Playa del Viejo Rey
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lunes, 30 de marzo de 2015
domingo, 29 de marzo de 2015
LAS VERDADES DEL AMOR
“El que aprende y
aprende y no practica lo que sabe,
es como el que ara y
ara y no siembra”
Platón
La idealización del amor es un recurso que han empleado
poetas, pintores y músicos desde hace varios siglos. De ahí que se hayan
construido un conjunto de mitos que circulan actualmente y a los que muchos
atienden, sin detenerse a pensar concienzudamente si son o no son válidos.
La dificultad estriba en que las personas pueden construir
expectativas demasiado elevadas. En esa medida, ninguna realidad estará a la
altura de lo que sueñan y esperan. Por eso una y otra vez se sentirán
desilusionados con la realidad y les resultará difícil construir vínculos
genuinos de amor con otros.
A continuación ahondaremos un poco sobre otros grupos de
creencias o mitos sobre el romanticismo y el amor.
El amor como
totalidad
El amor idealizado por el romanticismo se convierte en el
centro del universo personal. Es el sumum del bien y el punto hacia donde
conducen todos los caminos de la vida; representa la redención, la salvación o
la culminación de todos los anhelos.
Es frecuente la alusión a la idea de que alguien solo será
feliz si encuentra y mantiene una pareja. También se dice que el amor y supone
grandes sacrificios y privaciones, en función de mantener la relación a toda
costa. Todo el ser debe estar comprometido en la pareja. No puede haber
secretos, ni restricciones.
La realidad nos demuestra otra cosa. Esas entregas
absolutas, en donde todo gira en torno a la pareja, tienen que ver más con la
neurosis que con el amor como tal.
El ser humano tiene múltiples dimensiones y no todas pueden
ser compartidas con nuestro acompañante. Hay muchas situaciones y personas en
la vida que nos llevan a instantes de felicidad, no solamente el amor romántico
tiene esa virtud.
También hay esferas personales que consideramos privadas.
Son esos espacios que nos gusta reservarnos para nosotros mismos. Forman parte
de nuestro proceso de autoconocimiento, de nuestra exploración individual, de
nuestra vida. Y no es desleal dejar de compartirlas con la pareja. Tampoco es
egoísmo. Se trata simplemente de un mecanismo para preservar nuestra
individualidad.
El mito de la
posesión sobre el otro
Comprende un conjunto de ideas en las que nuevamente se
reitera la creencia de que el amor de pareja es una totalidad arrasadora en la
que no hay lugar para la individualidad. Se plantea, por ejemplo, que todo amor
verdadero, necesariamente debe conducir al matrimonio o, en todo caso, a una
convivencia perdurable.
También se asegura que los celos son una pasión
absolutamente legítima. Incluso, hay quien llega a afirmar que se trata de una
de las señales inequívocas del amor: si te quiere, te cela. En contrapartida,
la infidelidad equivale a toda una hecatombe; la infidelidad es una prueba
definitiva de falta de amor, un obstáculo insalvable, una ofensa de muerte.
Nuevamente aquí la realidad nos muestra que las cosas no son
exactamente como las plantean los románticos. No hay manera de garantizar que
un amor verdadero terminará en una unión estable que jamás se quiebre con los
años. El amor no es un sentimiento estático y a diario vemos matrimonios que se
mantienen sin amor, o relaciones que se rompen aún si hay un gran afecto de
ambas partes.
También sabemos que la infidelidad existe y que se da
incluso en parejas que están muy enamoradas. No depende necesariamente de la
falta de amor, sino que muchas veces tiene que ver más con las inseguridades o
los vacíos personales, que con fallos en la relación.
Por todo esto, se puede concluir que probablemente seríamos
mucho más felices si renunciáramos a creer en esos mitos del romanticismo. Eso
nos permitiría valorar mejor la realidad y, tal vez así, dejaríamos de anhelar
lo que no existe y podríamos disfrutar plenamente de lo que verdaderamente
podemos esperar del amor.
Fuente: http://lamenteesmaravillosa.com/las-verdades-del-amor/
sábado, 28 de marzo de 2015
DE LOS BASTONES Y LAS REGLAS
En el otoño de 2003, estaba paseando en plena noche por el
centro de Estocolmo, cuando vi a una señora que caminaba ayudándose con
bastones de esquiar. Mi primera reacción fue atribuir aquello a alguna lesión
que había sufrido, pero me di cuenta de que andaba deprisa, con movimientos
acompasados, como si estuviera en mitad de la nieve; sólo que todo a nuestro
alrededor era el asfalto de las calles. La conclusión obvia fue: “esta señora
está loca, ¿cómo puede pretender que está esquiando en una ciudad?”
De vuelta en el hotel, le comenté el hecho a mi editor. Él
dijo que el loco era yo: lo que había visto era un tipo de ejercicio conocido
como “caminata nórdica” (nordic walking). Según él, además de los movimientos
de las piernas, se trabajan de este modo también los brazos, los hombros, los
músculos de la espalda, lo que permite un ejercicio mucho más completo.
Mi intención al caminar (que, junto con el tiro con arco y
flecha, es mi pasatiempo favorito) es poder reflexionar, pensar, ver las
maravillas que hay a mi alrededor, conversar con mi mujer mientras paseamos. Me
pareció interesante el comentario de mi editor, pero no le presté mayor
atención.
Cierto día, estaba en una tienda de deportes para comprar
material para las flechas, cuando vi un nuevo tipo de bastones utilizados por
los montañistas, unos bastones ligeros, de aluminio, que se pueden abrir o
cerrar, mediante el sistema telescópico de un trípode fotográfico. Me acordé de
la “caminata nórdica”: ¿por qué no probarlo? Compré dos pares, para mí y para
mi mujer. Regulamos los bastones para una altura cómoda, y al día siguiente
decidimos utilizarlos.
¡Fue un descubrimiento fantástico! Subimos y bajamos una
montaña, sintiendo que verdaderamente todo el cuerpo estaba en movimiento, que
el equilibrio era mejor, y que nos cansábamos menos. Caminamos el doble de la
distancia que siempre cubríamos en una hora. Recordé que en cierta ocasión
había intentado explorar un riachuelo seco, pero las dificultades que
presentaban las piedras del lecho eran tan grandes que desistí de la idea.
Pensé que con los bastones sería mucho más fácil, y estaba en lo cierto.
Mi mujer entró en internet y descubrió que quemaba un 46%
más de calorías que en una caminata normal. Se entusiasmó, y la “caminata
nórdica” pasó a formar parte de nuestra rutina diaria.
Una tarde, para distraerme, decidí yo también entrar en
internet y ver qué había allí sobre el asunto. Me llevé un susto: había páginas
y más páginas, federaciones, grupos, discusiones, modelos y... reglas.
No sé qué es lo que me empujó a entrar en la página sobre
las reglas. A medida que iba leyendo, me horrorizaba: ¡lo estaba haciendo todo
mal! Mis bastones tenían que estar regulados a una altura mayor, tenían que
obedecer determinado ritmo, determinado ángulo de apoyo, el movimiento del
hombro era complejo, existía una manera diferente de usar el codo, todo seguía
preceptos rígidos, técnicos, exactos.
Imprimí todas las páginas. Al día siguiente, y los que
siguieron, intenté hacer exactamente aquello que mandaban los especialistas. La
caminata empezó a perder interés, ya no veía las maravillas a mi alrededor,
conversaba poco con mi mujer, no conseguía pensar en nada más que las reglas.
Al cabo de una semana, me hice una pregunta: ¿por qué estoy aprendiendo todo
esto?
Mi objetivo no es hacer gimnasia. No creo que las personas
que empezaron a hacer su “caminata nórdica”, pensaran en nada más que en el
placer de andar, de aumentar el equilibrio y mover todo el cuerpo.
Intuitivamente sabíamos cuál era la altura ideal del bastón, como también
intuitivamente podíamos deducir que cuanto más cerca estuviesen del cuerpo,
mejor y más sencillo sería el movimiento. Pero ahora, por culpa de las reglas,
había dejado de concentrarme en las cosas que me gustan, y estaba más
preocupado por perder calorías, mover los músculos y usar cierta parte de la
columna.
Decidí olvidar todo lo que había aprendido. Ahora caminamos
con nuestros dos bastones, disfrutando del mundo a nuestro alrededor, sintiendo
la alegría de ver cuánto exigimos a nuestro cuerpo, cómo lo movemos, lo
equilibramos. Y si quisiera hacer gimnasia en lugar de “meditación en
movimiento”, me buscaría una academia. De momento, estoy satisfecho con mi
“caminata nórdica” relajada, instintiva, aunque quizá no esté perdiendo un 46%
más de calorías.
No sé por qué el ser humano tiene esta manía de ponerle
reglas a todo.
Paulo Coelho
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