jueves, 4 de agosto de 2016

ESTE CORTO TE DARÁ UNA LECCIÓN SOBRE EL AMOR Y LA SUERTE

En cuestiones de amor, aún sigue siendo un misterio qué es lo que nos mueve a sentir atracción hacia unas personas y no hacia otras otras. La elección de nuestros compañeros de viaje parece ser toda una incógnita del universo sentimental que nos rodea.

Y aunque no sepamos qué se esconde tras las primeras miradas, el deseo irrefrenable de querer pasar más tiempo con la otra persona o simplemente, la atracción inicial, lo cierto es que esos primeros momentos suelen ser maravillosos. Así es el misterio del amor, tan sorprendente y tan mágico, que ni siquiera aquellos que lo experimentamos podemos a veces explicarlo.

“Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevan mucho pero, no habrá quien no deje nada. Esta es la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.”
-Jorge Luis Borge

En el artículo de hoy os traemos un corto para reflexionar sobre cómo el amor puede hacer girar nuestro mundo en cuestión de segundos.  Jinxy Jenkins and Lucky Lou es una metáfora sobre la construcción del amor y la suerte, que no podemos dejar pasar desapercibida.

Cuando te encontré, mi suerte comenzó a cambiar

Jenkins es un joven desafortunado envuelto en una atmósfera de mala suerte. Lou sin embargo tiene una suerte envidiable y todo su alrededor es favorable. De repente, un día cualquiera se encuentran y todo parece cambiar. Veamos qué sucede:


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Como hemos visto, Jenkins y Lou son dos personas distintas, dos universos que de forma accidental o quizás no tanto, se encuentran provocando un cambio inesperado en sus vidas. Así nos sucede en la vida real.  Cada uno de nosotros tiene su particular forma de ver el mundo debido a las experiencias vividas anteriormente y en ocasiones, pueden generarnos dificultades.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/este-corto-te-dara-una-leccion-amor-la-suerte/





martes, 2 de agosto de 2016

LAVARSE LAS MANOS NO LIMPIA LA CONCIENCIA

Según cuentan los evangelios, Poncio Pilato dejó la sentencia que marcaría el destino de la vida de Jesús en manos del pueblo. Al hacerlo, lo que hizo fue renegar de cualquier tipo de responsabilidad sobre lo que ocurriese: lavarse las manos lo alejaba de las consecuencias de la elección y de cualquier interés por la situación.

Esta expresión, transmitida a lo largo del tiempo, forma parte de nuestro lenguaje más cotidiano y se usa, normalmente, con un matiz negativo: “yo me lavo las manos” o, lo que es lo mismo, “niego todo compromiso con lo que pueda suceder y me exculpo de antemano”. Como sabemos, se emplea sobre todo cuando alguien es consciente de que existe una gran presión para que de todas las opciones que hay detrás de una decisión, se opte por una.

“No soy responsable de la sangre de este hombre”
-Poncio Pilato-

Por eso es una acción que molesta: porque lavarse las manos es un acto de cobardía que deja caer todo el peso de una situación sobre los hombros de los demás. Ahora bien, tarde o temprano se paga: es probable que alivie la carga pero solo lo hará momentáneamente, ya que la conciencia se ensucia y el comportamiento se mancha.

Es más fácil eludir responsabilidades que consecuencias

Todas las decisiones necesitan a alguien detrás que responda por ellas, de otra manera es muy complicado que sean tomadas con responsabilidad y ética. Esto es algo que tenemos presente, ya que cuando nos encontramos en alguna situación complicada, puede aparecer la tentación de compartir el peso de la decisión que no nos gusta.

En estos casos, comunes en el entorno familiar o de trabajo, lo que ocurre es que alguien elude tomar decisiones, buscar soluciones o afrontar los malos momentos: requiere menos esfuerzo y es más sencillo. Sin embargo esa persona se olvida de que, por acción u omisión, está dentro del problema y las consecuencias terminan llegando.

En otras palabras, mostrar desinterés por algo que le incumbe no hace a nadie libre de ello y puede que después termine quitándole el sueño: la conciencia es un valioso juez que valora el comportamiento y dictamina sus propias sentencias.

Un experimento científico

Tal y como cuenta el diario ABC, los estudios revelan que lavarse las manos (literalmente) después de un momento conflictivo reduce el malestar y justifica la forma de actuar: el agua parece ayudar con el sentimiento de culpa y con el remordimiento. La Universidad de Michigan realizó un experimento para comprobarlo.

Lo que hicieron fue dar a un grupo de personas una serie de CDs y les hicieron ordenar diez en base a sus preferencias: tras ello se les dijo que tenían que elegir para ellos el que habían puesto en quinta posición o bien el que habían puesto en sexta posición. Acto seguido, la mitad de los participantes se lavó las manos con jabón y la otra mitad examinaron un bote de jabón. Cuando terminaron, los dos grupos tuvieron que re-ordenar los CDs.

Los que habían pasado sus manos por el agua mantuvieron su orden inicial de CDs, mientras que los que no lo habían hecho colocaron el CD que habían elegido entre los primeros y el que habían descartado entre los últimos.

Los investigadores entendieron que aquellas personas que se habían lavado las manos no tenían la necesidad de justificar la decisión que habían tomado entre los dos CDs, sin embargo los que no se lavaron las manos re-ordenaron los CDs porque tenían la necesidad de justificar su decisión. Pusieron al que había elegido como mucho más preferido que la que habían descartado.

Lavarse las manos no es tenerlas limpias

En el mismo sentido que el experimento podría encontrarse el uso del agua en ambientes religiosos: un símbolo de purificación del alma que ayuda a redimir los pecados. Entonces es probable que la expresión, desde Poncio Pilato, no solo recogiera la acción de quitarse responsabilidades sino también de disminuir los remordimientos por ello.

Sin embargo, en la práctica lavarse las manos no siempre las limpia: todos hemos cometido alguna vez el error de querer desentendernos de algo, incluso por la sencilla razón de que nos estaba superando. Lo cierto es que, después, esa decisión nos ha acompañado como un lastre con el que hemos tenido que luchar.

“La conciencia es la voz del alma; las pasiones, la del cuerpo”
-Shakespeare-

Tener una mala conciencia, de hecho, es como tener un mal amigo del que es casi imposible liberarte. La moral ética nos hace darnos cuenta de que no hemos actuado bien y no nos deja descansar tranquilos hasta que no hemos recuperado nuestra paz interior. La conciencia cuando se ensucia nos enseña a crecer con los errores, a ganar en solidaridad y a renovar valores.


Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/lavarse-las-manos-no-limpia-la-conciencia/


domingo, 31 de julio de 2016

ALIMENTACIÓN EMOCIONAL, LA COMIDA QUE “LLENA EL VACÍO”

Comer dulces tras una ruptura amorosa, devorar la comida en momentos de tensión, excedernos en las cantidades a pesar de que es suficiente para nuestro cuerpo, etc. Esa es la alimentación emocional, una costumbre para la cual no hay mejor definición que los ejemplos.

Creemos que “ser personas normales” equivale a estar en estado de alerta respecto a la comida, que debemos tener terror al chocolate y a la nata, convencidos de que si pudiésemos llegar a manejar “esa feroz hambre interior” alcanzaríamos la armonía. Extraemos de aquí que en muchas ocasiones comer se convierte en una metáfora entre la forma en que vivimos y la manera en la que gestionamos nuestras emociones.

Sin embargo, en muchos casos de ingesta compulsiva la comida funciona como una cortina de humo que no nos deja ver el verdadero problema: la pérdida de control emocional por la necesidad de llenar el vacío relativo a otros ámbitos de nuestra vida.

La relación entre las carencias afectivas y la comida

La comida se puede convertir en sustituta del equilibrio emocional. ¿Cuántas veces hemos pagado nuestras frustraciones dándonos un atracón o comiendo helado de chocolate? La compulsión que nos guía a la hora de comer es, muchas veces, la desesperación a nivel emocional.

Las dietas no funcionan porque la comida y el peso son los síntomas, no el problema. Digamos que el hecho de concentrase en el peso es una manera de no prestar atención a las razones por las cuales tantas personas recurren a la comida cuando tienen hambre. Esto, naturalmente, es reforzado por nuestra sociedad, la cual focaliza su atención en los kilos de más y en las calorías consumidas.

Parece, además, que la pérdida de peso y la consecución de una figura bonita provocará en nosotros la liberación emocional de los hechos dolorosos que hoy nos atormentan. Geneen Roth, autora especializada, hace hincapié en que el exceso de peso es, en sí mismo, un síntoma y que aunque logremos variarlo si no atendemos a las razones de fondo seguiremos sintiéndonos desdichados (y generando grandes fluctuaciones). Os acerco un pasaje que ilustra muy bien esta cuestión:

Alguien acudió una vez a uno de mis seminarios después de haber perdido treinta y cuatro kilos haciendo dieta. Se plantó delante de ciento cincuenta personas y dijo con voz temblorosa:

—Me siento como si me hubieran robado. Me han arrebatado el mejor de mis sueños. Yo creía realmente que al perder peso, mi vida cambiaría. Pero lo que ha cambiado en mí ha sido solamente lo externo. El interior continúa siendo el mismo. Mi madre sigue estando muerta, y sigue siendo cierto que mi padre me pegaba cuando era pequeña. Todavía estoy enojada y me siento sola, y ahora ya no tengo la ilusión de adelgazar.

El círculo vicioso de la alimentación emocional

De alguna manera la preocupación por nuestro cuerpo enmascara preocupaciones aún más profundas, alimentando esto un círculo vicioso de preocupaciones que no se resuelven y que frenan nuestra capacidad de crecer y desarrollarnos.

Para algunos autores el verdadero problema del exceso de peso y de la alimentación emocional es que la comida se convierte en sustituta del amor. Así, como afirma Geneen Roth, “Si dejamos de alimentar al niño maltratado que hay en el interior del adulto solitario podremos nutrir el amor y dar lugar a la intimidad.

De esta manera liberaremos el dolor de la vida pasada y nos instalaremos definitivamente en el presente. Sólo si nos concedemos un espacio para la intimidad y el amor aprenderemos a disfrutar de la comida y dejaremos de usarla como un sustituto”.

En ciertos momentos creemos que comer nos salvará de nosotros mismos, del odio que sentimos, de la angustia de ser quiénes somos y lo de que nos provoca todo aquello que es y no queremos que sea. Esto es una especie de pensamiento mágico que refuerza un círculo vicioso que nos atormenta.

Cuando comemos de manera desequilibrada estamos cuidando mal de nosotros mismos y de nuestro presente. Pero, como decimos, desahogarnos a través de la comida y subir de peso es, muchas ocasiones, solo un síntoma que se recrea en un círculo vicioso. Así, en este sentido, cada vez que comemos de manera compulsiva, estamos reforzando la creencia de que la única forma de tener lo que queremos es dándonoslo nosotros mismos a través de la nutrición.

Por eso, cada vez que damos pie a una ingesta excesiva como consecuencia de un desequilibrio emocional, reforzamos esa desesperanza asociada a nuestro problema que provoca un descontrol aún mayor. Un círculo vicioso en toda regla que se retroalimenta una y otra vez, pues la necesidad de comer nos grita cada vez más, “tapando” así el problema de origen.

La alimentación emocional, sobreingesta o desequilibrio nutricional nos sirve muchas veces como sostén imaginario; o sea que podemos llegar a usar la comida para mantener en pie las cuatro paredes de nuestra casa.

Aumentar y bajar de peso o estar siempre a dieta es como estar en una montaña rusa emocional de manera constante. Una persona que usa la comida para guarecerse se embriaga sin cesar a través del caos, de la intensidad emocional y del dramatismo. Porque, como hemos comentado, comer compulsivamente refleja la escenificación del sufrimiento.


Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/alimentacion-emocional-la-comida-que-llena-el-vacio/