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domingo, 1 de marzo de 2015
EL RETORNO
Si realmente
la vida te enseña algo útil, si de algo te vale la experiencia, es para saber
que no existe el retorno. En términos científicos es algo obvio: al
tiempo que ha pasado no se puede retornar, al menos en las dimensiones
cartesianas en que nosotros nos movemos. En términos del alma, tan solo es un
deseo, e igualmente imposible.
¿Cuántas veces
hemos hecho intentos, vanos por otra parte, de retroceder, de intentar volver a
colocarnos en algún punto del pasado que deseamos vivamente? El intento es
inútil. Aquel lugar, aquel momento, son irrepetibles. La magia que recordamos
(por otra parte, tal vez idealizada por el paso del tiempo), ya no existe. Tal
vez existan otras magias, pero no aquélla.
Aferrarse al
pasado es tal vez un síntoma de infelicidad, de falta de presente, de ideas, de
objetivos. El pasado debe estar ahí para el recuerdo y, prosaicamente, para no
cometer los mismos errores. Querer retornar, además de absurdo e imposible,
conduce a la negación de tu actualidad, de que el presente tiene un sentido que
hay que elaborar.
Y si no lo
tiene, el retorno imposible hará más imposible buscarlo, conduciéndonos a una
pérdida de la sensibilidad actual, haciendo actuales, más que nunca, aquellas
palabras de Tagore: “Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te
dejarán ver las estrellas”. Sin embargo, nos empeñamos muchas
veces, en brazos de la nostalgia, en retornar al pasado. No es malo volver a
ese lugar, recordar aquella melodía, siempre que sepamos que lo que sentimos
antes ya nunca volverá a ser lo mismo.
Vivir en el
pasado es triste, aunque el pasado sea maravilloso, porque además de ser
incapaces de aceptar la realidad tampoco estamos preparados para construirla.
Si miramos al
espejo, ¿qué imagen nos devuelve? Desde luego la actual, nos guste o no. El
secreto es la aceptación de uno mismo en cada momento. Lo contrario es el
desengaño, la vida artificial y la inadaptación, que lleva a la infelicidad.
Bendito presente,
porque estoy en él. El mañana aún no ha llegado, y el pasado ya se fue. No
pretendo que olvide, los recuerdos pueden ser preciosos, pero no intentemos
retornar...
Aquello... ya no existe.
sábado, 28 de febrero de 2015
LA INUTILIDAD DEL SUFRIMIENTO
Lo crucial no es lo que “nos pase”, sino lo que pensemos
en cada momento. El pensamiento es previo
a la emoción y ese pensamiento es el que nos hace sentirnos bien o mal.
Este hecho explica como las personas que han vivido o presenciado un mismo
hecho experimentan emociones muy diferentes ante el mismo: unas pueden sentirse
desgraciadas, otras afortunadas, otras indiferentes.
“Cada instante de
tu vida tiene sentido si aprendes de él” y si lo haces, los siguientes
instantes serán más sencillos.
Sufrir inútilmente es uno de los peores ejercicios que
podemos hacer con nosotros mismos. No se trata de que nos permitamos todo, sino
que cultivemos hábitos sanos y saludables. Y no tiene nada de sano ni saludable
que, al cabo de los años, nos estemos machacando con algo que, por muchas
vueltas que le demos, no podemos conseguir que no hubiera pasado.
Tenemos poco control sobre las conductas de los demás, y
menos aún sobre sus pensamientos, lo que nos repetimos sin parar. Este control
nos llevará a dejar de sufrir “inútilmente”.
Tener un pasado complicado no tiene por qué ser igual a
tener un presente sin futuro. Cuando perdemos la confianza en nosotros mismos,
toda nuestra vida se desmorona. En esos momentos resulta extraordinariamente
difícil reaccionar, pero es ahí cuando tenemos que luchar y no dejarnos llevar por apatía, el
desencanto, la tristeza, la falta de esperanza, de ilusión... la ausencia de
horizontes.
Cuando pensamos que no tenemos solución, en realidad le
estamos diciendo a nuestro cerebro que, haga lo que haga, ¡está todo perdido!
El cerebro se lo termina creyendo y actúa de hecho como si de verdad ya no se
pudiera hacer nada. Nuestra “mala” predisposición determina una realidad
negativa.
Sólo hay un sufrimiento positivo: el que te hace
reaccionar pronto y facilita que, sin hundirte, aprendas de la situación vivida
e incorpores un nuevo recurso al repertorio de tus conductas.
Los desengaños, los desencantos, las desilusiones, las
frustraciones... no justifican nuestro sufrimiento, porque lo único que
conseguimos, si optamos por ese camino, es hundirnos cada vez más en esas
vivencias tan negativas.
Esta actitud hace que en lugar de aprender y salir
rápidamente a la superficie nos machaquemos de forma absurda y nos enfanguemos
en terrenos pantanosos; al final, nos sentiremos agotados en medio de una lucha
sin tregua.
No nos compliquemos la vida innecesariamente
preocupándonos y sufriendo de forma inútil y estéril. Para conseguir este
propósito hemos de aprender a no expresar “todo” lo que pensamos.
Un principio fundamental que nos ayudará en este objetivo
será el de que cuando nos encontremos “bien”, perfecto, no tenemos que activar
alarmas especiales; pero cuando empecemos a sentir que ese sentimiento cambia y
vislumbramos los primeros atisbos de contrariedad, tristeza, enfado en nuestro
estado emocional, inmediatamente actuaremos y cortaremos de raíz esa situación
antes de que degenere en emociones más fuertes, intensas y menos controlables. Nos resultará más fácil
racionalizar nuestros pensamientos o cambiar nuestra atención en sus primeras
manifestaciones que desviarlos o cortarlos cuando están inmersos en una
auténtica borrasca emocional. Las irritaciones sólo nos producen desgaste, subjetividad, dificultades de
comunicación y de resolución de problemas.
Cortemos nuestros pensamientos
en las primeras fases y la irritación será un espejismo que no llegará a
producirse.
Induciremos en nosotros una serie de pensamientos
positivos que contribuyen a contrarrestar los negativos que se nos escapan; de
esta forma, a pesar de los pensamientos espontáneos perturbadores,
conseguiremos “llevar la delantera” y pondremos nuestra mente a “nuestro
favor”.
Nos daremos órdenes en el momento justo en que sintamos
los primeros síntomas de ansiedad; estas órdenes obligarán a nuestra mente a
fijarse en cosas o actividades que serán incompatibles con los pensamientos
“preocupantes” que estaba alimentando.
viernes, 27 de febrero de 2015
PARA REFLEXIONAR
Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor
después de casarnos, después de tener un hijo y entonces después de tener otro.
Entonces nos sentimos frustrados porque los hijos no son lo suficientemente
grandes y que seremos más felices cuando lo sean. Después de eso nos frustramos
porque son adolescentes (difíciles de tratar). Ciertamente seremos más felices
cuando salgan de esta etapa. Nos decimos que nuestra vida estará completa
cuando a nuestro esposo (a) le vaya mejor, cuando tengamos un mejor coche o una
mejor casa, cuando nos podamos ir de vacaciones, cuando estemos retirados.”
La verdad es que no hay mejor momento para ser felices que
ahora. Si no es ahora, ¿cuándo? Tu vida estará siempre llena de retos. Es mejor
admitirlo y decidir ser felices de todas formas. Una de mis frases: “Por largo
tiempo me parecía que la vida estaba a punto de comenzar. La vida de verdad.
Pero siempre había algún obstáculo en el camino, algo que resolver primero,
algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda que pagar. Sólo entonces
la vida comenzaría. Hasta que me di cuenta que esos obstáculos eran mi vida”.
Esta perspectiva me ha ayudado a ver que no hay un camino a la felicidad.
La felicidad es el camino; así que atesora cada momento
que tienes y atesóralo más cuando lo compartiste con alguien especial, lo
suficientemente especial para compartir tu tiempo y recuerda que el tiempo no
espera por nadie... así que deja de esperar hasta que bajes cinco kilos, hasta
que te cases, hasta que te divorcies, hasta el viernes por la noche, hasta el
domingo por la mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno o
hasta que te mueras, para decidir que no hay mejor momento que éste para ser
feliz... la felicidad es un trayecto, no un destino.
LA NATURALEZA NOS HABLA...sólo hay que saber escuchar....
La Zanahoria se parece a los ojos. La pupila, el iris y las
líneas de alrededor se ven con la misma disposición. Alimentarnos con
zanahorias, fortalece y sana la visión.
Los tallos del Apio, se presentan como el radio y el cúbito
humano y son una fuente de calcio indispensable para nuestros huesos.
Las Nueces semejan al cerebro, y son la mejor fuente de
Omega 3, Omega 6 y Omega 9, tan necesarios para el buen funcionamiento del
mismo.
Los Higos se parecen a los órganos sexuales, tanto
masculinos, como femeninos, (vagina y testículos), y ayudan a la fertilidad.
Contienen Vitamina B6, la cual es la responsable de la serotonina, la hormona
de la felicidad. Como se puede ver, todo está muy relacionado.
Los Cítricos en general, se parecen a las glándulas mamarias.
Ayudan para una buena lactancia y proveen de calcio, indispensable para el
bebé.
Las Fresas, en su corte transversal, se asemejan a los
dientes. Y las fresas no sólo los blanquean al frotarlas contra ellos, sino que
mantienen una dentadura fuerte y sana, que junto con el rojo, indica su parte
homóloga para la salud de las encías.
La Papaya tiene el poder de limpiar el colon, y se puede
observar la semejanza en un corte transversal de la fruta, hasta en sus vellosidades.
Observando el Plátano, uno reconoce inmediatamente el alto
grado de ERGONOMIA en la fruta. Es maravilloso ver cómo casa perfectamente en
la mano humana cuando está semi cerrada para tomar la fruta, tal como se
muestra en la imagen, así: el plátano tiene por un lado 3 líneas abultadas que
casan con las 3 líneas convexas en el dedo índice, y tiene dos líneas abultadas
al otro lado que casan con las dos que se forman con el resto de la mano hasta
el pulgar. Los bananos son la fruta que más POTASIO tiene, y se sabe que el
Potasio es necesario para tener buenas articulaciones, evitando que se
solidifiquen y degeneren... y ¿qué parte de nuestro cuerpo tiene la mayor
cantidad de articulaciones? ... LA MANO.
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