domingo, 4 de octubre de 2015

LOS TROPIEZOS NOS ENSEÑAN A SABER DÓNDE PISAR

Tropezar no es malo, encariñarse con la piedra sí. De todas maneras, menos mal que existen las piedras y que somos humanos, porque no hay nada que nos defina tan bien como nuestra capacidad para superar las dificultades.

Nosotros lidiamos con la vida, despacio y dando bocanadas, pidiendo más y contando hasta tres. Por muy difíciles que se pongan las cosas somos capaces de hacer de nuestro miedo un escudo de valentía.

Entonces es cuando te decides a sumarle dos puntos al punto y final, a recuperar tu aliento, a darte tiempo, a concederte un respiro. Da igual lo negra que se haya puesto tu historia, tienes el derecho de parar y tomar perspectiva.

Lo que aprendemos con el tiempo…

La vida es tan buena maestra que si no aprendemos la lección, nos la repite. Por esta razón, muchas veces tenemos que lidiar con la desesperación y la frustración de que nada va bien, no existen manuales de supervivencia, pues a vivir aprendemos cuando el fuego toca nuestra piel.

Con el tiempo aprendemos a manejarnos por la vida, a saber dónde pisar y a tomar perspectiva. Jorge Luis Borges nos legó este bonito texto que ejemplifica todo aquello que aprendemos “practicando” eso del vivir, es decir, tropezando y levantándonos una y mil veces:

"Con el tiempo aprendí la sutil diferencia que hay entre tomar la mano de alguien y encadenar un alma. Con el tiempo aprendí que el amor no significa apoyarse en alguien y que la compañía no significa seguridad.

Con el tiempo empecé a entender que los besos no son contratos, ni los regalos promesas.

Con el tiempo aprendí que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado. Con el tiempo te das cuenta de que casarse solo porque “ya urge” es una clara advertencia de que tu matrimonio será un fracaso.

Con el tiempo comprendí que solo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo te das cuenta de que si estás al lado de esa persona solo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.

Con el tiempo te das cuenta de que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero. Con el tiempo entendí que los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de la mano, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado solo de amistades falsas.

Con el tiempo aprendí que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida. Con el tiempo aprendí que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas grandes…

Con el tiempo comprendí que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual. Con el tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir. Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona, es irrepetible.

Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados al cuadrado.

Con el tiempo aprendí a construir todos los caminos en el hoy, porque el terreno del mañana, es demasiado incierto para hacer planes.

Con el tiempo comprendí que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas.

Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.

Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.

Con el tiempo aprendí que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo ante una tumba, ya no tiene ningún sentido.

Pero desafortunadamente esto solo lo entendemos con el tiempo".

Maduramos más con los daños que con los años
No es el tiempo el que nos hace entender que las derrotas merecen que miremos de frente y nos sintamos orgullosos de nosotros mismos. Son los daños y las punzadas en el estómago los que le dan la vuelta a nuestro mundo y desmantelan nuestra vida.

Con los daños aprendemos a resistir a lo que nos aprisiona, a pelear contra la fuerza de nuestros prejuicios, a dejar de lado nuestras ganas de rendirnos, a abandonar la queja, a hablar con nosotros mismos, a comprender la envidia, a deshacernos de modas y a descansar.

Cuando tropiezas y cuando sufres te das cuenta de que todo llega, todo pasa y todo se transforma. Y es que, por paradójico que resulte, el momento en el que empezamos a cambiar coincide con aquel en el que empezamos a aceptarnos tal y como somos.




LA MUERTE NO EXISTE


 Sigmund Freud postulaba que, desde el punto de vista psicoanalítico, podríamos decir que nadie cree en su propia muerte y que la inmortalidad forma parte de cada uno de nosotros.

Recientemente el investigador norteamericano Robert Lanza ha afirmado que tiene pruebas definitivas para confirmar que la vida después de la muerte existe y que de hecho la muerte, por sí misma, no existe de la manera en la que la percibimos.

Lanza argumenta que la respuesta a la pregunta “¿Qué hay más allá de la muerte?”, cuestión sobre la cual los filósofos llevan siglos reflexionando, radica en la física cuántica, y en concreto en la nueva teoría del biocentrismo.

Según este investigador norteamericano, de la Escuela de Medicina de la Universidad Wake Forest, de Carolina del Norte, la solución a esa cuestión eterna consiste en la idea de que el concepto de la muerte es un mero producto de nuestra conciencia, según relata la edición digital de The Independent.

Lanza afirma que el biocentrismo explica que el universo solo existe debido a la conciencia de un individuo sobre él mismo. Lo mismo sucede con los conceptos de espacio y tiempo, que este científico explica como “meros instrumentos de la mente“.

En un mensaje publicado en su sitio web, Lanza argumenta que con esta teoría el concepto de la muerte como la conocemos "no existe en ningún sentido real", ya que no hay verdaderos límites según los cuales se pueda definir.

"Esencialmente, la idea de morir es algo que siempre se nos ha enseñado a aceptar, pero en realidad solo existe en nuestras mentes", opina Lanza.

Asimismo, evidentemente, creemos en la muerte porque nos asociamos con nuestro cuerpo y sabemos que los cuerpos físicos mueren.

Lanza señala que el biocentrismo es similar a la idea de universos paralelos, la hipótesis formulada por físicos teóricos según la cual hay un número infinito de universos y todo lo que podría suceder ocurre en alguno de ellos.

En términos de cómo afecta ese concepto a la vida después de la muerte, el investigador explica que, cuando morimos, nuestra vida se convierte en una "flor perenne que vuelve a florecer en el multiverso" y agrega que "la vida es una aventura que trasciende nuestra forma lineal ordinaria de pensar; cuando morimos, no lo hacemos según una matriz aleatoria, sino según la matriz ineludible de la vida".

Según Robert Kastenbaum, en su obra “Consideraciones psicológicas del proceso de morir”: “La muerte no existe en un mundo sin tiempo ni espacio. Ahora Besso (un viejo amigo) se ha ido de este mundo tan solo un poco antes que yo. Eso no significa nada. Personas como nosotros sabemos que la diferencia entre pasado, presente y futuro es tan solo una mera ilusión persistente”.


LA MUERTE NO EXISTE, SÓLO MUERE EL CUERPO FÍSICO.PERO AQUELLO QUE REALMENTE SOMOS SIGUE EXISTIENDO.




sábado, 3 de octubre de 2015

LA ANCIANA MENDIGA

En la época de Buda vivió una anciana mendiga llamada  “Confiar en la alegría”.

Esta mujer observaba cómo reyes, príncipes y demás personas hacían ofrendas a Buda y sus discípulos, y nada le habría gustado más que poder hacer ella lo mismo.

Así que, salió a mendigar, y después de un día entero sólo había conseguido una monedita. Fue al vendedor de aceite, para comprarle un poco, pero el hombre le dijo que con tan poco dinero no podía comprar nada.

Sin embargo, al saber que quería aceite para ofrecérselo a Buda, se compadeció de ella y le dio lo que quería.

La anciana fue con el aceite al monasterio y allí encendió una lamparilla, que depositó delante de Buda mientras expresaba este deseo:

-No puedo ofrecerte más que esta minúscula lámpara. Pero, por la gracia de esta ofrenda, en el futuro sea yo bendecida con la lámpara de la sabiduría.
Pueda yo liberar a todos los seres de sus tinieblas. Pueda purificar todos sus oscurecimientos y conducirlos a la “iluminación”…

A lo largo de la noche se agotó el aceite de todas las lamparillas, pero la de la anciana mendiga aún seguía ardiendo al amanecer cuando llegó Maudgalyayana, discípulo de Buda, para retirarlas.

Se dio cuenta de que la lámpara de la anciana continuaba encendida, llena de aceite y con una mecha nueva, pensó:

-No hay motivo para que esta lámpara permanezca encendida durante todo el día, y trató de apagarla de un soplido. Pero la lámpara continuó encendida. Trató de extinguirla con sus dedos, pero siguió brillando. Trató de extinguirla con su túnica, pero aun así siguió ardiendo.

Buda, que había estado contemplando la escena, le dijo:

-¿Quieres apagar esa lámpara, Maudgalyayana? No podrás. No podrías ni siquiera moverla y mucho menos apagarla. Ni si derramases toda el agua del océano sobre ella, lograrías apagarla. El agua de todos los ríos y lagos del mundo no bastaría para extinguirla.

-¿Por qué no?

-Porqué esta lámpara fue ofrecida con devoción  y con  pureza de mente y corazón. Y esa motivación la ha hecho enormemente beneficiosa.

Cuando Buda terminó de hablar, la mujer se le acercó. Y le profetizó que en el futuro llegaría a convertirse en un Buda perfecto llamado “Luz de lámpara”.

Así pues, es nuestra motivación, ya sea buena o mala, la que determinó  el fruto de nuestros actos.

“Shantideva dijo: “Toda la dicha que hay en este mundo, proviene de desear que los demás seas felices y todo el sufrimiento que hay en este mundo proviene de desear ser feliz yo”

Puesto que la ley del Karma es inevitable e infalible, cada vez que perjudicamos a otros nos perjudicamos directamente a nosotros mismos, y cada vez que proporcionamos felicidad a otros, nos proporcionamos a nosotros mismos felicidad futura.




jueves, 1 de octubre de 2015

DE DÓNDE NACE LA FUERZA DE VOLUNTAD

Aunque “fuerza de voluntad” es una expresión que todos usamos sin reparar en ello, la verdad es que se trata de un concepto frente al cual hay grandes controversias.

Desde el punto de vista filosófico, tiene su origen en la metafísica, particularmente en Aristóteles. Desde allí se introdujo en las diversas religiones occidentales, convirtiéndose en una virtud de primer orden.

“La fuerza de voluntad es la mente como un ciego fuerte que lleva sobre los hombros de un hombre cojo que puede ver.”

- Arthur Shopenhauer -

La fuerza de voluntad se define como la capacidad para dirigir y controlar las acciones propias.

Los metafísicos y las religiones señalan que esa fuerza nace exclusivamente de la libre determinación de cada persona.

Sin embargo, el psicoanálisis planteó serios reparos tanto al concepto de “voluntad”, como al de “fuerza de voluntad”, debido al descubrimiento del inconsciente.

Lo que se sale de control

Para el psicoanálisis, los procesos conscientes son solo “la punta del iceberg” en la actividad mental. En realidad, los pensamientos y los actos están determinados por una fuerza que no es la de la voluntad, sino la del inconsciente.

Ese descubrimiento permitió explicar muchos hechos. Por ejemplo los “lapsus linguae”, o episodios en los que una persona quiere decir algo, pero, “sin quererlo”, termina diciendo otra cosa.

También el inconsciente es el responsable de los llamados “actos fallidos”: la persona se propone conscientemente hacer algo, pero termina realizando una acción muy diferente.

Lo vemos todos los días en la vida cotidiana. Alguien que quiere llegar temprano a su cita, pero “sin querer” se retrasa o nunca llega. O los que quieren “poner empeño en su trabajo”, pero terminan ocupándose en otras cosas, mientras laboran.

Para el psicoanálisis, entonces, la voluntad no es una fuerza, sino la expresión de un deseo inconsciente. Solo cuando una persona es consecuente con su deseo, acude la voluntad. Si no es así, esa “voluntad le traiciona”.

Por eso hay planes que siempre se posponen, decisiones de cambio que nunca se hacen realidad, o intenciones que jamás se convierten en actos.

Las filosofías orientales, como el Zen, tampoco abordan la llamada “fuerza de voluntad” en sus prácticas. Sostienen que la misma es una autoagresión y que debe ser sustituida por el entendimiento y el amor, que son, finalmente, las fuerzas que llevan a la acción.

La voluntad y la conciencia

Lo que hay en común entre el psicoanálisis y las filosofías orientales es la idea de que la voluntad no es un acto de fuerza. Y que, en cambio, solo puede nacer de la comprensión y, por lo tanto, de la conciencia.

Por eso hay planes que siempre se posponen, decisiones de cambio que nunca se hacen realidad, o intenciones que jamás se convierten en actos.

Las filosofías orientales, como el Zen, tampoco abordan la llamada “fuerza de voluntad” en sus prácticas. Sostienen que la misma es una autoagresión y que debe ser sustituida por el entendimiento y el amor, que son, finalmente, las fuerzas que llevan a la acción.

La voluntad y la conciencia

Lo que hay en común entre el psicoanálisis y las filosofías orientales es la idea de que la voluntad no es un acto de fuerza. Y que, en cambio, solo puede nacer de la comprensión y, por lo tanto, de la conciencia.

Cuando hay propósitos definidos y conscientes, pero no llegan a convertirse en actos, la solución no está en forzarnos y obligarnos a actuar en determinado sentido.

Este tipo de situaciones entrañan un valioso mensaje. Hay “algo” que bloquea la voluntad para actuar en un determinado sentido. En realidad, no es que falle la fuerza de voluntad, sino que triunfa un deseo del que no tenemos conciencia.

Queremos seguir rigurosamente una dieta, pero al mismo tiempo deseamos comer hasta hartarnos. Iniciamos el régimen y más temprano que tarde nos descubrimos dándonos un delicioso “último” banquete, entre la culpa y la satisfacción.

Lo que ocurre ahí es que hemos racionalizado las ventajas de comer sanamente, pero no hemos comprendido nuestro deseo de comer hasta el hartazgo. Tal vez la comida representa algo más que un sabor o una sensación en el estómago.

Tal vez esa compulsión nos habla de un deseo más profundo que reduce la “fuerza de voluntad” a cero.

En esos casos, la voluntad no acude. Cuando lo que hacemos se opone a nuestra voluntad consciente, no se puede hablar de una debilidad de carácter, sino un síntoma del inconsciente. Cuando ese síntoma de descifrado y comprendido, se desvanece.

Quizás necesitamos menos forzarnos y más comprendernos para lograr que las intenciones se conviertan en actos. Y que esos actos sean coherentes con lo que realmente queremos hacer de nuestra vida.




miércoles, 30 de septiembre de 2015

NO HAY QUE LLENAR VACÍOS, HAY QUE HABITAR ESPACIOS.

Hay un capítulo de la vida llamado desapego. Es la cualidad que permite establecer con las personas, con las cosas y con las etapas de la vida una relación de autonomía, de autenticidad.

El desapego se relaciona con el abandono del ansia y del deseo, que, en la filosofía oriental, son consideradas generadores de dolor y sufrimiento.

No poder desapegarse de una persona, de un hábito, de una idea, de un objeto, lleva a establecer con ellos relaciones de posesión o de sumisión. El apego es una actitud que nos deja encadenados al pasado, mientras tanto la vida continúa sucediendo.

Niñez, adolescencia, madurez, vejez. Primavera, verano, otoño, invierno. Amanecer, día, atardecer, noche. Siembra, cosecha.

Nuestra existencia será más armónica si acompañamos esos ciclos naturales. Cuando así no ocurre, la vida no fluye, sus aguas se estancan.

El apego a una relación, a una costumbre, a un espacio, a una actividad, a una idea, a una práctica, puede llegar a ser tóxico o disfuncional.

El apego traba nuestro andar por la vida, carga nuestro equipaje con lo innecesario, nos impide escoger lo necesario.

El desapego es el arte de soltar.


Jorge Sinay




martes, 29 de septiembre de 2015

¿POR QUÉ CAMINAR ES MÁS SANO QUE CORRER?

Caminando las articulaciones sufren menos, realizas un menor esfuerzo y corres menos riesgo de sufrir una lesión, desmayo o fractura… En definitiva, caminar es una actividad normal del cuerpo que nos ayuda a mantener un tono físico más saludable. Además, al caminar ejecutamos una mejor pisada, mejor distribución del peso soportado por el cuerpo y el desgaste es inferior que corriendo. Así que parece que todo son ventajas.

Un ejercicio tan sencillo como caminar contribuye a controlar tu presión arterial, colesterol y riesgo de diabetes, incrementando además tu esperanza de vida. Es el método más económico en el que solo hay que ponerse a andar. Además, mejora tu oxigenación, previene la osteoporosis y fortalece los huesos sin dañar las articulaciones. Ejercitar tu corazón, te ayuda a relajarte y sobre todo, a liberar tensiones del día a día. Es un ejercicio aeróbico de intensidad moderada que mejora tu fuerza y resistencia. Si tu objetivo es quemar grasa, caminar es la mejor opción para ti.

Al caminar acompañado puedes ir manteniendo una amena conversación, puedes disfrutar del entorno, del momento o hablar con tu yo interior.

Si queremos mantenernos en forma, mejorar nuestra salud, disfrutar y estar motivados, la idea principal que hay que recordar es que hay que moverse. Tenemos que ser capaces de levantarnos del sofá y realizar alguna actividad que active nuestros músculos, nuestra mente y haga que liberemos endorfinas mejorando así nuestra autoestima y estado de salud. Una actividad física moderada como caminar repercute en un beneficio psicológico, fomenta la sociabilidad y ayuda a reducir la ansiedad o depresión.

Miremos algunos de los beneficios de caminar:

Quema mucha grasa. Caminando 30 a 60 minutos a una velocidad que lleve tu ritmo cardíaco a un 60% o 70% de su capacidad quema un 85% de calorías en forma de grasa.
Caminando a un paso moderado por  30 – 60 minutos no solo quema grasas acumuladas sino que construye músculos que aumentan tu metabolismo.
Estudios médicos muestran que una caminata regular reduce el riesgo de infartos cardiacos, cáncer, diabetes y problemas de vejiga.
El caminar también promueve la longevidad y reduce el riesgo de fracturas de cadera en personas mayores.
Aumenta tus niveles de energía.
Te permite ejercitarte a un paso constante y consistente, quemando grasas en el proceso.

Cómo empezar

Hay algunas consideraciones que debes tomar antes de empezar un programa de ejercicios:

Primero, si posees algún problema de salud, consulta con un medico.
Cómprate un buen par de zapatillas para caminar, que se sientan cómodas y que se ajusten bien a tus pies.
Consigue una buena ruta para seguir, que sea interesante y que te entretenga mientras caminas.

Convierte el caminar en una prioridad. Haz espacio en tu agenda para tus caminatas y cúmplelas. Empieza despacio, y con caminatas cortas, y a medida que desarrolles fuerza ve agregando intervalos de 5 minutos.

Por otra parte, tampoco hace falta recorrer KILÓMETROS.
Una de las equivocaciones más extendidas es que el ejercicio ha de ser duro y extenuante. Esto no es cierto y desmotiva a mucha gente.

Si caminas, tu cuerpo registra el movimiento y la salud mejora gracias a todo tipo de cambios fisiológicos.

Andar también es eficaz contra el insomnio, de acuerdo con un estudio que recomienda caminar a paso ligero durante 45 minutos por la mañana (caminar por la tarde puede tener el efecto contrario). En el caso de las mujeres post-menopáusicas, mejora la salud de los huesos. Ayuda a perder peso (aunque si este es el objetivo principal correr es más efectivo) y, lo que es igualmente importante en estos tiempos que corren, mejora el estado de ánimo.