miércoles, 9 de septiembre de 2015

LO CONTRARIO AL AMOR NO ES EL ODIO, SINO EL MIEDO

“Ama sin medida, sin límite, sin complejo, sin permiso, sin coraje, sin consejo, sin duda, sin precio, sin cura, sin nada. No tengas miedo de amar, verterás lágrimas con amor o sin él”.

Chavela Vargas

¿Qué harías si no tuvieras miedo?

Uno de los sentimientos innatos del hombre es el miedo. Se trata de una respuesta natural ante un peligro.

El miedo nos ayuda a sobrevivir pero también nos limita y ha sido utilizado muchas veces para doblegar voluntades. Afecta tanto al cuerpo como a la mente.

Ante el miedo, nuestro cuerpo reacciona con el aumento de la presión arterial, nuestras pupilas se dilatan y el corazón bombea sangre a gran velocidad.

Pero el miedo a veces está sólo en nuestra mente, porque puede ser imaginario, cuando no tiene una correspondencia con un peligro real.

Existen muchos tipos de miedo, el miedo al fracaso, el miedo al rechazo, el miedo a la pérdida de poder y el miedo al cambio.

Con miedo no tomamos decisiones,
no somos creativos y sobre todo,
no somos felices.

Carl Gustav Jung, el gran psiquiatra y psicoanalista suizo, sostenía que todos tenemos ciertos rasgos que ocultamos, ya que desde pequeños nos dimos cuenta que esto era necesario si queríamos ser aceptados.

Ese conjunto de rasgos que no aceptamos de nosotros mismos, son como una sombra que aflora en algún momento de nuestra vida.

Junto a “la sombra”, desarrollamos lo que Freud llamaba “el ideal del yo”, que es un yo que creamos para encajar en nuestro entorno y no ser rechazados.

La no aceptación de la sombra conlleva muchos problemas, puesto que no nos aceptamos a nosotros mismos por miedo, no nos queremos. El miedo es lo contrario del amor. No nos amamos por miedo a nosotros mismos y no somos capaces de amar a otros.

¿Qué harías si no tuvieras miedo a aceptarte, a reconocerte, a ser rechazado?

Serías libre y disfrutarías de tu amor hacia ti mismo y hacia otros.

“Todo lo que nos irrita de los demás, nos puede ayudar a entendernos a nosotros mismos”

Carl Gustav Jung

¿Qué es lo contrario al amor?

El odio u “odium” en latín, representa la repulsa hacia alguien o algo. En realidad es algo inútil. ¿De qué sirve odiar? De nada. Sólo nos vamos a sentir mal nosotros mismos.

Paulo Freire, experto en temas de educación de origen brasileño, sostiene que:

"El contrario del amor no es, como muchas veces o casi siempre se piensa, el odio, sino el miedo de amar, y el miedo de amar es miedo de ser libre".

El amor te dulcifica, el miedo te endurece. El amor te abre al universo, el miedo te encierra en ti mismo.

¿Por qué tenemos miedo de amar?

“El miedo es la emoción más difícil de manejar. El dolor lo lloras, la rabia la gritas, pero el miedo se atraca silenciosamente en tu corazón”.

David Fischman

El amor siempre es un riesgo. En cada ocasión tendremos que asumir ese riesgo y vivir la vida, vivir la pasión de amar. Nuestras experiencias pasadas y nuestras creencias, nos limitan y nos inducen el miedo a amar.

Nuestro miedo a amar deriva de nuestra falta de amor a nosotros mismos o falta de autoestima. ¿Si no podemos amarnos a nosotros mismos cómo vamos a amar a otra persona?

Nuestra autoestima o la consideración que tenemos de nosotros mismos. Es un aspecto que debemos mejorar para lograr amarnos y amar a otras personas.

El psicólogo argentino Walter Riso, nos propone algunas claves para mejorar la autoestima:

– Fomenta el autoelogio. Cada vez que hagamos algo bien, algo positivo, debemos elogiarnos. ¡Qué bien lo he hecho!

– Prémiate. Cualquier logro de nuestra vida, por pequeño que sea, merece un premio. El premio puede ser algo simple que nos guste y nos haga disfrutar.

– Elimina las creencias represivas que te impiden autoreforzarte. Aunque a veces debemos poner límites a nuestros sentimientos, otras debemos dejarlos salir. ¿Qué tiene de malo llorar en público o demostrar tu cariño hacia alguien ante otras personas?

– No te avergüences de tus éxitos y tus esfuerzos, disfrútalos.

El caso extremo del miedo a amar es la filofobia. Una persona que padece filofobia experimenta un miedo muy intenso a enamorarse de otra persona, al compromiso y a mantener relaciones íntimas.

Las personas filofóbicas utilizan varios mecanismos para defenderse del amor y mantenerse en su área de comodidad:

– Se enamoran de personas imposibles.

– Comienzan relaciones que están destinadas a fracasar, porque las dos personas son muy diferentes.

– Provocan las discusiones con la otra persona, para provocar que sea el otro quien rompa la relación.

– Tienden a buscar defectos en la otra persona. De esta forma se justifican a sí mismos.

Cómo podemos superar el miedo a amar


El miedo a amar es un sentimiento normal cuando hemos tenido experiencias negativas, pero no debemos darle un lugar y dejarle que gobierne nuestras vidas. El miedo a amar hay que enfrentarlo cara a cara, sin huir.

Si sentimos cierto miedo a la relación con otra persona, es conveniente hacérselo saber para que sea partícipe.

La comunicación es fundamental para superar nuestro miedo. Además es necesario dejar atrás relaciones pasadas y vivir la nueva relación día a día.

“No amar por temor a sufrir es como no vivir por temor a morir”.


Ernesto Mallo

Fuente: http://lamenteesmaravillosa.com/lo-contrario-al-amor-no-es-el-odio-sino-el-miedo/


martes, 8 de septiembre de 2015

NO PIENSES TANTO Y DISFRUTA TU VIDA

En la India existen 4 leyes de espiritualidad que se enseñan y te ayudan a cambiar la perspectiva de la vida. Dicen que si este texto llega a ti, no es por casualidad, es porque estás preparado para entender que ningún copo de nieve cae alguna vez en el lugar equivocado.

1. La persona que llega, es la persona correcta.

“Nadie llega a nuestra vida por casualidad. Todas aquellas personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación”.

No siempre es fácil aceptar esto, hay momentos en los que quieres que la persona que tienes al lado sea la correcta, o quieres elegir un camino pero simplemente no es el indicado para ti. Con el paso del tiempo te das cuenta de que todo está ahí por algo, de que todas las personas que pasaron por tu vida te enseñaron algo. Incluso aquellas que te hicieron daño.

No intentes retener a personas que simplemente tienen que irse de tu camino. Por el contrario, acepta a otras que han sido puestas en tu camino para guiarte.

2. Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido.

“Nada, pero nada, absolutamente nada de lo que sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: “si hubiera hecho tal cosa… Hubiera sucedido tal otra…”. No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que pasan en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y  ego se resistan y no quieran aceptarlo”.

Cada una de las decisiones que tomaste en tu vida fueron por algo. Todos los errores cometidos nos han llevado a ser la persona que somos ahora, nada es por casualidad. No debemos arrepentirnos por nada. Simplemente hay que mirar hacia adelante y saber que cada cosa tiene su momento en la vida. Asumir que, aunque existan momentos que no nos gusten, todo irá a mejor.

Todo en esta vida es un aprendizaje. Aprovéchalo. Trata de ver el lado positivo de las cosas. Sé que al principio es difícil. Date tiempo, pero no te rindas.

3. En cualquier momento que comience, es el momento correcto.

“Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es allí cuándo comenzará”.

Cada cosa a su tiempo. No te apresures, no quemes etapas. Todo llegará, y cuando llegue, será porque es el momento indicado. Si comienza en tu vida, no digas que “no era el momento”. Sí lo era. Si está allí es por algo. No lo rechaces.

4. Cuando termina algo, termina.

“Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución. Por lo tanto, es mejor dejarlo. Seguir adelante, dar las gracias y avanzar, enriquecidos con esa experiencia”.

Creo que uno de los mayores errores que cometemos es alargar cosas que simplemente ya no dan más de sí. Nos impedimos ser felices metiéndonos en círculos que deberían haberse cerrado hace mucho. Hay que avanzar, y para ello, hay que liberarse de ciertas cosas. Cuando algo acaba, acaba. Y punto. Déjalo ser y mira hacia adelante.

A veces simplemente cierro los ojos e imagino una vida diferente a la que tengo ahora. Me imagino eligiendo otras cosas, habiendo hecho algunas que no hice, diciendo todo lo que me quedo por decir a personas que hoy no me dan lugar en su vida. Imagino que seguramente todo sería distinto ahora si hubiera hecho tal o cual cosa. No sé si estoy orgullosa de todo lo que alguna vez hice, pero sí puedo decir que siempre que pude hice lo que quise hacer y no me imaginé nunca lo que venía después.

Creo que nunca me puse a analizar que si hacía algo eso me iba a llevar a una cosa mucho más grande. Quién me iba a decir que con una decisión tan pequeña, las cosas ahora, son tan diferentes a cómo serían sin ese desliz… Sin esas cosas inoportunas de la vida que se te presentan y uno improvisa y hace lo que le sale.

Hoy miro hacia atrás y veo que muchas veces me dejé estar y no fui tan de frente como hoy lo haría sin dudarlo. Pero igual, estoy aquí y no me quejo ni me reprocho nada. Mi vida no sería mía sin esas metidas de pata o sin mi carácter de mierda que a veces complica todo. Sin mis impulsividades o sin mi manía de estar todo el tiempo pensando en cosas que ya pasaron, pero que deberían haber pasado de otra forma.

A veces simplemente hay que dejarse llevar… Dejando que suceda, es más fácil así.

Así que ya sabes las 4 leyes de la vida, aplícalas, no pienses tanto y vive tu vida. Cambia, reinvéntate, intenta cosas nuevas, si te caes vuelve a levantarte y empieza de nuevo cada vez que sea necesario.

En serio no pasa nada, sobre todo si no haces nada.

Publicado por: Mariela Moreno


lunes, 7 de septiembre de 2015

NADA TERMINA, TODO SE TRANSFORMA

“Un comienzo no desaparece nunca, ni siquiera con un final.”

-Harry Mulisch-

Fue Lavoisier quien descubrió esta ley universal: “La materia no se crea ni se destruye solo se transforma” Pero, ¿esta máxima de la química tiene también validez para aquello que es inmaterial, como los sentimientos, las emociones y los pensamientos?

Esa pregunta nos asalta principalmente cuando atravesamos por una situación de pérdida o de ruptura.

Cuando termina una relación de pareja y no estábamos preparados para que eso sucediera. Cuando muere alguien que amamos y necesitamos intensamente volverlo a ver. Cuando desaparecen de nuestro mundo personas o situaciones entrañables…

¿Podemos decir que en realidad algo acabó para siempre?, ¿La muerte o la distancia son el final de todo?

Los finales en la vida

Todos sabemos que lo que tiene un comienzo también tiene un fin. En realidad, si lo piensas, hemos pasado gran parte de nuestras vidas diciendo adiós. Inaugurando nuevas situaciones y dándoles formal sepultura a otras.

Cuando nacemos, finaliza el tiempo de gestación. Le decimos adiós a ese vientre en donde todo era cálido y no teníamos que hacer nada para que fueran satisfechas todas nuestras necesidades básicas.

De ahí en adelante, vamos a pasar por una cadena de comienzos y de finales que se suceden sin cesar.

Le decimos adiós a nuestra madre para ir a la escuela. Le decimos adiós a la infancia para florecer hacia la juventud. Nos despedimos de esa juventud para volvernos ancianos. Luego debemos prepararnos para decirle adiós a la vida.

Vivimos una multitud
de “finales” intermedios

Cambiamos de escuela y terminan entonces vínculos que establecimos y expectativas que flotaban en nuestra mente. Nos mudamos a un nuevo barrio y descubrimos que todo terminó y que todo vuelve a comenzar. Encontramos un nuevo trabajo, o vamos a otro país, o, simplemente vemos que cada día termina y que es irrepetible.

El final sin final

Hay alguien que amamos y que se ha ido para siempre. Murió, o simplemente se apartó de nosotros sin remedio.

Lo que nos hace sufrir es la conciencia de que nunca más volveremos a tener a esa persona físicamente con nosotros o que, por lo menos, el vínculo que existía ya nunca será el mismo.

Sabemos eso y, aún así, seguimos experimentando el amor por esa persona, o la necesidad de que siga aquí. Ese es el drama: termina el vínculo, pero no termina el sentimiento que lo generaba. Ya no está físicamente ese alguien, pero el afecto por esa persona está tan vivo como siempre.

Todo el tiempo estamos expuestos a los finales, aunque no reparemos en ello.

Todos nos resistimos a dejar ir a alguien que amamos. No podemos renunciar así como así, a esas rutinas encantadas en donde ver o escuchar a esa persona nos hacía sentirnos seguros, felices y en paz.

Incluso, si el vínculo no era el mejor, saber que ese alguien estaba ahí nos daba la sensación de que todo el universo estaba en orden. Pero ahora no está y en su lugar, queda un abismo oscuro en el que no queremos estar.

Todo lo que comienza, termina. Y, a la vez, todo lo que termina vuelve a comenzar en otro nivel.

Ocurre en el mundo de la física, de la química y también en el mundo de lo humano. Ninguna de las realidades hondas que hemos vivido va a desaparecer. Ninguno de los sentimientos profundos que hemos experimentado se va a extinguir.

Poco después de la pérdida, la ausencia y el vacío son realidades muy duras de sobrellevar. Con el tiempo, allí donde estaba un gran amor, va a florecer un jardín de hermosos recuerdos que nos confortarán por siempre.

Allá donde estaba ese alguien que siempre extrañaremos, va a germinar un profundo sentimiento de gratitud que nos hará valorar mejor la vida.

De una u otra forma, los que se fueron también se han quedado para siempre. Incluso cuando ya no pensemos en ellos, lo que hicieron nacer en nuestro corazón nos permite ser lo que ahora somos. Nos complementó, nos perfiló, nos definió.

El dolor se prolonga y se hace insostenible solo si no terminamos de aceptar esos finales sobre los que ya no tenemos ningún control, y esos comienzos que no pueden, ni deben, ser la repetición de lo que fue.



sábado, 5 de septiembre de 2015

EL APEGO: LA MAYOR FUENTE DE SUFRIMIENTO

“Los enemigos como el odio y el apego carecen de piernas, brazos y demás miembros, y no tienen coraje ni habilidad, ¿Cómo, entonces, han conseguido convertirme en su esclavo?”

-Shantideva-

A decir verdad, la especie humana es una de las más frágiles de la naturaleza. Cuando un bebé nace, necesita de su madre de forma casi absoluta para poder sobrevivir. El cachorro de un león, un pez o hasta una lagartija vienen mejor preparados para independizarse pronto.

Se ha comprobado que esa necesidad de los demás no está orientada solamente a las necesidades básicas, como nutrición o calor. También existe una profunda necesidad afectiva desde el comienzo de nuestras vidas: los bebés que no son acariciados suelen enfermar y morir.

Es indiscutible la necesidad que todos tenemos de los demás. Como especie, nos necesitamos. Palidecemos o morimos si no hay otro ser humano a nuestro lado.

Sin embargo, hay una gran diferencia entre ese vínculo instintivo que garantiza nuestra supervivencia y las dependencias neuróticas que a veces desarrollamos en la vida adulta.

Los laberintos del apego

Por paradójico que parezca, solamente logramos alcanzar la autonomía, si podemos experimentar la completa dependencia.

El apego a las figuras de cuidado durante la infancia es el soporte de nuestra seguridad emocional.

El mecanismo es simple: si durante tu infancia cuentas con alguien a quien puedes acudir siempre en busca de protección, desarrollarás un sentimiento de confianza frente al mundo y a los seres humanos. Eso te permitirá alcanzar la independencia en tu vida adulta.

Todos necesitamos de una madre, o de alguien que haga sus veces, durante la infancia. Pero no siempre esa figura está ahí.

A veces, ella trabaja y tiene que dejar a su pequeño en una guardería o un jardín de infantes desde muy temprana edad. En otras ocasiones, ella está tan ocupada de sus propios problemas que no tiene la disposición para estar ahí plenamente y de corazón, cuando su bebé la necesita. O tiene que ocuparse de nuestros hermanos, aún si la necesitábamos desesperadamente solo para nosotros.

También puede ocurrir que se sienta tan ansiosa en su condición de madre, que vuelca sobre su hijo las inseguridades que la atormentan; entonces, lo protege de más, como si el mundo fuera una constante amenaza.

En esos casos, y otros similares, crecemos con una sensación de vacío afectivo. Nos angustiamos excesivamente cada vez que debemos enfrentar una situación solos, o cuando tenemos que tomar una decisión libre.

Y también, secretamente, añoramos encontrar una figura que sustituya a esa madre que no estuvo, o que en un momento dado faltó.

Por eso tratamos de encontrar una pareja que nos dé todo, sin esperar nada. Le demandamos una entrega incondicional y nos sentimos profundamente frustrados ante cualquier señal de indiferencia o desapego. Vivimos para el miedo de perder a esas personas que, suponemos, repararán la falta que llevamos dentro.

Del apego a la autonomía

El apego a otras personas es importante y necesario a lo largo de toda la vida. Desde que nacemos hasta que morimos necesitaremos de otros para poder garantizar nuestra salud física y emocional. No importa que seamos un inversionista exitoso de Wall Street o un ama de casa en Bolivia. Todos necesitamos de los demás.

El problema aparece cuando esa necesidad se transforma en ansiedad. Cuando sentimos que si nos dejan solos volveremos a ser ese pequeño indefenso, que se queda paralizado frente a un mundo amenazante.

Para sortear esa ansiedad algunas personas pueden emplear diferentes estrategias. Una es aquella que ya mencionamos en el apartado anterior: buscar una figura que sea portadora de esa imposible promesa “siempre estaré ahí, nunca te dejaré solo”.

Otra posibilidad es optar por lo contrario: evitar a toda costa crear lazos de dependencia con otros, de modo que jamás volvamos a sentirnos abandonados.

También podemos volvernos desconfiados, recelosos y excesivamente exigentes. Les pediremos a las personas mucho más de lo que pueden dar. Y renegaremos eternamente de sus faltas, sus carencias, sus limitaciones. Como si fuéramos un pequeño dictador frustrado por no poder controlar a los demás a nuestro antojo.

En todos esos casos, el sufrimiento va a ser la constante. Sufriremos para conservar a ese benefactor que nos “adoptó”, bien sea una pareja, un jefe, un amigo, etc.

Sufriremos por la soledad de no poder establecer vínculos íntimos con los demás. Sufriremos al no ser capaces de valorar a los demás seres humanos tal y como son.

Dicen que las frutas son lo único que madura. Los seres humanos podemos tener 30 ó 50 años y aún así mantener los mismos temores que teníamos de chicos.

Quizás sea buena idea reflexionar sobre esos vacíos de infancia que nos llevan a los apegos neuróticos en el presente.

Es posible que en algún punto de nuestra vida adulta seamos capaces de renunciar a ese deseo imposible de contar, de una vez y para siempre, con alguien que se comporte como la madre ideal que nunca tuvimos.


http://lamenteesmaravillosa.com/el-apego-la-mayor-fuente-de-sufrimiento/


viernes, 4 de septiembre de 2015

CUANDO TE PERMITES LO QUE MERECES, ATRAES LO QUE NECESITAS

“Cuando eres consciente de lo que mereces, y por fin, te lo concedes, y aprendes a priorizarte un poco más a ti mismo, llegará lo que necesitas en realidad. No es magia, ni es el universo tejiendo sus leyes de atracción. Es nuestra propia voluntad para ser felices, para tomar las riendas de nuestra vida”

Empezaremos proponiéndote una pequeña reflexión… ¿Qué es lo crees que te mereces a día de hoy?

Puede que hayas pensado en un descanso. En permitirte que el tiempo discurra un poco más despacio para poder así, apreciar todo lo que te rodea. Disfrutar del “aquí y ahora”, sin estrés, sin ansiedad.

Es posible que hayas pensado también “que mereces alguien que te quiera”, que te reconozcan un poco más. Sueles esforzarte mucho por los demás y no siempre ven todo aquello a lo que has llegado a renunciar.

Todos, en nuestro interior, sabemos qué es lo que merecemos. No obstante, el reconocerlo es algo que a veces nos cuesta porque pensamos que puede llegar a ser una actitud egoísta.

¿Cómo decir en voz alta cosas como “necesito que me quieran”, “merezco ser respetado/a”, “merezco tener libertad y tener las riendas de mi vida”? En realidad, basta con decírnoslo a nosotros mismos.

No debemos equivocarnos, porque priorizarnos un poco más no es una actitud egoísta. Es una necesidad vital, es poder crecer interiormente para ser felices.

Te invitamos a reflexionar con nosotros.

Las actitudes limitantes

Muchos de nosotros solemos desarrollar a lo largo de nuestra vida muchas actitudes limitantes. Son creencias en ocasiones inculcadas durante nuestra infancia, o incluso desarrolladas posteriormente en base a determinadas experiencias.

Son esos pensamientos expresados en frases como “no valgo para nada”, “yo no soy capaz de hacer eso, fracasaré”, “¿Para qué intentarlo si siempre me salen las cosas mal?”…

Una infancia complicada con unos progenitores que nunca nos dieron seguridad, o incluso relaciones afectivas basadas en la manipulación emocional, suelen limitarnos casi de un modo determinante. Nos volvemos frágiles por dentro y vamos poco a poco, deshilachando nuestra autoestima.

Reestructura tus creencias. Tú eres más que tus experiencias, no eres quien te hizo daño o quien alzó muros para privarte de tu libertad. Mereces avanzar, mereces leer en tu interior y reconocer tu valía, tu capacidad para ser “apto” en la vida y sobre todo, feliz…

Lo que mereces, lo que necesitas

Lo que merecemos y lo que necesitamos está tan unido como el eslabón de una cadena. Te pondremos un ejemplo: “Necesito a alguien que me quiera”. Es un deseo común. No obstante, empezaremos cambiando la palabra “NECESITO”, por “MEREZCO”.

Te mereces a alguien que sepa leer tus tristezas, alguien que atienda tus palabras, que sepa descifrar tus miedos y ser el eco de tus risas. ¿Por qué no? Al cambiar la palabra necesidad por merecer, eliminamos ese vínculo de apego tóxico que en ocasiones, desarrollamos en nuestras relaciones afectivas.

“Si necesitamos algo para ser felices nos volvemos cautivos de nuestras propias emociones”

Empieza por ti mismo/a. Sé tú la persona que quisieras tener a tu lado… La que merece caminar los pasos de tu vida. Al final, llegará alguien que se reflejará en ti. No obstante, empieza también con estas importantes dimensiones:


-Libérate de tus miedos.

-Disfruta de tu soledad, aprende a leer en tu interior, a empatizar más contigo a la vez que con los demás.

-Cultiva tu crecimiento personal, disfruta de tu presente, de lo que eres y de cómo eres.

-Aprende a ser feliz con humildad, desactivando el ego, madurando emocionalmente.

“En cuanto te des a ti mismo todo aquello que mereces, convirtiéndote en la mejor versión de ti, llegará lo que necesitas.”

Priorizarse a uno mismo no es ser egoísta

Muchas veces seguimos siendo prisioneros de esos pensamientos limitantes explicados al inicio. Hay quien encuentra su felicidad dándolo todo por los demás: cuidando, atendiendo, renunciando a ciertas cosas por los demás.

Es posible que nos educaran así. Ahora bien, siempre llega un momento en que hacemos balance y algo falla. Aparece el vacío, la frustración, el dolor emocional…

Como todo en esta vida, existe la armonía, la conjunción de tu espacio y mi espacio, de tus necesidades y nuestras necesidades. La vida en familia, en pareja o en cualquier contexto social, debe construirse mediante un adecuado equilibrio donde todos ganen y nadie pierda.

En el momento que hay pérdidas, dejamos de tener el control de nuestra vida, dejamos de ser protagonistas para convertirnos en actores secundarios.

Reflexiona durante un instante en estas breves ideas:

-Merezco un día de descanso, para mí mismo, en soledad. Esto me ofrecerá lo que necesito: pensar, liberarme del estrés y relativizar las cosas.

-Merezco ser feliz, tal vez sea el momento de “dejar ir” determinadas personas, o aspectos de mi vida. Ello me permitirá conseguir lo que necesito: una nueva oportunidad.

Todos merecemos dejar de ser cautivos del sufrimiento, de nuestras propias actitudes limitantes. Abre los ojos a tu interior, descifra tus necesidades, escucha tu voz. En el momento que te permitas lo que mereces, llegará lo que necesitas.



jueves, 3 de septiembre de 2015

CREE EN TI, AUNQUE NADIE MÁS LO HAGA

“Cree en ti, aunque nadie más lo haga.” Suelo releer esa anotación de tanto en tanto, no por su calidad (que no sé si la tenga) sino para reafirmar lo que ya sé.

Me reafirmo en que yo soy la persona que mejor me conoce. Sé de mis virtudes, de mis defectos, de mis metas y de mis fuerzas para luchar por ellas. Y todo esto se cumple para ti también, por supuesto.

Necesito recordarlo porque, no sé en tu caso, pero a mí en ocasiones se me tambalea la confianza en mí misma debido a los temores que me infunden otras personas.

El miedo es una conducta aprendida, casi siempre. Y no sólo aprendemos miedos en primera persona, sino que parte de esos temores nos son inculcados por otros:

No vayas por ahí, que te vas romper la crisma.
No te comas esa galleta, que te vas poner como una foca y nadie te va a querer.
No estudies filología, que te vas a morir de hambre debajo de un puente.

¿No es injusto con nosotros mismos que “heredemos” los temores de otros imponiéndonos más limitaciones?

Yo creo que sí. De vez en cuando hay que reforzar la fe en nosotros mismos para evitar que los miedos ajenos nos ahoguen.

Hay veces en las que no se trata de miedo, sino de envidias, excepticismo o lo que sea. Es igual. En cualquier caso, necesitamos “desaprender” esa lección que nos brindan. ¡Necesitamos volar!

¿Qué hacer con los agoreros?

1. No tomarlo de manera personal

Cuando alguien llega con sus temores y los vuelca sobre ti, no es la persona quien te habla, sino su miedo.

En lugar de sentir indignación o un enfado monumental, siente compasión por él/ella. Ya tiene bastante con la prisión en la que vive.

2. Usar esa energía para impulsarte

Que te insuflen miedos puede convertirse en todo lo contrario: en un trampolín providencial.

Yo lo aprendí cuando a mis padres les daba miedo que montara en bicicleta. De niña, veía a todos los niños pasear con la suya y, claro, yo también quería hacerlo.

Tenía tantas ganas, que el miedo que mis padres querían que sintiera se transformó en un enorme deseo de demostrarles que podía pasear en bicicleta sin terminar escayolada hasta las pestañas. ¡Y lo logré!

¿A que da una enorme satisfacción cuando demuestras que el miedo no ha podido contigo?

Naturalmente, puedes fallar. Pero el fracaso de lo que se intenta duele menos que el fracaso de no haber desafiado los temores.

3. Estar cerca de gente que te apoye

Esto también es un buen antídoto contra el miedo: Elige sabiamente a tus compañeros de aventura. Osea, rodéate de buenas compañías.


Y si en este momento no encuentras a alguien que te escuche, que te ayude a buscar soluciones, que te anime, etc., al menos, cuídate de aquél que quiera cortarte las alas sólo porque él/ella no se atreve a volar. Cuestiona esas lecciones y elige por ti mismo.

Fuente: http://rincondeltibet.com/blog/p-cree-en-ti-aunque-nadie-mas-lo-haga-1243