Dice Osho:
Bienvenido Welcome Herzlich willkommen
martes, 17 de mayo de 2016
lunes, 16 de mayo de 2016
ESA VOZ QUE ALGUNOS LLAMAN “CONCIENCIA”
Comúnmente
se llama “voz de la conciencia” a esa parte de nosotros mismos que actúa como
guardián de la moral sobre lo que pensamos, sentimos o hacemos. Es como un
“otro yo” que propicia un diálogo interno. En ese diálogo advierte, recrimina o
hasta castiga. Esa voz está ahí para conducirnos, por lo general, a la culpa.
La voz de la
conciencia es la expresión de la autoridad en nuestro interior. Esa fuente de
autoridad ha sido inculcada y corresponde o a un padre, o a un dios, o a una
religión o a cualquier otra forma de poder que define unas normas de conducta.
“La conciencia hace que
nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a
falta de testigos declara contra nosotros.”
-Michel de Montaigne-
La “voz de
la conciencia” nos habla de moral, de buenas costumbres. Parece como un fiscal,
porque su papel es acusatorio y para algunas personas llega a ser
extremadamente insidiosa. De hecho, hay quienes llegan a experimentar físicamente
esa voz, como un susurro al oído que siempre está señalando con el dedo,
amenazando y agrediendo a quien la escucha.
La conciencia moral y los prejuicios
Todos nos
convertimos en personas aptas para vivir civilizadamente en una sociedad,
gracias a que alguien nos enseñó, como dice la canción, “que eso no se dice,
que eso no se hace, que eso no se toca”. Para poder convivir con los demás
debemos renunciar a actuar haciendo lo que se nos antoje. Tenemos que ceder
parte de nuestros deseos, en nombre de una sana adaptación a algunas normas
básicas que rigen el mundo.
También nos
inculcan desde niños un catálogo de conciencia moral en el que hay dos
apartados separados por una gruesa línea roja: lo que está bien y lo que está
mal. Por lo general, los padres o tutores solamente son los transmisores de una
moral que ya ha sido establecida por alguna autoridad. Así, aprendemos a
valorar lo bueno y lo malo a partir de la religión, la ley, la cultura o
cualquier otro conjunto de principios que rija una sociedad.
Muchos de
esos principios y valores están lejos de ser razonables, en la mayoría de los
casos precisamente por el carácter absoluto y poco flexible con el que vienen
impuestos. Además, a veces se basan en prejuicios, miedos insanos o deseos
inconfesables.
A algunos,
por ejemplo, nos enseñan que la discriminación racial es positiva, en tanto
protege la “pureza” de un determinado grupo. A otros les indican que la
masturbación los puede volver locos. En ambos casos, lo que se transmite es
irracional y aún así se inculca como válido.
La rigidez moral y la arbitrariedad
La
conciencia moral, por lo general, se transmite de manera arbitraria. En
principio, los padres y el mundo consideran que es un deber ayudar al niño a
que acepte los mandatos morales de la sociedad. No necesitan exactamente que
tengan una conciencia real de ellos, sino que los obedezcan. Por eso, para
muchos, “educar” consiste en lograr que todos obedezcan.
En algunas
familias y en algunas sociedades, especialmente las que deben transmitir
principios de conducta que riñen con la razón, se valen del señalamiento, de la
amenaza y del castigo para poder inculcar en los suyos el respeto a ciertas
normas.
Es lo que
sucede en las culturas en donde, por ejemplo, hay una fuerte discriminación en
contra de la mujer. El catálogo de conducta para ellas es sumamente estricto y
está básicamente lleno de restricciones. De este modo, se logra que lleguen a
aceptar prácticas como la infibulación o la violencia física por parte de los
hombres. Esto solo se puede inculcar a través de limitaciones y castigos
sucesivos que eviten su insumisión.
La conciencia moral y la moralina
Todos los
catálogos morales incluyen alguna suerte de irracionalidad. Muchos de esos
catálogos están dirigidos hacia el comportamiento sexual y la relación que se
mantiene con el poder. Muchas infancias son una etapa de “adoctrinamiento”, en
la que se busca básicamente quebrar la voluntad del individuo, para que no
desarrolle conductas “desviadas” de la norma.
Muchas
personas interiorizan profundamente esos mandatos y en su vida adulta son
presas fáciles de la culpa. De hecho, llegan a sentirse culpables incluso si se
les pasa por la mente cuestionar los preceptos bajo los que han sido educados.
Se sienten
“malos” si ponen en cuestión el comportamiento de sus padres o la validez
conceptual de una religión. La “voz de la conciencia” se convierte en una
instancia perseguidora y perturbadora que les mantiene “vigilados” y que les
induce a castigarse con severidad si se apartan del mandato.
Precisamente,
una de las tareas de un adulto sano es la de decantar esos valores, o
antivalores, en los que ha sido educado. A diferencia de la moral, la ética es
una construcción personal, que no tiene una alta rigidez y se basa en una
valoración más objetiva de uno mismo y del mundo, a la luz de las razones.
La ética
justifica las acciones con evidencias lógicas y razones de conveniencia
personal y social. La moral se sustenta en prejuicios, es decir, en argumentos
que terminan en una arbitrariedad del tipo “porque así debe ser”, “porque en la
otra vida serás castigado” o “porque así se acostumbra”. Más ética y menos
moralina necesitamos todos para tener una convivencia sana.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/esa-voz-que-algunos-llaman-conciencia/
domingo, 15 de mayo de 2016
sábado, 14 de mayo de 2016
LA VIDA NO TE QUITA COSAS, TE LIBERA DE
ELLAS
Cuántas
veces en nuestro día a día pensamos que perdemos cosas, oportunidades, amigos,
amores. Y ante la aparente pérdida, nuestro ego toma terreno haciéndonos sentir
desdichados. ¿Cuántas veces un deseo no nos quita la serenidad y al no tener
algo que creemos necesitar, vivimos trágicas torturas mentales?
Las
principales causas de infelicidad son el deseo y el apego, esos que nos hacen
sentirnos necesitados de algo o de alguien o en la búsqueda constante de algo
que genere alguna sensación de bienestar en nosotros.
En nuestro
afán por alcanzar un estado determinado perdemos la vivencia diaria, el estar
en el aquí y en el ahora, donde por lo general se está bien, pero no lo
notamos, sino que perturbamos nuestro presente anhelando de forma desmedida
algún elemento que en la creación de nuestra mente nos hará sentirnos felices.
Esto lo produce el deseo.
La mayoría de nuestros
problemas tienen su origen en el apego a cosas que erróneamente creemos
permanentes.
Dalai Lama
En nuestra
necesidad de mantener bienes o personas a nuestro lado, dejamos de disfrutarlas,
nos aferramos a lo que nos genera felicidad transitoria, seguridad, y ante la
sencilla idea de perderlo, nuestra vida se desestabiliza. Creemos las cosas
nuestras, las hacemos nuestras, inclusive a las personas, y cuando se marchan,
sentimos gran sufrimiento, por el apego que hemos desarrollado.
Algo muy
importante, que en algunas ocasiones genera controversia, es que confundimos
apego y deseo, con amor y cariño, el apego y el deseo son la muestra de que
“quiero esto para que me haga feliz”, mientras que el amor, está libre de
mente, es un sentimiento puro que no tiene nada que ver con la situación, algo
como: “te amo y quiero que seas feliz”, esto independientemente de la relación
que los una y el estatus de la misma.
El apego
podríamos llamarlo la traducción del amor en el lenguaje del ego.
El deseo y
el apego vienen por la idea errónea que tenemos de la vida, no vemos las cosas
tal y como son, sino como nos gustaría que fuesen. Si entendemos la vida desde
el ser y nos hacemos conscientes de que somos responsables de lo que sentimos,
independientemente de la situación, nos liberamos de la conducta reactiva de
que nuestro bienestar esté ligado a lo que suceda. No dependemos de nada
circunstancial para sentirnos bien.
Nuestra vida
es un aprendizaje continuo, nos cruzamos con personas, situaciones, lecciones,
que están allí para nuestro bien (aunque la experiencia no sea grata). Cuando
sentimos que la vida nos ha quitado algo, dejamos de lado nuestra fe en el
funcionamiento del universo, nada se nos quita, solo nos propone nuevos
capítulos de aprendizaje y si estamos atentos, quizás podamos aprender de las
situaciones.
No estás deprimido,
estás distraído. Por eso crees que perdiste algo, lo que es imposible, porque
todo te fue dado. No hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo tanto no puedes ser dueño de
nada. Además, la vida no te quita
cosas: te libera de cosas… te aliviana para
que vueles más alto, para que alcances la plenitud.
Facundo Cabral
¿Cómo nos liberamos de nuestros deseos y
apegos?
Nos hacemos
conscientes de que en nuestro interior se encuentra todo lo que necesitamos
para ser felices. Reconocemos nuestra divinidad, nos damos cuenta de que no
somos el carro, el título de ingeniero, el dueño de…, el esposo de…, eso forma parte
de nuestra vida, pero no es lo que somos, no es allí donde se encuentra la
felicidad que perdura en el tiempo.
Reconociendo
nuestros deseos y apegos, esto es sencillo, todo aquello que nos genere
intranquilidad teniéndolo por miedo a perderlo o anhelándolo de forma
angustiante, son deseos y apegos desarrollados. Y una vez reconocidos, vamos
ubicando
Disfrutando
el presente, cuando nos alimentamos de nuestro presente y vivimos realmente en
él, nos despreocupamos por lo que puede pasar luego, sin la ansiedad generada
por lo que puede pasar luego. Celebrar lo que nos gusta, sin la sensación de
dependencia.
Amándonos a
nosotros mismos, cuando nos amamos, cuando nos sabemos capaces, cuando nos
cuidamos, cuando nos sentimos bien con nosotros mismos, nos resulta más
sencillo amar nuestra vida y a quienes nos rodean sin miedo a que las cosas
cambien, o anhelando que algo ocurra. ¡Nos hacemos libres!
Reconociendo
que no poseemos nada más allá de nosotros mismos, que nada ni nadie nos
pertenecen, que las personas que nos rodean son almas en el mismo proceso de
aprendizaje a través de la experiencia que nosotros, que las cosas materiales
son efímeras y son un complemento a nuestra vida.
Aplicar
estos puntos nos ayudará a mantenernos en el ahora, a valorar nuestra vida sin
complementos que no necesitamos y a encaminarnos sin dependencias a la
verdadera felicidad.
No pierdas tu vida por
aquello que se te va a quitar. Confía en la vida; si confías, sólo entonces
podrás abandonar tu conocimiento, sólo entonces puedes poner tu mente a un lado.
Con la confianza, se abre algo inmenso. Entonces la vida no es una vida
ordinaria; se vuelve llena de Dios, desbordante.
Cuando el corazón es inocente y los muros han desaparecido, quedas unido al infinito. Y no te sientes engañado: No hay nada que se te pueda quitar, ¿por qué tendría uno que tener miedo de que se lo quiten? No se te puede quitar, no hay posibilidad, no puedes perder tu verdadero tesoro.
Cuando el corazón es inocente y los muros han desaparecido, quedas unido al infinito. Y no te sientes engañado: No hay nada que se te pueda quitar, ¿por qué tendría uno que tener miedo de que se lo quiten? No se te puede quitar, no hay posibilidad, no puedes perder tu verdadero tesoro.
Osho
jueves, 12 de mayo de 2016
LAS COSAS MÁS GRANDES Y HERMOSAS CRECEN
DESPACIO Y EN SILENCIO
El amor es
la chispa rápida y fugaz que enciende dos corazones. Pero también es lo que
acontece despacio, en cada acuerdo logrado, en cada dificultad ganada y en la
complicidad de las pequeñas cosas que tejen universos enteros.
Las cosas
más significativas requieren tiempo, esfuerzo y compromiso. Lo sabemos, porque
la vida, como la propia naturaleza, tiene sus ciclos y sus ritmos pautados. Sin
embargo, para nuestro cerebro, la percepción del tiempo es asombrosamente
rápida. Es como si la propia existencia “se nos escapara” por las tuberías del
desconcierto.
Camina lento y ve
despacio. No te preocupes por nada más, porque al único lugar al que debes
llegar es hasta ti mismo
Según un
interesante trabajo publicado por el doctor Dharma Singh Khalsa, especialista
en neurología y gerontología, nuestra percepción del tiempo tiende a
“acelerarse” a medida que llegamos a la edad madura. Los años se nos escapan
como el humo que escapa por una ventana abierta y, de algún modo, dejamos de
disfrutar del presente, de fijarnos en esas cosas que crecen en silencio y que
de verdad, podrían enriquecer aún más nuestro corazón.
Cuando el tiempo es un tren a toda
velocidad y sin paradas
En
ocasiones, casi sin saber cómo, las cosas más importantes se nos escapan o
pasan demasiado rápido: esos dos centímetros de más en la altura de nuestros
niños, ese fin de semana a solas con nuestra pareja, la última cena con
nuestros amigos o ese verano que se ha acabado con las primeras lluvias del
otoño en un abrir y cerrar de ojos…
El tiempo es un ladrón
que nos lo roba todo menos una cosa: nuestros recuerdos y ese relámpago
escondido en la memoria que nos permite evocar los grandes instantes.
A menudo,
suele decirse eso de que “la vida es aquello que pasa mientras hacemos otros
planes”, aunque en realidad, podríamos decir más bien que en ocasiones, no
llegamos a valorar o a percibir con la importancia que merece muchas de esas
dimensiones que nos envuelven en cada momento de nuestro ciclo vital.
Siempre
llega un momento en que añoramos esas conversaciones con nuestra madre mientras
la observábamos cocinar o aquellas peleas con nuestra pareja al principio de
nuestra relación o esos dibujos que nuestros hijos nos ofrecían con gran
ilusión cuando volvían del colegio. ¿Dónde queda ahora todo aquello? ¿De verdad
ha pasado tanto tiempo?
Nuestro cerebro tiende a acelerar la
percepción del tiempo
Tal y como
te indicábamos al inicio, a medida que maduramos y nos hacemos mayores nuestra
percepción del tiempo cambia. Si a ello le sumamos un estilo de vida
habitualmente acelerado y la presión de entornos demandantes, todo ello genera
que cada vez “estemos menos presentes” y que la sensación de vacío existencial
y de fugacidad temporal se eleve aún más.
Douwe Draaisma,
catedrático de Historia de la Psicología en la Universidad de Groningen de los
Países Bajos, nos habla de un interesante fenómeno llamado “efecto
reminiscencia”. Según esto, para nuestro cerebro el tiempo es en realidad muy
relativo y solo le da importancia a hechos puntuales muy significativos.
Suele
decirse que es durante las décadas de entre los 20 y los 40 años cuando, por
término medio, se acumulan recuerdos emocionalmente más intensos, y a mayor
intensidad la percepción del tiempo es más lenta. A partir de los 50 o los 60
la sensación subjetiva del tiempo cambia y va más deprisa porque ya no hay
tantos estímulos significativos o tantas experiencias que nos “enclaven” al
presente.
Conseguir que el tiempo vaya más despacio
está al alcance de tu mano
Tal y como
hemos podido ver si el efecto reminiscencia es quien hace que se nos escape el
presente porque nos focalizamos demasiado en los recuerdos emocionalmente
intensos del ayer, merece la pena empezar a “cultivar” nuestro aquí y ahora de
instantes de plenitud y de emociones positivas.
No hace
falta llevar la vida de un veinteañero para disfrutar del presente. Se trata
solo de tener en cuenta estas dimensiones:
Tu mejor
edad es ahora, ni más ni menos. Lo que la juventud no supo ni pudo lo puede alcanzar
sin duda esa madurez sabia y equilibrada capaz de priorizar lo importante: tú
mismo.
A tu
alrededor siguen creciendo cosas maravillosas, cosas que avanzan despacio y en
silencio. El amor de quienes te envuelven, esa íntima complicidad de quien sabe
leer en tu mirada o sacarte una sonrisa cuando no lo esperas. Todo ello
acontece en este mismo momento, solo tienes que detenerte y disfrutarlo.
La rutina es
esa música triste que engaña también a tu cerebro haciéndole creer que el
tiempo discurre deprisa. En cambio, todo lo que se salga de lo normal es un
estímulo, un incentivo cargado de emociones que cambia su percepción del tiempo
para “detenerlo”.
Viaja, haz
algo diferente cada día por pequeño que sea, mira en silencio a las personas
que quieres y captura esa imagen mental para tu corazón y tu cerebro. Haz que
cada instante tenga un olor, una sensación, un sabor… Estimula todos tus
sentidos y abrázate al presente como si no existiera un pasado, como si no
hubiera un mañana.
Fuente: http://rincondeltibet.com/blog/p-las-cosas-mas-grandes-y-hermosas-crecen-despacio-y-en-silencio-12675
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