martes, 9 de febrero de 2016

LA MENTE Y LA NATURALEZA DE LA MENTE, SEGÚN EL BUDISMO TIBETANO

El descubrimiento revolucionario del budismo es que “la vida y la muerte están en la mente, y en ningún otro lugar”.

La mente se revela como base universal de la experiencia; creadora de la felicidad y del sufrimiento, creadora de lo que llamamos vida y de la muerte.

La mente tiene numerosos aspectos, pero hay dos que destacan:

1. La mente ordinaria: la que los tibetanos llaman “sem”.

Un maestro la define así: “Aquello que posee conciencia diferenciadora, aquello que posee un sentido de la dualidad, es decir, que aferra o rechaza algo externo, eso es la mente. Fundamentalmente, es aquello que podemos asociar con un “otro”, con cualquier “algo” que se percibe como distinto del perceptor”.

“Sem” es la mente dualista, discursiva y pensante, que sólo puede funcionar en relación con un punto de referencia exterior proyectado y falsamente percibido.

Así pues, “sem” es la mente que piensa, hace planes, desea y manipula, que monta en cólera, que crea oleadas de emociones y pensamientos negativos por los que se deja llevar, que debe seguir siempre proclamando, corroborando y confirmando su “existencia” mediante la fragmentación, conceptuación y solidificación de la experiencia. (“Sem” es el ego).

La mente ordinaria es la presa incesantemente cambiante e incambiable de las influencias exteriores, las tendencias habituales y el condicionamiento.

Los maestros comparan a “sem” con la llama de una vela en un portal abierto, vulnerable a todos los vientos de la circunstancia.

Desde cierto punto de vista, “sem” es parpadeante, inestable y ávida, siempre entrometida en asuntos ajenos; su energía se consume en la proyección hacia fuera.

A veces me la imagino como un fríjol saltador mexicano o como un mono encaramado a un árbol, que brinca incansable de rama en rama. Sin embargo, vista desde otro ángulo, la mente ordinaria posee una estabilidad falsa y desanimada, una inercia auto-protectora y pagada de sí, una calma pétrea hecha de hábitos arraigados.

“Sem” es tan taimada como un político corrompido, escéptica y desconfiada, ducha en astucias y trapacerías, ingeniosa en los juegos del engaño. Es dentro de la experiencia de esta “sem” caótica, confusa, indisciplinada y repetitiva, esta mente ordinaria, donde una y otra vez sufrimos el cambio y la muerte.

2. La naturaleza misma de la mente, su esencia más íntima, que es siempre y absolutamente inmune al cambio y a la muerte.

Ahora se halla oculta dentro de nuestra propia mente, nuestra “sem”, envuelta y velada por el rápido discurrir de nuestros pensamientos y emociones. Pero, del mismo modo en que un fuerte golpe de viento puede dispersar las nubes y revelar el sol resplandeciente y el cielo anchuroso, también alguna inspiración puede descubrirnos visiones relámpagos de esta naturaleza de la mente.

Estos vislumbres pueden ser de diversos grados e intensidades, pero todos proporcionan alguna luz de comprensión, significado y libertad. Ello es así porque la naturaleza de la mente es de por sí la propia raíz de la comprensión.

En tibetano la llamamos “Rigpa”, una conciencia primordial, pura y prístina que es al mismo tiempo inteligente, cognoscitiva, radiante y siempre despierta.

Se podría decir que es el conocimiento del propio conocimiento.

No hay que caer en el error de suponer que la naturaleza de la mente es exclusiva de nuestra mente sólo. De hecho, es la naturaleza de todo.

Conocer la naturaleza de la mente, es conocer la naturaleza de todas las cosas.

A lo largo de la historia, los santos y los místicos han adornado sus percepciones con distintos nombres y le han conferido distintos rostros e interpretaciones, pero lo que experimentan fundamentalmente todos ellos es la naturaleza esencial de la mente.
Los cristianos y los judíos la llaman “Dios”; los hindúes la llaman “Shiva”, “Brahman”, “el Yo” y “Vishnú”; los místicos sufíes la llaman “la Esencia Oculta”, y los budistas la llaman “la naturaleza de buda”.

En el corazón de todas las religiones se halla la certidumbre de que existe una verdad fundamental, y que esta vida constituye una oportunidad sagrada para evolucionar y conocerla.

Buda significa una persona que ha despertado completamente de la ignorancia y se ha abierto a su vasto potencial de sabiduría.

Un buda es una persona que ha puesto en definitivo final el sufrimiento y la frustración y ha descubierto una paz y una felicidad duraderas e inmortales.

La naturaleza de buda la tenemos todos. La iluminación está al alcance de todos.

Por medio de la práctica podemos llegar a ser iluminados.

Aunque todos tenemos la misma naturaleza interior que Buda, no nos damos cuenta de ello porque está encerrada y envuelta en nuestra mente individual ordinaria (“sem”).

Imaginemos un jarro vacío. El espacio interior es exactamente el mismo que el espacio exterior. Sólo sus frágiles paredes separan el uno del otro.

Nuestra mente de buda está encerrada entre las paredes de nuestra mente ordinaria. Pero cuando nos volvemos iluminados, es como si el jarro se rompiera en mil pedazos. El espacio de dentro se funde instantáneamente con el espacio de fuera. Se convierten en uno, y en ese mismo instante nos damos cuenta de que nunca fueron distintos ni independientes el uno del otro, siempre fueron lo mismo.

Sogyal Rimpoché
“El libro tibetano de la vida y de la muerte”




lunes, 8 de febrero de 2016

EL RENCOR: UNA ESPINA EN EL CORAZÓN

Tener rencor implica sentir un enojo significativo y constante, que no logra disiparse. La gran mayoría de nosotros lo hemos vivido. En algunos casos, este sentimiento puede transformase en un deseo de venganza y hacerse obsesivo. En este punto, debemos parar y, si es preciso, acudir a ayuda profesional.

El rencor, ciertamente, resulta paradójico, ya que para algunos la situación que es motivo de conflicto puede ser algo sin relevancia. Para otros tantos, en cambio, una mínima afrenta representa una agresión de las peores dimensiones. Teniendo en cuenta que en los dos casos el suceso desencadenante ha sido el mismo, aquel que alimente más su emoción será el más perjudicado.

“Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros.”
-Hermann Hesse-

Más aún, si la persona que siente rencor fue objeto de una agresión importante, puede llegar a sufrir muchísimo más que el propio agresor, ya que mientras la primera guarda un sentimiento de dolor muy arraigado, la segunda puede sentirse muy tranquila y libre de toda culpa.

Ante el rencor y el resentimiento, cabeza fría y voluntad

Una de las mayores dificultades del rencor tiene que ver con su ocasional falta de expresividad. La persona que nos ha dañado ni siquiera puede haberse dado cuenta de que nos ha herido y sin embargo aumentamos las dimensiones de esta herida con un rencor, a todas luces, inútil.

Para erradicar el rencor, lo mejor es saber perdonar y como complemento o agregado a ello, dialogar. Un perdón que sea producto del entendimiento y la comprensión de los defectos o las deficiencias del otro, podría ser un verdadero triunfo, siempre y cuando no justifiquemos ni consintamos nuevas agresiones, que no merecen justificación. Sí perdón, pero no consentimiento.

Dejar de pensar en lo sucedido y seguir adelante sobre esta base, verdaderamente nos ayudará a sanar nuestro corazón. Esta será una cura que es resultado de la razón, del buen corazón y de la sabiduría que hayamos almacenado en el caminar de la experiencia.

Se debe analizar con cierto detenimiento por qué ocurrió, mirar hasta qué punto pude participar o no en que surgiera un problema y hasta qué punto lo hizo la otra persona. Pensar si hay alguna solución, aunque sea parcial para mejorar la situación y tomar las decisiones oportunas con sensatez, objetividad y justicia. Ser razonables, objetivos y justos, en estas condiciones, no es nada fácil, pero vale la pena.

También cuando sentimos rencor resulta importante desahogarse, según sea nuestro carácter y según sea la dimensión de la agresión. No debemos guardar silencio simplemente. Esta es la mejor semilla para una depresión o agresividad profundas, que a la postre serán otro conflicto sin resolver y un obstáculo más,

No tomar decisiones en “caliente”

Cuando los hechos son recientes y nosotros todavía estamos muy afectados por la situación, es imposible ser objetivos, sensatos y justos. Esto sería como apagar un incendio con gasolina. En situaciones de rencor es fundamental alcanzar un punto de calma del que partir con la razón. Saber que la vida continúa, que “mañana de nuevo saldrá el Sol” y que más problemas habrán de venir. La vida es un caerse y levantarse.

Tampoco conviene hacerse preguntas que nunca alcanzaran una respuesta definitiva ni quedarse en el pasado. Lo que pasó, pasó y tenemos que mirar hacia adelante. Detenernos demasiado en los porqués y asumir la posición de víctima no será de mucha ayuda en la solución del problema. Partir de “lo rescatable” y a partir de ahí, o incluso de cero, rehacer lo que se pueda, sería genial: algo así como “borrón y cuenta nueva”.

La voluntad y el querer salir de ese rencor serán clave. Del modo en el que resolvamos este tipo de situaciones, creceremos como personas, nos estancaremos o, incluso, retrocederemos. Total, el aprender o no es una decisión propia y siempre será mejor formarse por voluntad personal que por una obligación que nos impongan las propias circunstancias.

No evadir la situación, sino entenderla y asumirla

Es importante aprender de lo sucedido. Si se hace en forma apropiada, una ofensa recibida, en vez de representar una gran desgracia, con el tiempo se convertirá en un cimiento más sólido para enfrentar la vida: el trabajo para superar el rencor es una gran inversión en nosotros mismos.

Ahora bien, si después de haber actuado o al menos haber intentado varios caminos, el agresor persiste en su actitud lo mejor es facilitarle el camino para que salga de nuestras vidas. Quizás no seamos nosotros las personas idóneas para hacerle ver que de esa manera no va a llegar a ningún sitio.

De nada sirve estar discutiendo con otra persona, porque la herida cada vez se va a hacer más grande y porque donde hay demasiado odio y rencor, el ambiente puede tornarse muy problemático y hasta peligroso. Puede desencadenarse una escalada de agresividad, con consecuencias tan impredecibles como negativas.




domingo, 7 de febrero de 2016

CONOCE TUS CUATRO EMOCIONES BÁSICAS

El miedo, la rabia, la alegría y la tristeza son las emociones básicas del ser humano. Todos las sentimos en cualquier época, edad y cultura. Pero, ¿sabes cómo dominarlas?, ¿eres consciente de ellas?

Estas emociones no están en nuestro día a día por una cuestión arbitraria o caprichosa, sino que desempeñan un rol principal en nuestro desarrollo psicológico. Esto significa, que las emociones básicas sirven para avisarnos y guiarnos en la conservación del organismo y en la socialización con los demás.

Las emociones básicas nos informan

Quizás sea un poco difícil de comprender esto que parece tan técnico o sacado de una enciclopedia. Pero lo que es importante recordar es que todos tenemos miedo, sentimos rabia, nos alegramos y nos entristecemos, porque de esta manera la mente y el cuerpo se desarrollan y nosotros podemos trascender como seres humanos y socializarnos.

Hemos aprendido (y lo seguiremos haciendo) de nuestras emociones. Por lo tanto, si has tenido un episodio bonito donde todo era felicidad, es probable que eso haya formado tu carácter, al igual que si has sufrido un acontecimiento que te entristeció o algo que te ha dado mucha rabia o temor.

No importa la edad que tengamos, donde vivamos o de qué trabajemos. Sin excepción, sentiremos a las emociones básicas en más de una ocasión. Esto se debe a que las emociones son informaciones muy útiles, nos permiten saber cómo estamos aquí y ahora, siendo una guía de aprendizaje para nuestra vida, para comprendernos y para saber cómo continuar, si les prestamos atención.

No existen emociones buenas o malas, como solemos creer o categorizar lo que sentimos. Lo que sí hay, son emociones que nos pueden ser más o menos agradables. Cada una de ellas tiene una función específica y todas son necesarias.

Las emociones básicas o primarias del ser humano, son una cualidad energética, ya que nos permiten actuar de forma expansiva con los demás (la rabia y la alegría) o con nosotros mismos (la tristeza y el miedo). Analicemos, pues, las cuatro emociones básicas por separado, para así poder conocer su función específica en nuestra vida:

Miedo

Es una emoción conocida por los expertos como “de repliegue”, se encuentra incluida en el grupo de las reflexivas y su función es advertirnos sobre la inminente presencia de un peligro, ya sea de recibirlo o de causar nosotros algún daño.

El miedo es una de las emociones básicas que nos permite a su vez, evaluar cuál es la capacidad que poseemos para afrontar las situaciones que percibimos como amenazas. Si aprendemos a conocer primero y a gestionar el miedo después, experimentamos la prudencia y nos alejaremos del pánico, la fobia o de la temeridad.

Alegría

También conocida como “la emoción de apertura”. Cumple la función de ayudarnos a crear vínculos hacia los demás, por ello se encuentra entre las emociones básicas expansivas (junto a la ira).

Puede manifestarse de diversas maneras, siendo las más frecuentes la ternura, la sensualidad y el erotismo. Si gestionamos bien la alegría, podremos alcanzar la serenidad y la plenitud. Si no la sabemos manejar bien, nos conducirá hacia la tristeza, la euforia o la frustración.

Tristeza

Se encuentra dentro del grupo de las de repliegue y es conocida como la más reflexiva de todas. Evoca siempre algo que ha ocurrido en el pasado y su función es ayudarnos a estar conscientes de una cosa, situación o persona que hemos perdido o añoramos.

La tristeza también nos sirve para soltar y dejar ir lo que no nos pertenece o nos hace mal. Por último, otra de las funciones de la tristeza es la de permitir a los demás que nos acompañen, evitando volvernos demasiado vulnerables o dependientes.

Rabia

Es la segunda emoción expansiva. Se trata de un impulso, una manera de quitarnos algo o alguien de encima, sacar afuera lo que nos molesta, lo que creemos injusto o lo que nos está haciendo daño.

La rabia implica una sobrecarga de energía, que en ocasiones, nos ayuda a cumplir la realización de lo que queremos o nos asegura la necesidad de amenaza. Por ello, no debe ser considerada siempre como “negativa”. Lo que ocurre es que a veces, en vez de ayudarnos a resolver lo que sucede, la rabia es una de las emociones básicas que se convierte en un problema más, si llevamos su expresión al extremo.

La rabia sería una especie de limpiador efectivo para todo lo que nos pesa. Pero atención, que para ello debemos reconocerla, aceptarla y gestionarla correctamente, sino ocurrirá todo lo contrario.

Una vez que seamos conscientes de la presencia de las emociones básicas en nuestra vida y aprendamos a vivir con ellas, será más simple darnos cuenta de que son todas positivas. Pues cada una de ellas responde a una necesidad y cumple una función en nuestra existencia. La cuestión es comenzar a darse cuenta…




sábado, 6 de febrero de 2016

ENTRE RESISTIR Y FLUIR ANTE TUS PROBLEMAS, DECIDE SIEMPRE FLUIR

Nuestra vida de principio a fin está llena de situaciones que de alguna forma ponen a prueba nuestras capacidades, nos ocurren cosas fabulosas, pero también cosas que sentimos que nos sobrepasan y que inclusive pensamos insuperables, es bajo estas circunstancias donde debemos hacer uso de todos nuestros recursos para salir airosos y completos de ellas.

Ante las dificultades es necesario:

Mantener la fe, la confianza y la esperanza son las vocecitas internas que nos dice que las cosas van a estar bien, que a pesar de sentir el mundo desmoronándose, las cosas perdiendo el sentido o nuestro piso moverse a un sitio que desconocemos, es crucial mantener en nuestra mente y nuestro corazón que todo es transitorio, que no afrontamos dificultades que no podamos superar, que todo lo que nos ocurre tiene un propósito para nuestra mejora y nuestro crecimiento. Cree, en ti, en Dios, en un ser querido, en lo que te llene, pero no dejes de creer, no calles nunca esas vocecitas y mucho menos escuches a las otras vocecitas que tienen el discurso contrario.

Hacerte consciente de tus capacidades, esto te ayudará a reafirmar tu fe y a resolver lo que te inquieta, recuerda todas las cosas que has superado hasta el momento, todo tu crecimiento a lo largo de la vida, recuerda tus logros, tus buenas acciones, tu capacidad de resolver los problemas, enfócate en lo positivo, seguramente tendrás algunas experiencias que no ayuden para nada recordándolas, pero dale fuerza en tu interior a hacer conexión con los pensamientos positivos, esos que te ayudarán a reforzarte, a sentirte sólido como una roca.

Aprender a fluir con la vida, mientras más resistencia pongas, mientras menos quieras que ocurra algo, mientras más preocupado estés por una situación, más se intensificará en tus narices. No te resistas, aprende de la naturaleza, estás hecho con la misma esencia, el río corre y el agua se adapta a lo que se presenta a su paso, el árbol se dobla con el viento… No se resisten, se adaptan. Acepta la situación por la que estás pasando y sin resistencia deja que fluya. Acepta que ciertas cosas pasan muy a pesar de que uno quiera y pueda hacer algo, no intensifiques la experiencia. Nuestra mente tiene una forma particular de mantener pensamientos que nos generan una fuerte reacción emocional y los pensamientos negativos son protagonistas en esta historia, déjalos fluir, velos, reconoce su presencia pero no les des fuerza.

Tomar la experiencia y hacerte más fuerte, una vez más verás lo que te aflige concluir o cambiar. Todo, absolutamente todo es transitorio, muchas cosas no podremos cambiarlas, pero el hecho de cambiar nuestra forma de reaccionar ante ellas nos hará más fuertes, nos hará padecer menos, alejarnos mentalmente de lo que nos hace daño. Es de utilidad pensar qué podemos aprender, cómo podemos crecer y qué provecho podemos sacar de la situación que nos afecta.

Recuerda estas tres grandes reflexiones siempre:

Todo es transitorio
Ni tus peores enemigos te pueden hacer tanto daño como tus propios pensamientos
A lo que te resistes, persiste




viernes, 5 de febrero de 2016

LO QUE HE APRENDIDO DE MI TRISTEZA

¿Por qué rechazamos tanto a la tristeza? Nadie quiere sentirse triste. Se ha puesto tanto énfasis en la búsqueda de la felicidad y en el pensamiento positivo, que corremos el riesgo de olvidar que, para ser personas plenas, debemos ser capaces de sentir plenamente; necesitamos aprender a sobrellevar los momentos difíciles y las emociones negativas, como la tristeza, existen para acompañarnos durante esos momentos.

La tristeza es la sensación de desasosiego, vacío, decaimiento y desmotivación que aparece ante algún tipo de pérdida, fracaso, decepción o (para los más empáticos), ante el sufrimiento ajeno. Cuando nos invade la tristeza sentimos auténtico dolor; tanto, que algunas personas incluso la temen. Pero en esta vida, la tristeza es inevitable. Si nuestra pareja nos abandona o muere alguien a quien queremos, vamos a sentir una profunda tristeza; no hay otra opción.

Siempre lo digo, todas las emociones cumplen su función en esta vida. La tristeza nos sumergirá en un refugio para la reflexión; nos envolverá en un estado de recogimiento con la finalidad de permitirnos elaborar la pérdida o fracaso y realizar los ajustes necesarios para el cambio que pueda suponer (Goleman, 1996). En la medida en que esa situación se solucione, o nos adaptemos a ella, la tristeza irá cediendo su paso a otras emociones e iremos cerrando nuestro proceso. Y es que sentirnos tristes ante sucesos tristes es normal y necesario. Muy necesario.

Pero la depresión es otra cosa. Si la tristeza supone un retiro necesario, la depresión paraliza nuestra vida. Cuando la tristeza permanece durante demasiado tiempo, corremos el riesgo de envenenarnos con ella. Con la depresión, todo nuestro mundo se oscurece, no hay espacio para el crecimiento; realmente, caemos en un pozo. La apatía y la falta de energía irán en aumento, hasta que lleguemos a un punto en el que ya no sepamos qué era lo que nos hacía felices; perdemos las fuerzas para salir de ese pozo, nos rendimos. El aislamiento hará que nuestra única compañera sea esa tristeza tóxica que ya no está para ayudarnos, sino para ahogarnos.

“Sanamos un sufrimiento sólo al experimentarlo en su totalidad” (Marcel Proust)

Ser capaces de abstraernos de cierto malestar es un mecanismo de defensa contra el dolor. No es cuestión de enterrarse en la tristeza. Pero reprimir constantemente los estados de angustia es bastante patológico. Lo que no se expresa se hace fuerte en nuestro interior; si reprimes tu tristeza, puede que logres evitar cierto sufrimiento puntualmente, pero te va a carcomer; si nunca la dejas salir, acabará encontrando su camino hacia el exterior en forma de emociones extrañas, potentes y aparentemente incomprensibles.

Mi Querida Tristeza

De ti he aprendido que sentirme triste NO es malo; es inevitable. Es necesario. En la vida hay momentos maravillosos y momentos terribles; tú has aparecido con los segundos. Perdí a personas, dejé atrás etapas, abandoné sueños. Me has acompañado cuando tuve que despedirme de todo aquello que se fue de mi vida. Por ello, te doy las gracias. Tú me retuviste mientras no podía hacer otra cosa más que llorar y, cuando estuve preparada, dejaste que siguiera mi camino. Aprendí que las cosas llevan su tiempo; aprendí a ir más despacio, más tranquila, más reflexiva.

En cada momento de dolor, luché para salir adelante. Y así supe que la tristeza no implica debilidad; cuánto daño ha hecho la expresión “llorar es de débiles”; al contrario, las personas más débiles son aquellas que no son capaces de afrontar sus sentimientos. Hay que ser muy fuerte para mirar a nuestro dolor a los ojos y dejar que fluya. Hay que ser muy fuerte para superar la tristeza y recuperar la alegría. Eso sí que es de personas fuertes.

Aprendí que eres un sentimiento intransferible; que el camino que se recorre junto a ti, nadie podía recorrerlo por mí. Nadie. Pero también aprendí que el dolor compartido, duele menos; que aunque hay caminos que debes recorrer tú mismo, hay gente te quiere y que está dispuesta a acompañarte. Qué compartir alegrías es la sal de la vida, pero que compartir las penas llena el alma.

Es en los momentos de tristeza cuando aprendes a distinguir las relaciones auténticas de las superficiales. En lo bueno está todo el mundo, pero en lo malo, sólo unos pocos se quedan. Y un día supe que debías irte, tristeza. Aunque agradezco tu ayuda, sé que no quiero convivir siempre contigo. No quiero una vida llena de tristezas y pesares, sino todo lo contrario. Aprendí que si permaneces durante demasiado tiempo con la tristeza, corres el riesgo de acostumbrarte a ella. Sé que debes ser una visita breve y que debo invitarte a marchar antes de que te sientas demasiado cómoda.

Así que he aprendido a valorar la vida. Que la felicidad está en los instantes que saben apreciarse y agradecerse. Los pequeños detalles, las sorpresas agradables. La familia. Compartir unas risas con amigos. En realidad, compartir cualquier cosa. Leer un buen libro. Una comida rica. Aceptar a las personas como son. Ser capaz de querer y de dejarme querer… Si sabes apreciar los pequeños momentos de la vida, la felicidad siempre te rondará.

Y lo más importante, aprendí que ser feliz no significa vivir sin sentimientos angustiosos. No se puede. Debemos tomar conciencia de todas y cada una de nuestras emociones, agradecer su ayuda y despedirnos de ellas cuando su momento haya pasado. Y es que vivir es sentir. Y hay que aprender a sentir…

“No está en nuestras manos elegir lo que sentimos, pero sí lo que hacemos con este sentimiento”




jueves, 4 de febrero de 2016

LO BUENO SIEMPRE TARDA, PORQUE LO QUE FÁCIL LLEGA FÁCIL SE VA

Suele decirse que el secreto del éxito está en saber esperar la recompensa. Si bien es cierto que en ocasiones, lo bueno llega hasta nosotros casi de improviso y sin que lo hayamos previsto, hemos de entender que nuestros triunfos no siempre dependen de la suerte, sino más bien de nuestros esfuerzos.

El sociólogo Zygmunt Bauman siempre nos habla de esta sociedad líquida “del lo quiero –>lo tengo”, ahí donde los vínculos son más frágiles que nunca y en la cual, la necesidad de inmediatez nos impide en ocasiones tolerar la frustración e incluso aplazar ciertas recompensas para obtener mejores beneficios.

Estar preparado siempre es importante, saber aprovechar el instante lo es más aún, pero nuestra auténtica virtud estará en saber esperar todo lo bueno que al final, conseguiremos gracias a nuestro esfuerzo.

Todos sabemos que no es fácil confiar en que nuestros sueños y anhelos puedan realizarse. Ahora bien, hay que tener claro que factores como una actitud positiva y realista, sumada a unas adecuadas estrategias de afrontamiento, pueden hacer mucho por nosotros. Te invitamos a reflexionar sobre ello.

El arte de saber esperar

Pasamos gran parte de nuestro tiempo esperando, haciendo colas, aguardando a que lleguen nuestros trenes y frustrándonos porque las oportunidades no llaman a nuestra puerta. El arte de esperar encierra en realidad un secreto: ser agentes activos que saben construir su realidad mientras aguardan.

Fue en los años 60 cuando el psicólogo Walter Mischel, de la Universidad de Stanford, llevó a cabo un interesante trabajo con el cual intentó descubrir qué habilidades suelen asociarse con la conquista de las metas y, en consecuencia, con el éxito.

La idea esencial del estudio de Mischel era poder aislar esas estrategias básicas para poder entrenarlas y potenciarlas desde la infancia. Para ello, elaboró el siguiente experimento:

▪ Sentó a un grupo de niños de 4 años en una mesa ante un tarro de golosinas. Los psicólogos indicaron a los pequeños que si aguardaban 20 minutos, un adulto les traería una gratificación mucho mayor.

▪ Solo uno de cada tres niños pudo resistir la espera y, a su vez, se encontró otra relación: estos mismos alumnos eran más exitosos a nivel académico.

▪ Aspectos como la capacidad de logro, la tolerancia a la frustración, el control emocional, la motivación y la capacidad de no ceder a la “apetencia inminente”, fue lo que determinó el éxito en estos niños. Son dimensiones que podemos definir igualmente en la edad adulta.

Lo bueno requiere esfuerzo, dedicación y pasión

“Lo que fácil llega, fácil se va”. Estamos seguros de que esta frase te será conocida. En ocasiones, cuando conocemos a alguien que busca únicamente una satisfacción momentánea lo más habitual es que se establezca una relación tan frágil, egoísta y desinteresada que acabemos heridos e incluso desesperanzados.

Lo que realmente vale la pena requiere esfuerzo, valentía y compromiso. Debemos transitar nuestros caminos con amor propio e ilusión para que esta espera acabe logrando su objetivo: la felicidad.

Si lo bueno tarda en llegar no debemos desesperanzarnos, porque el mismo proceso de lucha cotidiana puede sin duda enriquecernos a través de nuevos roles y capacidades que vamos a ir descubriendo de nosotros mismos.

Así pues, si el propio proceso de esperar es el que debe encajar con habilidades nuevas para afrontar el proceso y conseguir nuestro objetivo, es importante que reflexionemos sobre los siguientes aspectos:

▪ La necesidad de “solidificar” el amor propio. Te hablábamos al inicio de este artículo sobre el término sociedades líquidas acuñado por Bauman. Si en tus relaciones sientes que existe esa misma fragilidad, recuerda que solo con una buena autoestima harás frente al feroz individualismo que, en ocasiones, nos envuelve.

▪ No te limites a “conectar” con tu realidad, debes “relacionarte” con ella. No seas un agente pasivo, tu realidad acontece en cada momento y en ella se abren múltiples oportunidades. No basta con conectarse para encontrar una satisfacción puntual y fugaz, es necesario comprometerse e invertir tiempo, esfuerzos e ilusiones.

▪ La importancia de la libertad y la seguridad. Eres libre para elegir el camino que desees tomar, nadie debe decidir por ti ni tienes la obligación de recibir reconocimiento ajeno para saber lo que vales. Lo bueno llegará si avanzas con seguridad conociendo tus valores, tus limitaciones y tus virtudes.

▪ Aprende a aceptar la incertidumbre. Al igual que antes te recomendábamos la necesidad de tolerar la frustración y la saber gestionar la gratificación inminente, es necesario entender además que la vida es también incertidumbre. Nadie puede prever qué ocurrirá mañana o si nuestros proyectos tendrán éxito.

Siempre será mejor prever sin exagerar y aceptar que no tenemos un control absoluto sobre todo lo que nos rodea. Aceptar la incertidumbre no es rendirse, sino fijarnos en aquello que de verdad podemos cambiar dentro de nuestra área de acción para conseguir lo que anhelamos.



No te canses de esperar, todo lo que vale la pena necesita paciencia, ilusión y una actitud luchadora.




miércoles, 3 de febrero de 2016

EL ARTE DE SER SABIO CONSISTE EN IGNORAR CON INTELIGENCIA

Sabio no es aquel que acumula muchos conocimientos y experiencias, sino quien sabe utilizar de forma efectiva cada cosa aprendida y además, es capaz de ignorar todo aquello que no es útil, que no le permite crecer para avanzar como persona. Es aquel que sabe diferenciar el lastre de lo que le ofrece energía.

Vivir es al fin y al cabo economizar y saber qué es lo importante. Ahora bien, parece que la mayoría de nosotros no aplicamos esta sencilla regla: según un estudio llevado a cabo en la Universidad de Harvard las personas tenemos una capacidad asombrosa de centrar nuestra atención en cosas “que no están sucediendo”. Es decir, nos preocupamos por aspectos que no son importantes minando nuestra propia capacidad de ser felices en el “aquí y ahora”.

La primera regla de la vida nos indica que la persona más sabía es aquella que sabe ser feliz y que es capaz de eliminar de su existencia todo aquello que le hace daño o que no es útil.

El arte de saber ignorar no es nada fácil de aplicar en nuestro día a día. Ello se debe a que ignorar supone en muchos casos alejarnos de ciertas situaciones e incluso de personas. Estamos pues ante un acto de auténtica valentía, que viene precedido siempre de una discriminación inteligente. Te invitamos a reflexionar sobre ello.

Ignorar es aprender a priorizar

Ser feliz es el arte de la elección personal. Podemos tener suerte en un momento dado, pero la mayoría del tiempo va a depender de nosotros mismos: de las decisiones que tomemos. Para ello, es necesario adquirir una perspectiva no solo más positiva de las cosas, sino también más realista, ahí donde el autoconocimiento y la autoestima siempre serán fundamentales.

La vida es muy corta para alimentarnos de amarguras y frustraciones: desahoga tus lágrimas, ignora las críticas y rodéate de quienes te importen y te aporten de verdad.

Cómo aprender a establecer prioridades

Para aprender a establecer prioridades es necesario dar a cada cosa que nos rodea su auténtico valor. No el que puede tener de manera objetiva, sino el que puede acumular en función de nuestras necesidades y deseos. Para ello, debemos atender estas dimensiones.

Si nos cuesta elegir entre lo que es importante y lo que no, es porque tenemos un conflicto interno entre las cosas que queremos y las que sabemos que nos convienen. Además, tenemos miedo a “quedar mal”, “hacer daño” o incluso a actuar de una forma diferente a como esperan los demás si nos atrevemos a romper vínculos.

A mayor nivel de estrés y ansiedad más nos costará establecer prioridades. Así pues, reflexiona sobre qué situaciones y qué personas tienen auténtico valor para ti en momentos de calma personal, cuando te notes más centrado/a y relajado/a.
Piensa en aquello que es importante para ti y no para los demás, no temas a las críticas ajenas o lo que puedan pensar por las decisiones que quieras tomar.

Entiende que priorizar no es únicamente ignorar lo que nos hace daño, es reorganizar nuestra vida para encontrar espacios propios para ser felices.

Ignorar personas también es saludable

Según un interesante trabajo publicado en la revista Livesciencie, las relaciones personales que nos ocasionan estrés o sufrimiento afectan a nuestra salud mental. Experimentamos un aumento de cortisol en sangre y de la presión arterial, hasta el punto de correr el riesgo de sufrir problemas cardíacos severos. No merece la pena.

Aprender a ignorar a quienes no nos aportan nada

No se trata de ir a malas ni de utilizar ultimatums o chantajes. Saber ignorar es un arte que puede llevarse a cabo con elegancia y sin llegar a extremos innecesarios. Para ello, ten en cuenta estos puntos sobre los que reflexionar.

No te preocupes por lo que no puedes cambiar: acepta que ese familiar seguirá teniendo esa actitud cerrada, que tu compañero/a de trabajo va a ser igual de entrometido/a. Deja de acumular emociones negativas como rabia o frustración y limítate aceptarlos tal y como son.

Ignora críticas ajenas mientras aumentas tu propia confianza. Es muy posible que en el momento en que decidas poner distancia de quien no te interesa, aparezcan los reproches.

Entiende que las críticas no te definen, no eres tú. Fortalece tu autoestima y saborea cada paso que das en libertad lejos de quien te hace daño. Es un triunfo personal.

Cuando la ayuda es un acto interesado: es importante aprender a discriminar esos actos de supuesto altruismo. Hay quien nos repite una y otra vez aquello de “yo lo hago todo por ti, para mi eres lo más importante”, cuando en realidad, la balanza de esa relación se inclina siempre hacia un lado que no es el tuyo. Nunca existe el equilibrio.

Cuanto más ligero, mejor. En la vida merece la pena contar con “personas” y no acumular “gente”, así pues, prioriza y avanza ligero: ligero de enfados, rabia, frustraciones y sobre todo de personas que lejos de valer la alegría solo valen penas y distancias.

El arte de ser sabio es comprender qué vínculos es mejor dejar de alimentar sin tener ninguna carga de conciencia por haber dicho “no” a quien jamás se preocupó en decirnos “sí”.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/el-arte-de-ser-sabio-consiste-en-ignorar-con-inteligencia/