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domingo, 22 de febrero de 2015
EL BUEN AMOR
Sergio Sinay
Toda corriente, sensación, energía, sentimiento, emoción,
vivencia, experiencia o impulso que recibe el nombre de amor, necesita de la
existencia de por lo menos dos seres para manifestarse.
Ninguna corriente, sensación, energía, sentimiento,
emoción, vivencia, experiencia o impulso que hiera, desmerezca, descalifique,
discrimine, elimine o destruya a quien lo recibe puede nombrarse como amor.
Todos hemos visto y experimentado varias formas
tóxicas, dañinas, limitadoras de algo que suele llamarse amor. Si eso puede
denominarse así, creo que tenemos el derecho a otra cosa, a una energía que
puede identificarse como buen amor. Pienso que nos lo merecemos, que podemos
aspirar a ser sus protagonistas, sus dadores y receptores.
Nadie está más autorizado que yo mismo a hablar de mí.
Cuando abandono el protagonismo de mi propia vida, no soy yo quien la cuenta.
Pasa a ser relato de los otros. Cuando empiezo a hacerme preguntas sobre mí,
comienzo a conocerme, crece mi autoridad acerca de esta persona que soy y
aparezco ante los demás con mayor certeza.
El tiempo en el amor tóxico, en el amor que equivoca su
nombre y su destino, es una jaula que aprisiona.
Cuando me obligo a una búsqueda afectiva – impulsada por
creencias, por presiones externas, por expectativas ajenas, por temores propios – estoy “condenado” a
encontrar. Desde el punto de vista pragmático, mi experiencia habrá sido
exitosa, aunque probablemente haya olvidado mirar al otro y mi búsqueda se
convierta en un círculo perfecto y riesgoso. Como el sediento en el desierto,
puede ser que haya encontrado un espejismo, apenas el reflejo distorsionado de
mis ansias.
Las búsquedas no condicionadas, abiertas, son las que nos
permiten exponer nuestra creatividad, nuestra más depurada intuición, nuestra
sensibilidad más fina. Si busco un amante o amado preconcebido, sólo podré ver
lo previsto. Estaré ciego ante la diversidad, ante lo diferente, ante lo
imprevisible, ante lo insospechado. Me encontraré prisionero de mi urgencia, de
mis esquemas, de las exigencias que proyectaré sobre la otra persona. Veré lo
que quiero ver.
“Buscaron sin libertad para no encontrar”
Hay búsqueda sin encuentro y encuentro sin búsqueda.
Aquéllas se repiten cuando insisto en creer que hay alguien destinado a hacerme
feliz cubriendo mis expectativas amorosas y mis necesidades emocionales.
Como condición del buen amor, el amor es un punto de
coincidencia único y no predeterminado en la trayectoria que sus protagonistas
transitan en la vida. El encuentro en el que se plasma un amor sanador no nace
de una obsesión, no es hijo de la ansiedad, no proviene de la impaciencia, no
es un disfraz del miedo a caminar solo. Se trata del fruto maduro del tiempo,
de la aceptación del compromiso con el propio ser en el aquí y en el ahora. Los
que se encuentran en un único tiempo y lugar posible, no por fruto del azar ni
de la estrategia, sino de sus propias trasformaciones y aceptaciones.
No puedo hacerme responsable de la satisfacción de la otra
persona ni de hacerle sentir completa. No puedo hacerme responsable del otro,
pero el otro está incluido en mi noción de responsabilidad, porque ésta
significa no dañar a sabiendas, no prometer lo incumplible, no manipular.
Si pienso que mi felicidad empieza cuando encuentro a otra persona, mi única búsqueda tendrá como fin ese encuentro. Ese alguien pasará a ser lo más importante, ya sea para capturarlo o para conservarlo. Mientras tanto, mis demás necesidades quedarán en el fondo del escenario. Lo que yo haga por mi felicidad – a partir de mis recursos y posibilidades y con respeto y atención hacia los otros – puede contagiar a alguien. Pero lo que yo haga para lo que imagino que es la supuesta felicidad de otro, no se transformará necesariamente en un estado que me incluya.
Si pienso que mi felicidad empieza cuando encuentro a otra persona, mi única búsqueda tendrá como fin ese encuentro. Ese alguien pasará a ser lo más importante, ya sea para capturarlo o para conservarlo. Mientras tanto, mis demás necesidades quedarán en el fondo del escenario. Lo que yo haga por mi felicidad – a partir de mis recursos y posibilidades y con respeto y atención hacia los otros – puede contagiar a alguien. Pero lo que yo haga para lo que imagino que es la supuesta felicidad de otro, no se transformará necesariamente en un estado que me incluya.
Cuando me ocupo por encontrar quien me acompaña antes de saber hacia dónde voy corro el riesgo de que quien “debería” ser mi acompañante se convierta en mi carcelero, en mi obstáculo, en mi lastre, en mi juez. Y es posible que nada de eso se deba a su voluntad ni a su mala intención, sino a mi propia actitud de no haber visto el camino ni haber registrado la dirección antes de dar prioridad a la compañía.
Antes de elegir un bastón para caminar debo prestar atención al camino y a mis propias piernas; sin estos elementos no habrá marcha posible.
sábado, 21 de febrero de 2015
SIN ESPERAR NADA
Cuando no esperé, aprendí a vivir el día a día, a agradecer
por lo que tengo y no a quejarme por lo que no.
Lamentablemente nunca fui de las personas que esperaban poco
o nada. Me pasé la vida esperando que las personas fueran conmigo de la misma
manera que yo era con ellas, y esperando que la vida me entregara lo que se
suponía debería entregarme. Por lo mismo, me he decepcioné una y mil veces.
Pasé por tantos momentos de decepción que un día decidí cambiar mi estrategia:
me prometí no esperar absolutamente nada de nada, a ver cómo me iba.
Sorprendentemente en poco tiempo las cosas empezaron a
cambiar.
No miento, claro que muchas veces inconscientemente esperaba
cosas, pues no se puede cambiar de la noche a la mañana, pero por algo se empieza.
Aunque fuera un poco forzado, de todas maneras me servía no pensar si habría
reacciones a mis acciones, y una vez que comencé a no esperar, las sorpresas
comenzaron a llegar.
El aprender a no esperar fue algo difícil, especialmente por
como yo había sido siempre. Fue un proceso de desapego largo, en donde debí
dejar mis emociones un poco de lado, pero siempre pensando que era para algo
mejor, lo que me ayudó. Y una vez que lo logré, por primera vez sentí lo que
era estar realmente en paz.
Y decidí no esperar nada. No pensar en el futuro, ni en lo
que me debería llegar, ni tampoco en cómo debía reaccionar la vida ante mis
acciones. Y claro, en ese momento, cuando menos lo esperaba, la vida me comenzó
a sorprender. Me cayó prácticamente del cielo un increíble trabajo, de hecho,
el que siempre había querido, y, cuando menos lo quería, y de la manera más extraña,
conocí a un chico increíble.
Estos, son solo vagos ejemplos, pero el no esperar nada te
entrega mucho en todos los ámbitos de la vida.
Lo que quiero decir, es que cuando no esperas nada de nadie
ni de la vida, todo se convierte en una sorpresa y en una alegría mucho mayor.
Cuando no buscas desesperadamente y mantienes la calma, las cosas llegan solas.
Todos los gestos, por más pequeños que sean, llegan como una sorpresa a tu
vida. Un mensaje de texto, una llamada, un te quiero, una aventura nueva, una persona
nueva, será mucho más increíble si no la esperas. Y lo mejor de todo, es que
cambiarás la decepción por la emoción.
Al no esperar nada de nadie, aprendí además de la empatía, a
ponerme en los zapatos de los otros y darme cuenta que muchas veces yo esperaba
cosas que ni yo hacía. Aprendí a no tomarme las cosas de manera personal,
porque mientras vengan de tus amigos, nunca serán con esa intención. Aprendí de
esto y mucho más. Pero lo más importante, es que aprendí a no esperar.
viernes, 20 de febrero de 2015
Muy interesante. Recomiendo su lectura.
BAILANDO CON EL UNIVERSO
Deepak Chopra.
NUESTRO CUERPO, NUESTRA MENTE, NUESTRAS EMOCIONES, NUESTRA
FISIOLOGÍA entera está cambiando a cada momento en función de la hora del día,
de los ciclos de la luna, las estaciones e incluso las mareas.
Nuestro cuerpo es parte del universo y, en última instancia,
todo lo que sucede en el universo afecta a su fisiología.
Los ritmos biológicos son una expresión de los ritmos de la
Tierra en relación con todo el cosmos, y solo cuatro de ellos (los ritmos diarios,
mareales, mensuales y lunares) son la base de todos los demás ritmos de nuestro
cuerpo.
La Tierra gira sobre su eje, por lo que experimentamos un
ciclo de 24 horas de día y noche al que llamamos ritmo circadiano. Dicho ritmo
se basa en el giro de la Tierra y, al formar parte de ella, también todo
nuestro cuerpo gira siguiendo el ritmo de la Tierra. Cuando este ritmo biológico
se ve interrumpido, por ejemplo, por algún viaje de larga distancia, sentimos
jet-lag. También cuando nos quedamos trabajando toda una noche, aunque
descansemos durante el día no nos sentimos del todo bien, ya que nuestros
ritmos biológicos están desacompasados con los ritmos cósmicos.
Los datos científicos muestran que si sometemos a un animal
a cierta dosis de radiación una vez al día, este puede experimentar algún
efecto beneficioso. Pero si le damos la misma dosis de radiación doce horas más
tarde, el animal puede morir. ¿Por qué? Porque su fisiología ha cambiado por
completo en ese periodo de doce horas. Incluso nuestra pequeña experiencia
subjetiva nos dice que a ciertas horas del día tenemos hambre, mientras que a
otras tenemos sueñoo. Sabemos que tendemos a sentirnos de una cierta manera a
las cuatro de la tarde y de otra a las cuatro de la mañana.
Los ritmos de las mareas también afectan a nuestra fisiología.
Estos ritmos son el resultado del efecto gravitatorio del sol, la luna y las
estrellas de galaxias distantes sobre los océanos del planeta Tierra. En
nuestro interior nosotros también tenemos un océano similar a los de nuestro
planeta. Más del 60 por ciento de nuestro cuerpo es agua, y más del 60 por
ciento de nuestro planeta es agua. Por lo tanto, experimentamos en nuestra
propia fisiología las pleamares y las bajamares y los flujos y reflujos de las
mareas. Cuando nos sentimos incómodos es porque nuestro cuerpo está fuera de sincronía
con el cuerpo del universo. Pasar tiempo cerca del mar o en cualquier sitio
natural puede ayudarnos a sincronizar nuestros ritmos con los de la naturaleza.
El ritmo lunar es un ciclo de veintiocho días que se produce
como resultado del movimiento relativo de la Tierra, el sol y la luna. Dicho
ritmo es evidente considerando el crecimiento y decrecimiento de la luna. Vemos
la luna llena, media luna, dejamos de verla, y el ciclo vuelve a empezar otra
vez. La fertilidad humana y la menstruación son buenos ejemplos de ritmos
lunares, pero hay otros muchos ciclos de veintiocho días. Cuando trabajaba como
médico en una sala de urgencias, era de esperar que atendiésemos a más
pacientes con determinados tipos de problemas dependiendo de la hora del día y
de los ciclos de la luna.
Debido al movimiento de la Tierra alrededor del sol,
experimentamos los ritmos estacionales en forma de diferentes cambios bioquímicos
en nuestro cuerpo y mente. Por eso somos más propensos a enamorarnos en
primavera o a deprimirnos en invierno. Las personas que padecen un síndrome
conocido como desorden afectivo estacional se deprimen en invierno pero mejoran
al ser expuestos a la luz solar. Los cambios estacionales no solo afectan a la bioquímica
del cuerpo humano: afectan a la de los árboles, las flores, las mariposas, las
bacterias y todo lo que está presente en la naturaleza.
La Tierra se inclina sobre su eje en primavera y brotan las
flores, las marmotas salen de sus madrigueras, migran las aves, los peces
regresan a sus territorios de desove y comienzan los rituales de cortejo. Las
personas se sienten inclinadas a escribir poesía, los amantes cantan sus
canciones y corazones jóvenes y viejos se enamoran. Los ritmos estacionales nos
afectan biológica, mental y emocionalmente; todos ellos tienen que ver con la relación
entre la Tierra y el sol.
Hay otros ritmos y ciclos que oscilan cada pocos segundos,
como las ondas cerebrales y electrocardiográficas, mientras que otros como los
ritmos ultradianos duran desde treinta minutos a veinticuatro horas. Hay ciclos
dentro de otros ciclos, alcanzándose un elevado nivel de complejidad que en su
conjunto funciona al unísono como una sinfonía. Todos esos ritmos crean la sinfonía
del universo; cuerpo y mente siempre están intentando sincronizar sus ritmos
con los ritmos universales.
Separar el cuerpo y la mente del resto del cosmos es no ver
las cosas como son. El sistema cuerpo-mente forma parte de una inteligencia
superior, es parte del cosmos, y los ritmos cósmicos generan cambios profundos
en nuestra fisiología. El universo es una verdadera sinfonía de las estrellas.
Y cuando nuestro cuerpo y nuestra mente están sincronizados con dicha sinfonía,
todo se da espontáneamente y sin esfuerzo, y la exuberancia del universo fluye
a través de nosotros en glorioso éxtasis. Cuando los ritmos de nuestro cuerpo y
mente están sincronizados con los ritmos de la naturaleza, cuando vivimos en armonía
con la vida, vivimos en estado de gracia. Vivir en gracia es experimentar ese
estado de conciencia en el que las cosas fluyen sin esfuerzo y nuestros deseos
son satisfechos con facilidad. La gracia es mágica y sincrónica, está llena de
coincidencias y es maravillosa. Es ese factor de la buena suerte. Pero para
vivir en la gracia es necesario que permitamos que la inteligencia de la
naturaleza fluya a través de nosotros sin interferir con él.
Teóricamente, si estuviésemos totalmente alineados con el
cosmos, si estuviésemos en completa armonía con sus ritmos y si tuviésemos cero
estrés, habría muy poca entropía en nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo no
envejecería si estuviésemos completamente sincronizados con los ciclos del
universo. Si su entropía no se incrementase, estaría dentro de la escala del
universo, que se mide en ciclos cósmicos o eones de tiempo. Pero nuestro
sistema cuerpo-mente no está perfectamente alineado con los ritmos del
universo; ¿por qué es así? Por el estrés. Ya lo ves, en cuanto tenemos un
pensamiento, cualquier pensamiento, este interfiere con la tendencia innata de
los ritmos biológicos a sincronizarse con los universales.
¿Cómo interferimos con la inteligencia de la naturaleza? En
términos espirituales, podemos decir que interferimos cuando nos identificamos
con la imagen que tenemos de nosotros mismos y perdemos de vista a nuestro ser
interior; cuando perdemos nuestra sensación de conexión con nuestra alma,
nuestra fuente. En términos más comunes, podemos decir que interferimos cuando
empezamos a preocuparnos, cuando empezamos a anticipar problemas, cuando
empezamos a pensar en lo que podría salir mal. Cuando intentamos controlarlo
todo, cuando nos asustamos, cuando nos sentimos aislados; todas esas cosas
interfieren con el flujo de la inteligencia de la naturaleza. Cada vez que sentimos
resistencia, frustración, que las cosas van mal, que exigen demasiado esfuerzo,
es porque estamos desconectados de nuestra fuente, el campo de la pura
conciencia, que se manifiesta en la infinita diversidad del universo. El estado
de miedo es el estado de separación; es resistencia hacia lo que es. Cuando no
oponemos resistencia todo es espontaneo y sencillo, no exige esfuerzo.
Nuestro cuerpo nos está hablando constantemente mediante señales
de comodidad e incomodidad, placer y dolor, atracción y repulsión. Cuando
prestamos atención a las sutiles indicaciones de nuestras sensaciones
corporales, accedemos a la inteligencia intuitiva. Dicha inteligencia es
contextual, relacional, enriquecedora, holística y sabia. La inteligencia
intuitiva es más detallada y precisa que cualquier otra cosa existente en el
reino del pensamiento racional. La intuición no es pensamiento; es ese campo cósmico
de información no localizado que nos susurra en el silencio que hay entre
nuestros pensamientos. Por lo tanto, cuando hacemos caso de la inteligencia
interior de nuestro cuerpo, que es el genio supremo y definitivo, nos estamos
introduciendo en el universo y accediendo a una información a la que no suele
tener acceso la mayor parte de la gente.
Cuando hagamos caso de la sabiduría de nuestro cuerpo,
cuando seamos conscientes de las sensaciones de nuestro cuerpo, conoceremos el
cosmos entero, ya que experimentamos todo el cosmos en nuestro cuerpo en forma
de sensaciones. Cuando no estamos en armonía con los ritmos universales, la señal
que nos llega es de incomodidad, ya sea física, mental o emocional. Cuando
fluimos en armonía con el universo, la señal que nos llega es una sensación de
comodidad, de alegría, de que todo es fácil. En realidad, esas sensaciones son
la voz del espíritu, que nos habla al nivel de sentimiento más sintonizado de
nuestro cuerpo. Cuando ofrezcamos a nuestro cuerpo una profunda atención,
escucharemos la voz del espíritu, porque nuestro cuerpo es una bioordenador
constantemente conectado con la mente cósmica. Nuestro cuerpo tiene una
habilidad informática que lo capacita para reparar instantáneamente en la
infinidad de detalles que crean cada acontecimiento de nuestra vida.
Sabiendo todo esto, ¿por qué no tratas a tu cuerpo con
respeto y lo cuidas? Cuida de él con amorosa atención. Aliméntalo con comida
saludable y agua fresca. Aliméntalo con la frescura de la tierra y con los
colores del arcoiris que la tierra ofrece en forma de frutas y vegetales. Bebe
intensamente las aguas de la Tierra para que ellas puedan abrir las líneas de comunicación
e inteligencia que corren a través de tus tejidos y de tu torrente sanguíneo.
Respira profundamente para que tus pulmones se expandan por completo con el
aire.
Libérate de toda atadura o constricción consciente para que
tu cuerpo pueda relajarse en los ritmos del universo. Mueve tu cuerpo, ejercítalo
y mantenlo en movimiento. Comprométete a mantenerlo libre de toxinas, tanto físicas
como emocionales. No lo contamines con bebidas o alimentos muertos, químicos tóxicos,
relaciones o emociones toxicas en forma de ira, miedo o culpa. Asegúrate de
alimentar tus relaciones saludables y no albergues rencores ni resentimientos.
La salud de cada célula contribuye directamente a tu estado de bienestar, ya
que cada célula es un punto de conciencia en el campo de conciencia que tú
eres.
Cuerpo y mente son la danza del universo y, cuanto más
bailen con el universo, más alegría, vitalidad, energía, creatividad,
sincronicidad y armonía experimentarás. Puedes permanecer sintonizado a tu
cuerpo siendo consciente de como bailas con el universo. Si prestas atención a
los ritmos y ciclos de tu cuerpo y mente y te familiarizas un poco con los
ritmos cósmicos, veras como puedes sincronizar los ritmos de tu cuerpo con los
del universo. No tienes que ser ningún experto, simplemente presta un poco de atención
a esto. Observa cómo te sientes en diferentes momentos del día y del mes
dependiendo del ciclo lunar. Mira al cielo y fíjate en los ciclos de la luna.
Si lees el diario, mira los horarios de la pleamar y la bajamar. Siente tu
cuerpo y observa cómo se relaciona con cada estación. Entiende que estos ritmos
pueden ayudarte de verdad; la siguiente información es lo único que debes
recordar.
Entre las seis y las diez de la mañana y las seis y las diez
de la noche es cuando tu cuerpo está hipometabólico, en su fase de metabolismo más
baja. Intenta pasar un rato en silencio en torno a las seis de la mañana y de
la tarde. Lo ideal sería meditar al inicio de esta fase y hacer ejercicio en la
mitad de ella, especialmente si lo haces para perder peso.
Entre las diez de la mañana y las dos de la tarde es cuando
el fuego metabólico se encuentra al máximo. Es el momento de hacer la comida
principal porque tu cuerpo metabolizará mucho mejor la comida. Entre las dos y
las seis de la tarde es un buen momento para estar activos, aprender nuevas
actividades mentales o emprender actividades físicas. Entre las dos y las seis
de la mañana es buen momento para soñar.
Alrededor de las seis de la tarde, preferiblemente antes de
la puesta del sol, es un buen momento para cenar. Es mejor cenar algo ligero y
dejar al menos dos o tres horas de intervalo entre la cena y el sueño. Por lo
tanto, intenta acostarte hacia las diez o diez y media de la noche y tendrás un
descanso ideal con grandiosos sueños.
Estas son recomendaciones muy básicas pero, una vez que
empezamos a sintonizar nuestros ritmos con los ritmos cósmicos, el cuerpo se
siente bastante diferente. Se siente vital; no se cansa. Subjetivamente nos
sentimos más enérgicos. Empezamos a experimentar ese estado de conciencia en el
que todas las cosas de nuestra vida fluyen con facilidad. Una salud vibrante no
es solo la ausencia de enfermedad; es esa alegría que debería estar en nuestro
interior todo el tiempo. Es un estado de bienestar positivo no solo físico sino
emocional, psicológico y, en última instancia, incluso espiritual. La tecnología
no va a hacernos más sanos. Lo que va a hacernos más sanos es que estemos
alineados con las fuerzas del universo, que sintamos que nuestro cuerpo es
parte del cuerpo de la naturaleza, comulgar con ella y con nuestra alma pasando
tiempo en soledad y silencio.
El poeta hindú Rabindranath Tagore resume el milagro de la
vida de una manera más hermosa de lo que la ciencia puede hacerlo. Dice:
"La misma marea de la vida que corre por mis venas día y noche corre por
el mundo y baila con métrica cadenciosa. Es la misma vida que se dispara con alegría
por el polvo de la tierra en innumerables briznas de hierba, rompiendo en olas
tumultuosas de hojas y flores. Es la misma vida a la que mece el mar, cuna de
nacimiento y muerte, en su flujo y reflujo. Siento que la caricia de este mundo
de vida hace gloriosos a mis miembros. Y mi orgullo viene del latido de eras
que baila en este momento en mi sangre".
Los mares y ríos de esta biosfera son la sangre de la vida
que circula por nuestro corazón y nuestro cuerpo. El aire es el aliento sagrado
de vida que da energía a cada célula de nuestro cuerpo, a fin de que sea
posible vivir, respirar y participar en la danza del cosmos. Tener la
experiencia de "el latido vital de eras que baila en este momento en
nuestra sangre" es vivir la alegría, la conexión con el cosmos. Esta es la
experiencia sanadora; es la experiencia de estar completo. Y estar completo es
vivir en la gracia.
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