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domingo, 17 de julio de 2016
sábado, 16 de julio de 2016
ELIZABETH KÜBLER-ROSS: LA CONNOTADA
CIENTÍFICA QUE CONFIRMÓ QUE SÍ EXISTE EL MÁS ALLÁ
Esta médico y psiquiatra suiza recabó
centenares de testimonios de experiencias extracorporales, lo que la llevó a
concluir que “la muerte no era un fin, sino un radiante comienzo”.
La doctora
suiza Elizabeth Kübler-Ross se convirtió en el siglo XX en una de las mayores
expertas mundiales en el tétrico campo de la muerte, al implementar modernos
cuidados paliativos con personas moribundas para que éstas afrontaran el fin de
su vida con serenidad y hasta con alegría (en su libro “On death and dying”, de
1969, que versa sobre la muerte y el acto de morir, describe las diferentes
fases del enfermo según se aproxima su muerte, esto es, la negación, ira,
negociación, depresión y aceptación). Sin embargo, esta médico, psiquiatra y
escritora nacida en Zúrich en 1926 también se transformó en una pionera en el
campo de la investigación de las experiencias cercanas a la muerte, lo que le
permitió concluir algo que espantó a muchos de sus colegas: sí existe vida
después de la muerte.
La férrea
formación científica de esta doctora, que se graduó en psiquiatría en Estados
Unidos, recibiendo posteriormente 23 doctorados honoríficos, se pondría a
prueba luego de que a lo largo de su prolongada práctica profesional los
enfermos moribundos a los que trataba le relataran una serie de increíbles
experiencias paranormales, lo que la motivó a indagar si existía el Más Allá o
la vida después de la muerte. Así, se dedicó a estudiar miles de casos, a
través del mundo entero, de personas de distinta edad (la más joven tenía dos
años, y la mayor, 97 años), raza y religión, que habían sido declaradas
clínicamente muertas y que fueron llamadas de nuevo a la vida.
“El primer
caso que me asombró fue el de una paciente de apellido Schwartz, que estuvo
clínicamente muerta mientras se encontraba internada en un hospital. Ella se
vio deslizarse lenta y tranquilamente fuera de su cuerpo físico y pronto flotó
a una cierta distancia por encima de su cama. Nos contaba, con humor, cómo desde
allí miraba su cuerpo extendido, que le parecía pálido y feo. Se encontraba
extrañada y sorprendida, pero no asustada ni espantada. Nos contó cómo vio
llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó primero y
quién último. No sólo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino
que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de
interpelarlos para decirles que no se dieran prisa puesto que se encontraba
bien, pero pronto comprendió que los demás no la oían. La señora Schwartz
decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia. Fue declarada
muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación, y dio signos
de vida después, viviendo todavía un año y medio más. Su relato no fue el único.
Mucha gente abandona su cuerpo en el transcurso de una reanimación o una
intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención”.
La doctora
Kübler-Ross añade que “otro caso bastante dramático fue el de un hombre que
perdió a sus suegros, a su mujer y a sus ocho hijos, que murieron carbonizados
luego que la furgoneta en la que viajaban chocara con un camión cargado con
carburante. Cuando el hombre se enteró del accidente permaneció semanas en
estado de shock, no se volvió a presentar al trabajo, no era capaz de hablar
con nadie, intentó buscar refugio en el alcohol y las drogas, y terminó tirado
en la cuneta, en el sentido literal de la palabra. Su último recuerdo que tenía
de esa vida que llevó durante dos años fue que estaba acostado, borracho y
drogado, sobre un camino bastante sucio que bordeaba un bosque. Sólo tenía un
pensamiento: no vivir más y reunirse de nuevo con su familia. Entonces, cuando
se encontraba tirado en ese camino, fue atropellado por un vehículo que no
alcanzó a verlo. En ese preciso momento se encontró él mismo a algunos metros
por encima del lugar del accidente, mirando su cuerpo gravemente herido que
yacía en la carretera. Entonces apareció su familia ante él, radiante de
luminosidad y de amor. Una feliz sonrisa sobre cada rostro. Se comunicaron con
él sin hablar, sólo por transmisión del pensamiento, y le hicieron saber la
alegría y la felicidad que el reencuentro les proporcionaba. El hombre no fue
capaz de darnos a conocer el tiempo que duró esa comunicación, pero nos dijo
que quedó tan violentamente turbado frente a la salud, la belleza, el
resplandor que ofrecían sus seres queridos, lo mismo que la aceptación de su
actual vida y su amor incondicional, que juró no tocarlos ni seguirlos, sino
volver a su cuerpo terrestre para comunicar al mundo lo que acababa de vivir, y
de ese modo reparar sus vanas tentativas de suicidio. Enseguida se volvió a
encontrar en el lugar del accidente y observó a distancia cómo el chofer
estiraba su cuerpo en el interior del vehículo. Llegó la ambulancia y vio cómo
lo transportaban a la sala de urgencias de un hospital. Cuando despertó y se
recuperó, se juró a sí mismo no morirse mientras no hubiese tenido ocasión de
compartir la experiencia de una vida después de la muerte con la mayor cantidad
de gente posible”.
La doctora
Kübler-Ross añadió “que investigamos casos de pacientes que estuvieron
clínicamente muertos durante algunos minutos y pudieron explicarnos con
precisión cómo los sacaron el cuerpo del coche accidentado con dos o tres sopletes.
O de personas que incluso nos detallaron el número de la matrícula del coche
que los atropelló y continuó su ruta sin detenerse. Una de mis enfermas que
sufría esclerosis y que sólo podía desplazarse utilizando una silla de ruedas,
lo primero que me dijo al volver de una experiencia en el umbral de la muerte
fue: «Doctora Ross, ¡Yo podía bailar de nuevo!», o niñas que a consecuencia de
una quimioterapia perdieron el pelo y me dijeron después de una experiencia
semejante: «Tenía de nuevo mis rizos». Parecían que se volvían perfectos.
Muchos de mis escépticos colegas me decían: «Se trata sólo de una proyección
del deseo o de una fantasía provocada por la falta de oxígeno.» Les respondí
que algunos pacientes que sufrían de ceguera total nos contaron con detalle no
sólo el aspecto de la habitación en la que se encontraban en aquel momento,
sino que también fueron capaces de decirnos quién entró primero en la
habitación para reanimarlos, además de describirnos con precisión el aspecto y
la ropa de todos los que estaban presentes”.
La muerte no existe
La doctora
Kübler-Ross aseguró que después de investigar estos casos concluyó que la
muerte no existía en realidad, pues ésta sería no más que el abandono del
cuerpo físico, de la misma manera que la mariposa deja su capullo de seda.
”Ninguno de mis enfermos que vivió una experiencia del umbral de la muerte tuvo
a continuación miedo a morir. Ni uno sólo de ellos, ni siquiera los niños.
Tuvimos el caso de una niña de doce años que también estuvo clínicamente muerta.
Independientemente del esplendor magnífico y de la luminosidad extraordinaria
que fueron descritos por la mayoría de los sobrevivientes, lo que este
caso tiene de particular es que su hermano estaba a su lado y la había abrazado
con amor y ternura. Después de haber contado todo esto a su padre, ella le
dijo: «Lo único que no comprendo de todo esto es que en realidad yo no tengo un
hermano.» Su padre se puso a llorar y le contó que, en efecto, ella había
tenido un hermano del que nadie le había hablado hasta ahora, que había muerto
tres meses antes de su nacimiento”.
La doctora
agregó que “en varios casos de colisiones frontales, donde algunos de los
miembros de la familia morían en el acto y otros eran llevados a diferentes
hospitales, me tocó ocuparme particularmente de los niños y sentarme a la
cabecera de los que estaban en estado crítico. Yo sabía con certeza que estos
moribundos no conocían ni cuántos ni quiénes de la familia ya habían muerto a
consecuencia del accidente. En ese momento yo les preguntaba si estaban
dispuestos y si eran capaces de compartir conmigo sus experiencias. Uno de esos
niños moribundos me dijo una vez: «Todo va bien. Mi madre y Pedro me están
esperando ya.» Yo ya sabía que su madre había muerto en el lugar del accidente,
pero ignoraba que Pedro, su hermano, acababa de fallecer 10 minutos antes”.
La luz al final del túnel
La doctora
Kübler-Ross explicó que después que abandonar el cuerpo físico y de
reencontrarse con aquellos seres queridos que partieron y que uno amó, se pasa
por una fase de transición totalmente marcada por factores culturales
terrestres, donde aparece un pasaje, un túnel, un pórtico o la travesía de un
puente. Allí, una luz brilla al final. “Y esa luz era más blanca, de una
claridad absoluta, a medida que los pacientes se aproximaban a ella. Y ellos se
sentían llenos del amor más grande, indescriptible e incondicional que uno se
pudiera imaginar. No hay palabras para describirlo. Cuando alguien tiene una
experiencia del umbral de la muerte, puede mirar esta luz sólo muy brevemente.
De cualquier manera, cuando se ha visto la luz, ya no se quiere volver. Frente
a esta luz, ellos se daban cuenta por primera vez de lo que hubieran podido
ser. Vivían la comprensión sin juicio, un amor incondicional, indescriptible. Y
en esta presencia, que muchos llaman Cristo o Dios, Amor o Luz, se daban cuenta
de que toda vuestra vida aquí abajo no es más que una. Y allí se alcanzaba el
conocimiento. Conocían exactamente cada pensamiento que tuvieron en cada
momento de su vida, conocieron cada acto que hicieron y cada palabra que
pronunciaron. En el momento en que contemplaron una vez más toda su vida,
interpretaron todas las consecuencias que resultaron de cada uno de sus
pensamientos, de sus palabras y de cada uno de sus actos. Muchos se dieron
cuenta de que Dios era el amor incondicional. Después de esa «revisión» de sus
vidas ya no lo culpaban a Él como responsable de sus destinos. Se dieron cuenta
de que ellos mismos eran sus peores enemigos, y se reprocharon el haber dejado
pasar tantas ocasiones para crecer. Sabían ahora que cuando su casa ardió, que
cuando su hijo falleció, cuando su marido fue herido o cuando sufrieron un
ataque de apoplejía, todos estos golpes de la suerte representaron
posibilidades para enriquecerse, para crecer”.
La
especialista, en este punto, hizo una recomendación a todos aquellos que sufren
el trance de tener cerca a algún ser querido a punto de morir. “Deben saber que
si se acercan al lecho de su padre o madre moribundos, aunque estén ya en coma
profundo, ellos oyen todo lo que les dicen, y en ningún caso es tarde para
expresar «lo siento», «te amo» o alguna otra cosa que quieran decirles. Nunca
es demasiado tarde para pronunciar estas palabras, aunque sea después de la
muerte, ya que las personas fallecidas siguen oyendo. Incluso en ese mismo
momento se pueden arreglar «asuntos pendientes», aunque éstos se remonten a
diez o veinte años atrás. Se pueden liberar de su culpabilidad para poder
volver a vivir ellos mismos”.
La “conciencia cósmica “ de la doctora
Kübler-Ross
La doctora
Elizabeth Kübler-Ross, intrigada por todos estos asombrosos relatos, decidió
una vez comprobar por sí misma su veracidad. Y, luego de ser inducida a una
muerte artificial en un laboratorio médico de Virginia, experimentó dos veces
estar fuera de su cuerpo. “Cuando volví a la conciencia tenía la frase «Shanti
Nilaya», que por cierto no sabía qué significaba, dándome vueltas en mi cabeza.
La noche siguiente la pasé sola, en una pensión aislada en medio del bosque de
Blue Ridge Mountains. Allí, luego de sufrir inexplicables dolores físicos, fue
gratificada con una experiencia de renacimiento que no podría ser descrita con
nuestro lenguaje. Al principio hubo una oscilación o pulsación muy rápida a
nivel del vientre que se extendió por todo mi cuerpo. Esta vibración se
extendió a todo lo que yo miraba: el techo, la pared, el suelo, los muebles, la
cama, la ventana y hasta el cielo que veía a través de ella. Los árboles
también fueron alcanzados por esta vibración y finalmente el planeta Tierra.
Efectivamente, tenía la impresión de que la tierra entera vibraba en cada
molécula. Después vi algo que se parecía al capullo de una flor de loto que se
abría delante de mí para convertirse en una flor maravillosa y detrás apareció
esa luz esplendorosa de la que hablaban siempre mis enfermos. Cuando me
aproximé a la luz a través de la flor de loto abierta y vibrante, fui atraída
por ella suavemente pero cada vez con más intensidad. Fui atraída por el amor
inimaginable, incondicional, hasta fundirme completamente en él. En el instante
en que me uní a esa fuente de luz cesaron todas las vibraciones. Me invadió una
gran calma y caí en un sueño profundo parecido a un trance. Al despertarme caí
en el éxtasis más extraordinario que un ser humano haya vivido sobre la tierra.
Me encontraba en un estado de amor absoluto y admiraba todo lo que estaba a mi
alrededor. Mientras bajaba por una colina estaba en comunión amorosa, con cada
hoja, con cada nube, brizna de hierba y ser viviente. Sentía incluso las
pulsaciones de cada piedrecilla del camino y pasaba «por encima» de ellas, en
el propio sentido del término, interpelándolas con el pensamiento: «No puedo
pisaros, no puedo haceros daño», y cuando llegué abajo de la colina me di
cuenta de que ninguno de mis pasos había tocado el suelo y no dudé de la
realidad de esta vivencia. Se trataba sencillamente de una percepción como
resultado de la conciencia cósmica. Me fue permitido reconocer la vida en cada
cosa de la naturaleza con este amor que ahora soy incapaz de formular. Me
hicieron falta varios días para volver a encontrarme bien en mi existencia
física, y dedicarme a las trivialidades de la vida cotidiana como fregar, lavar
la ropa o preparar la comida para mi familia. Posteriormente averigüé que “Shanti
Nilaya» significa el puerto de paz final que nos espera. Ese estar en casa al
que volveremos un día después de atravesar nuestras angustias, dolores y
sufrimientos, después de haber aprendido a desembarazarnos de todos los dolores
y ser lo que el Creador ha querido que seamos: seres equilibrados que han
comprendido que el amor verdadero no es posesivo”.
La Dra.
Elizabeth Kübler-Ross, luego que en 1995 sufriera una serie de apoplejías que
paralizaron el lado derecho de su cara, falleció en Scottdale, Arizona, el 24
de agosto del 2004. Se enfrentó a su propia muerte con la valentía que había
afrontado la de los demás, y con el coraje que aprendió de sus pacientes más
pequeños. Sólo pidió que la despidieran con alegría, lanzando globos al cielo
para anunciar su llegada.
En su lecho
de muerte, por cierto, sus amigos y seres queridos le preguntaron si le temía a
la muerte, a lo que ella replicó: «No, de ningún modo me atemoriza; diría que
me produce alegría de antemano. No tenemos nada que temer de la muerte, pues la
muerte no es el fin sino más bien un radiante comienzo. Nuestra vida en el
cuerpo terrenal sólo representa una parte muy pequeña de nuestra existencia.
Nuestra muerte no es el fin o la aniquilación total, sino que todavía nos
esperan alegrías maravillosas”.
Fuente: https://td38.wordpress.com/2015/06/04/elizabeth-kubler-ross-la-connotada-cientifica-que-confirmo-que-si-existe-el-mas-alla/
viernes, 15 de julio de 2016
jueves, 14 de julio de 2016
CLAUDIO NARANJO: CÓMO LLEGAMOS AL AMOR
Es uno de
esos genios chilenos que el mundo reconoce y los chilenos no. Siquiatra de la
Universidad de Chile, antes de los 30 años salió a estudiar a Estados Unidos y
se quedó allá, en Berkeley. “Soy un buscador sediento,” dice. Su incesante
búsqueda la ha realizado libremente, más allá de los confines académicos y
religiosos, y hoy, a sus 81 años, es un maestro espiritual respetado. A
propósito de su visita a Chile para dar dos charlas, publicamos esta entrevista
realizada hace algunos años, en sucesivos encuentros, por Delia Vergara, la
primera directora de revista Paula.
Por Delia
Vergara / Ilustración: Marcelo Pérez.
Tiene pinta
de profeta, con su cuerpo grande, medio encorvado, sus pelos y barbas
abundantes, y sus radicales pronunciamientos sobre la condición humana. Viene a
vernos esporádicamente a Chile, enseña durante unas pocas semanas y luego se va
por el mundo, como si no perteneciera a ninguna parte. Trae buenas noticias,
siempre. Una nueva forma de ver la neurosis, un nuevo descubrimiento
espiritual, una nueva síntesis de enseñanzas milenarias, en su afán por
adentrarnos en el camino del amor, el único que, según él, puede traernos
auténtica felicidad.
Impresionante
el impacto de la primera vez que lo escuché, en el Goethe Institut, en un
auditorio abarrotado, a mediados de los ochenta. Hablaba de cómo había ocurrido
su transformación espiritual y sus palabras resonaban en mí como si me vinieran
de adentro, como si toda esa sabiduría habitara en alguna parte mía hasta
entonces desconocida. Impresionada, no le perdí más la pista. Lo he
entrevistado innumerables veces a lo largo de los años con la intención de
hacer un libro sobre él. De esa manera me forjé el privilegio de exprimirle una
y otra vez sus conocimientos sobre los asuntos que más me interesan en la vida.
Me cautivan
sus conocimientos infinitos sobre el camino para llegar a la sanidad, al amor,
a nuestra naturaleza espiritual. Su mente prodigiosa ha hurgado en todas las tradiciones
espirituales y sicológicas. Encuentra un camino y lo recorre entero, lo
experimenta en sí mismo y enseña lo que le ha servido. Los ha recorrido todos:
el cristianismo, las escuelas orientales, el chamanismo, las escuelas
sicológicas, las audacias de la nueva era.
Aparte de su
erudición, tiene el don de la palabra. Transmite lo que sabe como un artista.
Sus conferencias son un deleite y a veces las termina tocando una pieza de
piano, porque también es músico.
Actualmente
tiene una casa en Berkeley, pero no se puede decir que vive ahí porque viaja
sin cesar. En su larga vida se ha casado dos veces, y su único hijo, del primer
matrimonio, murió en un accidente automovilístico cuando tenía doce años. El
impacto de esa muerte lo adentró aún más en el camino que ha recorrido y
enseñado.
Ha sido guía
de miles de terapeutas y buscadores espirituales en todo el mundo. En Chile lo
seguimos una multitud de sedientos que, tal como él, quedamos cortos con las
enseñanzas institucionales. Su mirada al predicamento humano es apocalíptica,
pero también es optimista, porque él ha experimentado la transformación en sí
mismo y le tiene fe. Dedica su vida a transmitir lo que sabe, en más de diez
libros publicados, en conferencias y talleres. Lo hace sin grandilocuencia,
pero con la convicción de quien no habla por boca de ganso, sino por su propia
experiencia.
EL MAL
Tú dices que en el mundo hemos hecho muchas
revoluciones y experimentos pero los humanos seguimos vacíos, disfuncionales y
hasta peligrosos. ¿Qué es lo que nos falta?
Efectivamente,
tenemos una historia muy larga de nobles propuestas y muchas revoluciones para
el cambio social. Sin embargo, estas nunca han incluido una propuesta de cambio
individual. Parece que ya es hora de entender de si queremos una sociedad
diferente necesitaremos seres humanos más completos. No se puede construir un
edificio de esa naturaleza sin los ladrillos apropiados.
¿Cuál crees es nuestro problema individual?
Es un
problema de origen emocional. Nos sentimos vacíos, inútiles, sin sentido.
Tenemos una falta de armonía interior. La mayor parte de la gente, impulsada
por este vacío, devora en su entorno, consume, trata de llenarse con la vida de
los otros, llenarse de importancia, de poder.
¿Por qué estamos acostumbrados a vivir así,
sin tomarlo como una anormalidad?
Padecemos
una condición que en teología se llama dureza de corazón. La persona que está
en pecado no sabe que está en pecado, está endurecida. La sicología llama a eso
neurosis, enfermedad.
¿Cómo describirías este mal interno, cuáles
son sus componentes?
Mi mentor,
Totila Albert, (escultor y poeta chileno que murió a fines de los 50) lo veía
como un desequilibrio interno entre las energías paternas, maternas y filiales.
Al interior de la psiquis el principio paterno se toma la autoridad y esclaviza
a los demás. La sicología, desde Freud en adelante, habla de la toma del poder
de lo mental por sobre lo emocional y lo instintivo.
¿Piensas que nuestra enfermedad tiene que
ver con el sistema patriarcal?
Los años y
la experiencia me han ido confirmando que nuestro mal es el sistema patriarcal.
Hemos progresado en un sentido racional, tecnológico, pero al mismo tiempo nos
hemos deteriorado en un sentido sico-espiritual.
¿Cómo se manifiesta eso?
Cada
individuo vive desde la cabeza, desde su superego, desde la tiranía del
debería. De eso se trata la moralidad ordinaria, seguir las órdenes del padre
internalizado. El ser humano lleva dentro de sí mismo un capataz y un esclavo,
el esclavo es su naturaleza espontánea, instintiva, los elementos maternos y
filiales.
¿Cómo nos afecta eso?
Nacemos en
un mundo de tiranos, en que los seres que más te quieren son al mismo tiempo
los que más te hacen sufrir. Nuestros padres, sin saber que nos dañan, se
adueñan del control y la autoridad desconociendo la capacidad de auto
controlante del niño, con muy poca fe en su naturaleza interior. La actitud es:
“Yo te amo y te acepto si haces las cosas de tal o cual manera.” Así se va
transmitiendo esta cultura que poco a poco va consumiendo la naturaleza y que
tiene armas para destruir varias veces el planeta.
LLEGAR AL AMOR
¿Cuáles son las razones de tu optimismo
frente a este cuadro que pintas?
Hoy hay más
conciencia que nunca del sufrimiento en su raíz, que es el sufrimiento del no
ser, la sensación de sinsentido. La gente llega a las consultas sicológicas
diciendo: “No estoy bien, esto no está funcionando”. En sicoterapia se dice que
es un elemento de buen pronóstico tener conciencia de enfermedad. Por otra
parte, aunque desde siempre ha habido gente que evoluciona, en este siglo
existe lo que podríamos llamar una “metodología del amor”, que es la
contribución de la sicología. Antes de la llegada del conocimiento sicológico
pareciera que hubiera faltado alguna pieza, un recurso para esta empresa de
cambio. El mero mandamiento de amar a los demás no ha servido, se necesita un
método terapéutico más refinado para lograrlo.
¿Qué es lo nuevo que ha aportado la
sicoterapia?
Instrumentos
para conocerse a sí mismo, para sanar la herida emocional y para liberar lo
instintivo. Los terapeutas tratamos de sacarles el policía interior a las
personas. El ser humano es más completo cuando puede dejar que todos sus
elementos internos, -la mente, el instinto y las emociones-, se abracen en vez
de debilitarse combatiéndose unos a otros.
Eso de la
liberación del instinto pareciera algo pecaminoso en el mundo que vivimos.
Yo tengo más
fe en el instinto que en la civilización actual. Los instintos humanos libres
se autorregulan. Una persona sana recupera esa espiritualidad que viene del
animal interior; recupera, por ejemplo, la sexualidad, que está muy dañada en
la mayor parte de la gente a pesar de que hay en el mundo una libertad sexual
superficial que yo no veo como libertad, sino como una contra represión a la
represión. Eso no tiene nada de sano.
¿Qué ganas conociéndote a ti mismo?
Conocerse a
sí mismo es conocer al falso ser, a ese idiota que llevamos dentro que
constantemente nos hace sufrir. Cuando uno logra verlo, está comenzando a
hacerse sabio. Es duro el autoconocimiento pero es importante saber lo que uno
experimenta, tener conciencia de lo que se siente. Es sanador tomar conciencia
de la agresividad inconsciente, del dolor inconsciente, del miedo inconsciente.
Para sanar el odio, que es una plaga generalizada, inseparable del híper deseo,
de la codicia, de la necesidad neurótica de más, es necesaria la aceptación
sincera de esos sentimientos en uno.
¿Tiene el sentido de la confesión de los
cristianos?
Sí, porque
proporciona ese espacio íntimo para confesarse a sí mismo. Es necesario ver
todo eso para decir “basta, voy a abordar un camino nuevo, que es el camino
amoroso”. El amor va más allá de algunos sentimientos que se han idealizado
como amor. Se idealizan las pasiones como amor, el enamoramiento como amor,
pero el amor verdadero es una cosa muy poco dramática, es una actitud de no
hacer daño a los otros, un sentimiento fraternal.
Además de la sicoterapia, recomiendas la
meditación.
Las
enseñanzas espirituales de todas las culturas nos dicen que solo cuando la
mente se aquieta puede reflejar algo que está más allá de ella. Si callamos
nuestras voces pequeñas puede oírse una voz que está en otro nivel, que nos
llevará por el camino correcto. Esa es la voz de la conciencia, del ser, la
parte de la mente que da sentido a la vida.
¿Qué sería estar sano para ti?
Sentir el
bienestar de ser.
EDUCAR LA AFECTIVIDAD
Has dicho últimamente que el tema de la
educación te acalora. ¿Por qué?
Porque ya es
hora de que tengamos una educación para el desarrollo humano. Tenemos una
educación predominantemente intelectual, en que los demás aspectos del ser
humano son desestimados. Nada necesitamos tanto como una educación afectiva,
una educación de esa capacidad amorosa que es la base de una buena convivencia
familiar y social. Si no alcanzamos una dosis mayor de bondad, toda la información
técnica no va muy lejos.
¿Qué te hace pensar que eso es posible?
Es difícil,
porque la educación tendría que superar sus tabúes contra lo terapéutico y
contra lo espiritual. Eso no lo hace menos urgente. La educación podría incluir
una instrucción espiritual no dogmática, prácticas concretas que sirvan al
cultivo de la mente profunda, y un proceso de autoconocimiento guiado que lleve
a los jóvenes no solo a cambios de conducta sino a esa transformación que es la
esencia de la madurez humana.
Sin embargo ya existe algo así como una
educación en valores.
Eso no es
suficiente. Para llegar a encarnar los valores no basta esa combinación de
instrucción y sermón que se llama la educación en valores. Son necesarios los
procesos más profundos de los que hemos hablado. Los profesores tendrían que
hacer esos procesos como parte de su educación antes de poder guiar a los
jóvenes.
Fin de mundo, se dice por ahí.
Estamos
entrando en otra cosa. Parece que el barco se está hundiendo, una civilización
se está resquebrajando. Yo pongo mi esperanza en el naufragio porque nada
interfiere más para que tengamos un mundo mejor que el sistema de poder y de
valores que hemos construido.
Hay mucha gente asustada.
Más vale
mirar esta crisis como una oportunidad, no hay que tenerle tanto miedo. Lo que
se hunde es una cultura que tiene eclipsado el amor. El valor cultural
predominante es la competencia, no es la solidaridad. Falta el reconocimiento
colectivo de que lo verdaderamente humano es la solidaridad.
¿Ves esperanza?
La gran
pregunta es cómo pasamos de un mundo a otro. Yo pongo mi confianza en la
creatividad social. A los jóvenes les tocará la tarea de construir una nueva
cultura desde la conciencia, desde los valores verdaderamente humanos. En Chile
son los jóvenes los que se indignaron primero reclamando por la educación.
Pienso que en la rebelión de los jóvenes hay algo más de lo que se ve. Ellos
saben, porque están más despiertos, que la educación que reciben es irrelevante,
que no les va a servir para vivir.
SU PROPIA TRANSFORMACIÓN
¿Qué le dirías a alguien que desea abordar
el camino que propones?
Que el
cambio interior es un trabajo, una disciplina. Es necesario trabajar por
nuestro progreso espiritual. El esfuerzo tiene mucho que ver con estar dispuesto
a sufrir, a mirar lo doloroso y torcido que hay me uno. Después de esa etapa,
que es terapéutica, viene un nuevo nacimiento. Nace el ser verdadero de uno
mismo, que sabe vivir.
¿Cómo ha sido ese proceso en ti?
Mi búsqueda
empezó con experiencias durante mi adolescencia en las que sentí un nivel de
felicidad desconocido, pero fueron transitorias, las perdí. El hecho de
haberlas perdido dejó en mi conciencia la sensación de que había algo que
buscar, un estado muy superior a la felicidad ordinaria que antes había
experimentado. Durante todo el tiempo que viví en Chile mi búsqueda fue mi
ocupación principal, pero lo llevaba como algo secreto sobre lo que escribía en
cuadernos privadísimos. Me sentía un bicho raro. Solo al llegar a trabajar a la
Universidad de California en Berkeley, Estados Unidos, al comienzo de la década
del sesenta, me sentí en un oasis porque me encontré con otros buscadores
semejantes, una nueva generación que se estaba liberando de la autoridad de sus
mayores.
¿Qué era lo que cuestionaba esa gente?
Esa división
del pensamiento humano en multitud de escuelas, religiones y tendencias que
luchan entre sí. Eso se veía como el autoritarismo dentro de cada uno de los
sistemas, el decir: “Miren, aquí está la verdad entera.”
¿Cómo veían ellos las cosas?
Pensaban que
todas esas visiones eran complementarias, eran parte de un mismo pastel. Eso me
hizo mucho sentido. Yo fui uno de los primeros colaboradores de Esalen, un
centro de crecimiento que reunió el interés terapéutico con el espiritual, el
artístico y el corporal, en una actitud integradora que después se generalizó
en el mundo entero.
¿Hiciste todos los aprendizajes?
En Esalen
había gente extraordinaria, y naturalmente los aproveché. Yo tenía una cierta
invulnerabilidad al dolor, y, por lo tanto, al amor. Tenía una sequía interior.
¿Quiénes te marcaron?
Un encuentro
muy importante de ese tiempo fue con el creador de la terapia gestáltica Fritz
Perls. Era un gran maestro y un hombre que había llegado a mucho. Participé en
varios talleres de Gestalt con él, y como todavía no se había hecho famoso
recibí mucha atención de él. Después fui uno de sus sucesores.
¿Qué aprendiste de Pearls?
Pearls fue
un profeta del aquí y el ahora, eso que con el tiempo se ha hecho tan común.
Hizo sentir a quienes se acercaban a él que había como un camino del estar
presente. Enseñaba a encarar el momento sin tratar de escapar hacia pensamientos
acerca del pasado o del futuro. En la vida común el pasado y el futuro rara vez
son tomados como objetos de la reflexión, sino que son objeto de ensoñaciones
vacías. La recomendación de Pearls de vivir en el ahora se basaba en que solo
vivimos el momento presente. Eso es algo que la persona sana sabe, pero las
personas neuróticas no se dan cuenta, mientras están enredadas en una seudo
existencia de pensamientos y emociones negativas.
¿Cuáles fueron tus primeras experiencias
con la meditación?
Tuve la suerte
de recibir instrucción de meditación de Suzuki Roshi, el primer maestro de
meditación Zen que llegó a Estados Unidos. También fue importante la
experiencia con el psicólogo americano Leo Zeff, uno de los grandes expertos en
el manejo de la terapia con alucinógenos, que cuando se hace en manos de un
experto puede acelerar mucho el proceso terapéutico.
Escuché que tu experiencia definitiva la
tuviste en Chile.
Fue en
Arica, con el maestro espiritual Oscar Ichazo. Ese fue el principal peregrinaje
de mi vida, en el desierto de Azapa. Nos vinimos unos cuarenta compañeros de
Esalen durante meses al desierto a trabajar con Ichazo. Ahí experimenté un
verdadero nacimiento a un nivel de conciencia desconocido. Ese fue el comienzo
de un camino de transformación profunda, sin vuelta atrás.
¿Qué te ocurrió ahí?
Tuve una
tremenda expansión, que partió de una experiencia mística. Recuerdo haber usado
en mi diario la expresión “vi a Dios cara a cara”. No había palabras, no había
contenido, ni siquiera silencio. Lo que más se acerca a lo que viví es la
palabra nada, pero nada tiene sabor a nada y eso era más todo que nada. Cuando
salí de la experiencia tuve un gesto de oración, de pedirle a Dios una
confirmación de que esto era Él. Y me surgió espontáneamente un cantar, algo
hermoso, que entendí como una respuesta de lo divino a través de la creación de
una belleza.
¿Qué pasó después?
De vuelta en
California le decía a mis amigos: “Tengo la impresión de haber nacido de nuevo,
de ser como una guagua que no tiene brazos ni piernas, que no sabe andar y
apenas sabe hablar.” Tenía una gran conciencia de mí, y de la distancia que
había entre mis actos y mi inspiración. En los momentos de recogimiento, de
meditación, me volvía a invadir un estado que era como mi ser verdadero y me
daba cuenta de lo absurdamente imperfecta que había sido mi acción durante el
día. A través de este contraste empezó un aprendizaje del vivir. Era como una
caída que era ascenso al mismo tiempo. En ese tiempo cambiaron radicalmente
ciertas vivencias neuróticas, una cierta manera de depender de la gente, una
cierta relación con el mundo. Pero había momentos que me sentía un idiota.
Había siempre un saber que iba avanzando pero era más intenso que nunca el
sentir que algo me faltaba.
Has afirmado que pasaste por “la noche
oscura del alma”.
San Juan de
la Cruz le llamó así a esa etapa de su proceso, cuando luego de sentir una gran
identidad con Dios, lo perdió.
¿Hay etapas definidas en el proceso de
transformación?
Hay tantas
descripciones como personas que lo han hecho. Como todo lo que pertenece a la
vida, se puede mirar desde muchos puntos de vista. Lo que se puede ver a través
de los místicos es que después de una fase purgativa viene una fase
iluminativa, que es como una luna de miel espiritual; después viene la sequía,
la dificultad, los obstáculos, en la que los santos pierden su santidad. Y al
final se llega a lo que se llama la fase unitiva.
¿Consideras que llegaste ahí?
No, de
ninguna manera. Me siento más que nunca en proceso, en transición, sin embargo
me siento guiado desde adentro. Seguir adelante es algo que el cuerpo y el alma
me piden. Ya no necesito ser empujado desde fuera.
Eso de mirar
tus heridas, de estar consciente de todo eso, ¿terminó en algún momento?
No, eso
nunca se abandona, yo diría que va en aumento. La sensación es que antes uno
tenía la piel sana y el centro enfermo y después hace erupción el volcán y
llega un momento en que se siente que está limpio el centro, uno está en paz
consigo mismo, pero las heridas están más flor de piel, se ven más.
¿Es necesario tener que vivir con eso?
A mí me
parece que todo está muy bien construido en la naturaleza de modo que sigamos
caminando sin que se nos vayan los humos a la cabeza.
Fuente: http://www.paula.cl/reportajes-y-entrevistas/como-llegamos-al-amor/?fb_action_ids=10204565411285535&fb_action_types=og.recommends&fb_source=other_multiline&action_object_map=%5B289175017909704%5D&action_type_map=%5B%22og.recommends%22%5D&action_ref_map=%5B%5D
miércoles, 13 de julio de 2016
martes, 12 de julio de 2016
ESAS MIGAJAS DE AFECTO QUE TE DA, NO SON
AMOR
Cuando nos
encontramos involucrados sentimentalmente con otra persona, muchas veces
podemos caer en el gravísimo error de no darnos el lugar que nos merecemos, y
es allí donde radica la mayoría de los problemas donde se dan los amores mal
correspondidos.
El
merecimiento es la base de nuestras relaciones, nuestro amor propio, nuestra
capacidad de no necesitar a nadie más, nuestras creencias en relación a
nosotros mismos y al amor, las situaciones que estemos presentando, son los que
determinan la forma de interrelacionarnos con nuestro entorno, incluyendo a
nuestras parejas.
Cuando
tenemos puntos que debemos reforzar en cuanto a nuestra autoestima, a la forma
que creemos debemos ser amados, es cuando estamos más propensos a relacionarnos
con personas que en definitiva no se convertirán en amores ideales, sino por el
contrario, nos relacionaremos con personas que refuercen las creencias
equivocadas que tenemos en cuanto al amor, éstas pueden ser personas
indiferentes hacia nosotros, personas que nos quieren a ratos, personas
comprometidas sentimentalmente con alguien más, personas maltratadoras en
cualquier sentido, personas para las cuales no somos prioridad…. Y una lista
sinfín en la cual podríamos extendernos.
Mientras
nuestras creencias no cambien, los esquemas de nuestras relaciones se van a
conservar, y siempre mantendrán como constante la inconformidad por parte de
nosotros, esta actitud será a nivel consciente y subconsciente, procurando
darle a nuestro exterior la forma que pueda encajar más y que proyecte mejor lo
que llevamos en nuestro interior.
Es solo a
partir de una revisión y un trabajo interno que podremos reforzar el vínculo
que tenemos con nosotros mismos y a partir de allí, desde sentirnos cómodos con
nosotros mismos y no necesitar de nadie, atraer a la persona que encaje en
nuestro saneado esquema mental.
Cuando
empezamos a querernos y a respetarnos, nos es más sencillo reconocer cuando
alguien nos ofrece solo migajas de su amor, de su tiempo, de su atención, y se
nos hace más fácil tomar las medidas necesarias que nos lleven a generar
cambios en este tipo de relaciones, bien sea transformándolas en lo que
queremos o bien dejándolas ir.
Por lo
general cuando cambiamos nuestros conceptos del amor, resulta muy frecuente
terminar relaciones que nos hicieron sentir malqueridos o sencillamente
incómodos, ya no nos afecta la soledad, sino que crecemos en ella y la
preferimos antes de vincularnos en una relación que no nos traerá satisfacción.
Abrimos nuestra mente y corazón a lo que se ajuste a nuestro nuevo esquema y
vibramos con otra energía que atrae a nosotros esa experiencia amorosa donde
nos sentiremos plenos, correspondidos, respetados y considerados.
Pero como
vemos, las personas que se relacionan a nosotros pueden ser como quieran, de
hecho lo son, no debemos intentar o pretender cambiarlas, ellas solo se cruzan
en nuestras vidas porque responden a una vibración particular. Siempre que
queremos cambios, debemos comenzar por cambiar nosotros y desde ese punto
observar como todo cambia a nuestro alrededor.
Fuente: http://rincondeltibet.com/blog/p-esas-migajas-de-afecto-que-te-da-no-son-amor-16356
lunes, 11 de julio de 2016
MEDITAR
SIGNIFICA ESTAR ATENTO A TODAS LAS ACTIVIDADES DE LA MENTE
El arte de
meditar implica mucho más que calmar nuestra mente y atender a nuestras
sensaciones. En realidad aislarse a un lugar tranquilo y adquirir este hábito,
concentrándonos para aprender a meditar, no tiene un verdadero sentido si no
somos capaces de integrar su significado en nuestra experiencia diaria.
La
meditación va más allá de emplear un tiempo a practicarla y aprender a
concentrarse. El hábito ha de ser incorporado en nuestra vida, para que haya un
cambio interno, con la intención real de ser mejores personas: con nuestro
entorno, con nuestra naturaleza y los seres que habitan este mundo.
Nuestros
conocimientos y creencias impiden que accedamos a una mente clara, inocente y
sensible a lo que nos rodea. El sentido de meditar nos lleva a una mente que se
libera de la distorsión y del ruido mental, para adquirir un despertar que nos
hace ser más conscientes de cómo todo esto influye en nuestras relaciones y
nuestra conducta.
“Correr, bailar, nadar,
cualquier cosa puede ser una meditación. Mi definición de meditación es:
siempre que tu cuerpo, tu mente y tu
alma están funcionando juntos en ritmo, eso es meditación.”
-Osho-
Aprendemos a conocer nuestro “yo”
La
meditación está más allá de la mente. Así que cuando esta se calma es posible
llegar a un estado de claridad que facilita la tarea de eliminar los prejuicios
e ideas preconcebidas que distorsionan nuestros pensamientos. Es así como
podemos lograr ordenar nuestra mente para que se vuelva más sensible e
inteligente.
Al conocer a
nuestro “yo” y estar atentos a cómo actúa y nos influye, es cuando se produce
su ausencia, observándolo, y en esta ausencia la mente se pone en orden. Lo
hace atendiendo a la experiencia presente, incrementando las posibilidades de
adquirir cualquier aprendizaje potencial.
¿Has notado
cómo tu experiencia se ve contaminada por tus pensamientos? Si somos capaces de
mantener la mente en calma, podremos ir hacia la experiencia sin restricciones,
aceptando las cosas tal y como son, sin pretensiones.
Meditar nos pone en contacto con nuestra
naturaleza
Meditar no
es una técnica a practicar, ni es una habilidad que se adquiere con nuestra
mente y, por otro lado, tampoco supone esfuerzo. La meditación está por encima
de cualquier actividad mental, ya que es capaz de observar esta actividad. En
el límite donde termina la mente es donde comienza la meditación.
Utilizamos
la mente para obtener logros, metas y aprendizajes, sin embargo mediante la
meditación llegamos a nuestra naturaleza. Reconocemos nuestro estado más puro
que se mantiene a pesar de cualquier experiencia y circunstancia. Es así como
se llega a la integración de lo que tú eres más allá de tus acciones y tus
logros personales. Contactamos con nuestra naturaleza a través de la meditación
gracias a que nos encontramos con nuestro verdadero ser.
“La meditación es un
estado de claridad, no un estado de la mente. La mente implica confusión, nunca
es clara: no puede serlo. Los pensamientos crean nubes a tu alrededor: nubes
sutiles. Éstas generan una neblina y se pierde la claridad. Cuando las ideas
desaparecen, cuando no hay más nubes a tu alrededor, cuando te centras sólo en
tu ser, se produce la claridad”
-Osho-
El principio de la meditación es el
conocimiento de uno mismo
Llegar al
conocimiento de uno mismo a través de la meditación supone estar atento a toda
nuestra actividad mental en forma de pensamientos y sentimientos, además de
todas la actividades que genera nuestra mente. Actuamos como observadores de la
experiencia y es así cómo nos descubrimos.
Cuando
comprendemos nuestra actividad mental dejamos que aflore nuestro inconsciente
de una forma espontánea. Es así como nos liberamos del ruido que nos aturde,
confunde e invade nuestra conciencia. Apartamos las capas que entorpecen
nuestra visión para captar el mundo que nos rodea con mayor claridad.
“El control implica
resistencia. La concentración es una forma de resistencia que consiste en
reducir el pensamiento a un punto en particular. Y cuando la mente se adiestra
para concentrarse por completo en una sola cosa, pierde su elasticidad, su
sensibilidad y se vuelve incapaz de captar el campo total de la vida”
-Krishnamurti-
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/meditar-significa-estar-atento-todas-las-actividades-la-mente/
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