miércoles, 18 de mayo de 2016

LA ENVIDIA SEÑALA A LOS ADMIRADORES SECRETOS

La envidia es el sexto pecado capital. Colocado entre la ira y la vanidad, se trata de un profundo rencor que una persona siente hacia alguien que tiene algo que uno quiere, como la riqueza, el poder, la belleza o cualquier otra cosa. Es un vicio a veces complicado de evitar, pero que nadie desea sentir, porque experimentar envidia significa sentirse pequeño, perdedor y, en ocasiones, admirar de forma secreta a alguien.

Cada día vivimos situaciones en las que no podemos evitar compararnos con otras personas, un hermano que nos parece que recibe más cariño de los padres, un compañero de trabajo que gana más dinero que nosotros, un vecino que tiene un coche mejor que el nuestro. Así, lo cierto es que las comparaciones resultan dolorosas si se sale perdiendo.

“Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro.”
-Cicerón-

El profesor de psicología de la Universidad de Kentucky Richard H. Smith sostiene que “la envidia es corrosiva y es fea y puede arruinar tu vida. Si usted es una persona envidiosa, le costará mucho apreciar lo bueno, porque estará demasiado preocupado en cómo se reflejan en su yo”.

ESTUDIOS SOBRE LA ENVIDIA

Los investigadores han tratado de comprender los circuitos neuronales y evolutivos de la envidia y por qué medio puede llegar a ser sentida como una enfermedad corporal. Incluso se ha investigado la sensación de placer que siente una persona cuando el sujeto al que envidia se derrumba.

En la revista de psicología ‘Basic and Applied Social Psychology” se publicaron a finales del año pasado, los resultados de dos estudios realizados por Nicole E. Henniger y Christine R. Harris. En los estudios participaron unas 900 personas de entre 18 y 80 años, a las que se les preguntó si habían sentido envidia de alguien y si siguen sintiendo envidia actualmente.

Alrededor del 80% de los encuestados menores de 30 años manifestaron haber sentido envidia en el último año, mientras que el porcentaje de las personas mayores de 50 años, que dijeron que habían sentido envidia fue del 59%. Otra de las conclusiones que se alcanzó con el estudio fue que la envidia no depende del sexo, ya que hombres y mujeres son igualmente envidiosos antes los éxitos de los demás.

“Nada es más digno de admiración en un hombre noble que el saber aceptar e imitar las virtudes de los demás.”
-Confucio-

En la revista Science se publicó un estudio realizado por investigadores del Instituto de Ciencias Radiológicas de Japón, que describe las imágenes cerebrales de sujetos a los que se les pidió que se imaginaran a sí mismos como protagonistas de dramas sociales con otros personajes de mayor o menor estatus o éxito.

Cuando la persona se comparaba con personajes envidiados, se activaban las regiones del cerebro involucradas en el registro del dolor físico. Si a la persona estudiada se le daba la oportunidad de imaginar que el sujeto envidiado caía en la ruina, se activaban los circuitos de recompensa del cerebro.

Envidiar o admirar

A veces se habla de envidia sana o de admiración y realmente si somos capaces de enfocar de manera positiva el deseo y los impulsos que este genera, la envidia puede convertirse en un estímulo para mejorar, ya que nos puede mostrar un objetivo a seguir. Podemos envidiar capacidades de otras personas y eso puede incitarnos a superarnos a nosotros mismos.

Pero si la envidia se convierte en un deseo negativo hacia otra persona por tener algo que deseamos, se transforma en un foco de frustración e inseguridad y nos hará percibir una realidad distorsionada, que nos impedirá acometer cambios para superarnos a nosotros mismos.

Podemos convertir la envidia en admiración cuando vemos a la otra persona con el corazón y con inteligencia emocional, cuando nos alegramos de sus progresos, sus habilidades o sus posibilidades y compartimos sus logros. La palabra admirar proviene de “ad” añadir y de “mirar” ver, es decir se trata de ver más en otra persona, ver lo mejor en otra persona, y eso nos motivará para tener objetivos y trabajar para alcanzarlos.

“Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los pequeños detalles que podemos percibir con nuestra frágil y débil mente.”
-Albert Einstein-


https://lamenteesmaravillosa.com/la-envidia-senala-a-los-admiradores-secretos/


lunes, 16 de mayo de 2016

ESA VOZ QUE ALGUNOS LLAMAN “CONCIENCIA”

Comúnmente se llama “voz de la conciencia” a esa parte de nosotros mismos que actúa como guardián de la moral sobre lo que pensamos, sentimos o hacemos. Es como un “otro yo” que propicia un diálogo interno. En ese diálogo advierte, recrimina o hasta castiga. Esa voz está ahí para conducirnos, por lo general, a la culpa.

La voz de la conciencia es la expresión de la autoridad en nuestro interior. Esa fuente de autoridad ha sido inculcada y corresponde o a un padre, o a un dios, o a una religión o a cualquier otra forma de poder que define unas normas de conducta.

“La conciencia hace que nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a falta de testigos declara contra nosotros.”
-Michel de Montaigne-

La “voz de la conciencia” nos habla de moral, de buenas costumbres. Parece como un fiscal, porque su papel es acusatorio y para algunas personas llega a ser extremadamente insidiosa. De hecho, hay quienes llegan a experimentar físicamente esa voz, como un susurro al oído que siempre está señalando con el dedo, amenazando y agrediendo a quien la escucha.

La conciencia moral y los prejuicios

Todos nos convertimos en personas aptas para vivir civilizadamente en una sociedad, gracias a que alguien nos enseñó, como dice la canción, “que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”. Para poder convivir con los demás debemos renunciar a actuar haciendo lo que se nos antoje. Tenemos que ceder parte de nuestros deseos, en nombre de una sana adaptación a algunas normas básicas que rigen el mundo.

También nos inculcan desde niños un catálogo de conciencia moral en el que hay dos apartados separados por una gruesa línea roja: lo que está bien y lo que está mal. Por lo general, los padres o tutores solamente son los transmisores de una moral que ya ha sido establecida por alguna autoridad. Así, aprendemos a valorar lo bueno y lo malo a partir de la religión, la ley, la cultura o cualquier otro conjunto de principios que rija una sociedad.

Muchos de esos principios y valores están lejos de ser razonables, en la mayoría de los casos precisamente por el carácter absoluto y poco flexible con el que vienen impuestos. Además, a veces se basan en prejuicios, miedos insanos o deseos inconfesables.

A algunos, por ejemplo, nos enseñan que la discriminación racial es positiva, en tanto protege la “pureza” de un determinado grupo. A otros les indican que la masturbación los puede volver locos. En ambos casos, lo que se transmite es irracional y aún así se inculca como válido.

La rigidez moral y la arbitrariedad

La conciencia moral, por lo general, se transmite de manera arbitraria. En principio, los padres y el mundo consideran que es un deber ayudar al niño a que acepte los mandatos morales de la sociedad. No necesitan exactamente que tengan una conciencia real de ellos, sino que los obedezcan. Por eso, para muchos, “educar” consiste en lograr que todos obedezcan.

En algunas familias y en algunas sociedades, especialmente las que deben transmitir principios de conducta que riñen con la razón, se valen del señalamiento, de la amenaza y del castigo para poder inculcar en los suyos el respeto a ciertas normas.

Es lo que sucede en las culturas en donde, por ejemplo, hay una fuerte discriminación en contra de la mujer. El catálogo de conducta para ellas es sumamente estricto y está básicamente lleno de restricciones. De este modo, se logra que lleguen a aceptar prácticas como la infibulación o la violencia física por parte de los hombres. Esto solo se puede inculcar a través de limitaciones y castigos sucesivos que eviten su insumisión.

La conciencia moral y la moralina

Todos los catálogos morales incluyen alguna suerte de irracionalidad. Muchos de esos catálogos están dirigidos hacia el comportamiento sexual y la relación que se mantiene con el poder. Muchas infancias son una etapa de “adoctrinamiento”, en la que se busca básicamente quebrar la voluntad del individuo, para que no desarrolle conductas “desviadas” de la norma.

Muchas personas interiorizan profundamente esos mandatos y en su vida adulta son presas fáciles de la culpa. De hecho, llegan a sentirse culpables incluso si se les pasa por la mente cuestionar los preceptos bajo los que han sido educados.

Se sienten “malos” si ponen en cuestión el comportamiento de sus padres o la validez conceptual de una religión. La “voz de la conciencia” se convierte en una instancia perseguidora y perturbadora que les mantiene “vigilados” y que les induce a castigarse con severidad si se apartan del mandato.

Precisamente, una de las tareas de un adulto sano es la de decantar esos valores, o antivalores, en los que ha sido educado. A diferencia de la moral, la ética es una construcción personal, que no tiene una alta rigidez y se basa en una valoración más objetiva de uno mismo y del mundo, a la luz de las razones.

La ética justifica las acciones con evidencias lógicas y razones de conveniencia personal y social. La moral se sustenta en prejuicios, es decir, en argumentos que terminan en una arbitrariedad del tipo “porque así debe ser”, “porque en la otra vida serás castigado” o “porque así se acostumbra”. Más ética y menos moralina necesitamos todos para tener una convivencia sana.


Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/esa-voz-que-algunos-llaman-conciencia/


domingo, 15 de mayo de 2016

"Tú no estás en el universo, tú eres el universo. Una parte intrínseca del mismo. En última instancia, no eres una persona, sino un punto de encuentro donde el Universo se está volviendo consciente de sí mismo. ¡Qué milagro más increíble!"


Eckhart Tolle.


sábado, 14 de mayo de 2016

LA VIDA NO TE QUITA COSAS, TE LIBERA DE ELLAS

Cuántas veces en nuestro día a día pensamos que perdemos cosas, oportunidades, amigos, amores. Y ante la aparente pérdida, nuestro ego toma terreno haciéndonos sentir desdichados. ¿Cuántas veces un deseo no nos quita la serenidad y al no tener algo que creemos necesitar, vivimos trágicas torturas mentales?

Las principales causas de infelicidad son el deseo y el apego, esos que nos hacen sentirnos necesitados de algo o de alguien o en la búsqueda constante de algo que genere alguna sensación de bienestar en nosotros.

En nuestro afán por alcanzar un estado determinado perdemos la vivencia diaria, el estar en el aquí y en el ahora, donde por lo general se está bien, pero no lo notamos, sino que perturbamos nuestro presente anhelando de forma desmedida algún elemento que en la creación de nuestra mente nos hará sentirnos felices. Esto lo produce el deseo.

La mayoría de nuestros problemas tienen su origen en el apego a cosas que erróneamente creemos permanentes.    
Dalai Lama

En nuestra necesidad de mantener bienes o personas a nuestro lado, dejamos de disfrutarlas, nos aferramos a lo que nos genera felicidad transitoria, seguridad, y ante la sencilla idea de perderlo, nuestra vida se desestabiliza. Creemos las cosas nuestras, las hacemos nuestras, inclusive a las personas, y cuando se marchan, sentimos gran sufrimiento, por el apego que hemos desarrollado.

Algo muy importante, que en algunas ocasiones genera controversia, es que confundimos apego y deseo, con amor y cariño, el apego y el deseo son la muestra de que “quiero esto para que me haga feliz”, mientras que el amor, está libre de mente, es un sentimiento puro que no tiene nada que ver con la situación, algo como: “te amo y quiero que seas feliz”, esto independientemente de la relación que los una y el estatus de la misma.

El apego podríamos llamarlo la traducción del amor en el lenguaje del ego.

El deseo y el apego vienen por la idea errónea que tenemos de la vida, no vemos las cosas tal y como son, sino como nos gustaría que fuesen. Si entendemos la vida desde el ser y nos hacemos conscientes de que somos responsables de lo que sentimos, independientemente de la situación, nos liberamos de la conducta reactiva de que nuestro bienestar esté ligado a lo que suceda. No dependemos de nada circunstancial para sentirnos bien.

Nuestra vida es un aprendizaje continuo, nos cruzamos con personas, situaciones, lecciones, que están allí para nuestro bien (aunque la experiencia no sea grata). Cuando sentimos que la vida nos ha quitado algo, dejamos de lado nuestra fe en el funcionamiento del universo, nada se nos quita, solo nos propone nuevos capítulos de aprendizaje y si estamos atentos, quizás podamos aprender de las situaciones.

No estás deprimido, estás distraído. Por eso crees que perdiste algo, lo que es imposible, porque todo te fue dado. No hiciste ni un solo pelo de tu  cabeza, por lo tanto no puedes ser dueño de nada.   Además, la vida no te quita cosas: te libera de cosas… te aliviana para  que vueles más alto, para que alcances la plenitud. 
Facundo Cabral

¿Cómo nos liberamos de nuestros deseos y apegos?

Nos hacemos conscientes de que en nuestro interior se encuentra todo lo que necesitamos para ser felices. Reconocemos nuestra divinidad, nos damos cuenta de que no somos el carro,  el título de ingeniero,  el dueño de…, el esposo de…, eso forma parte de nuestra vida, pero no es lo que somos, no es allí donde se encuentra la felicidad que perdura en el tiempo.

Reconociendo nuestros deseos y apegos, esto es sencillo, todo aquello que nos genere intranquilidad teniéndolo por miedo a perderlo o anhelándolo de forma angustiante, son deseos y apegos desarrollados. Y una vez reconocidos, vamos ubicando

Disfrutando el presente, cuando nos alimentamos de nuestro presente y vivimos realmente en él, nos despreocupamos por lo que puede pasar luego, sin la ansiedad generada por lo que puede pasar luego. Celebrar lo que nos gusta, sin la sensación de dependencia.

Amándonos a nosotros mismos, cuando nos amamos, cuando nos sabemos capaces, cuando nos cuidamos, cuando nos sentimos bien con nosotros mismos, nos resulta más sencillo amar nuestra vida y a quienes nos rodean sin miedo a que las cosas cambien, o anhelando que algo ocurra. ¡Nos hacemos libres!

Reconociendo que no poseemos nada más allá de nosotros mismos, que nada ni nadie nos pertenecen, que las personas que nos rodean son almas en el mismo proceso de aprendizaje a través de la experiencia que nosotros, que las cosas materiales son efímeras y son un complemento a nuestra vida.

Aplicar estos puntos nos ayudará a mantenernos en el ahora, a valorar nuestra vida sin complementos que no necesitamos y a encaminarnos sin dependencias a la verdadera felicidad.

No pierdas tu vida por aquello que se te va a quitar. Confía en la vida; si confías, sólo entonces podrás abandonar tu conocimiento, sólo entonces puedes poner tu mente a un lado. Con la confianza, se abre algo inmenso. Entonces la vida no es una vida ordinaria; se vuelve llena de Dios, desbordante.
Cuando el corazón es inocente y los muros han desaparecido, quedas unido al infinito. Y no te sientes engañado: No hay nada que se te pueda quitar, ¿por qué tendría uno que tener miedo de que se lo quiten? No se te puede quitar, no hay posibilidad, no puedes perder tu verdadero tesoro.
Osho




jueves, 12 de mayo de 2016

LAS COSAS MÁS GRANDES Y HERMOSAS CRECEN DESPACIO Y EN SILENCIO

El amor es la chispa rápida y fugaz que enciende dos corazones. Pero también es lo que acontece despacio, en cada acuerdo logrado, en cada dificultad ganada y en la complicidad de las pequeñas cosas que tejen universos enteros.

Las cosas más significativas requieren tiempo, esfuerzo y compromiso. Lo sabemos, porque la vida, como la propia naturaleza, tiene sus ciclos y sus ritmos pautados. Sin embargo, para nuestro cerebro, la percepción del tiempo es asombrosamente rápida. Es como si la propia existencia “se nos escapara” por las tuberías del desconcierto.

Camina lento y ve despacio. No te preocupes por nada más, porque al único lugar al que debes llegar es hasta ti mismo

Según un interesante trabajo publicado por el doctor Dharma Singh Khalsa, especialista en neurología y gerontología, nuestra percepción del tiempo tiende a “acelerarse” a medida que llegamos a la edad madura. Los años se nos escapan como el humo que escapa por una ventana abierta y, de algún modo, dejamos de disfrutar del presente, de fijarnos en esas cosas que crecen en silencio y que de verdad, podrían enriquecer aún más nuestro corazón.

Cuando el tiempo es un tren a toda velocidad y sin paradas

En ocasiones, casi sin saber cómo, las cosas más importantes se nos escapan o pasan demasiado rápido: esos dos centímetros de más en la altura de nuestros niños, ese fin de semana a solas con nuestra pareja, la última cena con nuestros amigos o ese verano que se ha acabado con las primeras lluvias del otoño en un abrir y cerrar de ojos…

El tiempo es un ladrón que nos lo roba todo menos una cosa: nuestros recuerdos y ese relámpago escondido en la memoria que nos permite evocar los grandes instantes.

A menudo, suele decirse eso de que “la vida es aquello que pasa mientras hacemos otros planes”, aunque en realidad, podríamos decir más bien que en ocasiones, no llegamos a valorar o a percibir con la importancia que merece muchas de esas dimensiones que nos envuelven en cada momento de nuestro ciclo vital.

Siempre llega un momento en que añoramos esas conversaciones con nuestra madre mientras la observábamos cocinar o aquellas peleas con nuestra pareja al principio de nuestra relación o esos dibujos que nuestros hijos nos ofrecían con gran ilusión cuando volvían del colegio. ¿Dónde queda ahora todo aquello? ¿De verdad ha pasado tanto tiempo?

Nuestro cerebro tiende a acelerar la percepción del tiempo

Tal y como te indicábamos al inicio, a medida que maduramos y nos hacemos mayores nuestra percepción del tiempo cambia. Si a ello le sumamos un estilo de vida habitualmente acelerado y la presión de entornos demandantes, todo ello genera que cada vez “estemos menos presentes” y que la sensación de vacío existencial y de fugacidad temporal se eleve aún más.

Douwe Draaisma, catedrático de Historia de la Psicología en la Universidad de Groningen de los Países Bajos, nos habla de un interesante fenómeno llamado “efecto reminiscencia”. Según esto, para nuestro cerebro el tiempo es en realidad muy relativo y solo le da importancia a hechos puntuales muy significativos.

Suele decirse que es durante las décadas de entre los 20 y los 40 años cuando, por término medio, se acumulan recuerdos emocionalmente más intensos, y a mayor intensidad la percepción del tiempo es más lenta. A partir de los 50 o los 60 la sensación subjetiva del tiempo cambia y va más deprisa porque ya no hay tantos estímulos significativos o tantas experiencias que nos “enclaven” al presente.

Conseguir que el tiempo vaya más despacio está al alcance de tu mano

Tal y como hemos podido ver si el efecto reminiscencia es quien hace que se nos escape el presente porque nos focalizamos demasiado en los recuerdos emocionalmente intensos del ayer, merece la pena empezar a “cultivar” nuestro aquí y ahora de instantes de plenitud y de emociones positivas.

No hace falta llevar la vida de un veinteañero para disfrutar del presente. Se trata solo de tener en cuenta estas dimensiones:

Tu mejor edad es ahora, ni más ni menos. Lo que la juventud no supo ni pudo lo puede alcanzar sin duda esa madurez sabia y equilibrada capaz de priorizar lo importante: tú mismo.

A tu alrededor siguen creciendo cosas maravillosas, cosas que avanzan despacio y en silencio. El amor de quienes te envuelven, esa íntima complicidad de quien sabe leer en tu mirada o sacarte una sonrisa cuando no lo esperas. Todo ello acontece en este mismo momento, solo tienes que detenerte y disfrutarlo.

La rutina es esa música triste que engaña también a tu cerebro haciéndole creer que el tiempo discurre deprisa. En cambio, todo lo que se salga de lo normal es un estímulo, un incentivo cargado de emociones que cambia su percepción del tiempo para “detenerlo”.

Viaja, haz algo diferente cada día por pequeño que sea, mira en silencio a las personas que quieres y captura esa imagen mental para tu corazón y tu cerebro. Haz que cada instante tenga un olor, una sensación, un sabor… Estimula todos tus sentidos y abrázate al presente como si no existiera un pasado, como si no hubiera un mañana.


Fuente: http://rincondeltibet.com/blog/p-las-cosas-mas-grandes-y-hermosas-crecen-despacio-y-en-silencio-12675