EFECTOS DEL AGUA EN EL CUERPO
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lunes, 20 de julio de 2015
sábado, 18 de julio de 2015
CONFIAR EN EL AMOR
DESPUÉS DE HABER SIDO HERIDOS
El amor no es una cuestión de fe, tampoco una religión. El
amor es una experiencia afectiva y emocional que suele llegar de improviso.
Nadie puede amar a la fuerza ni puede dejar de querer cuando lo crea
conveniente al no sentirse correspondido, por ejemplo. Y es quizá ahí, en esta
pequeña sensación de falta de control, donde aparece el verdadero problema.
El amor a menudo nos sume en una envoltura de sutil
fragilidad: todo lo que hace, dice, o no dicen nuestras parejas nos afecta de
un modo más intenso, toda experiencia se vuelve más intensa y, en consecuencia,
tanto la felicidad como el sufrimiento se experimentan de un modo mucho más
fuerte.
De ahí por ejemplo que muchas personas suelan actuar de un
modo casi comprensible tras un fracaso sentimental: para evitar el dolor, es
mejor huir. Lo que duele es mejor evitarlo. Puro condicionamiento clásico.
Pero... ¿Es esto lo adecuado? ¿Es mejor evitar enamorarnos de nuevo para no
padecer?
Y más aún… ¿cómo podemos volver a confiar en el amor?
Cuando el amor duele y decepciona
Existe una idea muy común que considera que el amor es
sinónimo de sufrimiento. Pensamos que este sentimiento, como tal, está asociado
únicamente a la afectividad, y en consecuencia a la irracionalidad. Amar y
sentir no va de la mano de “pensar”.
Pero hemos de tenerlo claro, en ocasiones no basta solo con
amar, el afecto no es el único pilar para que una pareja funcione. Hemos de
ubicarlo, racionalizarlo y dominar en la medida de lo posible esa locura
afectiva. Debe existir un equilibrio entre la pasión y la racionalidad, de lo
contrario acabaríamos perdiéndonos a nosotros mismos.
Compromiso, comunicación, afecto, respeto, empatía y
crecimiento personal, deben ser sin duda esos ladrillos diarios sobre los que
edificar una pareja. Pero cuando algo de esto falla, cuando estos pilares se
quiebran, es cuando aparece el dolor y la decepción.
Un proceso que solemos vivir las personas a lo largo de
nuestra vida, es aprender que la confianza, a veces, se rompe. Cuando somos
niños, nuestra tendencia natural, es confiar en los demás. Pero a medida que
nos vamos haciendo mayores, la experiencia nos va enseñando que las personas no
son perfectas, que son falibles, y que pueden hacernos daño queriendo o sin
querer.
De algún modo, todos estamos expuestos al dolor. Y es más,
nosotros mismos también podemos hacerlo a otras personas. Es algo que siempre
debemos tener claro. Los expertos siempre nos recomiendan ante todo una cosa:
la necesidad de ser realistas en el amor.
No te dejes llevar por la idea de que la relación que tienes
ahora va a ser siempre perfecta, piensa que es un largo proceso en el que
encajar piezas, en el que negociar, a veces renunciar o defender… un proceso
diario donde exista siempre la reciprocidad y la voluntariedad por parte de
ambos en mantener esa relación. Se trata de ejercer un movimiento similar al de
un péndulo, ir del “YO” al “NOSOTROS”.
Si no la hay, si eres consciente de que alguno de estos
aspectos no se dan, mantén tu visión realista y evita que el dolor se alargue más de lo necesario.
VOLVER A CONFIAR EN EL AMOR
Sí, es posible. Puede que ahora mismo pienses que es mejor no volver a confiar en nadie. Que tus relaciones pasadas terminaron en fracaso y que ya han sido bastantes malas experiencias como para volverlo a intentar. Que la soledad del día a día, es mejor que la incertidumbre y el temor a volver a ser heridos.
Sí, es posible. Puede que ahora mismo pienses que es mejor no volver a confiar en nadie. Que tus relaciones pasadas terminaron en fracaso y que ya han sido bastantes malas experiencias como para volverlo a intentar. Que la soledad del día a día, es mejor que la incertidumbre y el temor a volver a ser heridos.
Si piensas esto, intenta valorar con objetividad los puntos
que ahora te señalamos. No perdemos nada por pensar en estas dimensiones
durante unos momentos…
Para volver a confiar en una persona, lo primero es
confiar en ti mismo/a. ¿Es que no tienes derecho a ser feliz, no te mereces
quizá vivir buenos momentos y compartir la experiencia del día a día con otra
persona? El primer paso es sentirte pleno, satisfecho y feliz contigo mismo.
“Yo me gusto como soy, me gusta ese rostro que veo cada mañana y me siento
satisfecho con la vida que llevo ahora”. Todos estos conceptos son los que dan
fortaleza a nuestras raíces.
Una buena autoestima y una buena auto-confianza siempre nos
hará más fuertes frente al dolor. Si yo sé lo que quiero, sabré ver de
inmediato esos indicios en la otra persona que sé que no me convienen, que sé
que pueden hacerme daño. “Yo me quiero a mí mismo y vuelvo a elegir a otra
persona para quererla también, para crecer con ella pero manteniendo en todo
momento mi equilibrio”.
Escucha tus necesidades. Solo tú sabes en qué momento te
encuentras ahora. Solo tú sabes cuál es tu pasado y el modo en que te han hecho
daño. Y toda herida requiere un proceso de cicatrización, lo sabemos. De ahí
que sea básico el que sepas escucharte, el que veas cuáles son tus necesidades
en cada momento.
Es imprescindible que recuperemos nuestro amor propio, que
reconstruyamos todo aquello que está a nuestro alrededor. Puede que sientas
que, ahora, es mejor estar solo/a, disfrutar de tus amigos y de tu familia. No
hay prisa. Poco a poco empezaremos a mirar a nuestro alrededor con las heridas
más cerradas, con el corazón más abierto y la mente más despejada. La confianza
llegará poco a poco y con pasos sigilosos, será el momento pues de lanzar el
lastre de nuestros miedos para abrazar lo desconocido.
Para vivir hay que arriesgarse, siendo conscientes en todo
momento de que sí, de que puede volver a aparecer la decepción. Pero tal vez
valga la pena, aunque sea breve… tal vez el arrepentimiento por no arriesgarnos
nos ofrezca más culpabilidad. ¿Volver a amar es posible? Desde luego lo es.
Solo depende de ti.
viernes, 17 de julio de 2015
A LAS PERSONAS QUE ME GUSTAN
“Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que
no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que
lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de
su propia realidad.
Me gusta la gente con capacidad para asumir las
consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto
para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos
dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.
Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma,
la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida,
que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar
vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente
sin esperar nada a cambio.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de
frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto. Me gusta la
gente que posee sentido de la justicia. A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la
predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor.
La gente que nunca deja de ser aniñada. Me gusta la gente que con su energía,
contagia.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con
argumentos razonables a las decisiones de cualquiera. Me gusta la gente fiel y
persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en
reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus
errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos. La gente que
lucha contra adversidades. Me gusta la gente que busca soluciones.
Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente
que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La
gente que no juzga ni deja que otros juzguen. Me gusta la gente que tiene
personalidad.
Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del
ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el
respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la
felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la
sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son
cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el
resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.”
Mario Benedetti
Son este tipo de personas las que me roban mis sonrisas, las
que son pura energía. Porque todos tenemos tanto defectos como virtudes, para
saberlo solo hace falta tener una buena balanza.
Me gusta como son las personas, es bastante simple en
realidad, solo que habitualmente nos complicamos la vida buscando intenciones y
elaborando decepciones. Somos verdaderos creadores de desilusiones.
Con frecuencia solemos dar por hecho que los demás se van a
aprovechar de nosotros, nos van a hacer daño o a engañar. Basta con un simple
gesto o una corta mirada para que en nuestra mente se genere todo un mundo de
ideas terribles que probablemente no coincidan con la realidad ni la mitad.
Pero generalmente las personas son buenas, no diferimos
tanto los unos de los otros. Tampoco hace falta tener ojo clínico para
comprender esto, sino que es suficiente el hecho de estar abiertos a valorar
nuestras relaciones sin terribilizarlas. Cometemos fallos y estamos llenos de
defectos pero no son ellos los que nos definen sino que es nuestra percepción
la que los destaca.
Ya lo dijo Benedetti, es mucha gente de la que merece la
pena rodearse, son las personas que nos dan aire psicológico, las que no nos
ahogan, las que no son tóxicas. Me gusta la gente tanto como me gusta reír,
porque no hay nada de malo en comprometernos con la felicidad, que es lo más
grande que nos otorgan.
En definitiva, me gustan las personas que dicen lo que
piensan pero más me gustan las que hacen lo que dicen y piensan lo que hacen.
Valoro lo auténtico, porque el hecho de que se unan los verbos decir y hacer es
la más maravillosa de las casualidades.
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