sábado, 19 de septiembre de 2015

LA QUEJA TAMBIÉN NECESITA SU ESPACIO

La queja es un recurso que todas las personas utilizamos tanto para expresar nuestro dolor, como para hacer crítica de algo que no nos gusta o molesta. Pero, ¿resulta beneficioso quejarse?

La queja, al igual que todo, puede resultar beneficiosa o perjudicial dependiendo del uso que se le dé. Ya que existen diferentes tipos de queja y múltiples formas de utilizarla.

Podemos incluso llegar a acostumbrarnos a esta manera de actuar, de tal forma, que automáticamente, recurramos en cualquier instante a expresar nuestra insatisfacción ante cualquier circunstancia.

Expresar la propia insatisfacción hacia lo que nos rodea se puede volver adictivo, sobre todo si conseguimos que haya personas que nos escuchen y logramos obtener beneficios con esta actitud.

La queja adictiva

Este tipo de queja realmente está generando una mayor insatisfacción personal, ya que la atención está enfocada a buscar todo aquello que no funciona, lo que nos gustaría tener y no tenemos, y lo que nos molesta de nuestro entorno.

Una actitud nada productiva, puesto que nada de lo que se analiza es llevado a la acción. Se centra sobre todo en emitir juicios que no ayudan, ni contribuyen a resolver nada en concreto.

Además, cuando aquello que es motivo de queja acaba por resolverse, entonces cambia el foco de atención hacia otra cosa de la que poder quejarse. Este comportamiento puede exasperar y alejar a las personas que están a su alrededor.

El viajero sediento

Este relato Zen nos proporciona una muestra de en qué consiste la queja adictiva:

“Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa.

Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha.

Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados. De repente, empezó a escucharse una voz que decía:

 -¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo!

Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja, que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua.

El hombre sediento bebió con avidez el agua. Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos. Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir:

 -¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía!”

Para qué se utiliza la queja adictiva

La queja adictiva tiene la función de atraer la atención de las otras personas, que en otras circunstancias no se obtendría. De tal forma, estas personas quedan enganchadas a este beneficio que obtienen siendo atendidas, a modo de recompensa social.

Cuando la actitud está siendo recompensada, gracias a la atención que se obtiene, entonces resulta fácil caer en la victimización.

Bajo la victimización la persona aprende a evadir la responsabilidad de su conducta, no haciéndose cargo de sus decisiones y de las posteriores consecuencias. Este estado, le permite sentirse en una vulnerabilidad elegida.

La queja adictiva es utilizada como instrumento para evitar aquello a lo que se le teme y lo que no se quiere asumir ni vivir

La queja necesaria que nos libera

Existe este otro tipo de queja que nos ayuda y nos reconforta, que realmente nos aporta beneficios y nos libera de muchas cargas emocionales. Es la queja que tiene una función de catarsis emocional.

La queja nos puede brindar la oportunidad de soltar el malestar y la rabia acumulada que tengamos por una situación que hayamos vivido con disgusto

Reprimimos muchas de nuestras emociones, quedándose enquistadas y volviéndose contra nosotros mismos. Como seres sociales que somos, nos resulta importante encontrar a alguien que nos escuche, que nos atienda para soltar aquello que nos preocupa, o no nos habíamos atrevido a expresar.

Resulta necesaria la queja cuando disponemos de ella como un recurso liberador, para expresar nuestra pena, nuestro dolor y nuestros sentimientos; y no como recurso para caer en la victimización sin hacer nada y sin hacernos responsables de lo que vivimos.




viernes, 18 de septiembre de 2015

A VECES NO ES EL AMOR LO QUE SE TERMINA, SINO LA PACIENCIA

A veces no es el amor lo que se termina, sino la paciencia, esa que dicen que es santa, porque resiste vientos y mareas y siempre acaba dando más de lo que debería.

Ahora bien ¿Cómo no ofrecerlo todo por esa persona con quien hemos construido un vínculo afectivo y vital, e incluso un proyecto de vida?

Está claro que queda justificado el que cedamos en ocasiones más de la cuenta, que perdonemos hoy, mañana y pasado, y que esperemos un poco más con la esperanza de que las cosas mejoren.

“En ocasiones, la realidad acaba cayendo por su propio peso para abrirnos los ojos. Nuestro corazón no puede borrar de la noche a la mañana lo que siente, pero cuando se pierde la paciencia uno empieza ya a quitarse una tras otra, todas las vendas que lo cegaban”

Hay quien dice que la paciencia es una virtud, pero está claro que esta dimensión no puede aplicarse a todos los ámbitos, y que además, debe tener unos límites.

No podemos pasar una vida entera siendo pacientes viendo cómo se vulneran nuestros derechos, nuestras necesidades como seres que necesitan reciprocidad, cuidado, afectos y reconocimiento.

El amor requiere compromiso, voluntad y paciencia… pero hasta cierto punto.

La paciencia en el amor no es lo mismo que pasividad

Tal y como te indicábamos antes, a menudo suele definirse el concepto de paciencia como una virtud. Es la facultad que tenemos la personas para posponer determinadas cosas que nos aportan satisfacción, porque pensamos que esa espera, a largo plazo, nos traerá cosas mejores.

“También se define la paciencia como una habilidad: la que tenemos para tolerar situaciones desfavorables ante las cuales podemos tener o no tener el control. Ahora bien, cuando hablamos de amor, es necesario que mantengamos siempre el timón de nuestra propia realidad.”

Hay quien se justifica usando esta palabra como una dimensión que hay que asumir.

Las cosas están mal, pero ¿qué se le va a hacer? Hay que tener paciencia. “¿Qué podemos hacer si él o ella es así? No podemos cambiarlos, así que es mejor mantener la paciencia”…

No hay que confundir paciencia con pasividad

En realidad ahí está la auténtica clave. Podemos ser pacientes, podemos hacer de la paciencia nuestra mejor virtud porque nos ayuda a analizar mejor la situación, a saber observar, a ser reflexivos.

No obstante, todo este proceso interior nos debe permitir ver la auténtica realidad.

Una persona paciente no tiene por qué ser pasiva. La persona pasiva hace de la tolerancia su forma de vida, permitiendo abusos hasta experimentar en piel propia como se vulnera su integridad. Y ello, es algo que nunca debemos permitir.

Los beneficios de ser paciente pero no pasivo

A la hora de establecer y mantener una relación afectiva, la paciencia es un pilar en el día a día que debemos reconocer. Está claro que no tiene por qué gustarnos cada aspecto, comportamiento o costumbre de nuestras parejas, pero no por ello vamos a actuar de forma impulsiva echándoselo en cara, y rompiendo la relación.

Somos pacientes, respetamos y toleramos porque amamos. Porque sabemos también que en toda pareja existe un tiempo para que las cosas se armonicen, para que todo encaje y comprendamos a su vez, las necesidades de cada uno.

“La paciencia debe ser mutua y llevarse a cabo casi a modo de ejercicio. Yo soy paciente contigo porque te respeto y te quiero, porque te reconozco como persona, y sé que amar no es solo querer las coincidencias, sino respetar también las diferencias”

Ahora bien, la paciencia requiere a su vez claridad emocional. Debemos saber dónde están los límites y comprender en qué momento se nos está vulnerando como personas. Como miembros de una relación afectiva.

No hay que ser pasivos ante las exigencias cargadas de egoísmos, ante la posición de priorizarse uno por encima del otro. No hay que cerrar los ojos a las carencias ni ser impasibles al dolor emocional que nos provocan los vacíos, los desprecios o ese maltrato sutil ejercido a través de palabras envenenadas.

Es aquí donde la paciencia debe caer, descorrer su velo para ver la verdad.

Cuando se termina la paciencia… ¿Qué?

Cuando se termina la paciencia llega la decepción porque ya somos conscientes de nuestra realidad en todos sus matices. En todos sus claroscuros. Ahora bien, esto no significa que debamos romper al instante esa relación de forma obligatoria, si aún seguimos amando a la persona.

Es momento de hablar, de poner en alto cual es la situación y decir lo que sientes y lo que necesitas. No se trata de evadir el problema. Si ese compromiso nos importa, daremos todo lo que nos sea posible por mantenerlo.

Ahora bien, para que una relación prospere o sane esas carencias que nos hacen daño, el esfuerzo debe ser mutuo. En el instante en que uno ofrece más y el otro solo invierte sus propias excusas, la paciencia se acaba perdiendo por completo, y con ella, la decepción se convierte en un abismo insondable.

“La paciencia no es la capacidad de esperar, sino la habilidad para comprender que merecemos cosas mejores”




jueves, 17 de septiembre de 2015

LAS PREOCUPACIONES NO EVITAN EL MAÑANA

Es cierto, las preocupaciones que podamos tener no van a evitar un mañana que se nos escapa de las manos. Y, sin embargo, en menor o mayor medida, no hay nadie que no esté preocupado por algo hoy en día.

La vida exige preocupaciones constantes acerca de nuestro presente y de nuestro futuro; pero, ¿realmente preocuparme más de la cuenta eliminará el miedo que tengo a lo que será de mí en unos días, unos meses o unos años?

Nos preocupamos más de lo que los problemas merecen y nos perdemos otras muchas oportunidades de sentirnos bien con lo que tenemos.

Las preocupaciones nos bloquean

Sería muy beneficioso que recordáramos siempre que pudiéramos una premisa que dice: “el futuro es hoy”. Esta afirmación da validez a nuestro presente, a nuestro día a día.

En el momento en el que esta premisa se nos olvida y pensamos que el futuro está por llegar, las preocupaciones pueden bloquearnos: ¿Qué pasará si no encuentro trabajo el año que viene?, ¿seré una buena madre?, ¿cómo les irá a mis hijos ahora que son mayores?, ¿podré superar este mal momento?…

Esas son algunas de las preguntas que puedes estar haciéndote, pero hay muchas más que son similares.

El bloqueo aparece cuando en nuestra cabeza tenemos una serie de cosas que no podemos evadir. Y, algunas de ellas además pueden convertirse en obsesiones si no les ponemos remedio.

A continuación, os dejamos un texto en el que podemos observar las consecuencias que tiene preocuparse demasiado:

“Una psicóloga en una sesión grupal levantó un vaso de agua, todo el mundo esperaba la pregunta: ¿está medio lleno o medio vacío? Sin embargo, ella preguntó ¿Cuánto pesa este vaso? Las respuestas variaron entre 200 y 250 gramos.

La psicóloga respondió: el peso absoluto no es importante, depende de cuánto tiempo lo sostenga. Si lo sostengo un minuto, no es problema. Si lo sostengo una hora, me dolerá un brazo. Si lo sostengo un día el brazo se paralizará.

Es evidente que tus preocupaciones no van a desaparecer, pero sí puedes cambiar la actitud con la que te enfrentas a ellas. Es necesario que seas tú quien las controle para no dejar que ellas te controlen a ti.

Deshacernos de las preocupaciones innecesarias

Cuando la psicóloga de más arriba anima a “soltar el vaso” no solo lo hace pensando en esas preocupaciones que nace de forma justificada y que pueden ser positivas como llamada de atención, sino también de aquellas que sabes que tienes y que son innecesarias.

Es enriquecedor sentirte liberado, en cierta medida, de esos pensamientos negativos que probablemente no vayan a ocurrir después y que si ocurren habrá dado igual que te hayas preocupado anteriormente.

Trata de concienciarte de que tampoco puedes evitar algo inevitable ni puedes cambiar algo que ya ha pasado. Cuando sientas que estos pensamientos se apoderan de ti, intenta recordar todo lo que te estás perdiendo mientras tanto.

Las preocupaciones son inevitables, pero no incontrolables

Para ayudarte a sentirte mejor, te ofrecemos algunas claves para que tengas siempre presente cuando las preocupaciones te asalten:

Piensa que vives en el presente y solo son problemas los que existen realmente.

Confía en ti mismo y en tus posibilidades: tú puedes y podrás con ello.

No des volumen al problema o cuestión: el tamaño que tenga es la real, ni más ni menos.

Mantén la cabeza ocupada en otras actividades que te distraigan: pensar es muy positivo, pero pensar demasiado puede ser perjudicial para ti.

Si lo necesitas, pide ayuda: hay amigos, familia o especialistas perfectamente cualificados para ayudarte cuándo tú no puedas solo.

Es importante que cuides el día de mañana y está bien que te preocupes por ello, pero no dejes que ello no te permita ser feliz hoy. Adiós al estrés excesivo y a la ansiedad que no te deja respirar. Dale a cada preocupación la importancia y el tiempo que merecen.

“Las preocupaciones acaban por comerse unas a otras, y al cabo de diez años, se da uno cuenta de que se sigue viviendo.”
- Jean Anouilh –




miércoles, 16 de septiembre de 2015

¿POR QUÉ LAS PERSONAS NO SE CURAN?

Un médico intuitivo tuvo una perspectiva única sobre por qué las personas no se curan. Él solía pensar que todo el mundo quería ser sanado. Y llegó a la conclusión de que “La sanación es muy poco atractiva”.

Los impedimentos para la curación incluyen renunciar a vivir en el pasado, dejar de ser víctima, y el miedo al cambio. Dirigir el pensamiento y la energía hacia el pasado desvía la fuerza vital de las células y los órganos que necesitan esa energía para funcionar y sanar.

La curación requiere vivir en el presente, recuperando la energía de los traumas y heridas del pasado. Dice que la única razón para alimentar y mantener vivo el pasado es a causa de la amargura de lo que pasó. Negarse a perdonar un evento o a una persona del pasado produce fugas energéticas del cuerpo. El perdón sana estas filtraciones. El perdón no tiene nada que ver con no culpar a otros por las heridas que causaron. Tiene más que ver con “liberarnos de la percepción de víctima”.

Cuando podemos ver un acto doloroso como parte del proceso de la vida, como un mensaje o un desafío en lugar de una traición personal, la energía vital fluye de vuelta a los circuitos de energía del cuerpo físico.

Las personas no se curan porque no se han liberado de la ilusión de ser víctima. Con demasiada frecuencia, la gente obtiene poder con sus heridas porque han encontrado que suscita el apoyo de otros. Las heridas se convierten en un medio de manipular y controlar a los demás.

Generalmente, la recuperación requiere hacer cambios en el estilo de vida, medio ambiente, y relaciones. El cambio puede ser aterrador.

Es fácil mantenerse en un compás de espera, alegando que uno no sabe qué hacer, pero rara vez es cierto. Cuando estamos en un compás de espera, es porque sabemos exactamente lo que debemos hacer, pero estamos aterrorizados para actuar en consecuencia.

El cambio es alarmante, y la espera da sensación de seguridad, cuando la única manera de adquirir ese sentimiento de seguridad es entrar en el torbellino de los cambios y salir por otro lado, sentirse vivo otra vez.

La sanación requiere acción. Comer adecuadamente, hacer ejercicio diario, tomar el medicamento adecuado, genera cambios saludables en el físico.

Soltar el pasado, dejar puestos de trabajo estresantes o relaciones inadecuadas, son acciones que sostienen la energía del cuerpo. Lo que apoya al uno apoya al otro, porque la energía física y energética están inextricablemente unidas.

Incluso el proceso de morir, al que todos nos enfrentamos, puede convertirse en un acto de sanación de viejas heridas que son liberadas resolviendo asuntos pendientes con los seres queridos.


Fuente: http://consejosdelconejo.com/2015/08/02/por-que-las-personas-no-se-curan/


martes, 15 de septiembre de 2015

CUÁNTAS COSAS PERDEMOS, POR MIEDO A PERDER

A veces, el temor nos invade y nos sumerge en su atmósfera. Y así, atrapados por él, todo a nuestro alrededor se ve diferente, se nubla. Como si tuviéramos unas gafas empañadas puestas y nuestra visión se manchara por pequeñas o grandes motas.

Son las manchas del miedo, las manchas de las suposiciones, de nuestros “y si…”, “quizás…” o nuestros deberías… colocándose a menudo como obstáculos en nuestro camino.

¿Cuántas veces no hemos avanzado por ello?…¿Cuántas cosas hemos perdido por miedo a perder?

Y es que ocurre que a veces, el pañuelo que utilizamos para limpiarnos esas motas, en lugar de quitarlas, nos ensucian cada vez más. Pues la solución, estrategia o alternativa que hemos elegido, en lugar de apaciguar nuestro miedo, lo alimenta y lo hace más fuerte.

Como cuando le dices a alguien que está enfurecido que se calme, aumentando su ira por momentos o cuando nos decimos a nosotros mismos que no pensemos en lo que nos hicieron o en la situación que nos preocupa, y acabamos aumentando más nuestro grado de preocupación.

Estas motas que aparecen nos hacen parecer miopes ante las circunstancias que nos suceden y andamos entre la neblina, dando tumbos, a medio camino entre  la confusión y la incertidumbre.

Otras veces, parece que echamos un pulso contra el miedo… luchamos y luchamos contra él, de mil y una manera diferentes pero que casi todas nos llevan a la derrota y al desgaste, porque al miedo más que golpearlo, es necesario comprenderlo y aceptarlo, para descubrir que nos está sucediendo.

El miedo hay que sentirlo para saber que nos dice, pero sin extremos.

Y en ocasiones, es el propio miedo al miedo el que nos atrapa y nos quedamos con las manchas de las expectativas y las suposiciones; imaginándonos un futuro incierto pero tan vivo para nosotros en esos momentos, que da miedo… y es cuando empezamos a perder cosas, personas o vivencias por miedo a perderlas…

Por miedo a perder, has podido cambiar tus elecciones. Por miedo a perder, has podido quedarte donde estás y conformarte; por miedo a perder, en lugar de arriesgarte, te has quedado en la seguridad de lo conocido… por miedo a perder, has optado por el silencio en lugar de las palabras; por miedo a perder, has hecho tantas cosas para no perder a algo o a alguien, que en ocasiones, han sido justo las condiciones que lo han provocado o que incluso, te han hecho perder tus objetivos…

Nunca dejes de
hacer nada
por miedo a perder

Ni por nada, ni por nadie… ni siquiera por ti mismo.

El mayor peligro se encuentra en no intentarlo por miedo a perderlo.

Ten en cuenta que el miedo surge ante lo desconocido, ante la creencia de que no podemos controlar algo, a alguien o a nosotros mismos.

El miedo nos hace perder
y el perder nos da miedo

El miedo, nuestro temor, tan solo es una señal que nos indica que algo está sucediendo dentro de nosotros, pero no hay que dejarse doblegar por ello.

El miedo es una proyección del futuro, es el poder de nuestra imaginación en marcha, anticipándonos a las situaciones y a nuestras vivencias, seguramente porque una vez no ocurrió como esperábamos.

El miedo a perder está ubicado en un futuro que no existe y que tan solo le damos fuerza desde nuestra mente, imposibilitando la consecución de nuestros sueños y perdiendo las infinitas posibilidades.

El miedo a perder conlleva una vida llena de pérdidas, de todas esas que no intentamos, perdiéndonos la vida misma, pues ésta solo ocurre en el presente, siendo el futuro un misterio.

Vivir en el miedo es no permitirse vivir, desaprender la posibilidad de vivir desconectando de lo que ocurre aquí y ahora.

Por lo tanto, ¡lánzate a vivir!

No te aseguro que no tengas perdidas, eso es imposible, pero habrás aprendido a vivir aun a pesar de ellas, a luchar por lo que quieres y lo más importante, a no traicionarte a ti mismo.

De lo contrario, ¿cuánto estás dispuesto a seguir perdiendo?




lunes, 14 de septiembre de 2015

EL PODER CURATIVO DE LAS PALABRAS AFECTIVAS

El lenguaje emocional es una forma de expresar sentimientos y emociones, a la misma vez que es un canal de conexión con la otra persona.

En muchas ocasiones, para entendernos en la relaciones interpersonales es suficiente con una expresión afectiva, emocional, con sentimiento, o dicho de otra forma, mostrarnos desde dentro.

El mundo de los afectos

Los afectos son sentimientos expresados con palabras y también de forma no verbal. Mediante palabras y gestos, los afectos van siempre acompañados de emoción, la emoción que permite darle validez a las palabras afectivas.

Podemos definir “afecto”, como toda aquella expresión que muestra a la otra persona cómo nos sentimos con ella, hacia ella, o cuando estamos cerca o lejos de ella; o bien los deseos que tenemos hacia ella.

Y es precisamente la expresión afectiva lo que marcará el carácter de la relación, la profundidad de la misma y la importancia de ésta para ambas personas.

Las relaciones afectivas

Sin duda, no nos han enseñado a comunicarnos de ésta forma, y en muchas ocasiones, no hacemos uso de ésta comunicación afectiva, porque no consideramos que sea importante, sin embargo, es esencial para las relaciones humanas.

Utilizar palabras afectivas en las relaciones, dotará a las mismas de sentimiento, de alma, de deseos, de contenido y sentido; ya que cualquier otra comunicación, aunque puede resultar interesante, no nos marcará emocionalmente.

La dificultad de expresar afectos

Cuando sentimos algo hacia otra persona, y se lo expresamos, hacemos que la relación sea diferente y especial.

Sin embargo, nos resulta difícil, extraño, ridículo e incluso inusual hacerlo, ya que, con mucha frecuencia, nos han enseñado a no mostrarnos “por dentro” y a ocultar nuestros sentimientos; nos han contado que es síntoma de debilidad y sufrimiento.

Se trata entonces, de una dificultad basada en una idea errónea de “dureza emocional” y también a la falta de “educación emocional”, a través de la cual nos hubiesen enseñado a expresar afectos y a gestionar nuestras emociones.

El dolor de no expresarnos

Debido a que no nos han enseñado y a las creencias erróneas, solemos mostrarnos fuertes, insensibles e ignorando nuestros sentimientos, porque creemos que nos expone menos al dolor y al sufrimiento de que nos hagan daño.

Sin embargo, la realidad humana es otra,  ya que el dolor, es precisamente lo que sentiremos cuando no expresamos lo que sentimos o cuando no nos lo expresan.

El poder de las palabras afectivas

Si nos enseñasen a utilizar las palabras afectivas, desde la infancia descubriríamos su fuerza, tanto por escucharlas, como por expresarlas. Tienen el poder de mostrar nuestro interior y conectar con el interior de la otra persona.

Si cerramos los ojos, y escuchamos un:

“Te quiero”
“Te amo”
“Me siento especial contigo”
“Me siento feliz a tu lado”
“Eres la persona más especial que conozco”
“Me siento bien cuando me escuchas”
“Me siento importante al escucharte”
“Me alegro de haberte conocido”
“Me siento en paz a tu lado”
”Quiero seguir a tu lado”
“Deseo seguir contando contigo”
“Deseo lo mejor para ti”
“Quiero abrazarte”
“Me apetece conocerte más”
“Me siento amado por ti”
“Me siento cuidado”…

Nos sentiremos mucho mejor…

Quizás algunas palabras afectivas te resuenen más que otras, aunque es seguro que te han hecho sentirte diferente hacia esa persona que te lo expresaba o hacia quien se lo expresabas.

El poder curativo

El poder de las palabras afectivas reside en su alto contenido emocional, que se transmite y emociona a quien lo recibe, a la misma vez, que la persona que lo emite, siente la emoción de lo que está expresando. Y de ahí, procede el poder curativo.

Al expresar afectos, liberamos emociones que en ocasiones, por no ser expresadas oprimían o bloqueaban a quien las guardaba.

Tras la escucha o expresión de afectos sentiremos el alivio y la liberación del dolor o del sufrimiento que encerraban las emociones relacionadas.

Las palabras afectivas curan y unen a las personas que las utilizan, liberando  aquellas emociones y sentimientos dolorosos, que causaban sufrimiento silencioso.




domingo, 13 de septiembre de 2015

CAMINAR NOS AYUDA A CAMBIAR NUESTRO ESTADO DE ÁNIMO

Aunque pueda parecer extraño caminar nos ayuda. Salimos a la calle, vemos otra gente, nos distraemos mirando a los demás, realizamos ejercicio.

Podemos ir a paso ligero o de manera más pausada. Existen personas que no ven más allá de sus propios pies. Si nos fijamos en esas personas podríamos notar que están inmersos en sus pensamientos, en sus historias, en sus imágenes y diálogos internos. A través de una vista de tranquilidad y de mucho detalle, se puede observar que el cuerpo de una persona así, nos cuenta historias de todo que posiblemente está viviendo.

Un individuo en ese momento raras veces suele caminar con una sonrisa en su cara .Por el contrario hace su camino con los hombros encogidos y su cara agachada. Nosotros podríamos ver un espejo de los pensamientos que la persona suele pensar en esos momentos. No serán pensamientos positivos

¿Te has fijado alguna vez en ese tipo de caminante en la calle? Seguramente todos hemos andado de vez en cuando de ese modo. Esto nos sucede en esos días cuando llegamos a nuestros destinos sin recordar cómo llegamos de A a B. Algunas veces hacemos lo mismo en el coche sentado detrás del volante. O pasamos el día en el trabajo funcionando de esta manera. Hay personas que han incorporado esa ausencia como un hábito en sus vidas. ¿Qué podríamos hacer en un día gris cuando nuestros pensamientos parecen controlar nuestra vida y bienestar de esta manera?



1. Estírate y levanta tu cabeza. ¡Pruébalo! Con una vista horizontal y recta, o mirando hacia el cielo, los pensamientos negativos se van a cortar, se van a parar, o simplemente vas a empezar a olvidar los detalles de los pensamientos que tuviste antes de hacer esos pequeños cambios en tu cuerpo.

2. Respira y llénate de tranquilidad. Te va a ayudar a sentir y percibir tu cuerpo. Párate un momento y cambia el ritmo de tus pasos. Vete al otro lado de la calle si quieres. Con el cambio de nuestra posición podemos transformar nuestro estado de ánimo.

3. Piensa en algo diferente, no importa lo grande que sea tu problema ahora mismo. Piensa en algo bonito que has vivido en algún momento de tu vida, intenta recordarte de cada detalle e imagínatelo con toda la intensidad

4. Ahora puedes estar muy “orgulloso de ti”. Te puedes regalar una sonrisa a ti mismo. Acabas de cambiar un estado de ánimo negativo en uno positivo. Propongo que nos fijemos más en las personas que pasan en nuestro camino por supuesto también en nuestros hijos. Si vemos personas inmersos en sus pensamientos, les podríamos sonreír o saludar. O, les podríamos preguntar algo para sacarles de su estado de ánimo.Cuando nos despedimos, les regalamos una sonrisa. Algo que para ti pueda significar una tontería, podría valer el mundo para otra persona. Con solamente una sonrisa, podríamos llegar a mejorar mucho el día de alguien. Cada pequeño cambio, es una aportación a los grandes cambios.