Como que es bastante poco compatible el amor con el egoísmo...
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sábado, 21 de mayo de 2016
viernes, 20 de mayo de 2016
HAY QUE TENER UN AMANTE
Muchas
personas tienen un amante y otras quisieran tenerlo. Y también están las que no
lo tienen, o las que lo tenían y lo perdieron. Y son generalmente estas dos
últimas, las que vienen a mi consultorio para decirme que están tristes o que
tienen distintos síntomas como insomnio, falta de voluntad, pesimismo, crisis
de llanto o los más diversos dolores.
Me cuentan
que sus vidas transcurren de manera monótona y sin expectativas, que trabajan
nada más que para subsistir y que no saben en qué ocupar su tiempo libre. En
fin, palabras más, palabras menos, están verdaderamente desesperanzadas.
Antes de
contarme esto ya habían visitado otros consultorios en los que recibieron la
condolencia de un diagnóstico seguro:”Depresión” y la infaltable receta del
antidepresivo de turno.
Entonces,
después de que las escucho atentamente, les digo que no necesitan un
antidepresivo; que lo que realmente necesitan, ES UN AMANTE
Es increíble
ver la expresión de sus ojos cuando reciben mi veredicto. Están las que
piensan: ¡Cómo es posible que un profesional se despache alegremente con una
sugerencia tan poco científica!. Y también están las que escandalizadas se
despiden y no vuelven nunca más
A las que
deciden quedarse y no salen espantadas por el consejo, les doy la siguiente
definición: Amante es: “Lo que nos apasiona”. Lo que ocupa nuestro pensamiento
antes de quedarnos dormidos y es también quien a veces, no nos deja dormir.
Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos frente al entorno. Lo que nos
deja saber que la vida tiene motivación y sentido.
A veces a
nuestro amante lo encontramos en nuestra pareja, en otros casos en alguien que
no es nuestra pareja. También solemos hallarlo en la investigación científica,
en la literatura, en la música, en la política, en el deporte, en el trabajo
cuando es vocacional, en la necesidad de trascender espiritualmente, en la
amistad, en la buena mesa, en el estudio, o en el obsesivo placer de un
hobby…En fin, es “alguien” o “algo” que nos pone de “novio con la vida” y nos
aparta del triste destino de durar.
¿Y qué es
durar? – Durar es tener miedo a vivir. Es dedicarse a espiar como viven los
demás, es tomarse la presión, deambular por consultorios médicos, tomar
remedios multicolores, alejarse de las gratificaciones, observar con decepción
cada nueva arruga que nos devuelve el espejo, cuidarnos del frío, del calor, de
la humedad, del sol y de la lluvia. Durar es postergar la posibilidad de
disfrutar hoy, esgrimiendo el incierto y frágil razonamiento de que quizás
podamos hacerlo mañana.
Por favor no
te empeñes en durar, búscate un amante, se también un amante y un protagonista…
de la vida. Piensa que lo trágico no es morir, al fin y al cabo la muerte tiene
buena memoria y nunca se olvidó de nadie.
Lo trágico,
es no animarse a vivir; mientras tanto y sin dudar, búscate un amante…
La
psicología después de estudiar mucho sobre el tema descubrió algo
trascendental:
“Para estar contento,
activo y sentirse feliz, hay que estar de novio con la vida”.
Fuente: https://brujulacuidador.com/2013/08/04/hay-que-tener-un-amante/
jueves, 19 de mayo de 2016
miércoles, 18 de mayo de 2016
LA ENVIDIA SEÑALA A LOS ADMIRADORES
SECRETOS
La envidia
es el sexto pecado capital. Colocado entre la ira y la vanidad, se trata de un
profundo rencor que una persona siente hacia alguien que tiene algo que uno
quiere, como la riqueza, el poder, la belleza o cualquier otra cosa. Es un
vicio a veces complicado de evitar, pero que nadie desea sentir, porque
experimentar envidia significa sentirse pequeño, perdedor y, en ocasiones,
admirar de forma secreta a alguien.
Cada día
vivimos situaciones en las que no podemos evitar compararnos con otras
personas, un hermano que nos parece que recibe más cariño de los padres, un
compañero de trabajo que gana más dinero que nosotros, un vecino que tiene un
coche mejor que el nuestro. Así, lo cierto es que las comparaciones resultan
dolorosas si se sale perdiendo.
“Nadie que confía en
sí, envidia la virtud del otro.”
-Cicerón-
El profesor
de psicología de la Universidad de Kentucky Richard H. Smith sostiene que “la
envidia es corrosiva y es fea y puede arruinar tu vida. Si usted es una persona
envidiosa, le costará mucho apreciar lo bueno, porque estará demasiado
preocupado en cómo se reflejan en su yo”.
ESTUDIOS SOBRE LA ENVIDIA
Los
investigadores han tratado de comprender los circuitos neuronales y evolutivos
de la envidia y por qué medio puede llegar a ser sentida como una enfermedad
corporal. Incluso se ha investigado la sensación de placer que siente una
persona cuando el sujeto al que envidia se derrumba.
En la
revista de psicología ‘Basic and Applied Social Psychology” se publicaron a
finales del año pasado, los resultados de dos estudios realizados por Nicole E.
Henniger y Christine R. Harris. En los estudios participaron unas 900 personas
de entre 18 y 80 años, a las que se les preguntó si habían sentido envidia de
alguien y si siguen sintiendo envidia actualmente.
Alrededor
del 80% de los encuestados menores de 30 años manifestaron haber sentido
envidia en el último año, mientras que el porcentaje de las personas mayores de
50 años, que dijeron que habían sentido envidia fue del 59%. Otra de las
conclusiones que se alcanzó con el estudio fue que la envidia no depende del
sexo, ya que hombres y mujeres son igualmente envidiosos antes los éxitos de
los demás.
“Nada es más digno de
admiración en un hombre noble que el saber aceptar e imitar las virtudes de los
demás.”
-Confucio-
En la revista
Science se publicó un estudio realizado por investigadores del Instituto de
Ciencias Radiológicas de Japón, que describe las imágenes cerebrales de sujetos
a los que se les pidió que se imaginaran a sí mismos como protagonistas de
dramas sociales con otros personajes de mayor o menor estatus o éxito.
Cuando la
persona se comparaba con personajes envidiados, se activaban las regiones del
cerebro involucradas en el registro del dolor físico. Si a la persona estudiada
se le daba la oportunidad de imaginar que el sujeto envidiado caía en la ruina,
se activaban los circuitos de recompensa del cerebro.
Envidiar o admirar
A veces se
habla de envidia sana o de admiración y realmente si somos capaces de enfocar
de manera positiva el deseo y los impulsos que este genera, la envidia puede
convertirse en un estímulo para mejorar, ya que nos puede mostrar un objetivo a
seguir. Podemos envidiar capacidades de otras personas y eso puede incitarnos a
superarnos a nosotros mismos.
Pero si la
envidia se convierte en un deseo negativo hacia otra persona por tener algo que
deseamos, se transforma en un foco de frustración e inseguridad y nos hará
percibir una realidad distorsionada, que nos impedirá acometer cambios para
superarnos a nosotros mismos.
Podemos
convertir la envidia en admiración cuando vemos a la otra persona con el
corazón y con inteligencia emocional, cuando nos alegramos de sus progresos,
sus habilidades o sus posibilidades y compartimos sus logros. La palabra
admirar proviene de “ad” añadir y de “mirar” ver, es decir se trata de ver más
en otra persona, ver lo mejor en otra persona, y eso nos motivará para tener
objetivos y trabajar para alcanzarlos.
“Mi religión consiste
en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los
pequeños detalles que podemos percibir con nuestra frágil y débil mente.”
-Albert Einstein-
https://lamenteesmaravillosa.com/la-envidia-senala-a-los-admiradores-secretos/
martes, 17 de mayo de 2016
lunes, 16 de mayo de 2016
ESA VOZ QUE ALGUNOS LLAMAN “CONCIENCIA”
Comúnmente
se llama “voz de la conciencia” a esa parte de nosotros mismos que actúa como
guardián de la moral sobre lo que pensamos, sentimos o hacemos. Es como un
“otro yo” que propicia un diálogo interno. En ese diálogo advierte, recrimina o
hasta castiga. Esa voz está ahí para conducirnos, por lo general, a la culpa.
La voz de la
conciencia es la expresión de la autoridad en nuestro interior. Esa fuente de
autoridad ha sido inculcada y corresponde o a un padre, o a un dios, o a una
religión o a cualquier otra forma de poder que define unas normas de conducta.
“La conciencia hace que
nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a
falta de testigos declara contra nosotros.”
-Michel de Montaigne-
La “voz de
la conciencia” nos habla de moral, de buenas costumbres. Parece como un fiscal,
porque su papel es acusatorio y para algunas personas llega a ser
extremadamente insidiosa. De hecho, hay quienes llegan a experimentar físicamente
esa voz, como un susurro al oído que siempre está señalando con el dedo,
amenazando y agrediendo a quien la escucha.
La conciencia moral y los prejuicios
Todos nos
convertimos en personas aptas para vivir civilizadamente en una sociedad,
gracias a que alguien nos enseñó, como dice la canción, “que eso no se dice,
que eso no se hace, que eso no se toca”. Para poder convivir con los demás
debemos renunciar a actuar haciendo lo que se nos antoje. Tenemos que ceder
parte de nuestros deseos, en nombre de una sana adaptación a algunas normas
básicas que rigen el mundo.
También nos
inculcan desde niños un catálogo de conciencia moral en el que hay dos
apartados separados por una gruesa línea roja: lo que está bien y lo que está
mal. Por lo general, los padres o tutores solamente son los transmisores de una
moral que ya ha sido establecida por alguna autoridad. Así, aprendemos a
valorar lo bueno y lo malo a partir de la religión, la ley, la cultura o
cualquier otro conjunto de principios que rija una sociedad.
Muchos de
esos principios y valores están lejos de ser razonables, en la mayoría de los
casos precisamente por el carácter absoluto y poco flexible con el que vienen
impuestos. Además, a veces se basan en prejuicios, miedos insanos o deseos
inconfesables.
A algunos,
por ejemplo, nos enseñan que la discriminación racial es positiva, en tanto
protege la “pureza” de un determinado grupo. A otros les indican que la
masturbación los puede volver locos. En ambos casos, lo que se transmite es
irracional y aún así se inculca como válido.
La rigidez moral y la arbitrariedad
La
conciencia moral, por lo general, se transmite de manera arbitraria. En
principio, los padres y el mundo consideran que es un deber ayudar al niño a
que acepte los mandatos morales de la sociedad. No necesitan exactamente que
tengan una conciencia real de ellos, sino que los obedezcan. Por eso, para
muchos, “educar” consiste en lograr que todos obedezcan.
En algunas
familias y en algunas sociedades, especialmente las que deben transmitir
principios de conducta que riñen con la razón, se valen del señalamiento, de la
amenaza y del castigo para poder inculcar en los suyos el respeto a ciertas
normas.
Es lo que
sucede en las culturas en donde, por ejemplo, hay una fuerte discriminación en
contra de la mujer. El catálogo de conducta para ellas es sumamente estricto y
está básicamente lleno de restricciones. De este modo, se logra que lleguen a
aceptar prácticas como la infibulación o la violencia física por parte de los
hombres. Esto solo se puede inculcar a través de limitaciones y castigos
sucesivos que eviten su insumisión.
La conciencia moral y la moralina
Todos los
catálogos morales incluyen alguna suerte de irracionalidad. Muchos de esos
catálogos están dirigidos hacia el comportamiento sexual y la relación que se
mantiene con el poder. Muchas infancias son una etapa de “adoctrinamiento”, en
la que se busca básicamente quebrar la voluntad del individuo, para que no
desarrolle conductas “desviadas” de la norma.
Muchas
personas interiorizan profundamente esos mandatos y en su vida adulta son
presas fáciles de la culpa. De hecho, llegan a sentirse culpables incluso si se
les pasa por la mente cuestionar los preceptos bajo los que han sido educados.
Se sienten
“malos” si ponen en cuestión el comportamiento de sus padres o la validez
conceptual de una religión. La “voz de la conciencia” se convierte en una
instancia perseguidora y perturbadora que les mantiene “vigilados” y que les
induce a castigarse con severidad si se apartan del mandato.
Precisamente,
una de las tareas de un adulto sano es la de decantar esos valores, o
antivalores, en los que ha sido educado. A diferencia de la moral, la ética es
una construcción personal, que no tiene una alta rigidez y se basa en una
valoración más objetiva de uno mismo y del mundo, a la luz de las razones.
La ética
justifica las acciones con evidencias lógicas y razones de conveniencia
personal y social. La moral se sustenta en prejuicios, es decir, en argumentos
que terminan en una arbitrariedad del tipo “porque así debe ser”, “porque en la
otra vida serás castigado” o “porque así se acostumbra”. Más ética y menos
moralina necesitamos todos para tener una convivencia sana.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/esa-voz-que-algunos-llaman-conciencia/
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