EL MIEDO SE DETIENE CERCA DEL ABISMO
Si has
decidido leer este artículo es porque, seguramente, sientas miedo o, quizá, lo
hayas sentido hace poco. Todo el mundo se ha sentido así alguna vez en su vida
dado que, lo queramos o no, no se puede evitar: no se puede decir no al miedo
sin que este nos haya llegado primero al alma. Tiene que entrar, provocar que
lo sintamos dentro, para después manejarte o dejarse manejar.
Por eso, no
podemos hacer nada para evitar que éste nos llene. De hecho, si estás leyendo
este artículo no encontrarás aquí ninguna solución que te lleve a cerrarle la
entrada: si quiere entrar, lo hará. Lo que sí encontrarás aquí es un apoyo para
darte cuenta de que, cuando el miedo te pide que des la cara, tienes todo el
poder para hacerlo y vencerlo; porque, como diría Benedetti se detiene a un
palmo del abismo.
Los límites del miedo
Por estado
general, el miedo no es negativo. Es un mecanismo de defensa que puede
ayudarnos a ser más precavidos, a protegernos ante algunos peligros y a no
cometer imprudencias de las que podríamos arrepentirnos más adelante, puesto
que algunas inseguridades derivadas esta emoción nos mantienen más concentrados
en lo que tenemos alrededor.
Cuando el
miedo toma más confianza de la que debería en nuestro cuerpo, comienza a
someternos y a impedirnos que actuemos como de verdad desearíamos. Entonces
comienza también a ser negativo por inercia: no nos deja ser al completo y nos
roba sueños mientras somos conscientes de ello.
“Aprendí que el coraje
no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El hombre valiente no es
el que no siente miedo, sino el que lo conquista.”
-Nelson Mandela-
Sin embargo,
todavía hay un hueco para el pulso mano a mano: tenemos otro sentimiento que
nace de dentro y nos ayuda a defendernos de nuestro propio daño y del ajeno, el
coraje. Existe, en este sentido, un punto de coincidencia en el que el miedo se
cruza con el coraje: ahí es como si se disputaran el mando de nuestros
movimientos y elecciones.
En el
momento en el que el coraje empieza a hacerse notar, el temor va viendo sus
limitaciones; cuando el abismo queda al fondo, el coraje innato aparece para
ayudarnos a levantar y seguir. Por naturaleza tenemos fuerza suficiente para
plantarle cara al daño y para no dejar que se haga sufrimiento, para decir no y
para decir puedo con ello.
La tristeza
y el miedo a veces saben a paz
Parece
difícil entender que de la tristeza y del miedo podamos extraer un poquito de
paz; pero, así es. Centrarse en el miedo nos deprime, nos acorrala y no nos
permite continuar: es justo en estas situaciones cuando nos vemos de cara a
nosotros mismos, nos miramos por dentro y palpamos el daño que nos está
ocasionando.
“Tuve el privilegio de
sentir que lo había perdido todo. Tuve la suerte de descubrir así qué era lo
que realmente necesitaba.
La tristeza a veces
sabe a paz.”
-Sara Bueno-
Resurgir de
ese daño y saber que lo hemos logrado es lo que nos da la paz: lo mismo ocurre
cuando superamos alguna situación traumática como al perder a un ser querido,
al romper una relación, al fallarnos… Nuestra capacidad de resiliencia tiene un
foco de bienestar: ser felices tiene un precio y, a veces, ese precio es es la
superación de nuestros miedos después de haberlo experimentado.
Somos
capaces de detener el miedo, más en el momento en el que creemos que ya no
podremos con él: ahí tenemos la valentía suficiente para no dejar que nos
venza. Si has llegado hasta aquí leyendo te habrás dado cuenta de lo que
decíamos al principio: no podemos evitar el miedo, es natural; pero el miedo se
detiene a un palmo del abismo, cuando nos toca luchar, romper la coraza y
saltar para no caer con él.