ENTREVISTA CON CARLOS FIEL: “LA ILUMINACIÓN ES LLEVAR
CONCIENCIA Y SENSIBILIDAD A TU VIDA”
“Creo que el sentido del samadhi -dice Carlos Fiel- es
llevar ese rol de conciencia, responsabilidad, sensibilidad hacia lo que nos
toca vivir en cada momento: relaciones, compromisos, afectos…”. Y propone:
Tejamos una red de conciencia, cada uno, desde su pequeña isla. Humildemente,
creo que es lo que puede hacer cada cual”. No te pierdas esta entrevista
apasionada y necesaria.
Carlos Fiel
intervino recientemente en el acto de celebración del 40 aniversario del Centro
Sivananda con un mensaje desmitificador y poco “ortodoxo” sobre el sentido del
yoga hoy día. Después le pedimos que nos hablara de ello.
¿Cómo
interpretas hoy el sentido del yoga?
Quiero reconocer el gran trabajo de aportación de Occidente al yoga, un sentido
más ecléctico, más abierto. La investigación de las neurociencias ha hecho
muchísimo trabajo. Y el budismo Theravada, el Vipassana, el Zen, también han
hecho aportaciones increíbles. A veces en el mundo del yoga, como en todos los
gremios, hay como pequeñas peleas por las diferencias, y sin embargo lo que nos
une es infinitamente mayor.
Creo que hay
que abrir un poco la visión de que quizás no estamos en el camino de esa
Iluminación que pedíamos, pero cada uno está intentando llevar su pequeñita luz
a su relación y a su entorno. Y eso me parece infinitamente más necesario hoy
en día.
Creo que la
conciencia individual es esencial. Los grandes grupos, los grandes gurus, la
tendencia a unificar criterios están bien, pero tenemos que abrirnos a otras
muchas formas que son totalmente válidas y aportan una gran lucidez a nuestra
sociedad. Hay que dejar un hueco y otorgar un respeto total a todas ellas.
Es un
momento de integrar el yoga en la vida real, que no se limite a ser algo
exótico y distanciador para mucha gente, pero al mismo tiempo otorgándole el
respeto que merece, ¿no?
Es el
sentido del samadhi: iluminar tu realidad. Me gusta mucho el cuento zen del buey,
porque al final ¿Kakuan qué hace? Volver con su hatillo y su camisa abierta al
mercado. Y lo único que dice es: donde antes veía un carnicero o un borracho,
ahora solo veo al Buda. Es decir, el mercado no ha cambiado, ha cambiado su
visión hacia la vida.
Creo que el
sentido del samadhi es llevar ese rol de conciencia, responsabilidad,
sensibilidad hacia lo que nos toca vivir en cada momento: relaciones,
compromisos, afectos… Todo eso es la vida. La gran enseñanza del budismo
Theravada o Vipassana es la plena consciencia de las pequeñas cosas que
hacemos. A veces estamos preocupados por nuestra Gran Iluminación y olvidamos
que todos los días hay alguien a nuestro lado al que hay llevar el zumo de
naranja o necesita que le prestemos oído o le demos un abrazo. Ese montón de
pequeños gestos que podemos hacer con corazón creo que es el verdadero sentido
del yoga. Darle sentido al vivir.
Danos un
consejo para vivir con más conciencia…
Hace poco escuché de una fuente científica que según pasa la edad vivimos de
forma más acelerada la vida. A los 18 años es el punto 0; a los 30 ya es el 15%
de aceleración; a los 40, un 20-25%; a los 50 o 60, un 35 o 40%; a los 70, la
vida ya se “acelera” más de un 50%. Vivimos más aprisa porque no vivimos,
porque si yo estuviera plenamente consciente del momento, de parar ese acelerón
que llevamos y vivir el montón de cosas que hay que hacer con verdadera
interiorización, creo que esa frecuencia de aceleración disminuiría
considerablemente. Si además de eso ponemos un poco de higiene en la mente y en
la alimentación, nos sentará muy bien, seguro.
Carlos Fiel
es un poco la historia del yoga en España. ¿En qué momento está tu propia
historia?
Yo siempre cuento que tuve una suerte infinita: con 19 años estar en la India,
encontrarme con Gerard Blitz, el fundador de la Unión Europea de Yoga, y
permanecer juntos muchos años. Gracias a él conocí a Krishnamacharia,
Krishnamurti, Deshimaru, un mundo que fue abriéndome sus puertas. Participé en
la fundación de la UEY desde el primer congreso de Zinal, aunque luego la
creación de las federaciones europeas tomaron el sentido y dejaron de
interesarme… Actualmente tengo, junto con otras personas, una fundación para
niños en la India que se llama Care&Share, en la que estoy muy implicado.
Estoy metido en el mundo de la meditación Theravada, ahora con un monje de
Birmania que traeré probablemente en abril o mayo del año que viene.
Luego estoy
muy dedicado a la formación en Sadhana, poniendo un
poco lo mejor de mí en desarrollar el concepto de la sensibilidad hacia el
cuerpo, hacia esa higiene luminosa de uno mismo. Y en cuanto a la salud y la
medicina, pues también sigo muy dedicado a atender a la gente día a día,
procurando que el proceso personal de cada uno vaya adelante. Y cada vez estoy
más interesado en lo personal y en desarrollar un nivel de conciencia de lo
cotidiano, esa percepción consciente y lúcida de cada día…
¿En el
Mindfulness?
Sí, al fin y al cabo es eso, la pura presencia. Mindfulness viene de todo el
mundo Theravada y Vipassana. Es una aplicación muy lógica, muy práctica y
además muy útil. Necesitamos mucho esa cualidad de presencia. Para mí, es lo
que va a marcar la diferencia; lo que nos va a transformar es desarrollar esa
sensibilidad que permitirá salir de esta gran crisis de forma creativa.
Sin
necesidad de desapegarnos mucho de la realidad, ¿no?
No creo que haya que dejar de ser quienes somos, pero nunca vamos a seguir
siendo quieres éramos. No es una cuestión de moral sino de consciencia. Como
proyectamos nuestra visión y nuestra actuación cotidiana y diaria en el mundo,
tenemos una responsabilidad total en él. Tejamos una red de conciencia, cada
uno, desde su pequeña isla. Humildemente, creo que es lo que puede hacer cada
cual.
Como
formador de formadores de yoga desde hace muchos años y a quien todo el mundo
respeta, ¿qué opinas sobre la formación de profesores de yoga en España?
Creo que la formación es un invento tremendamente relativo; cuatro años de
formación, o tres, como se quiere ahora, no significa gran cosa. Esta
estructura a la que está obligando el Gobierno y el Estado me parece de una
ignorancia y una inutilidad grande. Porque el sentido del yoga no se puede
transmitir a través de una estructura así. Primero hay que conocerlo a fondo,
ver cómo se ha transmitido y cómo de ahí surge la necesidad de que los
formadores tengan una preparación válida.
Lo que hay
que estimular no es el tener un título, sino al interés por el yoga y la
formación. Si yo quiero ser médico, no me interesa la titulitis, sino que mi
formación tenga la calidad que requiere la medicina (o el proceso del yoga). Y
luego lo que hay que saber, como decía siempre sabiamente Krisnamacharia, es si
cuando hablamos del yoga hablamos de lo mismo. Porque si tú necesitas la
titulitis para dar clase de yoga en un gimnasio, igual es que estamos hablando
de una salud cultural muy simple.
Si preguntas
en Estados Unidos qué es el yoga, el 97% de la gente te dirá que posturas. Y,
sin embargo, hasta el año 1000 no tenía nada que ver con eso, sino con una
serie de actitudes, de intenciones, que por cierto a todos nos cuesta mucho
llevar adelante. Ojalá pudiéramos decir todos que los Yamas y Niyamas los
llevamos bien; ya me conformaría yo.
En resumen,
pienso que la titulitis que hay ahora es una fiebre de inconsciencia, porque en
realidad lo que nos hace falta es la pasión por la práctica. Me acuerdo que
cuando empezamos en nuestra comunidad (Arco Iris) éramos locos y apasionados.
Teníamos que ahorrar todo el año para irnos a la India en un autobús a tomar
una clase. Te hablo del año 69… Y ahora, si la escuela de yoga que te interesa
te pilla dos calles más allá, no vas.
¿Y qué se
debería entender cuando hablamos de yoga?
El yoga se relaciona con la maduración y el crecimiento personal, que te hacen
ir conectando con diversos elementos de la vida que crees que sin ellos el
corazón no se cura, no se alimenta. Con el tiempo nos vamos dando cuenta de
nuestros errores, de esos egos de los que en el yoga se habla tanto y sin
embargo abundan tanto. Todos somos un poco responsables de ellos y tenemos que
ir con una gran humildad.
Hay que
preguntarse: ¿a mí qué me interesa del yoga, qué me aporta? Y la respuesta es:
la práctica por mi propia higiene, por mi propio bien, y para que lo que yo
genere en mi vida tenga lucidez y dé flores alrededor. ¿Qué hay que estar en la
sociedad? Sí. ¿Que quien enseña yoga tiene que saber lo que se hace? Por
supuesto. Pero todos sabemos que cuatro años no es nada; simplemente te valen
para abrir los ojos. Pero el compromiso con la práctica es mucho más a largo
plazo e implica toda una estructura distinta y un compromiso distinto de las
propias formaciones y escuelas.
¿Qué pueden
hacer los formadores de yoga, que son en alguna medida responsables del
fenómeno “titulitis”, por mejorar la situación?
Tenemos que entonar nuestro mea culpa y estudiar qué podemos hacer para
transmitir lo que es esencial dentro del yoga. Y saber que la propuesta de la
Administración garantiza unos mínimos, pero que existe un contenido que hay que
trabajar profundamente.
Y después,
que haya diversidad, que es muy sana. El que no conoce el yoga puede poner a
sus alumnos a trabajar asanas y a hacerse nudos, pero para mí la asana es un
medio, una consecuencia. Para mí es esencial la sensibilidad y la conciencia
que tengo sobre cómo hablo o sobre cómo hago un micromovimiento y estoy ahí,
con toda mi atención puesta en lo que hace mi cuerpo.
¿Qué tenemos
que trabajar todos, la Administración y las personas para que el yoga sea de
verdad útil y transformador?
La Administración debería de ser un poquito más consciente de cómo dar cabida a
todo eso para que no se pierda el potencial maravilloso del yoga, tan útil a
nivel social como a nivel educativo. Pienso que para la vida laboral es
importantísimo: en Italia hay empresas grandes de 15.000 empleados donde todos
tienen su espacio para practicarlo.
El yoga
tiene cabida en el mundo, y el mundo está lleno de profesores de yoga. Ahora
bien, ¿cuántos hay que practiquen yoga? Esta es la gran pregunta. Practicantes
que dediquen su tiempo a indagar, a investigar, a ponerse en cuestión, a
repensar su mundo de relaciones, de realidades, de compromisos, de meteduras de
pata y de aceptar tus puntos negros… Porque eso también somos nosotros.
Lo tonto es
decirle a alguien que haga yoga para ser perfecto. No; yo hago yoga para
aceptarme como soy, porque tener esa visión clara de cómo soy es lo que me va a
permitir cambiar algo. Todo lo que esconda o niegue de mí, no es. Carlos Fiel
tendrá un aparte luminosa y una parte oscura, como la tenemos todos, pero yo no
lo puedo rechazar ésta, es mi realidad. Yo tengo que admitirme a mí para luego
admitir a todos los demás, sin excluir a nadie, y dando cabida en nuestro
corazón.
Creo que
toda nuestra vida es material de crecimiento, y no sobra nada. Eso es lo que
tenemos que trabajar, ese respeto profundo a lo que es el otro.
Honestidad,
finalmente.
Claro, yo no podría ser quien soy si no me reconozco con mis luces y con mis
sombras. Ese es el primer paso. Hasta que yo no esté relajado conmigo mismo y
me acepte y me reconozca a mí mismo como alguien interesante en mi vida,
acabaremos proyectando en otras personas la responsabilidad de nuestra
evolución. Y no, la responsabilidad no es de un guru, ni de un profesor, ni de
una escuela de yoga. Ante la única persona hacia la que tengo que inclinar la
cabeza es ante esa realidad profunda que hay dentro de mí como dentro de cada
ser. Ahí es donde está el compromiso, la sinceridad o el aprender de tu
deshonestidad.
Uno que no
peca no va al cielo, no puede ir. Uno que no reconozca que ha sido orgulloso,
violento, avaricioso, quien no se reconozca en tantas cosas que hacemos, ¿cómo
va a ir más allá de eso? Eso que decimos de “más allá del ego”, ¿qué significa?
¿Negar una parte de ti? No. Es comprenderlo y decir esto que me gusta y con lo
que me identifico, y esto que no me gusta y que rechazo, todo esto soy yo.
El yoga
pretende trascender esa dualidad para ir a esa otra parte que es bellísima: la
esencia hay en el corazón de todos los seres, la bondad. Si yo quiero ser libre
en la vida, la esencia de la libertad es la felicidad, pero también es el
coraje y las ganas de decir “yo puedo transformarme, aunque meta mil veces la
pata en mi vida”.