lunes, 7 de septiembre de 2015

NADA TERMINA, TODO SE TRANSFORMA

“Un comienzo no desaparece nunca, ni siquiera con un final.”

-Harry Mulisch-

Fue Lavoisier quien descubrió esta ley universal: “La materia no se crea ni se destruye solo se transforma” Pero, ¿esta máxima de la química tiene también validez para aquello que es inmaterial, como los sentimientos, las emociones y los pensamientos?

Esa pregunta nos asalta principalmente cuando atravesamos por una situación de pérdida o de ruptura.

Cuando termina una relación de pareja y no estábamos preparados para que eso sucediera. Cuando muere alguien que amamos y necesitamos intensamente volverlo a ver. Cuando desaparecen de nuestro mundo personas o situaciones entrañables…

¿Podemos decir que en realidad algo acabó para siempre?, ¿La muerte o la distancia son el final de todo?

Los finales en la vida

Todos sabemos que lo que tiene un comienzo también tiene un fin. En realidad, si lo piensas, hemos pasado gran parte de nuestras vidas diciendo adiós. Inaugurando nuevas situaciones y dándoles formal sepultura a otras.

Cuando nacemos, finaliza el tiempo de gestación. Le decimos adiós a ese vientre en donde todo era cálido y no teníamos que hacer nada para que fueran satisfechas todas nuestras necesidades básicas.

De ahí en adelante, vamos a pasar por una cadena de comienzos y de finales que se suceden sin cesar.

Le decimos adiós a nuestra madre para ir a la escuela. Le decimos adiós a la infancia para florecer hacia la juventud. Nos despedimos de esa juventud para volvernos ancianos. Luego debemos prepararnos para decirle adiós a la vida.

Vivimos una multitud
de “finales” intermedios

Cambiamos de escuela y terminan entonces vínculos que establecimos y expectativas que flotaban en nuestra mente. Nos mudamos a un nuevo barrio y descubrimos que todo terminó y que todo vuelve a comenzar. Encontramos un nuevo trabajo, o vamos a otro país, o, simplemente vemos que cada día termina y que es irrepetible.

El final sin final

Hay alguien que amamos y que se ha ido para siempre. Murió, o simplemente se apartó de nosotros sin remedio.

Lo que nos hace sufrir es la conciencia de que nunca más volveremos a tener a esa persona físicamente con nosotros o que, por lo menos, el vínculo que existía ya nunca será el mismo.

Sabemos eso y, aún así, seguimos experimentando el amor por esa persona, o la necesidad de que siga aquí. Ese es el drama: termina el vínculo, pero no termina el sentimiento que lo generaba. Ya no está físicamente ese alguien, pero el afecto por esa persona está tan vivo como siempre.

Todo el tiempo estamos expuestos a los finales, aunque no reparemos en ello.

Todos nos resistimos a dejar ir a alguien que amamos. No podemos renunciar así como así, a esas rutinas encantadas en donde ver o escuchar a esa persona nos hacía sentirnos seguros, felices y en paz.

Incluso, si el vínculo no era el mejor, saber que ese alguien estaba ahí nos daba la sensación de que todo el universo estaba en orden. Pero ahora no está y en su lugar, queda un abismo oscuro en el que no queremos estar.

Todo lo que comienza, termina. Y, a la vez, todo lo que termina vuelve a comenzar en otro nivel.

Ocurre en el mundo de la física, de la química y también en el mundo de lo humano. Ninguna de las realidades hondas que hemos vivido va a desaparecer. Ninguno de los sentimientos profundos que hemos experimentado se va a extinguir.

Poco después de la pérdida, la ausencia y el vacío son realidades muy duras de sobrellevar. Con el tiempo, allí donde estaba un gran amor, va a florecer un jardín de hermosos recuerdos que nos confortarán por siempre.

Allá donde estaba ese alguien que siempre extrañaremos, va a germinar un profundo sentimiento de gratitud que nos hará valorar mejor la vida.

De una u otra forma, los que se fueron también se han quedado para siempre. Incluso cuando ya no pensemos en ellos, lo que hicieron nacer en nuestro corazón nos permite ser lo que ahora somos. Nos complementó, nos perfiló, nos definió.

El dolor se prolonga y se hace insostenible solo si no terminamos de aceptar esos finales sobre los que ya no tenemos ningún control, y esos comienzos que no pueden, ni deben, ser la repetición de lo que fue.



sábado, 5 de septiembre de 2015

EL APEGO: LA MAYOR FUENTE DE SUFRIMIENTO

“Los enemigos como el odio y el apego carecen de piernas, brazos y demás miembros, y no tienen coraje ni habilidad, ¿Cómo, entonces, han conseguido convertirme en su esclavo?”

-Shantideva-

A decir verdad, la especie humana es una de las más frágiles de la naturaleza. Cuando un bebé nace, necesita de su madre de forma casi absoluta para poder sobrevivir. El cachorro de un león, un pez o hasta una lagartija vienen mejor preparados para independizarse pronto.

Se ha comprobado que esa necesidad de los demás no está orientada solamente a las necesidades básicas, como nutrición o calor. También existe una profunda necesidad afectiva desde el comienzo de nuestras vidas: los bebés que no son acariciados suelen enfermar y morir.

Es indiscutible la necesidad que todos tenemos de los demás. Como especie, nos necesitamos. Palidecemos o morimos si no hay otro ser humano a nuestro lado.

Sin embargo, hay una gran diferencia entre ese vínculo instintivo que garantiza nuestra supervivencia y las dependencias neuróticas que a veces desarrollamos en la vida adulta.

Los laberintos del apego

Por paradójico que parezca, solamente logramos alcanzar la autonomía, si podemos experimentar la completa dependencia.

El apego a las figuras de cuidado durante la infancia es el soporte de nuestra seguridad emocional.

El mecanismo es simple: si durante tu infancia cuentas con alguien a quien puedes acudir siempre en busca de protección, desarrollarás un sentimiento de confianza frente al mundo y a los seres humanos. Eso te permitirá alcanzar la independencia en tu vida adulta.

Todos necesitamos de una madre, o de alguien que haga sus veces, durante la infancia. Pero no siempre esa figura está ahí.

A veces, ella trabaja y tiene que dejar a su pequeño en una guardería o un jardín de infantes desde muy temprana edad. En otras ocasiones, ella está tan ocupada de sus propios problemas que no tiene la disposición para estar ahí plenamente y de corazón, cuando su bebé la necesita. O tiene que ocuparse de nuestros hermanos, aún si la necesitábamos desesperadamente solo para nosotros.

También puede ocurrir que se sienta tan ansiosa en su condición de madre, que vuelca sobre su hijo las inseguridades que la atormentan; entonces, lo protege de más, como si el mundo fuera una constante amenaza.

En esos casos, y otros similares, crecemos con una sensación de vacío afectivo. Nos angustiamos excesivamente cada vez que debemos enfrentar una situación solos, o cuando tenemos que tomar una decisión libre.

Y también, secretamente, añoramos encontrar una figura que sustituya a esa madre que no estuvo, o que en un momento dado faltó.

Por eso tratamos de encontrar una pareja que nos dé todo, sin esperar nada. Le demandamos una entrega incondicional y nos sentimos profundamente frustrados ante cualquier señal de indiferencia o desapego. Vivimos para el miedo de perder a esas personas que, suponemos, repararán la falta que llevamos dentro.

Del apego a la autonomía

El apego a otras personas es importante y necesario a lo largo de toda la vida. Desde que nacemos hasta que morimos necesitaremos de otros para poder garantizar nuestra salud física y emocional. No importa que seamos un inversionista exitoso de Wall Street o un ama de casa en Bolivia. Todos necesitamos de los demás.

El problema aparece cuando esa necesidad se transforma en ansiedad. Cuando sentimos que si nos dejan solos volveremos a ser ese pequeño indefenso, que se queda paralizado frente a un mundo amenazante.

Para sortear esa ansiedad algunas personas pueden emplear diferentes estrategias. Una es aquella que ya mencionamos en el apartado anterior: buscar una figura que sea portadora de esa imposible promesa “siempre estaré ahí, nunca te dejaré solo”.

Otra posibilidad es optar por lo contrario: evitar a toda costa crear lazos de dependencia con otros, de modo que jamás volvamos a sentirnos abandonados.

También podemos volvernos desconfiados, recelosos y excesivamente exigentes. Les pediremos a las personas mucho más de lo que pueden dar. Y renegaremos eternamente de sus faltas, sus carencias, sus limitaciones. Como si fuéramos un pequeño dictador frustrado por no poder controlar a los demás a nuestro antojo.

En todos esos casos, el sufrimiento va a ser la constante. Sufriremos para conservar a ese benefactor que nos “adoptó”, bien sea una pareja, un jefe, un amigo, etc.

Sufriremos por la soledad de no poder establecer vínculos íntimos con los demás. Sufriremos al no ser capaces de valorar a los demás seres humanos tal y como son.

Dicen que las frutas son lo único que madura. Los seres humanos podemos tener 30 ó 50 años y aún así mantener los mismos temores que teníamos de chicos.

Quizás sea buena idea reflexionar sobre esos vacíos de infancia que nos llevan a los apegos neuróticos en el presente.

Es posible que en algún punto de nuestra vida adulta seamos capaces de renunciar a ese deseo imposible de contar, de una vez y para siempre, con alguien que se comporte como la madre ideal que nunca tuvimos.


http://lamenteesmaravillosa.com/el-apego-la-mayor-fuente-de-sufrimiento/


viernes, 4 de septiembre de 2015

CUANDO TE PERMITES LO QUE MERECES, ATRAES LO QUE NECESITAS

“Cuando eres consciente de lo que mereces, y por fin, te lo concedes, y aprendes a priorizarte un poco más a ti mismo, llegará lo que necesitas en realidad. No es magia, ni es el universo tejiendo sus leyes de atracción. Es nuestra propia voluntad para ser felices, para tomar las riendas de nuestra vida”

Empezaremos proponiéndote una pequeña reflexión… ¿Qué es lo crees que te mereces a día de hoy?

Puede que hayas pensado en un descanso. En permitirte que el tiempo discurra un poco más despacio para poder así, apreciar todo lo que te rodea. Disfrutar del “aquí y ahora”, sin estrés, sin ansiedad.

Es posible que hayas pensado también “que mereces alguien que te quiera”, que te reconozcan un poco más. Sueles esforzarte mucho por los demás y no siempre ven todo aquello a lo que has llegado a renunciar.

Todos, en nuestro interior, sabemos qué es lo que merecemos. No obstante, el reconocerlo es algo que a veces nos cuesta porque pensamos que puede llegar a ser una actitud egoísta.

¿Cómo decir en voz alta cosas como “necesito que me quieran”, “merezco ser respetado/a”, “merezco tener libertad y tener las riendas de mi vida”? En realidad, basta con decírnoslo a nosotros mismos.

No debemos equivocarnos, porque priorizarnos un poco más no es una actitud egoísta. Es una necesidad vital, es poder crecer interiormente para ser felices.

Te invitamos a reflexionar con nosotros.

Las actitudes limitantes

Muchos de nosotros solemos desarrollar a lo largo de nuestra vida muchas actitudes limitantes. Son creencias en ocasiones inculcadas durante nuestra infancia, o incluso desarrolladas posteriormente en base a determinadas experiencias.

Son esos pensamientos expresados en frases como “no valgo para nada”, “yo no soy capaz de hacer eso, fracasaré”, “¿Para qué intentarlo si siempre me salen las cosas mal?”…

Una infancia complicada con unos progenitores que nunca nos dieron seguridad, o incluso relaciones afectivas basadas en la manipulación emocional, suelen limitarnos casi de un modo determinante. Nos volvemos frágiles por dentro y vamos poco a poco, deshilachando nuestra autoestima.

Reestructura tus creencias. Tú eres más que tus experiencias, no eres quien te hizo daño o quien alzó muros para privarte de tu libertad. Mereces avanzar, mereces leer en tu interior y reconocer tu valía, tu capacidad para ser “apto” en la vida y sobre todo, feliz…

Lo que mereces, lo que necesitas

Lo que merecemos y lo que necesitamos está tan unido como el eslabón de una cadena. Te pondremos un ejemplo: “Necesito a alguien que me quiera”. Es un deseo común. No obstante, empezaremos cambiando la palabra “NECESITO”, por “MEREZCO”.

Te mereces a alguien que sepa leer tus tristezas, alguien que atienda tus palabras, que sepa descifrar tus miedos y ser el eco de tus risas. ¿Por qué no? Al cambiar la palabra necesidad por merecer, eliminamos ese vínculo de apego tóxico que en ocasiones, desarrollamos en nuestras relaciones afectivas.

“Si necesitamos algo para ser felices nos volvemos cautivos de nuestras propias emociones”

Empieza por ti mismo/a. Sé tú la persona que quisieras tener a tu lado… La que merece caminar los pasos de tu vida. Al final, llegará alguien que se reflejará en ti. No obstante, empieza también con estas importantes dimensiones:


-Libérate de tus miedos.

-Disfruta de tu soledad, aprende a leer en tu interior, a empatizar más contigo a la vez que con los demás.

-Cultiva tu crecimiento personal, disfruta de tu presente, de lo que eres y de cómo eres.

-Aprende a ser feliz con humildad, desactivando el ego, madurando emocionalmente.

“En cuanto te des a ti mismo todo aquello que mereces, convirtiéndote en la mejor versión de ti, llegará lo que necesitas.”

Priorizarse a uno mismo no es ser egoísta

Muchas veces seguimos siendo prisioneros de esos pensamientos limitantes explicados al inicio. Hay quien encuentra su felicidad dándolo todo por los demás: cuidando, atendiendo, renunciando a ciertas cosas por los demás.

Es posible que nos educaran así. Ahora bien, siempre llega un momento en que hacemos balance y algo falla. Aparece el vacío, la frustración, el dolor emocional…

Como todo en esta vida, existe la armonía, la conjunción de tu espacio y mi espacio, de tus necesidades y nuestras necesidades. La vida en familia, en pareja o en cualquier contexto social, debe construirse mediante un adecuado equilibrio donde todos ganen y nadie pierda.

En el momento que hay pérdidas, dejamos de tener el control de nuestra vida, dejamos de ser protagonistas para convertirnos en actores secundarios.

Reflexiona durante un instante en estas breves ideas:

-Merezco un día de descanso, para mí mismo, en soledad. Esto me ofrecerá lo que necesito: pensar, liberarme del estrés y relativizar las cosas.

-Merezco ser feliz, tal vez sea el momento de “dejar ir” determinadas personas, o aspectos de mi vida. Ello me permitirá conseguir lo que necesito: una nueva oportunidad.

Todos merecemos dejar de ser cautivos del sufrimiento, de nuestras propias actitudes limitantes. Abre los ojos a tu interior, descifra tus necesidades, escucha tu voz. En el momento que te permitas lo que mereces, llegará lo que necesitas.



jueves, 3 de septiembre de 2015

CREE EN TI, AUNQUE NADIE MÁS LO HAGA

“Cree en ti, aunque nadie más lo haga.” Suelo releer esa anotación de tanto en tanto, no por su calidad (que no sé si la tenga) sino para reafirmar lo que ya sé.

Me reafirmo en que yo soy la persona que mejor me conoce. Sé de mis virtudes, de mis defectos, de mis metas y de mis fuerzas para luchar por ellas. Y todo esto se cumple para ti también, por supuesto.

Necesito recordarlo porque, no sé en tu caso, pero a mí en ocasiones se me tambalea la confianza en mí misma debido a los temores que me infunden otras personas.

El miedo es una conducta aprendida, casi siempre. Y no sólo aprendemos miedos en primera persona, sino que parte de esos temores nos son inculcados por otros:

No vayas por ahí, que te vas romper la crisma.
No te comas esa galleta, que te vas poner como una foca y nadie te va a querer.
No estudies filología, que te vas a morir de hambre debajo de un puente.

¿No es injusto con nosotros mismos que “heredemos” los temores de otros imponiéndonos más limitaciones?

Yo creo que sí. De vez en cuando hay que reforzar la fe en nosotros mismos para evitar que los miedos ajenos nos ahoguen.

Hay veces en las que no se trata de miedo, sino de envidias, excepticismo o lo que sea. Es igual. En cualquier caso, necesitamos “desaprender” esa lección que nos brindan. ¡Necesitamos volar!

¿Qué hacer con los agoreros?

1. No tomarlo de manera personal

Cuando alguien llega con sus temores y los vuelca sobre ti, no es la persona quien te habla, sino su miedo.

En lugar de sentir indignación o un enfado monumental, siente compasión por él/ella. Ya tiene bastante con la prisión en la que vive.

2. Usar esa energía para impulsarte

Que te insuflen miedos puede convertirse en todo lo contrario: en un trampolín providencial.

Yo lo aprendí cuando a mis padres les daba miedo que montara en bicicleta. De niña, veía a todos los niños pasear con la suya y, claro, yo también quería hacerlo.

Tenía tantas ganas, que el miedo que mis padres querían que sintiera se transformó en un enorme deseo de demostrarles que podía pasear en bicicleta sin terminar escayolada hasta las pestañas. ¡Y lo logré!

¿A que da una enorme satisfacción cuando demuestras que el miedo no ha podido contigo?

Naturalmente, puedes fallar. Pero el fracaso de lo que se intenta duele menos que el fracaso de no haber desafiado los temores.

3. Estar cerca de gente que te apoye

Esto también es un buen antídoto contra el miedo: Elige sabiamente a tus compañeros de aventura. Osea, rodéate de buenas compañías.


Y si en este momento no encuentras a alguien que te escuche, que te ayude a buscar soluciones, que te anime, etc., al menos, cuídate de aquél que quiera cortarte las alas sólo porque él/ella no se atreve a volar. Cuestiona esas lecciones y elige por ti mismo.

Fuente: http://rincondeltibet.com/blog/p-cree-en-ti-aunque-nadie-mas-lo-haga-1243


martes, 1 de septiembre de 2015

ESTOY EN UNA ETAPA DE LA VIDA EN LA QUE NO NECESITO IMPRESIONAR A NADIE

Estoy en un punto de mi vida en el que ya no necesito impresionar a nadie. Soy como soy, sin que me importe lo que los demás piensen de mí.
No necesito disfraces, no necesito engañar ni fingir. Porque puedo ser quien soy en realidad.
No necesito hacer reír o hacer creer que nunca lloro. No necesito ser siempre fuerte, ni ser siempre agradable.
No necesito ser igual que nadie, y sobre todo me acepto tal y como soy. Con mis virtudes, pero también con mis defectos.
Porque puedo no ser perfecta, pero soy siempre yo.
Acepto y amo quien soy, y quien puedo llegar a ser.

Anónimo

No existimos para impresionar al mundo, sino para ser felices y realizarnos. Ahora, hay etapas en nuestras vidas en las que necesitamos priorizar, pensar que vamos a sorprender a este o a aquel y que nos van a envidiar o admirar.

Hay momentos en los que deseamos captar la atención y ser los reyes de la fiesta. Sin embargo, pasadas ciertas edades, lo que de verdad cobra importancia para nosotros es vivir nuestra vida sin destacar para los demás, solo para nosotros mismos y nuestro entorno.

Alguien dijo una vez que es bonito tener dinero para comprar cosas que deseemos, pero es más bonito tener cosas que el dinero no puede comprar.

Lo que te va enseñando la vida…

Hay gente que se pasa la vida haciendo cosas que detesta, para conseguir dinero que no necesita para comprar cosas que no quiere, para impresionar a gente que no le gusta.

Dicen que la vida te va enseñando “quién no, quién sí y quién nunca”. No hacen falta malas experiencias ni resentimientos, solo que vamos aprendiendo que quien espera, se decepciona.

Ya nos hemos decepcionado muchas veces, hemos depositado nuestra confianza en cientos de ocasiones y, bueno, la verdad es que no siempre hemos obtenido es resultado que esperábamos.

Así, de la misma manera en que dejas de esperar algo de los demás, comienzas a darte cuenta de que debes dejar de preocuparte sobre lo que los demás esperan de ti.

Este es el momento en el que tomas las riendas de tus deseos, guías tu vida, tienes iniciativas propias, no elogias en exceso a los demás y compartes tus pensamientos libremente. Digamos que no solo es el comienzo de tu libertad emocional, sino también de tu identidad.

¿Por qué no necesitamos impresionar a nadie más que a nosotros mismos?
Las personas más infelices en este mundo son las personas que se preocupan demasiado por lo que piensen los demás.

No necesitamos complacer a nadie, solo a nosotros mismos. Y esto obedece a una sencilla regla que todos podemos entender: si intentamos impresionar a toda costa, nos disfrazamos. Y si nos disfrazamos, muere nuestra esencia.

Cada uno es único y excepcional. Nada ni nadie merece que escondamos nuestra verdadera forma de ser, nuestras emociones o nuestros pensamientos. Ahora, también es verdad que todo tiene un límite, no puedes decir o hacer lo primero que te venga a la cabeza, tienes que poner cuidado en no herir a los demás.

A casi todos nos llega ese momento vital en el que lo que opinen los demás ya deja de importarnos, pues nos damos cuenta de que lo verdaderamente importante somos nosotros.

Ahora bien, resulta paradójico que una persona segura de sí misma y despreocupada “por el que dirán” es la que deja huella de verdad. Digamos que quien se atiende a sí mismo se convierte en alguien más puro, más real, más pleno.

En definitiva, la única manera de ser una persona de acero inolvidable es no pretendiéndolo. Ser naturales y trabajar nuestros verdaderos deseos es la clave para ser más felices.

Fuente: http://lamenteesmaravillosa.com/estoy-en-una-etapa-de-la-vida-en-la-que-no-necesito-impresionar-a-nadie/