miércoles, 24 de febrero de 2016

EN LA IRA Y EL ENFADO SE ESCONDEN NUESTROS MIEDOS

Existen emociones desagradables, como la ira y el enfado, que esconden mensajes reveladores. Estas emociones nos están transmitiendo algo muy profundo sobre nosotros: miedos que somos incapaces de reconocer y aceptar.

¿Por qué no queremos reconocer nuestros miedos? Las trampas de nuestros pensamientos nos empujan a caer, una y otra vez, en el enfado, la rabia y el malestar. Acabamos así por encontrarnos a merced de nuestros razonamientos, al quedarnos con un análisis consciente y superficial de nuestros miedos.

Vivimos bajo una presión social, donde los miedos están considerados como una vulnerabilidad, algo que nos hace débiles. Tenemos esa creencia que nos hace enterrar nuestros miedos a nuestro subconsciente. Es así como se revela bajo la apariencia de ira ante situaciones que escapan de nuestro control, que forman parte de nuestros temores más profundos.

Es más fácil sentir la ira que reconocer el miedo

Estamos más habituados a ver personas enfadarse y caer en la ira, que a ver personas capaces de reconocer sus miedos. Nos obstinamos en la ira, manifestándola ya sea hacia nosotros mismos (produciendo respuestas psicosomáticas), o exteriorizándola. En el segundo caso, la proyectamos hacia los demás basándonos en la creencia de que ha sido otra persona o una situación lo que nos ha hecho sentir ese gran enfado convertido en ira.

Gestionar la ira tampoco nos resulta sencillo, aunque sí estamos más familiarizados con ella que con el miedo. Se encuentra a un nivel más superficial y es por eso que en ella se ocultan otros asuntos, aquellos que no hemos atendido o que no estamos preparados para afrontar.

Seguro que te has encontrado con personas que están siempre enfadadas, parece que forma parte de su carácter, sin embargo, tras esa actitud existen muchos motivos que la están manteniendo. La ira solo sería la punta del iceberg, lo que podemos ver.

Nuestros temores no afrontados se convierten en ira, y podemos permanecer en este estado durante mucho tiempo, si no estamos dispuestos a profundizar en su raíz.

Cuando reprimimos nuestro enfado

Cuando el enfado se presenta en nuestras vidas y no entendemos sus causas, comenzamos a darle vueltas sobre lo ocurrido, intelectualizamos la emoción y acabamos por no permitirnos sentir la rabia y el dolor.

No entendemos ciertos enfados, los consideramos desproporcionados, injustificados y sin sentido, en muchas ocasiones. Nos atrevemos a juzgar lo que sentimos con la pretensión de no sentirlo. Les restamos valor y los vamos guardando en nuestro sótano interno. Lo cierto es que aparecen por una razón aún más profunda y estamos anulando toda posibilidad de comprender y atender dicha razón.

Nuestra tendencia habitual es la de separar la mente de las emociones, dejando que sea la mente quien se encargue de apaciguar lo que sentimos, olvidándonos así de nuestro cuerpo y nuestros sentimientos.

“A veces somos demasiado testarudos para admitir que tenemos necesidades porque en nuestra sociedad la necesidad se equipara con debilidad. Cuando volvemos hacia dentro nuestra ira, ésta suele expresarse como sentimientos de depresión y de culpa.”
-Elisabeth Kübler-Ross-

Nos liberamos de la ira comprendiendo nuestros miedos

Tenemos un repertorio de miedos bastante grande, que han sido alimentados desde nuestra infancia, reforzados por la sociedad y ampliados por nuestra falta de auto-conocimiento. No cabe duda de que los responsables y los encargados de atender estos miedos somos nosotros mismos.

Cuando somos capaces de responsabilizarnos de nuestros miedos, somos a su vez capaces de no juzgarnos ante lo que sentimos y experimentamos. Es en este punto es cuando ya no tenemos la necesidad de culpar, manipular y mentir. Al darnos cuenta de que nos somos los responsables de lo que sientan los demás, ya que solamente lo somos de lo que sentimos nosotros.

En ciertos enfados subyace un temor específico, del que se podría dar cuenta fácilmente cualquier persona externa a nosotros, solo con que intente ver un poco más allá del enfado.

Estos son algunos ejemplos que sirven especialmente para cuando los enfados son recurrentes: un enfado porque alguien no haya llegado puede estar indicando un temor al abandono. Un enfado por algo que nos hayan dicho y no nos haya gustado, puede indicar miedo a la falta de reconocimiento o a que ya no nos amen.

Los miedos están arraigados a enfados que son recurrentes. Aparece la ira abarcando cada vez más situaciones, y nos encontramos con rabia creyendo que son los demás quienes la generan. Esto impide que exploremos nuestros miedos y nos hagamos cargo de ellos, privándonos así de la oportunidad de comprenderlos y sanarlos.




martes, 23 de febrero de 2016

¿DEBERÍA O NO DEBERÍA? ESA ES LA CUESTIÓN

Las dudas nos sobrecogen constantemente. Estamos llenos de debería y no debería que nos someten en una encrucijada de la que no sabemos salir. Un problema que afecta a muchas personas. Un sentimiento de culpa y de duda del que difícilmente se puede escapar.

Las dudas, los debería o no debería, toman forma cuando tenemos muy poca confianza en nosotros mismos. Tanto es así, que necesitamos de la aprobación de los demás para poder elegir, para poder seguir adelante.

Cuando los debería o no debería aparecen en nuestra vida, nos sentimos bloqueados y necesitamos de la aprobación de los demás para poder continuar con nuestro camino


La falta de confianza en nosotros mismos

Son muchas las personas que sufren de una falta de confianza en ellas mismas que les impide estar seguras de sus decisiones, llevar a cabo todo aquello que tienen en mente pero que, por miedo, se terminan auto-saboteando. Esto no es culpa de nadie, es responsabilidad de ellas mismas.

Las presiones a las que nos vemos sometidos, las críticas, las burlas, originan esta falta de confianza que nos hace dudar entre ¿debería o no debería hacer esto o aquello? La respuesta solo la tienes tú, pero la buscas en los demás porque crees que si les dejas elegir podrás eludir la responsabilidad si te equivocas. Podrás compartir esa carga, en ese momento, imaginaria.

Creencias de una persona insegura

Una persona insegura, con una mente contaminada por “los debería“, piensa siempre, tiene interiorizadas las siguientes creencias:

Debería hacer lo que me dicen las otras personas.
Debería ayudar siempre a todos los que me rodean.
Debería escuchar los problemas de los demás, sean de quien sean.
Debería preocuparme en hacer felices a los demás antes que a mí.
Debería ser siempre feliz y nunca enfadarme.

Deja de pensar en si deberías o no hacer algo, simplemente ¡hazlo!

Estos debería que asoman por tu mente son creencias falsas que te hacen infeliz, pero que tú crees se deben llevar a cabo porque es lo que hay que hacer. Poner siempre a los demás por delante, pensar en la felicidad ajena antes que la tuya, no te hace feliz, te convierte en un mártir.

El sentimiento de culpa

Cuando intentamos alejarnos de estos “deberías“, de estas creencias falsas que están en nuestra mente, asoma un sentimiento aún peor que la falta de confianza: la culpa. Una culpa que realmente no existe, que tú mismo creas y que los demás te hacen imaginar.

Las circunstancias, las personas, pueden hacerte sentir culpable por algo que realmente ¡no es cierto! Es normal que, si optas por rechazar todos “los debería“, las personas que te rodean se muestren molestas porque ellas no han conseguido deshacerse de esta carga aún. Te llamarán egoísta, poco humilde y te dedicaran otro tipo de palabras poco agradables. Piensa: en ellas solo reside la envidia y las pronuncian con la intención de detener tu cambio.

No es cierto que sea egoísta velar por tu propia felicidad antes que por la de los demás, no es egoísta pensar en ti mismo y dejar de estar a merced siempre del resto de la gente. Es muy cómodo para los demás tenerte siempre ahí, dispuesto a ayudar, pero… ¿están ellos para ti?

“La culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento.”
-San Bernardo de Claraval-

No te sientas culpable por pensar en ti, pues aunque ahora siempre estés dispuesto a ayudar a los demás, abriéndote hacia ellos, poniéndote siempre por delante aunque te hagan daño, llegará el momento en el que sabrás otorgarte el valor que mereces.

Date permiso

Empieza a darte permiso para pensar en ti mismo, para eliminar los sentimientos de culpa que no son reales. Reflexiona sobre el origen de la culpabilidad, observa si en realidad deberías sentirte culpable o no. Hay muchas personas que les resulta muy fácil hacerte sentir culpable para manipularte, ¡no lo permitas!

Debes valorarte y darte permiso para ponerte antes a ti que a los demás en tu camino. ¿Cómo vas a ser feliz si antepones la felicidad de los demás a ti? ¿Nunca has oído, también, que no se puede amar a alguien si no te amas a ti mismo?

Empieza desde hoy mismo a ser egoísta, aunque realmente esto no sea verdad, pero así lo verán los demás. Sé egoísta para ponerte por delante, para liberar esa confianza que reside en ti, para ser feliz, para dejar de pensar tanto en personas que no te aportan nada más que preocupaciones y culpabilidad.

Casi siempre lo más difícil es pensar en uno mismo, pero en ocasiones es necesario.”
-Anónimo-

Deja la culpabilidad a un lado, deja de pensar que eres egoísta, valórate, mira dentro de ti y libérate. Tienes derecho a pensar en ti mismo, tienes derecho a ser el protagonista de tu vida. Confía en ti, ponte por delante. Serás feliz y ya no te preguntarás si debería o no debería. Serás tú mismo.




lunes, 22 de febrero de 2016

CONOCERSE A UNO MISMO

Un niño de la India fue enviado a estudiar a un colegio de otro país.

Pasaron algunas semanas, y un día el jovencito se enteró de que en el colegio había otro niño indio y se sintió feliz. Indagó sobre ese niño y supo que el niño era del mismo pueblo que él y experimentó un gran contento.

Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme satisfacción. Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él y tenía su mismo nombre. Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable.

El Maestro dice: No hay mayor gozo en este mundo que el de

conocerse a uno mismo.


domingo, 21 de febrero de 2016

EN MI VIDA QUIERO PERSONAS QUE SUMEN, NO QUE RESTEN

No dejes que se pierda tu esencia. Intenta no perderte entre las personas, pues cada vez desconocemos más a los que nos rodean. No te desveles ni te deshagas de tu esencia aunque lo que estás viviendo te atormente. No cambies ni te transformes si no es porque has asumido una buena lección.

Tu corazón es hermoso así, no permitas que las personas resten o dividan tu vida. Ama tu interior y mejórate cada día, pero no consientas perder tu esencia. Si ella desparece, serás solo alguien más y aquellos que te quieren y te valoran no podrán distinguirte.

Recuerda que aquello que te hace llorar te hace tan especial como lo que te hace reír. Darte cuenta de esto constituye una liberación en sí misma. Cubre tu esencia, no dejes que las circunstancias la despedacen, protégela del frío.

El dolor que causa aquello que nos anula a veces es insoportable

Nadie quiere tener a su lado personas que le anulen o que boicoteen su crecimiento personal. Todos queremos a nuestro lado personas que nos ayuden a sumar experiencias y buenos sentimientos.

Sin embargo, generalmente no todo es blanco o negro. Habrá momentos en los que alguien descontará en algún grado de nuestro bienestar pero otros en los que sume tanto que compense todo lo anterior.

Es como el yin y el yang, la tristeza y la alegría, la noche y el día. Los aciertos requieren de los errores de la misma forma que sumar no tendría sentido si nunca hubiese nada que restar. Y es así como somos las personas, a veces blanco, a veces negro y, en otras ocasiones, de colores.

Nadie es totalmente bueno o totalmente malo

Aún sabiendo que no podemos ser todo o nada, no podemos dejar al descubierto nuestro bienestar, tenemos que protegerlo de daños que pueden ser evitables y previsibles.

Para eso debemos solemos una especie de balanza emocional. A un lado ponemos todo aquello generado por los demás que es negativo y que sobra. Al otro lado colocamos lo bueno y lo positivo que podemos encontrar en nuestro camino.

Como es obvio, deberemos sopesar emocionalmente a cada persona por separado teniendo siempre en cuenta la situación física y emocional de las personas afectadas, así como, por supuesto, el contexto.

Queda a la vista que no es nada fácil utilizar nuestra balanza, pues hay cientos de factores que no podemos controlar y que son totalmente subjetivos. Así es que… ¿por qué juzgamos como bueno o malo tan a la ligera?

“No hay nada mejor que reencontrarse con uno mismo y perdonar a la otra persona tenga razón o no, porque la gente, cuando hace cosas dolorosas, normalmente las hace porque en ese momento no podía hacerlo mejor, porque tenía miedo o por lo que fuera. Entonces, perdonar es algo maravilloso”
-Marwan-

Sé una persona justa, no pierdas tu esencia

A veces estar inmersos en un profundo dolor nos precipita al barranco de los prejuicios y de los tópicos. Cuando sucede esto, solemos cegarnos por el dolor de nuestras heridas y no por lo bondad que en otras circunstancias nos caracteriza.

A través del perdón y de la comprensión podemos conseguir que cualquier persona sume aun partiendo de sus malas acciones o palabras. Somos nosotros los que damos validez a los demás, por lo tanto somos nosotros quienes elegimos de qué manera queremos aprender.

Tomar conciencia de que muchas veces juzgamos demasiado alegremente nos ayudará a eliminar de nuestra vida lo realmente dañino y negativo. Pensándolo así, a la larga nunca nos arrepentiremos de ser personas coherentes y justas.

No etiquetes ni juzgues a los demás, perdona y toma sus malas acciones como una oportunidad para seguir creciendo y aprendiendo. Tu esencia será la mejor protección y, por si fuera poco, siempre la tendrás a tu alcance.