martes, 11 de agosto de 2015


HAY COSAS QUE YA LAS DOY POR PERDIDAS, AUNQUE SEPA DÓNDE ENCONTRARLAS

Hay cosas que he dejado atrás y aunque sepa dónde encontrarlas sé que la vida es a veces un viaje sin retorno. Pero, no tengo miedo ni me arrepiento de nada, porque sé por lo que vale la pena luchar y reconozco también qué batallas son inútiles… Esas por las que no merece la pena salir herido.

¿Cuántas cosas has dado por perdidas en tu vida? En ocasiones cuesta verlas, cuesta darse cuenta de que cada esfuerzo que invertimos, cada aspecto al que renunciamos por determinadas personas o por algunos proyectos, son como las hebras del humo escapando por una ventana abierta.

La razón por la cual nos cuesta percibir que todo lo que hacemos en ocasiones no va a servir de mucho, es por el propio coste emocional. Por la ilusión, por los sueños, por las esperanzas. Son estas emociones positivas las que nos dan aliento cada día, y ellas las que más de una vez, nos ponen vendas en los ojos.

Hasta que llega la decepción, hasta que llega ese instante en que nos damos cuenta que la balanza de la vida está algo desequilibrada, que ya no nos queda nada, que no hemos recibido nada y que ese sueño, era un mal sueño.

¿Hemos obrado mal? ¿Hemos quizá de arrepentirnos por todo lo hecho? Nunca. Quién no lucha por sus sueños no es valiente, quien no batalla por sus ilusiones no alcanza la luna. Siéntete orgulloso por tu coraje, pero recuerda que una retirada a tiempo, también es de prudentes y de sabios…


Esas batallas inútiles en nuestra vida…


Empezaremos señalando algo importante: nadie sabe que una batalla o un sueño ha sido inútil hasta que la realidad, nos impacta con toda su crudeza. Hasta entonces, toda ilusión va a nutrir cada paso y cada pensamiento, cada esfuerzo y cada acto invertido.

No importa si estamos hablando de un trabajo, de una amistad o de una relación de pareja. La vida es una larga sucesión de momentos en los que ponernos a prueba, de capítulos de los que disfrutar, por los que luchar y de los que aprender. Porque aprender es esa clave vital que debe vertebrar cada día de nuestra existencia.

Es posible que hayas cometido errores y que a estas alturas, hayas dejado ya muchas cosas por perdidas. ¿Debes lamentarte por ello? En absoluto. Lamentar un error es alimentar la amargura por una elección hecha en un momento de nuestra vida.

Los errores se asumen, se entienden, se procesan y se integran en eso que llamamos “baúl de las experiencias”. Y si esos momentos vividos te traen malos recuerdos, no los alimentes cada día, no les lleves flores. Los recuerdos desagradables deben sustituirse por el aquí y ahora, por la felicidad de hoy.

Ninguna batalla es inútil porque es vida vivida y experiencia adquirida. No obstante, no olvides que lo más importante de todo esto es saber darnos cuenta lo antes posible de que ese proyecto, no merece nuestros esfuerzos. De que esa relación, no merece nuestras renuncias ni nuestro sufrimiento.

¿Cuándo es el momento de “dar algo por perdido”?


Puede resultar una pregunta obvia, pero en realidad no lo es y por ello vamos a ahondar en este aspecto. De hecho, es muy posible que ahora mismo muchos de nosotros estemos alimentando esperanzas y proyectos en una dimensión que no lo merece o “que no nos merece”.

Veámoslo a modo de reflexión en los siguientes puntos:

1. El poder de las falsas expectativas

Hay veces que caemos en el error de culpabilizar a los demás de alimentar en nosotros falsas ilusiones, cuando en realidad, es posible que la responsabilidad recaiga en nuestra parte. Hay quien pone sus miras en ese trabajo soñado, cuando es posible que ni tenga la formación ni las aptitudes.

También hay quien fija todas sus emociones y ansiedades en una persona que en realidad, nunca le ha dado pista alguna de que sienta algo por él o por ella. Es decir, nunca debemos perder de vista la objetividad, el equilibrio y las perspectivas.

2. El coste emocional

Esa fuerza interior que tenemos los seres humanos llamada emoción, es en realidad un motor tan poderoso como peligroso. En ocasiones nos hace darlo todo, hasta nuestro último aliento por esa persona amada, por ese sueño ansiado.


No vemos los límites y abrimos nuestro corazón sin leer el manual de instrucciones, ese que como primera regla debería decirnos “sé prudente, mira por ti, protege tu autoestima”. No obstante, no siempre lo hacemos.

Debemos aprender a ser más receptivos, a decirnos a nosotros mismos que también merecemos RECIBIR. ¿Te ofrece esa amistad apoyo, complicidad, respeto y reconocimiento? Entonces sigue adelante.

¿Te da esa relación afectiva felicidad, alimenta tus ilusiones? ¿Invierte en ti tanto como tú lo haces, ha renunciado a algo tal y como has tenido que hacer tú en alguna ocasión? Si no es así, reflexiona y toma una decisión.

Daremos por perdido toda cosa o toda persona que se nutre de los egoísmos, que no nos reconoce, que nos quita las fuerzas e ilusiones en lugar de enriquecernos. Avanza y cierra puertas, sabes muy bien dónde están pero también tienes muy claro dónde DESEAS ESTAR TÚ.

Fuente: http://lamenteesmaravillosa.com/hay-cosas-que-ya-las-doy-por-perdidas-aunque-sepa-donde-encontrarlas/

lunes, 10 de agosto de 2015

ENTRE “LO QUE ES” Y “LO QUE DEBERÍA SER”, HAY UNA BRECHA LLAMADA SUFRIMIENTO

El sufrimiento no es un error o un castigo, es más bien la invitación a cerrar esa brecha.

Es un llamado a soltar el sueño acerca de cómo se ‘supone’ que debería ser este momento y enamorarnos de como es.

Al honrar este momento, al inclinarnos ante el hecho inmediato de ‘lo que es’, dignificamos el lugar en el que estamos parados. Ocurre que a menudo descubrimos “lo que debería ser”, de cualquier forma.

En el corazón mismo de nuestro dolor, en el ardiente núcleo de lo que nos preocupa, podríamos encontrar un inimaginable coraje, amor e incluso paz.

Cuando nos hacemos amigos de nuestro malestar, de nuestra inseguridad, de nuestra tristeza, de nuestro dolor, de nuestra ira; cuando hacemos una reverencia a su intensidad, honrando su poder y su libertad intrínseca, dejamos de ser víctimas, porque ahora nos alineamos con la vida, dejamos de estar en guerra con la forma como son las cosas.

Y vemos posibilidades donde alguna vez vimos obstáculos.
La brecha duele, sí, sin embargo a veces tenemos que sentir ese dolor con el fin de sanar.

Jeff Foster

Parece que no tenemos derecho a sufrir, nos han vendido que la tristeza es negativa y que tenemos que apartarnos del sufrimiento si queremos disfrutar de una vida plena. Pero lo cierto es que la tristeza es parte de nosotros, sin máscaras ni corazas.

Nos hace falta y punto. En nuestros días malos está ella para ayudarnos. Y, sin duda, en cada momento nos muestra todo lo que tenemos que aprender.

Resulta que sufrir y sentirse mentalmente sano, o estar mal y vivir nuestra vida no forman buenas parejas culturales. De hecho, si a alguien se le ocurre decir “me siento mal pero estoy bien”, se le mira con extrañeza.

Hemos caído en la trampa de exigir un optimismo excesivo a nuestras vidas. Hemos ignorado que no debemos aprender la lección sin cuestionarla y ahora pagamos las consecuencias de creer que no sufrir es un valor al alza para la cuenta de la vida y que lo correcto es mover nuestros millones para conseguir evitar las complicaciones y entonces “tener vida”.

  
Estamos hechos de luces y de sombras
No permitas que te obliguen a estar siempre alegre, pues tu tristeza es la única que sabe apreciar tu alegría.


El sufrimiento necesita un espacio en nuestra vida porque, de otra manera, explotará y nos ahogará. El hecho de sentirnos mal es una forma que tiene nuestra mente de decirnos que hay algo que no va bien y, con lo cual, debemos atenderlo.

Al fin y al cabo, si siempre nos sintiésemos bien, no sabríamos valorar lo que significa estarlo. Esta es la actitud que evita que nos convirtamos en víctimas, pues se trata de aceptarnos y dejar de rechazar nuestras reacciones naturales.

Si aceptamos que el malestar existe y que es normal, no nos hará sufrir intentando evitarlo ni nos frustrará porque cada vez  nos golpea con más fuerza.

El sufrimiento y la tristeza son dos potentes armas que nos ofrecen cientos de aprendizajes y que tienen la capacidad de esclarecer nuestra mente. Ellos nos dicen que vale la pena luchar porque vale la pena ser feliz.

Y es que es más sano “vivir pensando que me sentiré bien aunque a veces me sienta mal” que “vivir con la obligación de sentirnos bien para poder ser felices”. Tenemos que admitir que estamos en un mundo lleno de colores, que no solo existe el blanco o el negro. De hecho, la vida está llena de matices, tantos como circunstancias y personas.
Acepta tus emociones, pues tener la capacidad de sentirte bien o mal significa que estás vivo, muy vivo.



domingo, 9 de agosto de 2015

MEGAREXIA: PERSONAS OBESAS QUE SE VEN DELGADAS

“Hay tres cosas extremadamente duras: el acero, los diamantes y el conocerse a uno mismo”

(Benjamin Franklin)

Todos conocemos trastornos de la conducta alimentaria (TCA) como la anorexia o la bulimia, pero existen otros trastornos pertenecientes este grupo de enfermedades que todavía -incluso en nombre- son grandes desconocidos para la sociedad. En este caso nos referimos a la megarexia.

Cuando hablamos de megarexia, estamos hablando de un trastorno completamente opuesto a la anorexia nerviosa y que produce graves y terribles consecuencias para el organismo.

El término “megarexia” es un neologismo creado por el nutricionista Jaime Brugos, quien lo utilizó por primera vez en su libro “Dieta Isoproteica” en el año 1992. Este término define a personas que creen ser delgadas y sanas, aunque en realidad se trata de personas obesas. Por lo general, los enfermos de megarexia, no aceptan críticas en relación al tipo de vida que llevan, ni a la dieta que siguen, llegando a mostrarse hostiles

Así, alimentan un odio irracional tanto hacia ellos mismos como a las personas que les rodean cuando éstas hacen algún tipo de crítica respecto a su alimentación.

¿Cuáles son los síntomas que presentan los enfermos de megarexia?

Alteración o distorsión de la propia imagen corporal:  Sufren una grave distorsión de su esquema corporal, algo muy común en los trastornos alimentarios como la anorexia o la bulimia. Un enfermo de megarexia no percibe la realidad al mirarse al espejo, aunque tienen algunos momentos de lucidez donde son conscientes de su problema, sin llegar a aceptarlo.

Ven la realidad en las fotografías, es por esto que no suelen dejar que se les fotografíe, ya que luego no se identifican con la imagen tomada. No suelen ir de compras, ya que al probarse ropa de su talla se sienten confusos, tristes y frustrados.

Síntomas de desnutrición: aunque pueda parecer extraño, los enfermos de megarexia presentan síntomas de desnutrición como mareos, falta de energía o incluso anemia. No realizan ningún tipo de dieta, ya que no consideran que la necesiten, y por el contrario llevan hábitos de vida nada saludables.

Comida rápida, bollería industrial, fritos, frutos secos, y cualquier alimento rico en “calorías vacías”  son la base de su alimentación, lo que provoca una importante falta de nutrientes esenciales en el organismo (vitaminas, minerales y aminoácidos) que les lleva a la desnutrición.

¿Qué provoca la megarexia y qué consecuencias puede tener para el organismo?

La falta de nutrientes esenciales que caracteriza a los pacientes afectados de megarexia, provoca una alteración en el cerebro a nivel bioquímico. Ésto origina la característica distorsión de la auto-imagen y, por tanto, la no aceptación de la enfermedad.

Al llevar una dieta hipercalórica, fundamentalmente rica en grasas e hidratos de carbono, los enfermos de megarexia suelen desarrollar otras enfermedades como pueden ser: anemia, apneas, enfermedades cardiovasculares, diabetes, presión arterial alta, etc. En los casos más graves, puede provocar incluso la muerte.

¿Cómo tratar a un enfermo de megarexia?

En primer lugar, como en toda enfermedad de este tipo, es imprescindible la aceptación de la enfermedad por parte de la persona que la padece. El enfermo debe aceptar que tiene un problema, o en este caso dos, la obesidad y un trastorno psicológico que no le permite ver la realidad.

Aquí el papel que juega el entorno más cercano del paciente es fundamental. La confrontación con la realidad debe realizarse con mucho tacto y recordando siempre que se trata de un enfermedad y no de una persona que se ha abandonado voluntariamente.

Una vez que la persona ha aceptado que tiene un problema, hay que ponerse en manos de un especialista en trastornos alimentarios. Él será el encargado de evaluar la situación particular y de elaborar un plan de acción específico para la persona que sufre la enfermedad.

En principio, no es necesario un tratamiento con medicamentos, ya que una vida sana acompañada de una dieta saludable proporcionarán al cerebro los nutrientes necesarios para que funcione correctamente. Aun así, la persona afectada por este trastorno, necesita un seguimiento constante por parte de médicos y familiares, que serán su gran apoyo durante el tiempo que dure su recuperación.

Como todos los trastornos alimentarios, se puede prevenir en gran medida estableciendo desde la infancia unos hábitos de vida saludables. Rutinas en las que el deporte, una dieta equilibrada y la salud emocional sean la base.

Aunque actualmente la megarexia es una gran desconocida, las estadísticas dicen que existen 10 enfermos de megarexia por cada 1 de anorexia, en total unos cinco millones de enfermos sin diagnosticar, solamente en España.




sábado, 8 de agosto de 2015

LO MEJOR DE LA VIDA NO SE PLANEA, SIMPLEMENTE… SUCEDE

Lo mejor de la vida no atiende a planes o programaciones. La mayoría de las veces basta con dejarnos llevar, con permitir que las cosas sucedan por sí mismas, con la sutileza de la casualidad, con la apertura de quien es humilde y no espera nada, pero en verdad… lo sueña todo.

Es posible que ya hayas oído hablar de la ley de la atracción. Según este principio, las personas deberíamos ser capaces de conseguir o de llegar a ser aquello que deseamos gracias a esas unidades energéticas que se emanan de nuestros propios pensamientos y emociones.

Bajo esta perspectiva entraría pues esa famosa frase de “te conviertes en lo que piensas” y de que en el Universo existe una especie de ley de atracción donde el propio pensamiento nos hace alcanzar nuestros objetivos. Bien, no es nuestro propósito criticar o defender este enfoque, porque en realidad, las cosas pueden llegar a ser mucho más sencillas.

Dejando a un lado esa especie de atracción mente-universo, podríamos decir que la vida, es un maravilloso cúmulo de casualidades donde la felicidad puede esconderse en cualquier esquina, en cualquier rincón. No obstante, no todos pueden ser lo bastante receptivos para poder verlo, para dejarse llevar.

No es cosa de magia, sino de apertura, de querer ver, de salir de la zona de confort y de abrir esas puertas interiores que todos tenemos para permitirnos segundas oportunidades. Si uno se conciencia de que merece ser feliz, ya está haciendo algo grandioso por sí mismo.

Se está “reconociendo”, está nutriendo ese vínculo y esa autoestima donde las cosas pueden empezar a ser mucho más fáciles. Porque la vida no se planea y en muchas ocasiones se empeña en llevarle la contraria a los planes que hemos hecho con toda nuestra ilusión.

La vida simplemente sucede y hay que subirse a ese tren para experimentarla al máximo.

Reflexionemos sobre ello:

     1. Conviértete primero en aquello que buscas

Puede que sueñes con encontrar a la pareja perfecta. A esa persona que acompañe tus días con cariño, que sea cómplice de tus deseos y proyectos, amante de tus sonrisas y el refugio de tus abrazos.

Sabes cómo te gustaría que fuera, una persona madura emocionalmente, divertida, comprensiva, dialogante, humilde y sin miedos habitando en sus vacíos.

Así pues, ¿Qué te parece si en lugar de “soñarla” alcanzas tú primero todas esas dimensiones que deseas en la persona amada? Conviértete en alguien con quien valga la pena pasar una vida entera. Sé aquel o aquella que sueñas, porque si tú te sientes bien en cómo eres, la felicidad que aportes a quien esté a tu lado será más completa.

2. Aprende a permitirte lo que mereces, para que llegue lo que necesitas

No, no estamos hablando de la ley de la atracción. Es algo mucho más sencillo. Piensa por ejemplo en esas personas que han vivido un fracaso afectivo y que deciden cerrar las puertas de su corazón. Y aún más, construyen una coraza a su alrededor y viven de la desconfianza, del resentimiento.

Nadie merece vivir así, aún menos en una cárcel que uno mismo se crea. La clave está en empezar a derribar muros interiores: yo merezco ser feliz, yo merezco tiempo para mí, merezco disfrutar de mis aficiones, salir al mundo, merezco reír y verme bien.

Cuando uno se gratifica a sí mismo y se aporta lo que en verdad merece, vuelve a abrirse al mundo, vuelve a ser más receptivo con lo que le rodea, con lo que le envuelve. Hasta que al final, cuando menos lo esperamos, la vida le trae aquello que necesita.

¿Es magia? ¿Son las cuerdas invisibles del Universo? No, es mantener el optimismo, ser receptivos y mantener una apertura mental y emocional.

3. Cuidado con las altas expectativas, basta con dejarse llevar

Cuidado con los castillos de naipes, con “nuestra felicidad es para siempre” y el “nadie volverá a hacerme daño”. Es imposible alcanzar la invulnerabilidad emocional y una vida de cuento donde cada sueño se cumple porque así está escrito.

La vida no tiene riendas, nadie puede controlar lo que va a pasar mañana ni aún menos podemos planear objetivos inalcanzables. Soñar no es malo, en absoluto, alimente nuestra ilusión y por extensión la fuerza y los recursos que empleamos para conseguir nuestros objetivos. No obstante, hay que ser humildes y aprender a dejarnos llevar, con más flexibilidad.

Ahora bien “el dejarnos llevar” no significa en absoluto poner el piloto automático y permitir que las cosas sucedan de la forma que quiera el azar o la inercia. Todos llevamos el timón de nuestras vidas y sabemos qué rumbo tomar, y guiaremos nuestros días capeando vientos y tormentas. Con fuerza y entereza.

PERO RECUERDA... déjate llevar por los vientos suaves, sal de tu zona de confort y avanza por esas islas desconocidas, mantén la mente abierta, los ojos despiertos y el corazón receptivo. La vida no se planea, simplemente sucede, pero las casualidades hay que saberlas ver porque en ocasiones, LA VIDA NO ES ESPECIALISTA EN DAR SEGUNDAS OPORTUNIDADES…





"El tiempo no regresa... donde no puedas amar, no te demores"

Frida Kahlo


viernes, 7 de agosto de 2015

RESILIENCIA: EL ARTE DE SOBREPONERTE A LOS GOLPES DE LA VIDA.

El vocablo resiliencia tiene su origen en el idioma latín, en el término resilio que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar. El término fue adaptado a las ciencias sociales para caracterizar aquellas personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamente sanos y exitosos.

La resiliencia es la capacidad de los seres vivos de afrontar la adversidad, un trauma, una tragedia, o amenazas de fuerte tensión y sobreponerse a períodos de dolor emocional, saliendo fortalecido y alcanzando un estado de excelencia profesional y personal. Se considera que las personas más resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés, soportando mejor la presión. Esto les permite una sensación de control frente a los acontecimientos y mayor capacidad para afrontar retos.

“No sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción que te queda.”

-Bob Marley

Cabe decir, que la resiliencia no es una cualidad innata, no está impresa en nuestros genes, aunque sí puede haber una tendencia genética que puede predisponer a tener un “buen carácter”. La resiliencia es algo que todos podemos desarrollar a lo largo de la vida. Hay personas que son resilientes porque han tenido en sus padres o en alguien cercano un modelo de resiliencia a seguir, mientras que otras han encontrado el camino por sí solas. Esto nos indica que todos podemos ser resilientes, siempre y cuando cambiemos algunos de nuestros hábitos y creencias.

De hecho, las personas resilientes no nacen, se hacen, lo cual significa que han tenido que luchar contra situaciones adversas o que han probado varias veces el sabor del fracaso y no se han dado por vencidas. Al encontrarse al borde del abismo, han dado lo mejor de sí y han desarrollado las habilidades necesarias para enfrentar los diferentes retos de la vida.

Ser resiliente no significa no sentir malestar, dolor emocional o dificultad ante las adversidades. La muerte de un ser querido, una enfermedad grave, la pérdida del trabajo, problemas financiero serios, etc., son sucesos que tienen un gran impacto en las personas, produciendo una sensación de inseguridad, incertidumbre y dolor emocional.

Aún así, las personas logran, por lo general, sobreponerse a esos sucesos y adaptarse bien a lo largo del tiempo.

El camino que lleva a la resiliencia no es un camino fácil, sino que implica un considerable estrés y malestar emocional, a pesar del cual las personas sacan la fuerza que les permite seguir con sus vidas frente la adversidad o la tragedia. Pero, ¿cómo lo hacen?

La resiliencia no es algo que una persona tenga o no tenga, sino que implica una serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y desarrollar.

Entonces… ¿Qué caracteriza a una persona resilente?

Las personas resilientes poseen tres características principales: saben aceptar la realidad tal y como es; tienen una profunda creencia en que la vida tiene sentido; y tienen una inquebrantable capacidad para mejorar.

Además…

– Son conscientes de sus potencialidades y limitaciones. El autoconocimiento es un arma muy poderosa para enfrentar las adversidades y los retos, y las personas resilientes saben usarla a su favor. Estas personas saben cuáles son sus principales fortalezas y habilidades, así como sus limitaciones y defectos. De esta manera pueden trazarse metas más objetivas que no solo tienen en cuenta sus necesidades y sueños, sino también los recursos de los que disponen para conseguirlas.

– Son creativas. La persona con una alta capacidad de resiliencia no se limita a intentar pegar el jarrón roto, es consciente de que ya nunca a volverá a ser el mismo. El resiliente hará un mosaico con los trozos rotos, y transformará su experiencia dolorosa en algo bello o útil. De lo vil, saca lo precioso.

– Confían en sus capacidades. Al ser conscientes de sus potencialidades y limitaciones, las personas resilientes confían en lo que son capaces de hacer. Si algo les caracteriza es que no pierden de vista sus objetivos y se sienten seguras de lo que pueden lograr. No obstante, también reconocen la importancia del trabajo en equipo y no se encierran en sí mismas, sino que saben cuándo es necesario pedir ayuda.

– Asumen las dificultades como una oportunidad para aprender. A lo largo de la vida enfrentamos muchas situaciones dolorosas que nos desmotivan, pero las personas resilientes son capaces de ver más allá de esos momentos y no desfallecen. Estas personas asumen las crisis como una oportunidad para generar un cambio, para aprender y crecer. Saben que esos momentos no serán eternos y que su futuro dependerá de la manera en que reaccionen. Cuando se enfrentan a una adversidad se preguntan: ¿qué puedo aprender yo de esto?

– Practican el mindfulness o conciencia plena. Aún sin ser conscientes de esta práctica milenaria, las personas resilientes tienen el hábito de estar plenamente presentes, de vivir en el aquí y ahora y de tienen una gran capacidad de aceptación. Para estas personas el pasado forma parte del ayer y no es una fuente de culpabilidad y zozobra mientras que el futuro no les aturde con su cuota de incertidumbre y preocupaciones. Son capaces de aceptar las experiencias tal y como se presentan e intentan sacarles el mayor provecho. Disfrutan de los pequeños detalles y no han perdido su capacidad para asombrarse ante la vida.

– Ven la vida con objetividad, pero siempre a través de un prisma optimista. Las personas resilientes son muy objetivas, saben cuáles son sus potencialidades, los recursos que tienen a su alcance y sus metas, pero eso no implica que no sean optimistas. Al ser conscientes de que nada es completamente positivo ni negativo, se esfuerzan por centrarse en los aspectos positivos y disfrutan de los retos. Estas personas desarrollan un optimismo realista, también llamado optimalismo, y están convencidas de que por muy oscura que se presente su jornada, el día siguiente puede ser mejor.

– Se rodean de personas que tienen una actitud positiva. Las personas que practican la resiliencia saben cultivar sus amistades, por lo que generalmente se rodean de personas que mantienen una actitud positiva ante la vida y evitan a aquellos que se comportan como vampiros emocionales. De esta forma, logran crear una sólida red de apoyo que les puede sostener en los momentos más difíciles.

– No intentan controlar las situaciones. Una de las principales fuentes de tensiones y estrés es el deseo de querer controlar todos los aspectos de nuestra vida. Por eso, cuando algo se nos escapa de entre las manos, nos sentimos culpables e inseguros. Sin embargo, las personas resilientes saben que es imposible controlar todas las situaciones, han aprendido a lidiar con la incertidumbre y se sienten cómodos aunque no tengan el control.

– Son flexibles ante los cambios. A pesar de que las personas resilientes tienen una autoimagen muy clara y saben perfectamente qué quieren lograr, también tienen la suficiente flexibilidad como para adaptar sus planes y cambiar sus metas cuando es necesario. Estas personas no se cierran al cambio y siempre están dispuestas a valorar diferentes alternativas, sin aferrarse obsesivamente a sus planes iniciales o a una única solución.

– Son tenaces en sus propósitos. El hecho de que las personas resilientes sean flexibles no implica que renuncien a sus metas, al contrario, si algo las distingue es su perseverancia y su capacidad de lucha. La diferencia estriba en que no luchan contra molinos de viento, sino que aprovechan el sentido de la corriente y fluyen con ella. Estas personas tienen una motivación intrínseca que les ayuda a mantenerse firmes y luchar por lo que se proponen.

– Afrontan la adversidad con humor. Una de las características esenciales de las personas resilientes es su sentido del humor, son capaces de reírse de la adversidad y sacar una broma de sus desdichas. La risa es su mejor aliada porque les ayuda a mantenerse optimistas y, sobre todo, les permite enfocarse en los aspectos positivos de las situaciones.

– Buscan la ayuda de los demás y el apoyo social. Cuando las personas resilientes pasan por un suceso potencialmente traumático su primer objetivo es superarlo, para ello, son conscientes de la importancia del apoyo social y no dudan en buscar ayuda profesional cuando lo necesitan.

Los beneficios de la resiliencia

*Las personas mas resilentes tienen una mejor autoimagen

*Se critican menos a sí mismas

*Son más optimistas

*Afrontan los retos

*Son más sanas físicamente

*Tienen más éxito en el trabajo o estudios

*Están más satisfechas con sus relaciones

*Están menos predispuestas a la depresión

¿Qué contribuye a que una persona sea más resiliente?

– El apoyo emocional es uno de los factores principales. Tener en tu vida personas que te quieren y te apoyan y en quien puedes confiar te hace mucho más resiliente que si estás solo.

– Permitirte sentir emociones intensas sin temerlas ni huir de ellas, y al mismo tiempo ser capaz de reconocer cuándo necesitas evitar sentir alguna emoción y centrar tu mente en alguna distracción.

– No huir de los problemas sino afrontarlos y buscar soluciones. Implica ver los problemas como retos que puedes superar y no como terribles amenazas.

– Tomarte tiempo para descansar y recuperar fuerzas, sabiendo lo que puedes exigirte y cuándo debes parar.

– Confiar tanto en ti mismo como en los demás.

Para mí, el objetivo principal de difundir el concepto de resiliencia es para contribuir a la concientización de que todas las personas poseen esta característica, pero que de todos nosotros depende el despliegue de ella si nos otorgamos oportunidades mutua.

Acabaré este artículo con una cita de Marc Levy que reza así: El tiempo cura todas las heridas, aunque nos deje algunas cicatrices. O, si me permites modificar ligeramente la cita:

“La resiliencia cura todas las heridas, aunque deja algunas cicatrices.”




"Te haces adicto a cualquier cosa que te haga sentir mejor un rato, aunque sepas que te hace mal. Pasa con el café, el alcohol o las personas"