asumir, y que toda persona debería practicar para alcanzar un adecuado equilibrio interior y un bienestar emocional.

Yo no soy como tú esperas que sea, acéptame por lo que me define, por mi forma de ser, por mi forma de hacerte feliz: construyamos un mundo donde ni tú ni yo nos obliguemos a dejar de ser “tú y yo”.

Sabemos que no siempre es fácil actuar de este modo. En nuestro interior, tenemos la sensación de que si no gustamos a todo el mundo no seremos aceptados. No obstante, la vida no se construye con la necesitad de tener que gustar: basta con que sepamos respetarnos.

Uno siente la necesidad de gustar a la familia de nuestras parejas, de llevarnos bien con sus amigos, de encajar con todos nuestros compañeros de trabajo y las personas que forman parte de nuestros círculos sociales. Ahora bien, lo primero que toda persona debería tener en cuenta, es que es imposible gustar a todo el mundo. Cada persona es única, todos disponemos de nuestra forma de ser, de ver el mundo, de vivir la vida.

Si no te gusto, al menos acéptame, respétame. Lo más probable es que exista algún aspecto de mí que nos una, lo más probable es que a pesar de nuestras diferencias, podamos enriquecernos de algún modo. Y si esto no ocurre, tampoco pasará nada. Lo esencial, es que nos aceptemos nosotros mismos: el amor propio es una relación que debe durar toda la vida.

Yo soy yo, y me acepto en mi forma de ser: soy un regalo

Tú eres un regalo para ti mismo, y nadie puede decirte lo contrario. Sólo tú sabes lo que has vivido, lo que has superado, tu forma de ser es la ventana que te permite ver el mundo con toda su intensidad, en libertad e integridad.

Soy como soy, no pretendo ser una versión de nadie ni una marioneta guiada por hilos ajenos: tengo voz, corazón y sé lo que merezco en esta vida para ser feliz.

Nuestra forma de ser no se define sólo con decir que somos extrovertidos, tímidos o introvertidos. Es una amalgama de matices donde se inscriben experiencias, pensamientos y aprendizajes vitales. Son fracasos y son heridas, pero también son triunfos y senderos transitados con felicidad.

Lo malo enseña y lo bueno orienta, toda vivencia edifica nuestra forma de ser, ahí donde también se integran estilos educativos, valores que asumimos o a los que renunciamos, y la esencia de cada persona que pasa por nuestra vida.

- Tu forma de ser es la energía que te empuja y que debe poner barreras a lo que no quieres en tu vida, a lo que no te define.

- Las personas que intentan encajar con todo el mundo necesitan ante todo aprobación. Es entonces cuando se sienten integradas, pero si nos limitamos a buscar aprobación en el día a día dejaremos de ser nosotros mismos.

- El psicólogo y escritor Wayne Dyer solía decir que el 50% de personas con las que nos cruzamos cada día estarán, posiblemente, en contra de nuestras opiniones. Si en alguna ocasión te encuentras con alguien a quien no le gusta lo que dices o lo que haces, no te preocupes: hay otro 50% que sí te apoyará.

- Cuando somos pequeños nos educan en la necesidad de gustar a todo el mundo: sonríe, da la mano, siéntate bien, no hagas esto, no hagas lo otro… Pasamos una buena parte de nuestra vida “buscando aprobación”, hasta que un día, de pronto, nos damos cuenta de que gustar a todos es imposible.

Intentar gustar a todo el mundo te hará infeliz

El budismo ya nos lo decía desde la antigüedad: si te empeñas en gustar a todo el mundo lo único que encontrarás es sufrimiento e infelicidad. No vale la pena, no es necesario gustar a quien tiene el corazón egoísta, a quien no te reconoce, a quien carece de nobleza y a quien simplemente, no encaja con tu forma de entender el mundo.

Soy una parte de todo lo que he encontrado en mi camino, mi forma de ser es mi esencia y mi identidad. Me ha costado mucho llegar hasta donde estoy y no puedo permitirme aparentar algo que no soy solo para hacerte feliz.

Si lo pensamos bien, nada podría traernos mayor estrés y sufrimiento emocional que intentar gustar a todo el mundo. No obstante, también sabemos que “no gustar” puede ocasionarnos más de una crítica y un reproche.

- Entiende que las críticas que te propinen están más relacionadas con quien las dirige que con quien las recibe. No te definen, en ocasiones no es más que el reflejo de la frustración de quien te critica.

- No es higiénico vivir la vida pendiente de las opiniones ajenas, ni bajo el yugo de encontrar aprobación de los demás: te convertirás en un esclavo del mundo en lugar de ser el dueño de tu corazón.

La vida es diversidad, y las personas tenemos tantos matices que vale la pena ser únicos, ser auténticos y mantener siempre una adecuada dignidad. Ámate por lo que eres, quiérete por quien eres.




domingo, 17 de enero de 2016

EL SAGRADO INSTANTE EN QUE DEJAS DE PENSAR

Hay un espacio sagrado entre la lluvia de pensamientos que ocupan tu mente. Por esos diminutos espacios es por donde se cuela la luz del universo y te hace ser brillante.

Esos instantes de silencio entre pensamientos son donde las grandes decisiones aparecen. Esos pequeños instantes en que pasas de un pensamiento repetitivo al siguiente pensamiento repetitivo, son los momentos sutiles donde tu mente se abre a recibir toda la información limpia del universo.

Cuando piensas, no sabes que casi nunca piensas. No eres consciente de tu inconsciencia.

Cuando crees que piensas, no estás pensando, estás reproduciendo el recuerdo de un pensamiento viejo que tuviste hace mucho tiempo. Un pensamiento que lo más seguro es que no sea ni tuyo.

Lo que crees que son tus pensamientos son las asociaciones y respuestas condicionadas que tienes ante las cosas que observas. Pensamientos que ya existen antes de ser pensados. Pensamientos que responden a los patrones que has asimilado desde el día en que naciste. Estos patrones están construidos con creencias, formas parciales de observar, juicios ante cada hecho o situación; han sido implantados en ti por tu familia, tu entorno, tus amistades y, actualmente, por los medios masivos de desinformación que tienen por fin mantenerte en estado de hipnosis.

Tu pensar es una tragedia para ti. Tu pensamiento es un ruido constante que te atormenta aunque busques la paz en un desierto de silencio. Y lo peor es que tú crees que eres tus pensamientos.

La buena noticia para ti es que hay un espacio entre cada pensamiento, tan estrecho que parece invisible ante la lluvia de pensamientos recurrentes que van dejando estelas de basura llenando los huecos de luz. Puedes hacer limpieza. Ha llegado la hora de limpiar la basura.

Situarte como observador de tus pensamientos, como el ser verdadero que puede distanciarse del muñeco pensador y contemplarlo. Apenas descubras que puedes observar a la máquina de pensar, que puedes pensar al pensador, te darás cuenta de que tú no eras ese que creías ser. Podrás dejar caer tu personaje. Podrás vaciar tu pensamiento de contenidos inútiles, ociosos y destructivos. Podrás ponerte a contar cuantas veces has tenido ese mismo pensamiento en el día de hoy, y cuantas ayer. Te sorprenderá la cuenta. Y te darás cuenta de que no has solucionado nada con tanto pensamiento estéril. Ya es hora de dejar de pensar, de irte al campo a contemplar una hoja de un árbol sin ninguna otra ocupación. En ese momento, es posible que por fin aparezca como de la nada la solución a eso que tanto te angustia.

Cuando dejes de pensar a lo loco, podrás empezar a pensar de verdad. No se trata de dejar de pensar, se trata, en realidad, de empezar a pensar. Se trata de disfrutar de tu mente. Tu mente es maravillosa y la tienes inutilizada de tanto uso.

Cuando empieces a dejar más espacio entre los pensamientos, estarás abriendo el espacio para que entre la luz del universo que posee toda la información. Y allí, con todo ese espacio libre, podrás usar tu mente para elaborar pensamientos reales, pensamientos inteligentes, pensamientos lúcidos, pensamientos deslumbrantes.

Siéntate a meditar. Prepara la comida en meditación. Camina meditando. Corre, salta y haz el amor en una meditación continua y permanente. Allí, por fin, tu verdadero ser empezará a sentirse libre. Por fin tu cuerpo, tu mente, tu energía tendrán una verdadera razón de ser. Por fin sentirás que tu vida sirve para algo, que tu visita a la Tierra no es inútil, y que estás haciendo lo que en verdad has venido a hacer y simplemente no recordabas.

Fuente: https://cambiodecreencias.wordpress.com/2015/12/16/el-sagrado-instante-en-que-dejas-de-pensar/ 


sábado, 16 de enero de 2016

PERDONAR ES LIMPIAR LOS DESECHOS QUE OTRA PERSONA DEJÓ EN NOSOTROS

Perdonar, se dice tan sencillo y a veces cuesta tanto trabajo, puede resultar una ardua labor, con todo y que sepamos qué es lo mejor para nosotros, que somos los mayores beneficiados, que nos liberaremos de sentimientos negativos que podemos sustituir por positivos… Pero cuánto trabajo nos puede costar perdonar realmente, de corazón…

Cuando sentimos que alguien nos ha lastimado, cuando han lastimado a alguien que queremos, cuando presenciamos o vivimos injusticias, cuando somos traicionados, cuando nuestro corazón se entristece y se arruga como una pasa por que alguien lo desvaloró, maltrató o realizó cualquier acto donde nos sentimos vulnerados, se genera en nosotros de forma casi inevitable un sentimiento de rencor, de dolor al recordar, de impotencia o de culpa.

Debemos hacer un esfuerzo del tamaño necesario para no cargar con ese peso a nuestras espaldas, el perdonar de corazón nos libera, nos permite soltar algo que nos hace daño, algo que nos pone en sintonía con el dolor. Perdonar no significa hacer las paces con quien sentimos que nos ha agredido, tampoco es restarle importancia a eso que nos lastimó. Es reacomodar nuestros sentimientos en pro de nuestro bienestar, es darnos mayor importancia a nosotros que a nuestro agresor.

Perdonar es amarnos más a nosotros de lo que despierta en nuestro ser el recuerdo de lo que nos lastima. Perdonar es aceptar lo que ocurrió, no podemos cambiar el pasado, solo podemos cambiar cómo lo revivimos en nuestra memoria, poder sanarnos nos permitirá ser más fuertes, ser más conocedores de nosotros mismos y sobre todo protectores.

Esperar una disculpa o un cambio de actitud por parte de quien nos ha lastimado o ha hecho algo que ante nuestros ojos amerite ser perdonado, es darle el poder a otro sobre nuestro estado emocional, probablemente esa disculpa no llegue, probablemente esa persona ni siquiera tenga conocimiento de lo que ha generado en nosotros o bien pueda que jamás cambie. Pero es nuestra responsabilidad y nuestro derecho liberar nuestra mente del dolor, aunque nada alrededor cambie.

Ver las cosas tal y cómo son, aceptar y dejar ir son las tres claves para romper esas cadenas. Nada puede cambiar aquello que vivimos, aunque devolvamos una acción, aunque utilicemos la venganza, inclusive si la otra persona se disculpa o en el peor escenario, dejar de existir en este plano, eso no cambiará lo que vivimos… Lo mejor es aceptar y dejar ir todo pensamiento de dolor… Ya pasó, no podemos hacer más.

Dejemos que el universo aplique sus respectivas leyes, pero sin estar a la expectativa, todo ocurre por una razón, todo lo que vivimos son lecciones, TODOS nosotros, inclusive nuestro agresor, estamos en medio de un proceso de aprendizaje. Hay una ley de causa y efecto y sin nosotros ocupar nuestros pensamientos y sentimientos en algo o alguien, muy probablemente veamos un claro escenario a futuro. Lo importante es que no nos dejemos amarrar nuestro corazón, porque allí estamos permitiendo que nos lastimen permanentemente y eso podría catalogarse como la peor de las agresiones y solo sería nuestra responsabilidad.

“Perdona a todos y perdónate a ti mismo, no hay liberación más grande que el perdón; no hay nada como vivir sin enemigos. Nada peor para la cabeza, y por lo tanto para el cuerpo, que el miedo, la culpa, el resentimiento y la crítica (agotadora y vana tarea), que te hace juez y cómplice de lo que te disgusta”.
–Facundo Cabral




viernes, 15 de enero de 2016

EXPERIENCIA DE DOCTOR: LA DIETA ALCALINA ME PERMITIÓ UNA VIDA SIN ENFERMEDADES

Mucha gente famosa asegura el funcionamiento de la dieta alcalina y proclaman que es responsable de su buena salud y apariencia juvenil.

La idea es que las comidas altas en ácidos causan enfermedades e inflamaciones y que eso debe ser cambiado por comida base o alcalina.

“Para estar sano, ser bello, enérgico y perder peso, uno debería saber que las causas de las enfermedades y la obesidad son el ácido y las inflamaciones”, dice el nutricionista y quiropráctico Dr. Daryl Gioffre, quien ha dado recomendaciones a numerosas estrellas de Hollywood.

Él sostiene que ha logrado perder más de 10 kilos y liberarse de la dependencia al azúcar gracias a una dieta alcalina. Ahora él se alimenta de esta manera el 80 % del tiempo y dice que tiene más energía que cuando estaba en sus 20 años, aunque ahora esté en sus 40.

“Corro una triatlón y ultramaratón. No puedo recordar la última vez que estuve enfermo”, dice.

El principio detrás del proceso es simple, pero estricto: Se necesita dejar los productos lácteos completamente fuera de la dieta, tal vez sólo por un tiempo. Lo mismo es válido para el alcohol, la carne, el café, el azúcar y el gluten. En vez de esto, él sugiere alimentarse según una dieta rica en verduras de hojas oscuras y otros “alimentos básicos”.

Debería ser evitado también comer demasiada fruta, ya que de acuerdo a los principios de la dieta alcalina, el azúcar es azúcar, venga de donde venga.

Uno de los conceptos errados es que la dieta alcalina cambia el pH de la sangre. Como sea, esto no es posible, ya que el cuerpo regula estrictamente el valor del pH y la nutrición no lo puede afectar. Por otro lado, si uno ingiere demasiadas comidas ácidas, dice el Dr. Gioffre, el cuerpo mantendrá el mismo nivel de pH a costa de la salud de nuestros huesos y del corazón, ya que extraerá minerales alcalinos de nuestros propios recursos.

Se recomienda que después de una observación que dure una semana de ingerir solamente productos alcalinos, se mantenga un régimen similar y que un total de un 60 a un 70 % de la comida sean comidas básicas.

“La gente piensa que un estilo de vida sano incluye la eliminación de toda las comidas que uno ama. Esto no es verdad. Se debería disfrutar del proceso para apreciar la salud”, dice el Doctor.

¿Qué comer?

Coma lo siguiente si desea alcalinizar su dieta:

• Aguacate o Palta
• Brócoli
• Coles de bruselas
• Repollo, Chucrut
• Trigo sarraceno
• Zanahorias
• Coliflor
• Zapallitos italianos
• Apio
• Champiñones orientales shitake o maitake
• Champiñones como champiñón ostra o champiñones comunes
• Algas como nori, kombu o wakame
• Cebollino o ceboulette
• Aceite de lino o linaza
• Pepinos
• Ajo
• Pomelo
• Banana
• Soja y productos de soja
• Brotes de alfalfa
• Uvas
• Porotos verdes
• Miel
• Kiwi
• Puerro
• Limones y limas
• Lechuga
• Mango
• Mijo
• Aceitunas y aceite de olivas
• Cebollas
• Naranjas
• Papayas
• Perejil
• Peras
• Arvejas
• Piñas
• Quinoa
• Rabanitos
• Espinaca
• Fresas
• Tomates
• Sandía
• Arroz salvaje
• Calabaza
• Semillas de sésamo, tahini, pasta de sésamo

COMIDAS CON LAS CUALES UNO DEBERÍA SER CAUTELOSO:

• La reacción ácida en el cuerpo es más probable que sea causada por proteínas, muchas veces de origen animal, y se considera que con cada exceso de 10 gr. de proteína que consumimos, perdemos 100 mg. de calcio al orinar. Es por eso que no se debe sobrepasar la ingestión de proteínas.

• Bebidas con gas, ya que son muy ricas en fósforo, un mineral que causa la pérdida del calcio cuando es ingerido en grandes cantidades.

• No más de 3 tazas de café al día, ya que el café causa acidez en el cuerpo. Muchas estadísticas demuestran que beber café en exceso (más de tres tazas al día), puede incrementar la ocurrencia de osteoporosis tanto como en un 82%

• Comidas refinadas como el pan blanco, pasteles y la masa de mil hojas causan acidez y obligan que el calcio se extraiga de los huesos para cancelar la reacción acida en el cuerpo.

• Sea cuidadoso con té negro también.

• Minimice la ingestión de comidas grasosas.

• Fumar y tomar café son dos hábitos “amistosos” que en conjunto causan acidez en el cuerpo.




jueves, 14 de enero de 2016

ME CAÍ DEL MUNDO Y NO SÉ POR DÓNDE SE ENTRA (PARA MAYORES DE 50)

Por Eduardo Galeano

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco. No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales. ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo. Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. Es más ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. Tiramos absolutamente todo. Ya no hay zapatero que remiende un zapato, ni colchonero que sacuda un colchón y lo deje como nuevo, ni afiladores por la calle para los cuchillos. De “por ahí” vengo yo, de cuando todo eso existía y nada se tiraba. Y no es que haya sido mejor, es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo”, pasarse al “compre y bote que ya se viene el modelo nuevo”. Hay que cambiar el auto cada tres años porque si no, eres un arruinado. Aunque el coche esté en buen estado. ¡Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre. Me educaron para guardar todo. Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso a las tradiciones) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes, el primer cabello que le cortaron en la peluquería… ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo? ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los trapos de cocina, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos…  ¡¡Guardábamos hasta las tapas de los refrescos!! Los corchos de las botellas, las llavecitas que traían las latas de sardinas.  ¡Y las pilas! Las pilas pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil en un par de usos.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia, para limpiar vidrios, para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne o desenvolviendo los huevos que meticulosamente había envuelto en un periódico el tendero del barrio! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer adornos de navidad y las páginas de los calendarios para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos reutilizarlos estando encendida otra vela, y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Con el tiempo, aparecía algún pedazo derecho que esperaba a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa. Nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Y hoy, sin embargo, deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de duraznos se volvieron macetas, portalápices y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza y los corchos esperaban pacientemente en un cajón hasta encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. De la moral que se desecha si de ganar dinero se trata. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte en cuanto confunden el nombre de dos de sus nietos, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos en cuanto a uno de ellos se le cae la barriga, o le sale alguna arruga.  Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a mi señora como parte de pago de otra con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que ella me gane de mano y sea yo el entregado.

Nota:

Eduardo Galeano falleció el 13 de abril de 2015




miércoles, 13 de enero de 2016

LAS BUENAS PERSONAS TENEMOS MÁS DE UNA HERIDA EN EL CORAZÓN

Las personas buenas anteponemos las necesidades de los demás a las propias. Pero, en ocasiones, también hay que saber decir “no” para evitar sobrecargas y pensamientos negativos

Las buenas personas no sabemos que lo somos, no comprendemos que nuestro buen hacer se basa siempre en buscar el bien ajeno antes que el propio. Es el modo en que entendemos la vida, es lo que nos define y no por ello nos vemos diferentes.

Ahora bien, algo que sucede muy a menudo en estas formas de comportamiento y de entender el día a día es que su humildad descuida en ocasiones esa “autoprotección” que todos deberíamos cultivar a través de la autoestima y el amor propio.

Darlo todo por los demás es un acto de nobleza, pero no debes olvidar nunca que, al hacerlo, puedes quedarte vacío. Y más aún, es posible que los demás no aprecien cada uno de tus esfuerzos. Te invitamos a reflexionar sobre ello.

Las buenas personas tienen heridas en el alma

Es posible que mucha gente se cuestione en un principio a quien consideramos buena persona y a quien no. Obviamente, siempre hay matices y todos, a nuestra manera, practicamos el bien, el respeto y somos íntegros con nosotros mismos y los demás.

Ahora bien, a la hora de hablar de buenas personas en su sentido más puro, podríamos definirlas de la siguiente manera:

- Son personalidades que, por lo general, no “saben decir No”. Cuando alguien les pide algo, son capaces de dejar a un lado sus prioridades por ofrecer ayuda.

- No cuestionan a quien ofrecen ayuda y a quien no. Atienden a familiares, amigos, compañeros de trabajo… siempre tienen tiempo para los demás.

- Son personas empáticas, capaces de sentir el dolor y las emociones ajenas, e incluso el dolor del mundo.

- Son sensibles, sociables y siempre notan que a los días les faltan horas para hacer más cosas.

Estamos seguros de que también tú puedes sentirte identificado y puede que conozcas a más de una persona que entiende su vida de este modo. Ahora bien, algo que siempre suele ocurrir en estos casos es que llega un momento en que cargan en su corazón más pesares que alegrías.

Cuando los demás dan las cosas por sentado y no aprecian los esfuerzos

Lo señalábamos al inicio: llega un instante en el que los demás dan por sentado que siempre vamos a estar ahí, que siempre vamos a estar disponibles para atender, actuar, ayudar o consolar.

- En el momento en que se dan “los afectos por sentados” aparece el auténtico problema:  las personas dejan de mirarnos al rostro y al corazón. No intuyen que tal vez ese día no nos encontremos bien.

- O peor aún, no se dan cuenta que día a día dejamos de atendernos a nosotros mismos, de que necesitamos tiempo, que tenemos derecho también a decir que no, a priorizarnos.

- Poco a poco llega no solo el cansancio físico, sino el emocional. En el momento en que percibimos que los demás tiran de nosotros más allá de lo que podemos ofrecer, aparece la sobrecarga y el estrés.

- En el caso de las buenas personas este tipo de sobrecargas son aún más peligrosas. ¿La razón? Nos damos cuenta de que algunos dejan de vernos como “personas con derechos y necesidades”. Y es algo destructivo si viene de la mano de parejas o familiares.

Las heridas que escondemos para aparentar ser fuertes

Las buenas personas no suelen quejarse, no lo hacen porque no les gusta aparentar negativismo. Están acostumbradas al optimismo, a la energía y a la apertura emocional.

Ahora bien, al cabo del tiempo nuestro corazón almacena ya muchas decepciones y desengaños. Hemos conocido hasta qué punto pueden llegar los egoísmos ajenos.
Lo peor de estos casos es que, en ocasiones, las buenas personas se sienten culpables de sus propias heridas. Los pensamientos que suelen tener pueden ser los siguientes:

“Esto me pasa por confiar demasiado, esto me pasa porque soy tonto y dejo que se aprovechen de mí…”

Nunca deberíamos dejarnos llevar por estos pensamientos destructivos. Corremos el riesgo de caer en una indefensión y en que nuestra autoestima se destruya. No lo permitas.


Las buenas personas también tienen derecho a decir “NO”

Asúmelo desde hoy mismo: nunca serás mala persona o un ser egoísta si, de vez en cuando, te permites decir “NO”:

- Decir que no es poner límites en el día a día con los que proteger nuestro autoconcepto y nuestra salud emocional.

- Un “NO” a tiempo ayuda a que los demás entiendan que también nosotros somos personas con necesidades y que merecemos, al igual que todos los demás, cuidado y respeto.

- Poner límites supone, a su vez, protegernos y cultivar tiempo para nosotros mismos. Recuerda siempre que darlo todo por los demás te puede dejar vacío. Guarda una parte para ti, para estar bien.

Porque si tú estás bien, podrás seguir ayudando a los demás y entendiendo la vida como tú la sientes: haciendo el bien, regalando sonrisas y optimismo.