NADA TERMINA, TODO SE
TRANSFORMA
“Un comienzo no desaparece nunca, ni siquiera con un final.”
-Harry Mulisch-
Fue Lavoisier quien descubrió esta ley universal: “La
materia no se crea ni se destruye solo se transforma” Pero, ¿esta máxima de la
química tiene también validez para aquello que es inmaterial, como los
sentimientos, las emociones y los pensamientos?
Esa pregunta nos asalta principalmente cuando atravesamos
por una situación de pérdida o de ruptura.
Cuando termina una relación de pareja y no estábamos
preparados para que eso sucediera. Cuando muere alguien que amamos y
necesitamos intensamente volverlo a ver. Cuando desaparecen de nuestro mundo
personas o situaciones entrañables…
¿Podemos decir que en realidad algo acabó para siempre?, ¿La
muerte o la distancia son el final de todo?
Los finales en la
vida
Todos sabemos que lo que tiene un comienzo también tiene un
fin. En realidad, si lo piensas, hemos pasado gran parte de nuestras vidas
diciendo adiós. Inaugurando nuevas situaciones y dándoles formal sepultura a
otras.
Cuando nacemos, finaliza el tiempo de gestación. Le decimos
adiós a ese vientre en donde todo era cálido y no teníamos que hacer nada para
que fueran satisfechas todas nuestras necesidades básicas.
De ahí en adelante, vamos a pasar por una cadena de
comienzos y de finales que se suceden sin cesar.
Le decimos adiós a nuestra madre para ir a la escuela. Le
decimos adiós a la infancia para florecer hacia la juventud. Nos despedimos de
esa juventud para volvernos ancianos. Luego debemos prepararnos para decirle
adiós a la vida.
Vivimos una multitud
de “finales” intermedios
Cambiamos de escuela y terminan entonces vínculos que
establecimos y expectativas que flotaban en nuestra mente. Nos mudamos a un
nuevo barrio y descubrimos que todo terminó y que todo vuelve a comenzar.
Encontramos un nuevo trabajo, o vamos a otro país, o, simplemente vemos que
cada día termina y que es irrepetible.
El final sin final
Hay alguien que amamos y que se ha ido para siempre. Murió,
o simplemente se apartó de nosotros sin remedio.
Lo que nos hace sufrir es la conciencia de que nunca más
volveremos a tener a esa persona físicamente con nosotros o que, por lo menos,
el vínculo que existía ya nunca será el mismo.
Sabemos eso y, aún así, seguimos experimentando el amor por
esa persona, o la necesidad de que siga aquí. Ese es el drama: termina el
vínculo, pero no termina el sentimiento que lo generaba. Ya no está físicamente
ese alguien, pero el afecto por esa persona está tan vivo como siempre.
Todo el tiempo estamos expuestos a los finales, aunque no
reparemos en ello.
Todos nos resistimos a dejar ir a alguien que amamos. No
podemos renunciar así como así, a esas rutinas encantadas en donde ver o
escuchar a esa persona nos hacía sentirnos seguros, felices y en paz.
Incluso, si el vínculo no era el mejor, saber que ese
alguien estaba ahí nos daba la sensación de que todo el universo estaba en
orden. Pero ahora no está y en su lugar, queda un abismo oscuro en el que no
queremos estar.
Todo lo que comienza, termina. Y, a la vez, todo lo que
termina vuelve a comenzar en otro nivel.
Ocurre en el mundo de la física, de la química y también en
el mundo de lo humano. Ninguna de las realidades hondas que hemos vivido va a
desaparecer. Ninguno de los sentimientos profundos que hemos experimentado se
va a extinguir.
Poco después de la pérdida, la ausencia y el vacío son
realidades muy duras de sobrellevar. Con el tiempo, allí donde estaba un gran
amor, va a florecer un jardín de hermosos recuerdos que nos confortarán por
siempre.
Allá donde estaba ese alguien que siempre extrañaremos, va a
germinar un profundo sentimiento de gratitud que nos hará valorar mejor la
vida.
De una u otra forma, los que se fueron también se han
quedado para siempre. Incluso cuando ya no pensemos en ellos, lo que hicieron
nacer en nuestro corazón nos permite ser lo que ahora somos. Nos complementó,
nos perfiló, nos definió.
El dolor se prolonga y se hace insostenible solo si no
terminamos de aceptar esos finales sobre los que ya no tenemos ningún control,
y esos comienzos que no pueden, ni deben, ser la repetición de lo que fue.