Isla de Lobos.
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martes, 6 de octubre de 2015
domingo, 4 de octubre de 2015
LOS TROPIEZOS NOS ENSEÑAN A SABER DÓNDE PISAR
Tropezar no es malo, encariñarse con la piedra sí. De todas
maneras, menos mal que existen las piedras y que somos humanos, porque no hay
nada que nos defina tan bien como nuestra capacidad para superar las
dificultades.
Nosotros lidiamos con la vida, despacio y dando bocanadas,
pidiendo más y contando hasta tres. Por muy difíciles que se pongan las cosas
somos capaces de hacer de nuestro miedo un escudo de valentía.
Entonces es cuando te decides a sumarle dos puntos al punto y final, a
recuperar tu aliento, a darte tiempo, a concederte un respiro. Da igual lo
negra que se haya puesto tu historia, tienes el derecho de parar y tomar
perspectiva.
Lo que aprendemos con
el tiempo…
La vida es tan buena maestra que si no aprendemos la
lección, nos la repite. Por esta razón, muchas veces tenemos que lidiar con la
desesperación y la frustración de que nada va bien, no existen manuales de
supervivencia, pues a vivir aprendemos cuando el fuego toca nuestra piel.
Con el tiempo aprendemos a manejarnos por la vida, a saber
dónde pisar y a tomar perspectiva. Jorge Luis Borges nos legó este bonito texto
que ejemplifica todo aquello que aprendemos “practicando” eso del vivir, es
decir, tropezando y levantándonos una y mil veces:
"Con el tiempo aprendí la sutil diferencia que hay entre
tomar la mano de alguien y encadenar un alma. Con el tiempo aprendí que el amor
no significa apoyarse en alguien y que la compañía no significa seguridad.
Con el tiempo empecé a entender que los besos no son
contratos, ni los regalos promesas.
Con el tiempo aprendí que estar con alguien porque te ofrece
un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado. Con
el tiempo te das cuenta de que casarse solo porque “ya urge” es una clara
advertencia de que tu matrimonio será un fracaso.
Con el tiempo comprendí que solo quien es capaz de amarte con tus
defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que
deseas.
Con el tiempo te das cuenta de que si estás al lado de esa
persona solo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando
volver a verla.
Con el tiempo te das cuenta de que los amigos verdaderos
valen mucho más que cualquier cantidad de dinero. Con el tiempo entendí que los
verdaderos amigos se cuentan con los dedos de la mano, y que el que no lucha
por ellos tarde o temprano se verá rodeado solo de amistades falsas.
Con el tiempo aprendí que las palabras dichas en un momento
de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida. Con el
tiempo aprendí que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas
grandes…
Con el tiempo comprendí que si has herido a un amigo
duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual. Con el
tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás
por aquellos que dejaste ir. Con el tiempo te das cuenta de que cada
experiencia vivida con cada persona, es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o
desprecia a un ser humano tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o
desprecios multiplicados al cuadrado.
Con el tiempo aprendí a construir todos los caminos en el
hoy, porque el terreno del mañana, es demasiado incierto para hacer planes.
Con el tiempo comprendí que apresurar las cosas o forzarlas
a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no
era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están
a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han
marchado.
Con el tiempo aprendí que intentar perdonar o pedir perdón,
decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser
amigo ante una tumba, ya no tiene ningún sentido.
Pero desafortunadamente esto solo lo entendemos con el
tiempo".
Maduramos más con los daños que con los años
No es el tiempo el que nos hace entender que las derrotas
merecen que miremos de frente y nos sintamos orgullosos de nosotros mismos. Son
los daños y las punzadas en el estómago los que le dan la vuelta a nuestro
mundo y desmantelan nuestra vida.
Con los daños aprendemos a resistir a lo que nos aprisiona,
a pelear contra la fuerza de nuestros prejuicios, a dejar de lado nuestras
ganas de rendirnos, a abandonar la queja, a hablar con nosotros mismos, a
comprender la envidia, a deshacernos de modas y a descansar.
Cuando tropiezas y cuando sufres te das cuenta de que todo llega, todo
pasa y todo se transforma. Y es que, por paradójico que resulte, el momento en
el que empezamos a cambiar coincide con aquel en el que empezamos a aceptarnos
tal y como somos.
LA MUERTE NO EXISTE
Recientemente el investigador norteamericano Robert Lanza ha
afirmado que tiene pruebas definitivas para confirmar que la vida después de la
muerte existe y que de hecho la muerte, por sí misma, no existe de la manera en
la que la percibimos.
Lanza argumenta que la respuesta a la pregunta “¿Qué hay más
allá de la muerte?”, cuestión sobre la cual los filósofos llevan siglos
reflexionando, radica en la física cuántica, y en concreto en la nueva teoría
del biocentrismo.
Según este investigador norteamericano, de la Escuela de
Medicina de la Universidad Wake Forest, de Carolina del Norte, la solución a
esa cuestión eterna consiste en la idea de que el concepto de la muerte es un
mero producto de nuestra conciencia, según relata la edición digital de The
Independent.
Lanza afirma que el biocentrismo explica que el universo
solo existe debido a la conciencia de un individuo sobre él mismo. Lo mismo
sucede con los conceptos de espacio y tiempo, que este científico explica como
“meros instrumentos de la mente“.
En un mensaje publicado en su sitio web, Lanza argumenta que
con esta teoría el concepto de la muerte como la conocemos "no existe en ningún
sentido real", ya que no hay verdaderos límites según los cuales se pueda
definir.
"Esencialmente, la idea de morir es algo que siempre se nos
ha enseñado a aceptar, pero en realidad solo existe en nuestras mentes", opina
Lanza.
Asimismo, evidentemente, creemos en la muerte porque nos
asociamos con nuestro cuerpo y sabemos que los cuerpos físicos mueren.
Lanza señala que el biocentrismo es similar a la idea de
universos paralelos, la hipótesis formulada por físicos teóricos según la cual
hay un número infinito de universos y todo lo que podría suceder ocurre en
alguno de ellos.
En términos de cómo afecta ese concepto a la vida después de
la muerte, el investigador explica que, cuando morimos, nuestra vida se
convierte en una "flor perenne que vuelve a florecer en el multiverso" y agrega
que "la vida es una aventura que trasciende nuestra forma lineal ordinaria de
pensar; cuando morimos, no lo hacemos según una matriz aleatoria, sino según la
matriz ineludible de la vida".
Según Robert Kastenbaum, en su obra “Consideraciones
psicológicas del proceso de morir”: “La muerte no existe en un mundo sin tiempo
ni espacio. Ahora Besso (un viejo amigo) se ha ido de este mundo tan solo un
poco antes que yo. Eso no significa nada. Personas como nosotros sabemos que la
diferencia entre pasado, presente y futuro es tan solo una mera ilusión
persistente”.
LA MUERTE NO EXISTE, SÓLO MUERE EL CUERPO FÍSICO.PERO
AQUELLO QUE REALMENTE SOMOS SIGUE EXISTIENDO.
sábado, 3 de octubre de 2015
LA ANCIANA MENDIGA
En la época de Buda vivió una anciana mendiga llamada “Confiar en la alegría”.
Esta mujer observaba cómo reyes, príncipes y demás personas
hacían ofrendas a Buda y sus discípulos, y nada le habría gustado más que poder
hacer ella lo mismo.
Así que, salió a mendigar, y después de un día entero sólo
había conseguido una monedita. Fue al vendedor de aceite, para comprarle un
poco, pero el hombre le dijo que con tan poco dinero no podía comprar nada.
Sin embargo, al saber que quería aceite para ofrecérselo a
Buda, se compadeció de ella y le dio lo que quería.
La anciana fue con el aceite al monasterio y allí encendió
una lamparilla, que depositó delante de Buda mientras expresaba este deseo:
-No puedo ofrecerte más que esta minúscula lámpara. Pero,
por la gracia de esta ofrenda, en el futuro sea yo bendecida con la lámpara de
la sabiduría.
Pueda yo liberar a todos los seres de sus tinieblas. Pueda
purificar todos sus oscurecimientos y conducirlos a la “iluminación”…
A lo largo de la noche se agotó el aceite de todas las
lamparillas, pero la de la anciana mendiga aún seguía ardiendo al amanecer
cuando llegó Maudgalyayana, discípulo de Buda, para retirarlas.
Se dio cuenta de que la lámpara de la anciana continuaba
encendida, llena de aceite y con una mecha nueva, pensó:
-No hay motivo para que esta lámpara permanezca encendida
durante todo el día, y trató de apagarla de un soplido. Pero la lámpara
continuó encendida. Trató de extinguirla con sus dedos, pero siguió brillando.
Trató de extinguirla con su túnica, pero aun así siguió ardiendo.
Buda, que había estado contemplando la escena, le dijo:
-¿Quieres apagar esa lámpara, Maudgalyayana? No podrás. No
podrías ni siquiera moverla y mucho menos apagarla. Ni si derramases toda el
agua del océano sobre ella, lograrías apagarla. El agua de todos los ríos y
lagos del mundo no bastaría para extinguirla.
-¿Por qué no?
-Porqué esta lámpara fue ofrecida con devoción y con
pureza de mente y corazón. Y esa motivación la ha hecho enormemente
beneficiosa.
Cuando Buda terminó de hablar, la mujer se le acercó. Y le
profetizó que en el futuro llegaría a convertirse en un Buda perfecto llamado
“Luz de lámpara”.
Así pues, es nuestra motivación, ya sea buena o mala, la que
determinó el fruto de nuestros actos.
“Shantideva dijo: “Toda la dicha que hay en este mundo, proviene de
desear que los demás seas felices y todo el sufrimiento que hay en este mundo
proviene de desear ser feliz yo”
Puesto que la ley del Karma es inevitable e infalible, cada
vez que perjudicamos a otros nos perjudicamos directamente a nosotros mismos, y
cada vez que proporcionamos felicidad a otros, nos proporcionamos a nosotros
mismos felicidad futura.
jueves, 1 de octubre de 2015
DE DÓNDE NACE LA
FUERZA DE VOLUNTAD
Aunque “fuerza de voluntad” es una expresión que todos
usamos sin reparar en ello, la verdad es que se trata de un concepto frente al
cual hay grandes controversias.
Desde el punto de vista filosófico, tiene su origen en la
metafísica, particularmente en Aristóteles. Desde allí se introdujo en las
diversas religiones occidentales, convirtiéndose en una virtud de primer orden.
“La fuerza de voluntad es la mente como un ciego fuerte que lleva sobre
los hombros de un hombre cojo que puede ver.”
- Arthur Shopenhauer -
La fuerza de voluntad se define como la capacidad para
dirigir y controlar las acciones propias.
Los metafísicos y las religiones señalan que esa fuerza nace
exclusivamente de la libre determinación de cada persona.
Sin embargo, el psicoanálisis planteó serios reparos tanto
al concepto de “voluntad”, como al de “fuerza de voluntad”, debido al
descubrimiento del inconsciente.
Lo que se sale de
control
Para el psicoanálisis, los procesos conscientes son solo “la
punta del iceberg” en la actividad mental. En realidad, los pensamientos y los
actos están determinados por una fuerza que no es la de la voluntad, sino la
del inconsciente.
Ese descubrimiento permitió explicar muchos hechos. Por
ejemplo los “lapsus linguae”, o episodios en los que una persona quiere decir
algo, pero, “sin quererlo”, termina diciendo otra cosa.
También el inconsciente es el responsable de los llamados
“actos fallidos”: la persona se propone conscientemente hacer algo, pero
termina realizando una acción muy diferente.
Lo vemos todos los días en la vida cotidiana. Alguien que
quiere llegar temprano a su cita, pero “sin querer” se retrasa o nunca llega. O
los que quieren “poner empeño en su trabajo”, pero terminan ocupándose en otras
cosas, mientras laboran.
Para el psicoanálisis, entonces, la voluntad no es una
fuerza, sino la expresión de un deseo inconsciente. Solo cuando una persona es
consecuente con su deseo, acude la voluntad. Si no es así, esa “voluntad le
traiciona”.
Por eso hay planes que siempre se posponen, decisiones de
cambio que nunca se hacen realidad, o intenciones que jamás se convierten en
actos.
Las filosofías orientales, como el Zen, tampoco abordan la
llamada “fuerza de voluntad” en sus prácticas. Sostienen que la misma es una
autoagresión y que debe ser sustituida por el entendimiento y el amor, que son,
finalmente, las fuerzas que llevan a la acción.
La voluntad y la
conciencia
Lo que hay en común entre el psicoanálisis y las filosofías
orientales es la idea de que la voluntad no es un acto de fuerza. Y que, en
cambio, solo puede nacer de la comprensión y, por lo tanto, de la conciencia.
Por eso hay planes que siempre se posponen, decisiones de
cambio que nunca se hacen realidad, o intenciones que jamás se convierten en
actos.
Las filosofías orientales, como el Zen, tampoco abordan la
llamada “fuerza de voluntad” en sus prácticas. Sostienen que la misma es una
autoagresión y que debe ser sustituida por el entendimiento y el amor, que son,
finalmente, las fuerzas que llevan a la acción.
La voluntad y la
conciencia
Lo que hay en común entre el psicoanálisis y las filosofías
orientales es la idea de que la voluntad no es un acto de fuerza. Y que, en
cambio, solo puede nacer de la comprensión y, por lo tanto, de la conciencia.
Cuando hay propósitos definidos y conscientes, pero no
llegan a convertirse en actos, la solución no está en forzarnos y obligarnos a
actuar en determinado sentido.
Este tipo de situaciones entrañan un valioso mensaje. Hay
“algo” que bloquea la voluntad para actuar en un determinado sentido. En realidad,
no es que falle la fuerza de voluntad, sino que triunfa un deseo del que no
tenemos conciencia.
Queremos seguir rigurosamente una dieta, pero al mismo
tiempo deseamos comer hasta hartarnos. Iniciamos el régimen y más temprano que
tarde nos descubrimos dándonos un delicioso “último” banquete, entre la culpa y
la satisfacción.
Lo que ocurre ahí es que hemos racionalizado las ventajas de
comer sanamente, pero no hemos comprendido nuestro deseo de comer hasta el
hartazgo. Tal vez la comida representa algo más que un sabor o una sensación en
el estómago.
Tal vez esa compulsión nos habla de un deseo más profundo
que reduce la “fuerza de voluntad” a cero.
En esos casos, la voluntad no acude. Cuando lo que hacemos
se opone a nuestra voluntad consciente, no se puede hablar de una debilidad de
carácter, sino un síntoma del inconsciente. Cuando ese síntoma de descifrado y
comprendido, se desvanece.
Quizás necesitamos menos forzarnos y más comprendernos para
lograr que las intenciones se conviertan en actos. Y que esos actos sean
coherentes con lo que realmente queremos hacer de nuestra vida.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
NO HAY QUE LLENAR VACÍOS, HAY QUE HABITAR ESPACIOS.
Hay un capítulo de la vida llamado desapego. Es la cualidad
que permite establecer con las personas, con las cosas y con las etapas de la
vida una relación de autonomía, de autenticidad.
El desapego se relaciona con el abandono del ansia y del
deseo, que, en la filosofía oriental, son consideradas generadores de dolor y
sufrimiento.
No poder desapegarse de una persona, de un hábito, de una
idea, de un objeto, lleva a establecer con ellos relaciones de posesión o de
sumisión. El apego es una actitud que nos deja encadenados al pasado, mientras
tanto la vida continúa sucediendo.
Niñez, adolescencia, madurez, vejez. Primavera, verano,
otoño, invierno. Amanecer, día, atardecer, noche. Siembra, cosecha.
Nuestra existencia será más armónica si acompañamos esos
ciclos naturales. Cuando así no ocurre, la vida no fluye, sus aguas se estancan.
El apego a una relación, a una costumbre, a un espacio, a
una actividad, a una idea, a una práctica, puede llegar a ser tóxico o
disfuncional.
El apego traba nuestro andar por la vida, carga nuestro
equipaje con lo innecesario, nos impide escoger lo necesario.
El desapego es el arte de soltar.
Jorge Sinay
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