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viernes, 5 de agosto de 2016
jueves, 4 de agosto de 2016
ESTE CORTO TE DARÁ UNA LECCIÓN SOBRE EL
AMOR Y LA SUERTE
En
cuestiones de amor, aún sigue siendo un misterio qué es lo que nos mueve a
sentir atracción hacia unas personas y no hacia otras otras. La elección de
nuestros compañeros de viaje parece ser toda una incógnita del universo
sentimental que nos rodea.
Y aunque no
sepamos qué se esconde tras las primeras miradas, el deseo irrefrenable de
querer pasar más tiempo con la otra persona o simplemente, la atracción
inicial, lo cierto es que esos primeros momentos suelen ser maravillosos. Así
es el misterio del amor, tan sorprendente y tan mágico, que ni siquiera
aquellos que lo experimentamos podemos a veces explicarlo.
“Cada persona que pasa
por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de
nosotros. Habrá los que se llevan mucho pero, no habrá quien no deje nada. Esta
es la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.”
-Jorge Luis Borge
En el
artículo de hoy os traemos un corto para reflexionar sobre cómo el amor puede
hacer girar nuestro mundo en cuestión de segundos. Jinxy Jenkins and Lucky Lou es una metáfora
sobre la construcción del amor y la suerte, que no podemos dejar pasar
desapercibida.
Cuando te encontré, mi suerte comenzó a
cambiar
Como hemos
visto, Jenkins y Lou son dos personas distintas, dos universos que de forma
accidental o quizás no tanto, se encuentran provocando un cambio inesperado en
sus vidas. Así nos sucede en la vida real.
Cada uno de nosotros tiene su particular forma de ver el mundo debido a
las experiencias vividas anteriormente y en ocasiones, pueden generarnos
dificultades.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/este-corto-te-dara-una-leccion-amor-la-suerte/
miércoles, 3 de agosto de 2016
martes, 2 de agosto de 2016
LAVARSE LAS MANOS NO LIMPIA LA CONCIENCIA
Según cuentan los evangelios, Poncio Pilato dejó la
sentencia que marcaría el destino de la vida de Jesús en manos del pueblo. Al
hacerlo, lo que hizo fue renegar de cualquier tipo de responsabilidad sobre lo
que ocurriese: lavarse las manos lo alejaba de las consecuencias de la elección
y de cualquier interés por la situación.
Esta expresión, transmitida a lo largo del tiempo, forma
parte de nuestro lenguaje más cotidiano y se usa, normalmente, con un matiz
negativo: “yo me lavo las manos” o, lo que es lo mismo, “niego todo compromiso
con lo que pueda suceder y me exculpo de antemano”. Como sabemos, se emplea
sobre todo cuando alguien es consciente de que existe una gran presión para que
de todas las opciones que hay detrás de una decisión, se opte por una.
“No soy responsable de la sangre de este hombre”
-Poncio Pilato-
Por eso es una acción que molesta: porque lavarse las manos
es un acto de cobardía que deja caer todo el peso de una situación sobre los
hombros de los demás. Ahora bien, tarde o temprano se paga: es probable que
alivie la carga pero solo lo hará momentáneamente, ya que la conciencia se
ensucia y el comportamiento se mancha.
Es más fácil eludir
responsabilidades que consecuencias
Todas las decisiones necesitan a alguien detrás que responda
por ellas, de otra manera es muy complicado que sean tomadas con
responsabilidad y ética. Esto es algo que tenemos presente, ya que cuando nos
encontramos en alguna situación complicada, puede aparecer la tentación de
compartir el peso de la decisión que no nos gusta.
En estos casos, comunes en el entorno familiar o de trabajo,
lo que ocurre es que alguien elude tomar decisiones, buscar soluciones o
afrontar los malos momentos: requiere menos esfuerzo y es más sencillo. Sin
embargo esa persona se olvida de que, por acción u omisión, está dentro del
problema y las consecuencias terminan llegando.
En otras palabras, mostrar desinterés por algo que le
incumbe no hace a nadie libre de ello y puede que después termine quitándole el
sueño: la conciencia es un valioso juez que valora el comportamiento y
dictamina sus propias sentencias.
Un experimento
científico
Tal y como cuenta el diario ABC, los estudios revelan que
lavarse las manos (literalmente) después de un momento conflictivo reduce el
malestar y justifica la forma de actuar: el agua parece ayudar con el
sentimiento de culpa y con el remordimiento. La Universidad de Michigan realizó
un experimento para comprobarlo.
Lo que hicieron fue dar a un grupo de personas una serie de
CDs y les hicieron ordenar diez en base a sus preferencias: tras ello se les
dijo que tenían que elegir para ellos el que habían puesto en quinta posición o
bien el que habían puesto en sexta posición. Acto seguido, la mitad de los
participantes se lavó las manos con jabón y la otra mitad examinaron un bote de
jabón. Cuando terminaron, los dos grupos tuvieron que re-ordenar los CDs.
Los que habían pasado sus manos por el agua mantuvieron su
orden inicial de CDs, mientras que los que no lo habían hecho colocaron el CD
que habían elegido entre los primeros y el que habían descartado entre los
últimos.
Los investigadores entendieron que aquellas personas que se
habían lavado las manos no tenían la necesidad de justificar la decisión que
habían tomado entre los dos CDs, sin embargo los que no se lavaron las manos
re-ordenaron los CDs porque tenían la necesidad de justificar su decisión.
Pusieron al que había elegido como mucho más preferido que la que habían
descartado.
Lavarse las manos no
es tenerlas limpias
En el mismo sentido que el experimento podría encontrarse el
uso del agua en ambientes religiosos: un símbolo de purificación del alma que
ayuda a redimir los pecados. Entonces es probable que la expresión, desde
Poncio Pilato, no solo recogiera la acción de quitarse responsabilidades sino
también de disminuir los remordimientos por ello.
Sin embargo, en la práctica lavarse las manos no siempre las
limpia: todos hemos cometido alguna vez el error de querer desentendernos de
algo, incluso por la sencilla razón de que nos estaba superando. Lo cierto es
que, después, esa decisión nos ha acompañado como un lastre con el que hemos
tenido que luchar.
“La conciencia es la voz del alma; las pasiones, la del cuerpo”
-Shakespeare-
Tener una mala conciencia, de hecho, es como tener un mal
amigo del que es casi imposible liberarte. La moral ética nos hace darnos cuenta
de que no hemos actuado bien y no nos deja descansar tranquilos hasta que no
hemos recuperado nuestra paz interior. La conciencia cuando se ensucia nos
enseña a crecer con los errores, a ganar en solidaridad y a renovar valores.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/lavarse-las-manos-no-limpia-la-conciencia/
lunes, 1 de agosto de 2016
domingo, 31 de julio de 2016
ALIMENTACIÓN
EMOCIONAL, LA COMIDA QUE “LLENA EL VACÍO”
Comer dulces tras una ruptura amorosa, devorar la comida en
momentos de tensión, excedernos en las cantidades a pesar de que es suficiente
para nuestro cuerpo, etc. Esa es la alimentación emocional, una costumbre para
la cual no hay mejor definición que los ejemplos.
Creemos que “ser personas normales” equivale a estar en
estado de alerta respecto a la comida, que debemos tener terror al chocolate y
a la nata, convencidos de que si pudiésemos llegar a manejar “esa feroz hambre
interior” alcanzaríamos la armonía. Extraemos de aquí que en muchas ocasiones
comer se convierte en una metáfora entre la forma en que vivimos y la manera en
la que gestionamos nuestras emociones.
Sin embargo, en muchos casos de ingesta compulsiva la comida
funciona como una cortina de humo que no nos deja ver el verdadero problema: la
pérdida de control emocional por la necesidad de llenar el vacío relativo a
otros ámbitos de nuestra vida.
La relación entre las
carencias afectivas y la comida
La comida se puede convertir en sustituta del equilibrio
emocional. ¿Cuántas veces hemos pagado nuestras frustraciones dándonos un
atracón o comiendo helado de chocolate? La compulsión que nos guía a la hora de
comer es, muchas veces, la desesperación a nivel emocional.
Las dietas no funcionan porque la comida y el peso son los
síntomas, no el problema. Digamos que el hecho de concentrase en el peso es una
manera de no prestar atención a las razones por las cuales tantas personas
recurren a la comida cuando tienen hambre. Esto, naturalmente, es reforzado por
nuestra sociedad, la cual focaliza su atención en los kilos de más y en las
calorías consumidas.
Parece, además, que la pérdida de peso y la consecución de
una figura bonita provocará en nosotros la liberación emocional de los hechos
dolorosos que hoy nos atormentan. Geneen Roth, autora especializada, hace
hincapié en que el exceso de peso es, en sí mismo, un síntoma y que aunque
logremos variarlo si no atendemos a las razones de fondo seguiremos
sintiéndonos desdichados (y generando grandes fluctuaciones). Os acerco un
pasaje que ilustra muy bien esta cuestión:
Alguien acudió una vez a uno de mis seminarios después de
haber perdido treinta y cuatro kilos haciendo dieta. Se plantó delante de
ciento cincuenta personas y dijo con voz temblorosa:
—Me siento como si me hubieran robado. Me han arrebatado el
mejor de mis sueños. Yo creía realmente que al perder peso, mi vida cambiaría.
Pero lo que ha cambiado en mí ha sido solamente lo externo. El interior
continúa siendo el mismo. Mi madre sigue estando muerta, y sigue siendo cierto
que mi padre me pegaba cuando era pequeña. Todavía estoy enojada y me siento
sola, y ahora ya no tengo la ilusión de adelgazar.
El círculo vicioso de
la alimentación emocional
De alguna manera la preocupación por nuestro cuerpo
enmascara preocupaciones aún más profundas, alimentando esto un círculo vicioso
de preocupaciones que no se resuelven y que frenan nuestra capacidad de crecer
y desarrollarnos.
Para algunos autores el verdadero problema del exceso de
peso y de la alimentación emocional es que la comida se convierte en sustituta
del amor. Así, como afirma Geneen Roth, “Si dejamos de alimentar al niño
maltratado que hay en el interior del adulto solitario podremos nutrir el amor
y dar lugar a la intimidad.
De esta manera liberaremos el dolor de la vida pasada y nos
instalaremos definitivamente en el presente. Sólo si nos concedemos un espacio
para la intimidad y el amor aprenderemos a disfrutar de la comida y dejaremos
de usarla como un sustituto”.
En ciertos momentos creemos que comer nos salvará de nosotros mismos,
del odio que sentimos, de la angustia de ser quiénes somos y lo de que nos
provoca todo aquello que es y no queremos que sea. Esto es una especie de
pensamiento mágico que refuerza un círculo vicioso que nos atormenta.
Cuando comemos de manera desequilibrada estamos cuidando mal
de nosotros mismos y de nuestro presente. Pero, como decimos, desahogarnos a
través de la comida y subir de peso es, muchas ocasiones, solo un síntoma que
se recrea en un círculo vicioso. Así, en este sentido, cada vez que comemos de
manera compulsiva, estamos reforzando la creencia de que la única forma de
tener lo que queremos es dándonoslo nosotros mismos a través de la nutrición.
Por eso, cada vez que damos pie a una ingesta excesiva como
consecuencia de un desequilibrio emocional, reforzamos esa desesperanza
asociada a nuestro problema que provoca un descontrol aún mayor. Un círculo
vicioso en toda regla que se retroalimenta una y otra vez, pues la necesidad de
comer nos grita cada vez más, “tapando” así el problema de origen.
La alimentación emocional, sobreingesta o desequilibrio nutricional nos
sirve muchas veces como sostén imaginario; o sea que podemos llegar a usar la
comida para mantener en pie las cuatro paredes de nuestra casa.
Aumentar y bajar de peso o estar siempre a dieta es como
estar en una montaña rusa emocional de manera constante. Una persona que usa la
comida para guarecerse se embriaga sin cesar a través del caos, de la
intensidad emocional y del dramatismo. Porque, como hemos comentado, comer
compulsivamente refleja la escenificación del sufrimiento.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/alimentacion-emocional-la-comida-que-llena-el-vacio/
sábado, 30 de julio de 2016
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