Fuerteventura, la isla. Vídeo e imagen de Charo Barea: fuerteventuraviva.com
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viernes, 12 de febrero de 2016
PERSONAS CONFLICTIVAS: NO ES ALGO PERSONAL,
ESTÁN EN GUERRA CONSIGO MISMAS
Personas
conflictivas, personas negativas, personas tóxicas. Personas que nos hacen daño
y que vulneran nuestra paz con demasiada facilidad y, probablemente, con
extrema frecuencia. Generalmente no las queremos en nuestra vida, pero toparnos
con ellas es inevitable.
Tienen una
habilidad especial para el enfrentamiento y normalmente parece que buscan una
explosión sin miramientos entre sus pensamientos, opiniones, emociones y
comportamientos y las nuestras. Su conflictividad nos genera un gran malestar y
además interfiere en nuestro autoconcepto.
Probablemente
no es algo personal contra nosotros, sino que es posible que estén lidiando una
gran batalla consigo mismos. Al fin y al cabo, como dijo Gandhi, una persona en
guerra consigo misma es una persona en guerra con el mundo entero.
Todos
tenemos luces y sombras, todos podemos ser personas conflictivas
Quien más y
quien menos ha pasado por momentos de dificultad psicológica en su vida. Del
mismo modo, quien más y quien menos se ha comportado de manera injusta con
alguien, ha hecho daño sin pudor y ha apagado sentimientos, deseos o
motivaciones de otras personas.
O sea, todos
queremos evitar algo que en mayor o menor medida cada uno de nosotros ha
realizado de alguna manera a lo largo de su vida. Sin embargo, si nos paramos a
pensar, quizás cuando hablamos en primera persona podemos comprenderlo mejor.
Sea como
sea, es agotador tener al lado a una persona que critica que exceso, que cuenta
chismes, que busca pelear, que vive con un protestador automático y que
tergiversa la realidad cuando le conviene generando discusiones entre dos
personas entre las que reinaba la paz.
Pero
precisamente por eso es clave para nosotros tomar distancia emocional, no dejar
que nos absorba su negatividad, no interiorizar sus ataques y no asumir sus
malas palabras, las cuales pueden llegar a calar muy hondo y a hacer mella en
nuestro autoconcepto.
Manejar los problemas generados por las
personas conflictivas
Rasgos para
detectar a las personas tóxicas, características de estas, estrategias para
defenderse… Quizás la mejor manera para identificar a una persona conflictiva
es comprender que está en guerra consigo misma y que no es un saco sin fondo de
maldad.
Para ello
debemos tener claro esto:
Nuestra
manera de catalogar a las personas será determinante a la hora de relacionarnos
con ellas. Para vivir al margen es importante que no dejemos que esto se
convierta en un círculo vicioso de malas preguntas y de peores respuestas.
Hay personas
conflictivas, sí, pero básicamente nuestra idea cambia si pensamos que esas
personas tienen problemas que están generando guerras emocionales en su
interior.
Todos somos
conflictivos en algún momento y en determinados ambientes. También una persona
a la que queremos profundamente puede comportarse con un guerrero ávido de
venganza. No por esa razón vamos a querer menos a nuestra pareja, hermano,
hijo, amigo, padre.
Otra clave
para manejar esto es tomar perspectiva y evitar caer en la idea de que hay algo
que hemos hecho mal. Si lo interiorizamos, nos están arrastrando hacia sus
tormentas.
No dejes que los demás te arrastren hacia
su tormenta
No podemos
dejar que los demás nos arrastren hacia sus tormentas. ¿Por qué? Con este
ejemplo lo vamos a entender muy bien:
-Si alguien llega hasta ustedes con un
regalo y ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?
-A quien intentó entregarlo- respondió uno
de los alumnos.
-Lo mismo vale para la envidia, la rabia y
los insultos -dijo el maestro-. Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a
quien los llevaba consigo.
Cada persona
da a los demás lo que posee por dentro, sea o no agradable. Eso no quiere decir
que sean ellos los que nos dañan, sino que somos nosotros los que damos validez
a sus opiniones y acciones. En otras palabras, no existen las ofensas sino los
ofendidos.
Nuestra arquitectura
interna tiene armas para defenderse de los ataques y tres de las más poderosas
son estas: tomar distancia, comprender y saber ignorar lo irrelevante.
Asimismo, no
es quien nos hace daño sino quien replica ese mal miles de veces. Podemos dejar
que las palabras se las lleve el viento o que, por el contrario, permanezcan en
nosotros. Creo que nadie tendrá duda de qué es lo que nos satisface más.
jueves, 11 de febrero de 2016
FIBROMIALGIA: EL DOLOR QUE LA SOCIEDAD NO
VE NI ENTIENDE
La
fibromialgia fue reconocida como enfermedad por la Organización Mundial de la
Salud (OMS) en 1992. A día de hoy, la fibromialgia afecta al 4% de la población
y en su mayoría, casi el 90%, son mujeres.
Se la conoce
como la “enfermedad invisible” porque afecta a todas las partes blandas del
aparato locomotor y no se puede diagnosticar fácilmente a través de pruebas
médicas. La fibromialgia no se ve, no deja marcas en la piel ni produce heridas
que otros puedan ver para identificarse. Es un dolor solitario, desesperante.
Sufrir fibromialgia es
algo muy duro: no sé cómo despertaré hoy, si podré moverme, si podré reír o si
solo tendré ganas de llorar… Lo que sí sé, es que yo no finjo: yo sufro una
enfermedad crónica.
De momento
se desconoce todavía la etiología de esta enfermedad, ahora bien, lo que sí
sabemos es que año a año son más las personas diagnosticadas, de ahí que se
busque dar una intervención lo más globalizada posible, incluyendo cómo es
lógico el aspecto biopsicosocial.
Por ello,
hoy en nuestro espacio queremos darte unas pautas básicas para que puedas
afrontar la enfermedad con fortaleza, mejorando tu calidad de vida en la medida
que sea posible.
Fibromialgia: la enfermedad real que no se
ve
Cuando una
persona no puede levantarse de la cama porque siente que “agujas ardientes”
hieren sus articulaciones, no está fingiendo ni busca una excusa para no ir al
trabajo. Quien sufre fibromialgia debe sumar su propia enfermedad con la
incomprensión social, con la sensación de sentirse invisible en un mundo que
solo cree lo que ve.
El principal
problema de la FM (fibromialgia) está en la controversia de si su origen es
psicológico u orgánico. Estas serían las principales conclusiones que nos
indican los expertos:
Posible origen de la fibromialgia
Es necesario
aclarar en primer lugar que no existe evidencia médica que relacione la
fibromialgia con una enfermedad psiquiátrica.
Algunos
autores hablan de que cerca del 47% de los pacientes sufren ansiedad, no
obstante, hay que tener en cuenta también que esta dimensión psicológica puede
ser respuesta del propio dolor, de la propia enfermedad.
Según un
trabajo publicado en la revista “Arthritis & Rheumatology” quienes sufren
fibromialgia experimentan una mayor hipersensibilidad a la estimulación
sensorial cotidiana.
Mediante
resonancia magnética los investigadores descubrieron que ante un estímulo
visual, táctil, olfativo o auditivo, las regiones de integración sensorial
cerebrales sufren una sobre estimulación mayor de lo habitual.
Las personas
con fibromialgia tienen un número mayor de fibras nerviosas sensoriales en sus
vasos sanguíneos, de forma que todo estímulo o cambio de temperatura deriva en
un dolor intenso.
Algo a tener
en cuenta es que cualquier factor emocional va a incrementar la sensación de
dolor en esas fibras nerviosas. Una situación puntual de estrés derivará en
sobre estimulación y en dolor y, a su vez, la sensación de dolor y cansancio
crónico aboca al paciente a la indefensión e incluso en depresión.
Caemos, por
lo tanto, en un círculo vicioso donde una enfermedad de origen orgánico se ve
aumentada por el factor psicológico. Por ello, vale la pena controlar la
dimensión emocional para atenuar o al menos “controlar” el origen etiológico.
Estrategias psicológicas para afrontar la
fibromialgia
El dolor
crónico forma parte de nuestra realidad social, siendo la fibromialgia (FM) una
de sus principales causas. Ahora que ya tenemos claro que factores como el estrés
o la tristeza van a incrementar la sensación de sufrimiento, es importante
introducir unas estrategias básicas de afrontamiento que nos puedan ayudar.
Hoy te has levantado,
te has vestido y has podido salir a la calle. Nadie más entenderá tus logros,
pero esos pequeños triunfos son importantes para ti y deben darte fuerzas:
puedes ser más fuerte que tu enfermedad.
5 claves para obtener mejor calidad de vida
En primer
lugar hemos de tener claro que unas mismas dimensiones no van a servirnos a
todos. Debes encontrar aquellas estrategias que te van bien a ti de acuerdo a
tu particularidad y necesidades. Para ello, prueba y selecciona tú mismo
aquellas que te producen un mayor alivio.
Entiende tu
enfermedad. Ello implica estar en contacto con especialistas, médicos y
psicólogos. Necesitamos tratamientos multidisciplinares y cada uno te aportará
todo el conocimiento de esta dolencia para que “comprendas” a tu enemigo. De
este modo, estarás más seguro/a y prevenido/a.
Instaura una
actitud positiva en tu vida. Sabemos que no es sencillo, pero en lugar de
reaccionar ante el dolor es mejor aceptarlo y tratarlo, no deprimirnos. No
dudes en hablar con personas que sufran lo mismo que tú, no te aísles ni
guardes rencor a quienes te rodean.
Busca
actividades que te permitan afrontar el estrés y la ansiedad: existen técnicas
de relajación muy adecuadas que pueden ayudarte. El yoga, por su parte, también
puede ser muy beneficioso.
Nunca
pierdas el control de tu vida, no dejes que sea el dolor quien te domine. Para
ello, establece instantes de ocio cotidianos por pequeños que sean. Sal a
caminar y no evites el contacto social.
Atiende tus
emociones, tu pensamiento y tu lenguaje. Lo que pensamos y sentimos tiene una
influencia directa sobre la enfermedad. Si nos decimos frases como “no voy a
poder levantarme”, “esto no tiene solución” o “ya no tengo fuerzas”,
incrementarás tu sufrimiento.
Dale una
vuelta a estas frases y verás cómo cambia tu realidad.
miércoles, 10 de febrero de 2016
martes, 9 de febrero de 2016
LA MENTE Y LA NATURALEZA DE LA MENTE, SEGÚN
EL BUDISMO TIBETANO
El
descubrimiento revolucionario del budismo es que “la vida y la muerte están en
la mente, y en ningún otro lugar”.
La mente se
revela como base universal de la experiencia; creadora de la felicidad y del
sufrimiento, creadora de lo que llamamos vida y de la muerte.
La mente tiene numerosos aspectos, pero hay
dos que destacan:
1. La mente ordinaria: la que los
tibetanos llaman “sem”.
Un maestro
la define así: “Aquello que posee conciencia diferenciadora, aquello que posee
un sentido de la dualidad, es decir, que aferra o rechaza algo externo, eso es
la mente. Fundamentalmente, es aquello que podemos asociar con un “otro”, con
cualquier “algo” que se percibe como distinto del perceptor”.
“Sem” es la
mente dualista, discursiva y pensante, que sólo puede funcionar en relación con
un punto de referencia exterior proyectado y falsamente percibido.
Así pues,
“sem” es la mente que piensa, hace planes, desea y manipula, que monta en
cólera, que crea oleadas de emociones y pensamientos negativos por los que se
deja llevar, que debe seguir siempre proclamando, corroborando y confirmando su
“existencia” mediante la fragmentación, conceptuación y solidificación de la
experiencia. (“Sem” es el ego).
La mente
ordinaria es la presa incesantemente cambiante e incambiable de las influencias
exteriores, las tendencias habituales y el condicionamiento.
Los maestros
comparan a “sem” con la llama de una vela en un portal abierto, vulnerable a
todos los vientos de la circunstancia.
Desde cierto
punto de vista, “sem” es parpadeante, inestable y ávida, siempre entrometida en
asuntos ajenos; su energía se consume en la proyección hacia fuera.
A veces me
la imagino como un fríjol saltador mexicano o como un mono encaramado a un
árbol, que brinca incansable de rama en rama. Sin embargo, vista desde otro
ángulo, la mente ordinaria posee una estabilidad falsa y desanimada, una
inercia auto-protectora y pagada de sí, una calma pétrea hecha de hábitos
arraigados.
“Sem” es tan
taimada como un político corrompido, escéptica y desconfiada, ducha en astucias
y trapacerías, ingeniosa en los juegos del engaño. Es dentro de la experiencia
de esta “sem” caótica, confusa, indisciplinada y repetitiva, esta mente
ordinaria, donde una y otra vez sufrimos el cambio y la muerte.
2. La naturaleza misma de la mente, su
esencia más íntima, que es siempre y absolutamente inmune al cambio y a la
muerte.
Ahora se halla
oculta dentro de nuestra propia mente, nuestra “sem”, envuelta y velada por el
rápido discurrir de nuestros pensamientos y emociones. Pero, del mismo modo en
que un fuerte golpe de viento puede dispersar las nubes y revelar el sol
resplandeciente y el cielo anchuroso, también alguna inspiración puede
descubrirnos visiones relámpagos de esta naturaleza de la mente.
Estos
vislumbres pueden ser de diversos grados e intensidades, pero todos
proporcionan alguna luz de comprensión, significado y libertad. Ello es así
porque la naturaleza de la mente es de por sí la propia raíz de la comprensión.
En tibetano
la llamamos “Rigpa”, una conciencia primordial, pura y prístina que es al mismo
tiempo inteligente, cognoscitiva, radiante y siempre despierta.
Se podría
decir que es el conocimiento del propio conocimiento.
No hay que
caer en el error de suponer que la naturaleza de la mente es exclusiva de
nuestra mente sólo. De hecho, es la naturaleza de todo.
Conocer la naturaleza de la mente, es
conocer la naturaleza de todas las cosas.
A lo largo
de la historia, los santos y los místicos han adornado sus percepciones con
distintos nombres y le han conferido distintos rostros e interpretaciones, pero
lo que experimentan fundamentalmente todos ellos es la naturaleza esencial de
la mente.
Los
cristianos y los judíos la llaman “Dios”; los hindúes la llaman “Shiva”,
“Brahman”, “el Yo” y “Vishnú”; los místicos sufíes la llaman “la Esencia
Oculta”, y los budistas la llaman “la naturaleza de buda”.
En el
corazón de todas las religiones se halla la certidumbre de que existe una
verdad fundamental, y que esta vida constituye una oportunidad sagrada para
evolucionar y conocerla.
Buda
significa una persona que ha despertado completamente de la ignorancia y se ha
abierto a su vasto potencial de sabiduría.
Un buda es
una persona que ha puesto en definitivo final el sufrimiento y la frustración y
ha descubierto una paz y una felicidad duraderas e inmortales.
La
naturaleza de buda la tenemos todos. La iluminación está al alcance de todos.
Por medio de
la práctica podemos llegar a ser iluminados.
Aunque todos
tenemos la misma naturaleza interior que Buda, no nos damos cuenta de ello
porque está encerrada y envuelta en nuestra mente individual ordinaria (“sem”).
Imaginemos un
jarro vacío. El espacio interior es exactamente el mismo que el espacio
exterior. Sólo sus frágiles paredes separan el uno del otro.
Nuestra
mente de buda está encerrada entre las paredes de nuestra mente ordinaria. Pero
cuando nos volvemos iluminados, es como si el jarro se rompiera en mil pedazos.
El espacio de dentro se funde instantáneamente con el espacio de fuera. Se
convierten en uno, y en ese mismo instante nos damos cuenta de que nunca fueron
distintos ni independientes el uno del otro, siempre fueron lo mismo.
Sogyal
Rimpoché
“El libro
tibetano de la vida y de la muerte”
Fuente: http://rincondeltibet.com/blog/p-la-mente-y-la-naturaleza-de-la-mente-segun-el-budismo-tibetano-9366
lunes, 8 de febrero de 2016
EL RENCOR: UNA ESPINA EN EL CORAZÓN
Tener rencor
implica sentir un enojo significativo y constante, que no logra disiparse. La
gran mayoría de nosotros lo hemos vivido. En algunos casos, este sentimiento
puede transformase en un deseo de venganza y hacerse obsesivo. En este punto,
debemos parar y, si es preciso, acudir a ayuda profesional.
El rencor,
ciertamente, resulta paradójico, ya que para algunos la situación que es motivo
de conflicto puede ser algo sin relevancia. Para otros tantos, en cambio, una
mínima afrenta representa una agresión de las peores dimensiones. Teniendo en
cuenta que en los dos casos el suceso desencadenante ha sido el mismo, aquel
que alimente más su emoción será el más perjudicado.
“Cuando odiamos a
alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros.”
-Hermann Hesse-
Más aún, si
la persona que siente rencor fue objeto de una agresión importante, puede
llegar a sufrir muchísimo más que el propio agresor, ya que mientras la primera
guarda un sentimiento de dolor muy arraigado, la segunda puede sentirse muy
tranquila y libre de toda culpa.
Ante el rencor y el resentimiento, cabeza
fría y voluntad
Una de las
mayores dificultades del rencor tiene que ver con su ocasional falta de
expresividad. La persona que nos ha dañado ni siquiera puede haberse dado
cuenta de que nos ha herido y sin embargo aumentamos las dimensiones de esta
herida con un rencor, a todas luces, inútil.
Para
erradicar el rencor, lo mejor es saber perdonar y como complemento o agregado a
ello, dialogar. Un perdón que sea producto del entendimiento y la comprensión
de los defectos o las deficiencias del otro, podría ser un verdadero triunfo,
siempre y cuando no justifiquemos ni consintamos nuevas agresiones, que no
merecen justificación. Sí perdón, pero no consentimiento.
Dejar de
pensar en lo sucedido y seguir adelante sobre esta base, verdaderamente nos
ayudará a sanar nuestro corazón. Esta será una cura que es resultado de la
razón, del buen corazón y de la sabiduría que hayamos almacenado en el caminar
de la experiencia.
Se debe
analizar con cierto detenimiento por qué ocurrió, mirar hasta qué punto pude
participar o no en que surgiera un problema y hasta qué punto lo hizo la otra
persona. Pensar si hay alguna solución, aunque sea parcial para mejorar la
situación y tomar las decisiones oportunas con sensatez, objetividad y
justicia. Ser razonables, objetivos y justos, en estas condiciones, no es nada
fácil, pero vale la pena.
También
cuando sentimos rencor resulta importante desahogarse, según sea nuestro
carácter y según sea la dimensión de la agresión. No debemos guardar silencio
simplemente. Esta es la mejor semilla para una depresión o agresividad
profundas, que a la postre serán otro conflicto sin resolver y un obstáculo
más,
No tomar decisiones en “caliente”
Cuando los
hechos son recientes y nosotros todavía estamos muy afectados por la situación,
es imposible ser objetivos, sensatos y justos. Esto sería como apagar un
incendio con gasolina. En situaciones de rencor es fundamental alcanzar un
punto de calma del que partir con la razón. Saber que la vida continúa, que
“mañana de nuevo saldrá el Sol” y que más problemas habrán de venir. La vida es
un caerse y levantarse.
Tampoco
conviene hacerse preguntas que nunca alcanzaran una respuesta definitiva ni
quedarse en el pasado. Lo que pasó, pasó y tenemos que mirar hacia adelante.
Detenernos demasiado en los porqués y asumir la posición de víctima no será de
mucha ayuda en la solución del problema. Partir de “lo rescatable” y a partir
de ahí, o incluso de cero, rehacer lo que se pueda, sería genial: algo así como
“borrón y cuenta nueva”.
La voluntad
y el querer salir de ese rencor serán clave. Del modo en el que resolvamos este
tipo de situaciones, creceremos como personas, nos estancaremos o, incluso,
retrocederemos. Total, el aprender o no es una decisión propia y siempre será
mejor formarse por voluntad personal que por una obligación que nos impongan
las propias circunstancias.
No evadir la situación, sino entenderla y
asumirla
Es
importante aprender de lo sucedido. Si se hace en forma apropiada, una ofensa
recibida, en vez de representar una gran desgracia, con el tiempo se convertirá
en un cimiento más sólido para enfrentar la vida: el trabajo para superar el
rencor es una gran inversión en nosotros mismos.
Ahora bien,
si después de haber actuado o al menos haber intentado varios caminos, el
agresor persiste en su actitud lo mejor es facilitarle el camino para que salga
de nuestras vidas. Quizás no seamos nosotros las personas idóneas para hacerle
ver que de esa manera no va a llegar a ningún sitio.
De nada
sirve estar discutiendo con otra persona, porque la herida cada vez se va a
hacer más grande y porque donde hay demasiado odio y rencor, el ambiente puede
tornarse muy problemático y hasta peligroso. Puede desencadenarse una escalada
de agresividad, con consecuencias tan impredecibles como negativas.
domingo, 7 de febrero de 2016
CONOCE TUS CUATRO EMOCIONES BÁSICAS
El miedo, la
rabia, la alegría y la tristeza son las emociones básicas del ser humano. Todos
las sentimos en cualquier época, edad y cultura. Pero, ¿sabes cómo dominarlas?,
¿eres consciente de ellas?
Estas
emociones no están en nuestro día a día por una cuestión arbitraria o
caprichosa, sino que desempeñan un rol principal en nuestro desarrollo
psicológico. Esto significa, que las emociones básicas sirven para avisarnos y
guiarnos en la conservación del organismo y en la socialización con los demás.
Las emociones básicas nos informan
Quizás sea
un poco difícil de comprender esto que parece tan técnico o sacado de una
enciclopedia. Pero lo que es importante recordar es que todos tenemos miedo,
sentimos rabia, nos alegramos y nos entristecemos, porque de esta manera la
mente y el cuerpo se desarrollan y nosotros podemos trascender como seres
humanos y socializarnos.
Hemos
aprendido (y lo seguiremos haciendo) de nuestras emociones. Por lo tanto, si
has tenido un episodio bonito donde todo era felicidad, es probable que eso
haya formado tu carácter, al igual que si has sufrido un acontecimiento que te
entristeció o algo que te ha dado mucha rabia o temor.
No importa
la edad que tengamos, donde vivamos o de qué trabajemos. Sin excepción,
sentiremos a las emociones básicas en más de una ocasión. Esto se debe a que
las emociones son informaciones muy útiles, nos permiten saber cómo estamos
aquí y ahora, siendo una guía de aprendizaje para nuestra vida, para
comprendernos y para saber cómo continuar, si les prestamos atención.
No existen
emociones buenas o malas, como solemos creer o categorizar lo que sentimos. Lo
que sí hay, son emociones que nos pueden ser más o menos agradables. Cada una
de ellas tiene una función específica y todas son necesarias.
Las
emociones básicas o primarias del ser humano, son una cualidad energética, ya
que nos permiten actuar de forma expansiva con los demás (la rabia y la
alegría) o con nosotros mismos (la tristeza y el miedo). Analicemos, pues, las
cuatro emociones básicas por separado, para así poder conocer su función
específica en nuestra vida:
Miedo
Es una
emoción conocida por los expertos como “de repliegue”, se encuentra incluida en
el grupo de las reflexivas y su función es advertirnos sobre la inminente
presencia de un peligro, ya sea de recibirlo o de causar nosotros algún daño.
El miedo es
una de las emociones básicas que nos permite a su vez, evaluar cuál es la
capacidad que poseemos para afrontar las situaciones que percibimos como
amenazas. Si aprendemos a conocer primero y a gestionar el miedo después,
experimentamos la prudencia y nos alejaremos del pánico, la fobia o de la
temeridad.
Alegría
También
conocida como “la emoción de apertura”. Cumple la función de ayudarnos a crear
vínculos hacia los demás, por ello se encuentra entre las emociones básicas
expansivas (junto a la ira).
Puede
manifestarse de diversas maneras, siendo las más frecuentes la ternura, la
sensualidad y el erotismo. Si gestionamos bien la alegría, podremos alcanzar la
serenidad y la plenitud. Si no la sabemos manejar bien, nos conducirá hacia la
tristeza, la euforia o la frustración.
Tristeza
Se encuentra
dentro del grupo de las de repliegue y es conocida como la más reflexiva de
todas. Evoca siempre algo que ha ocurrido en el pasado y su función es
ayudarnos a estar conscientes de una cosa, situación o persona que hemos perdido
o añoramos.
La tristeza
también nos sirve para soltar y dejar ir lo que no nos pertenece o nos hace
mal. Por último, otra de las funciones de la tristeza es la de permitir a los
demás que nos acompañen, evitando volvernos demasiado vulnerables o dependientes.
Rabia
Es la
segunda emoción expansiva. Se trata de un impulso, una manera de quitarnos algo
o alguien de encima, sacar afuera lo que nos molesta, lo que creemos injusto o
lo que nos está haciendo daño.
La rabia
implica una sobrecarga de energía, que en ocasiones, nos ayuda a cumplir la
realización de lo que queremos o nos asegura la necesidad de amenaza. Por ello,
no debe ser considerada siempre como “negativa”. Lo que ocurre es que a veces,
en vez de ayudarnos a resolver lo que sucede, la rabia es una de las emociones
básicas que se convierte en un problema más, si llevamos su expresión al
extremo.
La rabia
sería una especie de limpiador efectivo para todo lo que nos pesa. Pero
atención, que para ello debemos reconocerla, aceptarla y gestionarla
correctamente, sino ocurrirá todo lo contrario.
Una vez que
seamos conscientes de la presencia de las emociones básicas en nuestra vida y
aprendamos a vivir con ellas, será más simple darnos cuenta de que son todas
positivas. Pues cada una de ellas responde a una necesidad y cumple una función
en nuestra existencia. La cuestión es comenzar a darse cuenta…
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