martes, 22 de julio de 2014


EL LABERINTO DE LOS PROBLEMAS
¿Por qué una misma situación puede ser normal para unos y un conflicto para otros?

Cualquier dilema requiere abandonar prejuicios y ser creativos para encontrar soluciones
Raimón Samsó 16 MAR 2014

Una persona se encuentra a un amigo y le confiesa: “Soy muy desgraciado, tengo muchos problemas”, a lo que su amigo responde: “¡Hombre, pues no los tengas!”. Cuando una persona atraviesa por un momento así, seguro que esta contestación no le hace ninguna gracia, pero si se parase a reflexionar, descubriría que las complicaciones acaban convirtiéndose en una “posesión”, que, según decía el psicólogo Sigmund Freud, algunos de sus pacientes se resistían a soltar o mejorar debido a las “ventajas ocultas” que todo problema conlleva. Veamos cómo se crean, se resuelven y se deja de tener tantos conflictos cotidianos…

Los humanos parecemos destinados a afrontar toda clase de contratiempos en una sucesión inacabable de dificultades. Cuando una parece resolverse, aparece otra y otra más. Incluso, a veces, parece que todas se presentan de golpe en nuestra vida. Surgen en tantos aspectos de la vida, y en formas tan variadas, que hacen sentir impotencia a quien los padece.

Cada una de esas dificultades suele tener una apariencia distinta, en un ámbito de la vida diferente. Muchas parecen estar causadas por factores externos al margen de lo que uno pueda hacer o dejar de hacer; una sucesión de golpes de mala suerte. Vistas las cosas así, no es extraño que la ansiedad sea la patología crónica de nuestros tiempos.

La gente siempre ha tratado de cambiar a los demás para resolver sus problemas, pero eso nunca ha funcionado” Byron Katie

Todos deseamos una vida libre de obs­táculos, llena de paz interior y serenidad… y, sin embargo, parece que hacemos todo lo posible para lograr exactamente lo opuesto. Cuántas veces nos descubrimos encaminados, de manera inconsciente, por supuesto, hacia lo contrario a lo que sabemos deberíamos elegir para ser más felices.

Pero ¿y si usáramos la palabra “problema” con excesiva alegría? ¿Y si confundiéramos acontecimientos, realidades, sucesos naturales… con conflictos? Por ejemplo, ¿el hecho de que llueva es un inconveniente?, ¿lo es hacerse mayor?, ¿la vida es un dilema a resolver? El uso y abuso del concepto problema puede confundirnos entre lo que realmente es y valoraciones subjetivas. Es bien cierto aquel aforismo de que aquello que se cree un problema, acabará siéndolo; y aquello que no se considera como tal, no lo será.

La creatividad e inventiva humana para elaborar complicaciones es infinita. La conclusión a la que se puede llegar es que hace falta antes que nada reconocer cuál es el verdadero dilema antes de que pueda ser resuelto. Esto es, ¿y si un supuesto “problema” se pudiera resolver con apenas identificar su grado de realidad? O mejor: ¿de verdad lo es?

“El mundo es un espejo: lo que sientes por dentro te contempla desde fuera. Y por eso no puedes mejorar tu trabajando sobre los aspectos exteriores. Si la gente de la calle te parece hostil, el cambiar de calle no resuelve nada. Si no se te respeta debidamente en tu trabajo, el cambiar de empleo tampoco es la solución. Muchos lo hemos aprendido al revés: ‘Si no te gusta tu empleo, búscate otro’, nos han dicho. ‘Si no te gusta tu esposo, cambia de esposo’. A veces, cambiar de empleo o de pareja es oportuno, pero si no cambias tú también, cuando vuelvas a empezar probablemente será lo mismo”.

Existen diferentes tamaños de dilemas según su grado de dificultad. En muchos casos, estas aparentes diferencias provienen de la persona que los padece en función de su grado de apego al mismo o del vínculo emocional que establece con él. Pero el tamaño no es una propiedad inherente, sino una valoración personal de quien lo sufre. Es algo que comprobamos cuando una misma situación es calificada de complicada o sencilla por personas diferentes.

Pensar que el problema son los demás es en sí mismo un conflicto. Aunque otras personas pueden crear una situación o participar en ella, en realidad quien la percibe como un inconveniente es quien tiene la llave para resolverla.

Se ha dicho que los conflictos consisten en las “historias” que nos contamos acerca de cómo suceden las cosas. Y que cuando las personas cuestionan sus relatos o referencias –lo que se cuentan y sus creencias– pueden llegar a una percepción de los hechos diferente. ¿Y si la naturaleza de los dilemas dependiese de lo que nos repetimos una y otra vez?, ¿y si el efecto repetitivo convierte en “verdad” lo que solo es una interpretación?

Tal vez sea más conveniente abandonar la discusión con la realidad –acerca de cómo son las cosas o cómo deberían de ser– antes que tratar de solucionarla.

En las antiguas tradiciones de sabiduría de Oriente se dice que los sucesos mundanos no tienen más sentido que el que las personas les dan, porque los acontecimientos son carentes de un significado concreto. Ellos lo llaman “vacuidad”. Lo cual no significa que todo carezca de significado. Según ellos, la interpretación establece el significado. O lo que es lo mismo: la valoración de una situación como problemática es lo que la convierte en tal.

Se podría decir que un problema es como la pantalla en blanco de un cine. Es neutra, y solo la proyección del significado que se le asigne lo define como tal. Así, un mismo suceso, por ejemplo, cómo hablar en público, puede ser un inconveniente para unos, pero no para otros. Hablar en público puede ser un gozo o una tortura en función de quién vive la situación.

¿Qué es más verdad: tenemos muchos problemas o tenemos las soluciones, pero que no nos gustan?

Ningún dilema se puede resolver desde dentro del conflicto, como dijo Einstein. Ya que en esta situación es muy difícil encontrar respuestas porque la densidad de las emociones impide la claridad de ideas. Como hacen los científicos, lo innovador es buscar la solución en otro nivel de pensamiento, donde el problema se resuelve. A veces, incluso, en ese nuevo nivel el problema ni siquiera existe. O dicho de otro modo: se resuelve para siempre.

La primera regla para solucionar un problema es cuestionar todo lo que sabemos acerca del mismo porque toda creencia previa puede ser “parte del problema”. Se trata de “ser nuevo” ante la situación que denominamos con este nombre. Como si fuera la primera vez y nadie nos hubiese dicho que es un inconveniente que nos generará inquietud. Este planteamiento busca la solución no tanto en lo que ocurre, sino en lo que pensamos que ocurre. Al no asumir que ya sabemos lo que está pasando, si es bueno o malo, nos abrimos a otras formas de contemplar la situación. Solo los juicios acerca de un problema hacen que este sea difícil de resolver.

Preguntarse cuál es su verdadero sentido y no dar nada por hecho o sabido conduce a un nivel de pensamiento nuevo que puede proporcionar una solución muy creativa. Dicho de otra forma: si me digo que ya sé lo que está pasando, me veo obligado aplicar las viejas recetas de siempre. Pero si lo que busco es una solución definitiva, tal vez debería preguntarme cuál es el verdadero problema o qué cambio necesito para que esto no lo sea nunca más.

“Ningún problema puede ser resuelto en el ­mismo nivel de conciencia en el que se creó” Albert Einstein

No es posible escapar de los conflictos a menos que se examinen y se cuestione el sistema de pensamiento que los mantiene activos, ya que no hacerlo así solo es un modo de protegerlos y mantenerlos sin solución.

Otro camino hacia la salida del laberinto de los problemas es dejar a un lado lo que Sigmund Freud llamó “resistencia”. Hay una parte inconsciente en nosotros que se identifica con sus vivencias, aunque estas sean dolorosas. Es lo que se conoce como ego. Estas historias personales proveen de identidad al ego, que es un constructo mental de lo que creemos ser: nuestras experiencias pasadas. Y el gran psicólogo se dio cuenta de que a pesar de su trabajo, sus pacientes no mejoraban. Llamó al deseo oculto de no mejorar de sus pacientes: “resistencia”. Y entendió que el ego reacciona con resistencia por miedo a perder esa identidad forjada, aunque esté marcada por el sufrimiento.

Lo que es seguro es que el mero entendimiento intelectual del problema y de sus causas no es suficiente para resolverlo. Es además necesario descubrir dónde está la resistencia a solucionarlo, o, como se suele decir, a soltar y dejar a un lado lo que nos inquieta.

Para acabar, y saliendo del laberinto de los conflictos, vale la pena recordar aquel viejo adagio que dice: “No hay problemas, solo hay soluciones que no gustan”, porque en ocasiones es una gran verdad.
 

lunes, 21 de julio de 2014

domingo, 20 de julio de 2014

sábado, 19 de julio de 2014


MENTE Y FELICIDAD

Según el budismo, no somos más que cuerpo y mente, siendo la mente el único elemento motivador de todas nuestras acciones y la creadora de toda nuestra felicidad y de nuestro sufrimiento. Es tanta la importancia que le da  el budismo a la mente que con frecuencia es considerado una filosofía o una ciencia de la mente más que una religión.

Dentro de las múltiples clasificaciones de la mente que hace el  budismo se distinguen dos tipos de mente. La primera es la consciencia básica, o mente primaria, que no es más que nuestra capacidad de experiencia subjetiva. Los textos filosóficos definen a esta mente como claridad y conocimiento.  Ahora bien, como la mente no es estática sino que es una constante sucesión de momentos de experiencia se alude a estas distintas situaciones como mentes principales y factores mentales asociados. Así pues, podemos hablar de mentes, refiriéndonos a  los múltiples acontecimientos mentales que suceden constantemente (emociones, pensamientos) y de mente, aludiendo a la base fundamental sobre la cual tienen lugar esos acontecimientos.

También se distinguen en el budismo distintos tipos de mente, según el grado de dependencia de ésta respecto del cuerpo físico. Y así se alude a la mente burda, en cuyo nivel se desarrollan los acontecimientos mentales ordinarios, de los que somos conscientes y que están íntimamente vinculados a la percepción sensorial; la mente sutil, con un  vínculo menor con el cuerpo físico y en el seno de la cual se experimentan acontecimientos inconscientes (estas son la mente del sueño y de las emociones perturbadoras, en la que se desarrollan procesos mentales difíciles de detectar pero que influyen notablemente en los acontecimientos mentales ordinarios); y la mente muy sutil, la que va de vida en vida, que se manifiesta en el momento de la muerte cuando la unión de  cuerpo y mente está llegando a su fin y la dependencia de ésta respecto del cuerpo es ya muy pequeña.

Nuestra sensación general de bienestar depende profundamente del bienestar psicológico, el cual, a su vez, depende de nuestra vida emocional. Todos sabemos que existen emociones que nos benefician, de las que se deriva una actitud de apertura hacia los demás, son una fuente de energía que brota de nuestro interior produciendo alegría y paz. Por contra, también hay emociones que nos perjudican, que  avivando energías oscuras, que como el fuego queman cuanto sale a su paso, producen dolor y gran agitación mental. Los obstáculos a nuestra felicidad son el apego, la ira o aversión y la ignorancia: las tres mentes venenosas principales que lideran a todas las demás aflicciones o pesares, tanto mentales como físicos.

La naturaleza de la mente es neutra. Una persona puede sentirse inclinada por temperamento a la aversión, pero aun así no siempre estará llena de enfado y odio. Puede experimentar momentos de benevolencia e incluso de compasión. La benevolencia y la compasión son estados mentales totalmente opuestos al odio; no pueden coexistir en una persona al mismo tiempo. El que una persona que tienda a la aversión no se muestre abiertamente odiosa todo el tiempo y tenga momentos esporádicos de compasión demuestra que las aflicciones no forman parte de la naturaleza de la mente, que son adventicias. La aparición de aflicciones y de estados mentales opuestos a estas aflicciones es posible gracias a la neutralidad de la naturaleza última de la mente.

La plasticidad es la cualidad de la mente que posibilita que ésta pueda cambiar sus tendencias y hábitos. Es una muestra de madurez personal el tratar de adiestrar nuestras emociones, favoreciendo el surgimiento de las positivas y la contención y reducción de las negativas. Para que podamos abordar esta tarea es necesario conocer lo más minuciosamente posible cuál es nuestro estado mental, solo así podremos influir en  su modificación.

Con un profundo entendimiento de la mente y de sus funciones se pueden superar los pensamientos y las emociones que nos preocupan. A través del estudio de la mente encontraremos algunas maneras cruciales de observar y de entender la ira y la aversión, así como de desarrollar nuestra ecuanimidad, nuestra paciencia y nuestro amor.

Su Santidad Dalai Lama XIV aconseja una sencilla práctica para transformar nuestra mente en la dirección deseada: “Cada día, desde el momento en que te despiertes, utiliza un rincón de tu mente para observar tu propia mente y su comportamiento”.

A fin de llevar a cabo una práctica –como la de observar constantemente la mente-, debemos adoptar una resolución, comprometernos, nada más despertar por la mañana: “Ahora, y durante el resto de este día, trataré de poner en práctica, en la medida en que me sea posible, aquello en lo que creo”. Es muy importante que, al empezar el día, concretemos lo que sucederá más adelante. Luego, al final de cada jornada, debemos comprobar  qué sucedió, revisar lo ocurrido durante el día. Y si a lo largo de toda la jornada hemos puesto en práctica nuestra decisión matinal, entonces hemos de alegrarnos y reforzar nuestra motivación para continuar en la misma línea. No obstante, si al llevar a cabo el repaso, descubrimos que a lo largo del día hicimos cosas contrarias a nuestros valores y creencias deberemos reconocerlo y cultivar una profunda sensación de arrepentimiento, reforzando nuestra  resolución de no entregarnos a esas acciones en el futuro. Si continuamos practicando de este modo, es seguro que con el tiempo tendrá lugar un verdadero cambio dentro de nuestra mente, una transformación auténtica. Esta es la manera de mejorar, es imposible cambiar de verdad tras una sola sesión de plegarias. Pero la mejora definitiva puede llegar gracias a la observación constante de nuestras mentes y a llevar a cabo las prácticas en las que creemos día a día, año tras año y década tras década”.

Amparo Ruiz Cortés
Directora de la Comunidad Thubten Dhargye Ling
www.budismotibetanomadrid.org